A las autoridades de la Suprema Corte de Justicia, la Comisión Nacional de Derechos Humanos y al pueblo de México:
Hace casi tres meses padecí la muerte de mi hermana. En ese entonces la injusticia se materializó al encontrarnos privados del privilegio de tan ejemplar existencia. Al pretender combatirla, como familia hemos sido embestidos por uno de los más grandes males que aquejan a esta sociedad: la indolencia. Misma que se ha manifestado en todos los ámbitos a lo largo de nuestra lucha. No ha sido el apoyo de institución alguna, sino la propia injusticia, la que nos ha acompañado en todo momento, no conformes con llenarnos de incertidumbre, hemos sido revictimizados por las autoridades, en respuesta a nuestras interrogantes no han hecho más que desmoralizarnos, valiéndose de una investigación infructuosa cuyos resultados, irrisorios, son una burla al intelecto de cualquiera. La sociedad, por su parte, insatisfecha con invadir nuestra privacidad se ha encargado de difamar a quien en vida fuese un ser humano excepcional, y ha pretendido desvirtuar una vida honorable, un talento innegable, un médico profesional. Ejercemos la injusticia incluso a través de nuestra actitud, se alimenta de morbo, de apatía, de indiferencia; perdemos la conciencia de que se opone a la verdad y que este desinterés, poco a poco, nos deshumaniza. Quiero ser determinante en cuanto a la perdida de la confianza hacia las autoridades, quienes en su ocioso actuar, han imposibilitado e incluso obstaculizado el correcto desenvolvimiento de la investigación. Zyanya nos ha dejado un legado invaluable, tras su ejemplo incansable me permito asegurarles que nada ha de interponerse entre nosotros y la verdad; que daremos con los responsables, autoridades y quiénes resulten culpables, llevándolos hasta las últimas consecuencias. Porque mi hermana de ninguna manera fue un fracaso, nosotros tampoco fracasaremos.