Educación, Ruralidad y Multiculturalidad...

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146 Se extrañarán ustedes que les llamo colegas profesionales. Pero quiero que sepan que yo también soy un profesional. No graduado de la Universidad. Pero soy profesional en lo que hago como campesino, como agricultor. Porque sé lo que hago, sé cómo lo hago, tengo mi técnica, y porque es mi profesión. Por eso también soy un profesional. El auditorio respondió con señales de asentimiento. Y no dejó de motivar comentarios posteriores entre los demás participantes, algunos de aprobación y otros de desacuerdo con “semejante pretensión”. Hoy en día existe evidencia de que el modelo clásico de educación básica rural, propuesto por los Estados, es inadecuado y poco eficiente. La construcción de un sistema educativo alrededor del alumno monocultural y monolingüe responde a un supuesto erróneo de homogeneidad de credo, cultura y lengua, postulada por los Estados nacionales del siglo XIX. Desde hace ya varias décadas se discute la ineptitud del modelo, incapaz de fomentar a cada uno de los alumnos concorde a su tiempo, a sus intereses, a su inteligencia y a sus potencialidades, a su cultura y a su lengua (Abram, 2004). Por supuesto, y como indica De Sousa Santos (2003), la práctica requiere de alguna teoría. Aun cuando haya que aceptar que tal teoría puede ser producida desde la experiencia (con una metodología distinta al método científico), y no haya sido escrita en libros. La experiencia, dice, “no excluye una teoría previa, el pensamiento deductivo o, incluso, la especulación, pero fuerza a las mismas a tener en cuenta la observación empírica de los hechos, en tanto que última instancia de confirmación” (De Sousa, 2003:67). La escuela rural, necesita reflexionar sobre estas afirmaciones. Es decir, pensar sobre cómo incide en su realidad inmediata en el corto plazo, con sus características sociales, políticas y culturales actuales. Con sus propios profesionales, aun cuando los mismos no sean producto formal de la educación escolar, reconociendo que sus conocimientos, transmitidos de generación en generación, han sido el soporte de su vida a lo largo del tiempo, incluso de siglos. Por supuesto que la escuela debe tener a la vista no sólo lo inmediato. Debe atender lo inmediato, las características y las necesidades actuales de la comunidad. Pero tiene también una responsabilidad a largo plazo. Una responsabilidad para cuyo cumplimiento necesita vincularse a los procesos históricos de la comunidad, del municipio o distrito, del departamento o la provincia y del país mismo. Para ello, aparte de conocer y valorar la historia, el camino recorrido, con sus luces y sus sombras, la escuela necesita vincularse al futuro de la comunidad, por medio de la construcción de proyectos. Porque, como dice Zemelmann (1992:28), “para apropiarse del largo tiempo de la historia, los sujetos sociales disponen como recurso de actuar en función de un ‘proyecto’”.


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