Ahora, tanto tiempo después, Pablo empezó a caminar sin darse cuenta como oveja extraviada por la carretera. Escuchó a lo lejos, como si estuviera ya fuera de su cuerpo, el chirrido de neumáticos, y tuvo el tiempo justo de volver la cabeza para ver pasar a su lado a un auto patinando que se detenía 30 metros más allá. Él estaba de rodillas, y lloraba, cuando el conductor, aún asustado, salía del coche, lo observaba, se tocaba la cabeza con un gesto extraño, volvía a subir al auto y se marchaba sin mirarle mientras llorando y gritando Pablo se arrastraba hacia la cuneta.