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HUELLAS EN EL TIEMPO Fotografía Latinoamericana en la Colección Cedodal

CEDODAL ESPAÑA


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ANÓNIMO

Músico de la “Diablada”, Oruro (Bolivia) Gelatina de plata sobre papel, 23.8 x 17.5 cms.

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Biblioteca de Andalucía del 3 al 31 de marzo de 2009

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HUELLAS EN EL TIEMPO. FRAGMENTOS IDENTITARIOS DEL SER AMERICANO RODRIGO GUTIÉRREZ VIÑUALES Universidad de Granada

“I

NVITACIÓN a mirar fotos” rezaba la tarjeta con que la fotógrafa Grete Stern citaba a su primera exposición individual en 1943 en Buenos Aires, y no nos parece mala idea robarle a ella la frase para convocar a esta muestra de una selección de fotografías de la Colección CEDODAL. Mirar, en este caso, atendiendo a lo que transmite un conjunto de imágenes que, si bien es absolutamente fragmentario respecto de una realidad mucho más versátil y amplia como es la americana, sí puede concebirse como una serie de mojones dispersos en un camino definido. Señales que, cada una desde su lugar, nos hablan del ser americano, de la historia que le ampara y sobre la cual construye su cotidianidad, sus tareas, su cultura, sus fiestas, su religiosidad, su sentido del progreso e inclusive su recurrente postergación. Incidir en algo que es evidente, como es la valoración de la fotografía como una de las grandes artes en nuestro tiempo, ya es un lugar común. Más interesante resulta plantearnos cuáles son algunas de las causas (mercantilismos al margen) de esa seducción con que ella actúa sobre nuestra percepción. Quizá la principal sea esa capacidad de detener el tiempo, en un mundo donde la vertiginosidad de la existencia, sumada a la omnipresencia de todo tipo de imágenes, las más en movimiento, nos ha vulnerado la capacidad de calmada reflexión. Y, más aun, ha perjudicado la posibilidad de dar continuidad al disfrute, superada por la incapacidad de asimilación a través de los sentidos, de tanto que reciben sin parar. Parte del atractivo de la fotografía radica hoy, pues, en ese congelamiento de la imagen: ya que no podemos detenernos, la foto lo hace por nosotros y eso en definitiva también se erige en una vía de escape hacia un cierto, añorado y necesario inmovilismo. La potencia emocional de la fotografía sienta sus bases, en buena medida, en esa quietud a la que nos obliga la imagen solidificada, permitiéndonos en el silencio de su contemplación escudriñar hasta el último de sus rincones, en los que siempre aparecerá algo nuevo. La foto nos mostrará todo aquello que ella quiera, dependiendo, claro está, de nuestra propia memoria personal y biográfica, de nuestro mundo cultural, que es el que dictará pautas y proveerá de un carácter de unicidad a esas imágenes, al activar mecanismos internos y, por lo general, escasamente epidérmicos. Si una de las exigencias del arte es el diálogo entre obra y espectador, es indudable que en la fotografía esa conexión se da de una manera especial y muy aguda, gracias ciertamente al irresistible magnetismo de la imagen en sosiego. Aquí habría una pauta incuestionable para la consideración (que aun algunos le niegan, o le conceden a regañadientes) a la fotografía como arte. En este espectro poco suele importar, como sucede con tantas viejas pinturas, si el autor tiene nombre y apellido o si la foto pertenece a la larga lista de anónimos que pueblan las colecciones del género. En ellas a veces hallamos la “intencionalidad artística”, la búsqueda de ciertos encuadres muy estudiados, efectos lumínicos, cuidadas poses. Pero la

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ANร NIMO

Oficina de arquitectura (Patagonia, Argentina) Gelatina de plata sobre papel, 16.1 x 21.6 cms.

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fotografía como arte se construye también bajo el ala de lo fortuito, de lo “accidental”, y es esa espontaneidad, ese acto casual, un valor distintivo respecto de las otras manifestaciones artísticas. Y aquí es, justamente, donde entra a jugar un papel relevante la mirada del espectador, su bagaje cultural previo y su formación estética, sea de forma individual o como parte de un colectivo, para “convertir” o comprender una imagen como expresión artística. A veces pueden pasar muchos años hasta que esa transformación se produzca. A las fotografías reunidas en esta exposición las hemos dividido en tres secciones: “Escenarios de la cultura americana”, “Trabajo rural” y “Trabajo urbano”. Muestran aquellas gran flexibilidad, ya que hay fotos de una sección que podrían estar en otra o viceversa, siendo así hilos conductores de un entendimiento global para estas “Huellas en el tiempo”. Entre las primeras, es decir esos “escenarios” de que se compone la variopinta e inabarcable realidad cultural americana, hemos incluido un repertorio icónico en el que los hitos de la historia del continente van jalonando la existencia del habitante contemporáneo, en especial lo que suponen las dos épocas pretéritas por excelencia, antes de la emancipación, como son el mundo prehispánico y la época de la colonia. Fragmentos de las ruinas incaicas, así como templos y residencias virreinales, sirven de telón de fondo al indígena, sea ya de Perú, de Bolivia o de México, y a los numerosos expedicionarios que, desde el siglo XIX, surcaron el continente americano, quedando inmersos en sus paisajes, consustanciados con sus culturas e inmortalizando, primero a través de óleos, acuarelas y estampas, luego a través de la lente, los paisajes, las costumbres y la herencia arquitectónica que iban encontrando a su paso. Los propios fotógrafos americanos, los pioneros en el cambio de siglo XIX al XX, entre ellos Melitón Rodríguez en Colombia, Arturo Wood Boote en la Argentina, Max Vargas, Manuel Mancilla o Martín Chambi en Perú, o Luis D. Gismondi en Bolivia, presentes todos en esta exposición, irían abriendo paso y allanando un camino estético a quienes vendrían después, como otros artistas ilustres representados en la muestra, tal el caso de Ursula Bernath, Luis Márquez, Nacho López, Esteban de Varona, Bernice Kolko o Ruth Lechuga en México, o Hans Mann y Montaña en la Argentina. Artistas plásticos como Raúl Anguiano, promotor y ejecutor de una de las expediciones artísticas más recordadas en el continente durante el siglo pasado, la llevada a cabo a tierras lacandonas en 1949, o historiadores del arte como el español Enrique Marco Dorta, aportarían desde un ojo entrenado aunque utilizando la máquina (que, desde luego, no era su principal herramienta de trabajo, al menos no la más trascendente) una mirada certera sobre el paisaje rural y urbano, y sobre la población india del continente. La fascinación de Anguiano por las tribus lacandonas, a las que inmortalizaría también a través del dibujo y del pincel, nos retrata también a una suerte de arcadia, perdida en el tiempo si nos atrevemos a mirar desde nuestra “occidentalidad”, aunque aun persistente en varios aunque muy puntuales focos del continente, exacerbado en el caso de los pueblos “no contactados” que cada tanto brotan a la luz en nuestros tiempos. La organización de las comunidades indígenas, sus estructuras de poder, y, sobre todo, su valoración de la unidad

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MAX VARGAS

Trono del Inca en Sacsayhuaman (Cuzco, Perú) Gelatina de plata sobre papel, 15 x 22.7 cms.

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familiar como célula madre, sigue marcando pautas sociales aun vigentes en ámbitos rurales y urbanos. La fotografía, a través de la historia más reciente, ha sido la gran estampadora de la familia como conjunto, y de sus componentes de forma individualizada. Suelen ser los álbumes familiares o las cajas donde celosamente los mayores han ido guardando y edificando la memoria de la familia contenidas en las fotos, lo que más se ha potenciado siempre como manera de construir una tradición a lo largo del tiempo y del paso de las generaciones. El recurso primigenio y basamental para que cada eslabón de esa cadena pudiera perpetuarse como descendencia y ascendencia de una historia común, escrita fundamentalmente con imágenes, cuya narración habría de ser acompañada por la propia tradición oral. La mirada anónima desde dentro, como así también el sorprendido ojo ajeno, dejó constancia del habitante americano, de la comunidad, de la familia, a lo largo de la historia. Entre los factores que podríamos signar como elementos de atracción a la hora de fotografiar “lo americano”, al margen de los paisajes y testimonios artísticos y arquitectónicos, sobresalen los rostros y las indumentarias. Siempre son imanes para la lente, lo mismo que escenas o situaciones que el foráneo suele llamar “surrealistas” pero que para un americano es simple y puro “realismo”. El diseño de las vestimentas y sus vivos colores (aun cuando en estas fotografías debamos imaginar estos últimos sobre planos en blanco y negro) componen una de las pautas distintivas en la mayor parte de aquellos países, y continúan siendo uno de los reclamos más habituales para el visitante en la actualidad. Todo esto es demostrativo de que aquel viejo recuerdo del “artista viajero”, aun cuando la ampliada capacidad de conocimiento e información ha hecho menguar en cierta manera parte del misterio y ese cierto miedo a lo desconocido que solía poseer al voyageur antes de emprender su derrotero, siguen quedando más que resquicios para gozar de las mismas inquietudes y las mismas sorpresas que antaño, además de más vastas posibilidades de registro. Son estas las huellas que se suman en el tiempo y que van acumulando testimonios vitales. Dentro de esta exposición uno de los ejes discursivos, como ya apuntamos, lo supone el trabajo, centro de la cotidianidad americana, tanto en los ámbitos rurales como en los urbanos. Ambas vertientes centran la segunda y tercera sección, aunque ya se abre juego hacia ellas en el primer apartado de la muestra, encuadrando la memoria en esos descansos de trabajadores de obras públicas en la provincia argentina de Misiones, y, más al sur, reflejándose en esos “gauchos tomando mate” inmortalizados a finales del XIX, en la plenitud de la pampa, a los que se sumará al final, yendo hacia el norte, el grupo de mineros de Cananea (México) sentados en torno a la mesa. El lado más amargo queda establecido con la foto del indígena huichol en el cepo, penalizado por una falta en el trabajo o algún desliz que sus superiores consideraron oportunamente como un delito, o el conjunto de “espaldas mojadas” en la ingrata e incierta espera para poder emigrar, sentados delante de un letrero que les indica la imposibilidad de alcanzar el sueño. La presencia de letreros en las fotografías ayudan a las imágenes en su tarea de hablar por sí solas, como es este caso, o el de la fotografía ubicada al final de la última sección, mostrando una huelga de trabajadores metalúrgicos, también en México. La multiplicidad de testimonios laborales es, ya se ha apuntado, esencial en esta muestra, donde más allá de la simple representación gráfica de esas actividades, se trasciende hasta llegar a lo inmanente, a lo esen-

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Bordador de mantas en Atamisqui (Santiago del Estero, Argentina) Gelatina de plata sobre papel, 24 x 18.3 cms.

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cialmente espiritual. Esto queda expresado en la imagen de los operarios, jornaleros y artesanos, que exhiben orgullosos su escenario diario, y su producción, ya sea eminentemente manual o concretada con la ayuda de modernas maquinarias, señales del progreso. La creación artesanal, una de las señas de identidad de América, los transportes que trazan un arco que va desde la modesta carreta de campo al sofisticado tractor que trajeron los nuevos tiempos, o la distribución y venta en los mercados, marcan un derrotero vivencial que se ha mantenido en el tiempo. A ello acompañarán las transformaciones urbanas y las edilicias, desde la concepción de las mismas en los talleres de arquitectura hasta la posterior tarea de los albañiles. Más allá de estas realidades, una presencia inmutable a lo largo del tiempo en la cultura americana, con sus variaciones y adaptaciones, es indudablemente la religiosidad en todas sus manifestaciones. Particularmente relevante en los ámbitos populares, transmitida de generación en generación, manteniendo vivas algunas persistencias desde la época prehispánica, fusionada con las pautas traídas desde el XVI por los europeos, la expresión religiosa es otra de las imágenes atrayentes que el iconógrafo (sea a través de la plástica, la fotografía u otros medios audiovisuales) pueda hallar y sorprenderse en el continente americano. “La fe de los excluidos”, foto del mexicano Nacho López, es un decidido poema a esa fe inquebrantable de los pueblos de América, que se aferran a ella casi como única esperanza, movidos por esa necesidad de algo en lo que creer y amparados por la plegaria como motor exorcizador de las penurias. Las largas peregrinaciones a los templos en los días de guardar y en los que no lo son también, y la pervivencia de la evangelización al indígena en las poblaciones más alejadas sigue siendo moneda corriente en las sociedades americanas. Y para conservar la memoria, allí quedan, imperecederos, los testimonios indelebles de la fotografía “como vehículo del recuerdo, como medio para conjurar el pasado”, al decir de William Boyd, convirtiéndose en definitivas “Huellas en el tiempo”.

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Huelga de metalúrgicos (México D.F., México) Gelatina de plata sobre papel, 11.1 x 15.8 cms.

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Cortadores de Henequén (Yucatán, México) Gelatina de plata sobre papel, 18.4 x 24.5 cms.

CEDODAL. CENTRO DE DOCUMENTACIÓN DE ARQUITECTURA LATINOAMERICANA. En el año 1995 se constituyó en Buenos Aires (Argentina) el Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana (CEDODAL), sobre la base de los fondos bibliográficos, hemerográficos y documentales que poseían los arquitectos Ramón Gutiérrez y Graciela María Viñuales, obtenidos a través de treinta años de investigación en América y España. Estos profesionales, graduados en la Universidad de Buenos Aires, se ubicaron en 1966 en la ciudad de Resistencia (Provincia del Chaco) y ejercieron la docencia en la Universidad Nacional del Nordeste hasta su regreso a Buenos Aires en 1995. En este año, con la ubicación definitiva de ambos arquitectos en Buenos Aires, se resolvió fundar el CEDODAL con el objetivo de contribuir al desarrollo de la investigación histórica, la formación teórica, la capacitación de recursos humanos y la difusión de la arquitectura, el arte y el urbanismo iberoamericanos. A partir de entonces las colecciones documentales y fotográficas se acrecentaron con la colaboración de diversos grupos profesionales, donaciones particulares y adquisiciones, que incrementaron el fondo reunido a lo largo de los años. Esta colección de imágenes –compuesta por fotografías en papel, negativos de vidrio, postales y diapositivas, entre otros– de vertiginoso crecimiento en los últimos años, comprende alrededor de 45.000 piezas. La colección, reunida en la Fototeca, ha servido para ilustrar numerosas publicaciones y contribuir a exposiciones realizadas en diversos países de América y en España. Como complemento de esta documentación se formó una biblioteca especializada en historia de la fotografía en América Latina con más de 1.000 títulos. La creación de CEDODAL España en 2006 ha contribuido al incremento de las colecciones de fotografía y a la difusión de este patrimonio.

Organización, producción y coordinación técnica: Biblioteca de Andalucía y Biblioteca Provincial de Granada. Comisarios: Rodrigo Gutiérrez Viñuales y María Luisa Bellido Gant Colaboradores del CEDODAL: Patricia Méndez y León Moreno García Fotografías: Archivo CEDODAL Fotografía de portada: Cargadores de sal en Lona del Real (Tampico, México) Depósito Legal: Gr-449/2009 CEDODAL ESPAÑA

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