Del buen salvaje al buen revolucionario, Carlos Rangel

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hasta hoy, un lindo día de primavera es “un día peronista”. Pero desde entonces la Argentina ha sido prácticamente ingobernable. La gran crisis que afrontó la Presidenta Isabel Perón en junio-julio de 1975, y de la cual no se repuso jamás su gobierno, tuvo su origen esencial en el enésimo intento de un gobierno argentino “postperonista” por sacar el país del irrealismo económico en que lo sumió Juan Domingo Perón con su gestión entre 1946 y 1950. Evita Perón murió en 1952, y con su desaparición su viudo parece haber perdido una parte indispensable de lo que era, sin lugar a dudas, un carisma compartido. Aunque de origen genuinamente popular, el “Justicialismo” (como a partir de cierto momento decidió Perón llamar su “ideología”) tuvo desde siempre, como todo fascismo, ánimo represivo, cursi, oscurantista. Ahora se hizo brutalmente policíaco e intimidatorio. El principal diario de Argentina (y uno de los grandes, en todo sentido, de lengua española), La Prensa, de Buenos Aires, fue clausurado por su oposición al gobierno. La administración pública llegó a extremos inéditos de corrupción, ayudada en ello por el estatismo y el intervencionismo que hacían imposible desarrollar ninguna actividad económica importante sin contar con la “protección” del gobierno. La inflación galopante comenzó a revertir los anteriores espectaculares progresos en el ingreso real de los trabajadores industriales urbanos, y el mismo ultranacionalismo que Perón había estimulado, se volvió en su contra cuando quiso mejorar la economía, gravemente comprometida, mediante convenios de exploración y explotación

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