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INTRODUCCIÓN

La cultura andina refleja el sincretismo de las antiguas concepciones prehispánicas y las prácticas religiosas católicas y evangélicas de nuestros días. Antes del siglo XVI en el Nuevo Mundo no existía el monoteísmo, la idea de un Dios único ni tampoco una palabra que lo expresara. Por el contrario, los primeros cronistas notaron como las poblaciones andinas utilizaban el vocablo quechua huaca para designar múltiples manifestaciones de lo sagrado. Huaca era empleado confusamente para los oídos hispanos, a elementos vivos de la naturaleza, diversos hitos geográficos, momias y lugares de origen mítico de los pueblos o pacarinas.

Disciplinas ocupadas en el estudio de la religión andina como la historia y la antropología, han identificado a un importante grupo de deidades con atributos y personalidades propias, pertenecientes a las diversas comunidades y territorios prehispánicos y coloniales.

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A lo largo y ancho del territorio andino se hallaban divinidades mayores acompañadas de una vasta pléyade de antiguas huacas subalternas. Las diferencias entre las huacas dependían de la importancia otorgada por cada comunidad o ayllu. En las fiestas y carnavales multitudinarios cada agrupación de ayllus celebraba a una huaca en particular a través de sus atuendos, danza, ofrecimientos, sacrificios y parafernalia.

Los pueblos andinos y su relación con las prácticas religiosas.

La cosmovisión andina representa una visión de la realidad construida a través de un lento transcurso socio-histórico entre los pueblos y el entorno natural, como sustento para su constancia y futuras generaciones. Como un grupo social asociado a su entorno natural, es identificado por rasgos propios que lo distinguen de otras maneras de ver el mundo; y la consecuencia de sus interacciones resulta distinta.

La cosmovisión andina se establece en los poblados antiguos que habitan en los Andes, territorio ubicado en “América Latina, de una variada geografía y que comprende no solo la sierra o región de alta montaña, sino a sus piedemontes occidental como la costa, y oriental, la Amazonía alta” (Grimaldo 2015:2).

En este mixto ambiente no existe solamente una diversidad de animales, plantas o atmósfera, sino una pluralidad de poblaciones, cada una con sus propias formas y tradiciones de relacionarse con la madre naturaleza.

CELENA CUEVA