Del buen salvaje al buen revolucionario, Carlos Rangel

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por recibir una parcela en propiedad. Sigue esperando ser objeto de un control paternalista, y si antes fue peón de un señor feudal, ahora será peón (y elector) de un partido político, o del gobierno, representado en el cantón por un cacique.13 El espíritu feudal sígue vigente, las formas de producción siguen siendo siendo primitivas, los resultados decepcionantes. y puesto que ya no hay hacendado a quien culpar, el fracaso de la reforma agraria (frase escuchada constantemente desde que cesa la euforia inicial causada por el reparto de tierras) se achaca a los malos gobiernos, a los malos ministros de agricultura, a la insuficiencia de ayudas, de créditos, de entrega de semillas, de compra oportuna de las cosechas; es decir a todo menos a lo esencial: que la estructura social creada en el siglo XVI sigue 1astrando la sociedad latinoamericana del siglo XX; que el campesino sigue teniendo ánimo de siervo, sigue esperando ser objeto de decisiones de otros (de quienes cuando más supone que serán más benévolos que el hacendado, y menos exigentes). De él pudiera decirse, como el Cid injustamente desterrado: ¡Dios, qué buen vasallo, si hubiese buen señor! En general el sueño de la tierra propia, de la granja que uno cultiva por sí y para sí, sin temer la opresión ni esperar la supervisión ni la ayuda paternalista de nadie (más bien lo contrario) no tiene substancia en el espíritu del campesino latinoamericano. La expresión anglosajona free farmer, sobre la cual se podría glosar toda la evolución política de las colonias inglesas de Norteamérica, antes y después de su independencia, no tiene sentido en nuestro medio rural.

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