A Tiro Limpio II

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Archivo de huellas

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El crimen de la legación alemana

e nuevo el mismo sabor amargo en la boca y el mismo vino barato, aunque el lugar no pueda ser más distinto. Lejos queda la brisa que llega del puerto acarreando el hedor de los pescados arrojados por la borda de los barcos pesqueros. Lejos también la redacción. Curioso que la eche en falta ahora que no está a la mano, cuando siempre huyo de ella como de la peste. Parece que me estoy haciendo viejo y sentimental. Tan viejo que no me acostumbro a Santiago y a sus prisas, a sus autos y tranvías atestados. Pero eso no le importa a nadie y menos a los lectores que, ávidos, devoran los más escabrosos y retorcidos detalles de la miseria humana. Así que vayamos por partes y desde el principio, porque esta crónica no me la perdonan y estoy muy viejo para darle ventaja al cabrón del director. Guillermo Becker Trambauer: 38 años, alemán de origen y canciller de la Legación Alemana de nuestro país. Casado con Natalia López y padre de un hijo muerto poco después de ver las primeras luces de este mundo. Personaje tan altivo, soberbio y orgulloso como espigado. Fiel servidor, y confiable, del Barón Hans Von Bodman, Ministro alemán. Exequiel Tapia: chileno de 25 años; joven bonachón y robusto; casado y mozo de la Legación Alemana. Cumplidor y responsable. Ciro Lara Montt: extranjero de paso por Chile y en camino a Argentina; cuñado de Guillermo Becker. El día de los hechos, a saber el 5 de febrero de 1909, Guillermo Becker se encontraba despachando la última correspondencia en la sede la Legación, ubicada en Nataniel Cox 102 esquina con Alonso Ovalle. A nuestro amigo lo acompañaba el mozo Exequiel Tapia, que aquella misma mañana había comunicado a su señora que no alojaría en la casa, pues tenía que cumplir un encargo de trabajo fuera de Santiago. A media mañana, cuando la canícula caía, despiadada, se inició un fuego virulento en la legación que en pocas horas arrasó con la sede de la diplomacia alemana y con varias casas colindantes. Al lugar acudieron bomberos, policías y el propio ministro Von Bodman, que se temía lo peor. El sabía, y así lo comunicó a las autoridades, que el fiel y cumplidor Becker se había quedado a rematar un trabajo para el que requería el uso del fuego al eliminar alguna correspondencia y derretir el sello lacrado. El tiempo confirmó los peores temores con la aparición del cuerpo calcinado de un hombre que los bomberos encontraron en una posición inhumana junto al quicio de la puerta de uno de los despachos. El cadáver era irreconocible, pero ciertos objetos que llevaba encima facilitaron la identificación: un anillo de boda con las iniciales N.L., un pedazo de ropa, unos lentes y una collera. Se trataba, sin ningún lugar a dudas, del honorable canciller. La autopsia no añadió nada nuevo, el cuerpo era inidentificable, pero los objetos eran suficientemente contundentes. ¿Y el mozo Exequiel? Primer dilema. Su cuerpo no apareció y nadie de sus allegados sabía de él. El barón Von Bodman no había ordenado ningún desplazamiento fuera de Santiago y nadie más tenía autoridad. Además, los bomberos y la policía encontraron la caja de caudales abierta y vacía. Los $27.000 que depositara el mismo ministro habían desaparecido, ¿junto con Exequiel Tapia, el infame mozo? Segundo dilema, primera sospecha y causa suficiente para decretar su busca en todo el país. Pobres viudas, la actual de Becker y la futura del renegado Exequiel cuando lo apresaran y fusilaran. El mismísimo presidente tomó cartas en el asunto. El excelentísimo D. Pedro Montt no se podía permitir otro escándalo que salpicara su gobierno, dentro y fuera de las fronteras de la república. No con el Primer Centenario de la Nación tan cerca y después de la reciente matanza de obreros en Santa María de Iquique.

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Por Matías Ghiboher

Las exequias fueron fastuosas, dignas de un héroe cumplidor que había muerto en acto de servicio a la Patria. Desde Purísima 276, la casa del finado, hasta el Cementerio General, la comitiva se fue convirtiendo en un río de gente que lloraba a Becker con la misma intensidad que odiaba a Exequiel. El silencio luctuoso se sentía en el ambiente, solo alterado por los confusos murmullos que surgían según se conocían dos nuevas revelaciones: la primera fue el conocimiento de que Ricardo Naupert, el mejor amigo de Becker, había entregado a Von Bodman dos cartas que guardaba en su poder. La primera carta, dirigida al ministro alemán, expresaba los temores de Becker ante su posible y cercana muerte, a causa de unos amenazantes mensajes anónimos que había recibido con motivo de la querella de la Legación contra los agricultores de Caleu. La segunda carta, dirigida al presidente de la república, expresaba su amor a Chile y le encomendaba el bienestar de su viuda. La segunda revelación fue el testimonio de Otto Izacovich, joyero y conocido de Becker, que juraba ante el juez haberlo visto vivo en el Portal Edwards, la misma noche del incendio. El juez Bianchi no podía permitirse ninguna duda, el honor de Chile ante el mundo y el poderoso Káiser Guillermo II estaba en juego. Ordenó una segunda autopsia, llevada a cabo esta vez por doctores alemanes, y un análisis de la dentadura del muerto a petición del destacado director de la Escuela Dental de la U. de Chile, el Dr. Germán Valenzuela Basterrica. La conclusión de la autopsia no fue muy diferente: imposible la identificación, muy claros los objetos que acompañan al cuerpo y el descubrimiento de un fragmento metálico enterrado en el corazón, correspondiente a la punta del cuchillo con cacha de ciervo que pertenecía al muerto y fue hallado en la escena del incendio. Becker fue enterrado como siempre anheló vivir, con honor, éxito, orgullo, reconocimiento público y fastos dignos de los nobles y ricos. Sin embargo, al mismo tiempo que ocurría el multitudinario entierro, el Dr. Valenzuela Basterrica ponía el punto final al informe que debía entregar al juez Bianchi y que cambiaría el rumbo de los acontecimientos. Al mismo tiempo también, Ciro Lara Montt, que había llegado a Santiago la noche del incendio, se apeaba de un tren en Chillán y buscaba alojamiento. En la estación de Chillán, al subinspector Garretón, que estaba encargado de vigilar el posible arribo de Exequiel Tapia, le llamó la atención la apariencia de Ciro y lo siguió, dando cumplida cuenta del hecho a sus superiores. La conclusión del informe del Dr. Valenzuela Basterrica dejaba poco margen a la duda. La dentadura estudiada se correspondía con la de un hombre joven, de unos 25 años, que poseía una sola carie, y por lo tanto no podía tratarse de la dentadura del heroico canciller alemán, que se quejaba continuamente de su mala boca y de sus dolores de muelas. De acuerdo con el informe completo de su dentista Danis Lay, solicitado por el Dr. Valenzuela Basterrica, Becker había sido sometido a varias intervenciones consistentes en cinco extracciones y tapa duras de oro y platino. Una cosa llevó a la otra y la policía comenzó a atar cabos, tirando del fino hilo tejido por el retorcido canciller alemán. Descubrieron que a los $27.000 desaparecidos de la caja de caudales, había que sumar el cobro de un cheque de $19.500, que el ministro Von Bodman no recordaba haber firmado; había tomado un seguro de vida por valor de $10.000, cuya beneficiaria era su mujer; había sacado un pasaporte a nombre del fantasmal Ciro Lara Montt, su supuesto cuñado; había comprado polainas y un traje de cazador en La Casa Francesa y unas patillas postizas al estilo austríaco en la peluquería Pagani; había hecho un depósito con un maletín y un estuche de armas en el Hotel Melossi, que retiró Ciro Lara


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