EPQ #11

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EPQ? Economistas para qué? Número: 11 año 2016


EPQ? Economistas para qué? Número: 11 año 2016

Indice

Editorial

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Breves notas coyunturales en materia de problemáticas de géneros CAUCE y Desde El Fuego

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¿Economistas Para Qué? Corina Rodríguez Enríquez

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¿Qué propone la economía feminista? Patricia Laterra

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Aproximación a la Economía Feminista Candelaria Botto.

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Introducción a la medición de la brecha salarial por género y sus determinantes Magalí Brosio

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Una aproximación al debate sobre la relación entre capitalismo y patriarcado Rosario Escola

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La determinación familiar del valor de la fuerza de trabajo y las transformaciones en su manifestación concreta Nicolás Águila

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La docencia en la Universidad de Buenos Aires desde una perspectiva de género (1992-2011) Martina Matarasso

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Editorial Ya pasaron 69 años desde que en nuestro país se consiguiera el voto femenino, y 97 desde que la primera mujer se graduara de nuestra Facultad, en la cual –de acuerdo al censo de 2011el 52% de lxs estudiantes son mujeres. A aquellos hitos debemos sumar otros recientes: desde el #NiUnaMenos, que convocó a cientos de miles de personas en todo el país para repudiar los femicidios, hasta la concurrencia récord en el 30º Encuentro Nacional de Mujeres, que contó con 65.000 asistentes. Estos sucesos, lejos de ser hechos aislados, son la expresión de que las discusiones en relación al género han crecido exponencialmente en nuestra sociedad y han ganado una mayor visibilidad. Sin embargo, nuestra casa de estudios parece ser completamente ajena a ello: estos debates no sólo están completamente ausentes en las discusiones en las aulas sino que se encuentran estructuralmente olvidados en los planes de estudio. En este contexto, el primer interrogante que puede presentarse es: si la economía es una ciencia que se pretende “objetiva”, ¿por qué nuestros planes de estudio deberían incluir un enfoque de género en su currícula? Sin embargo, el problema de esa pregunta es intrínseco a su propia formulación: no existe tal cosa como una ciencia social “neutral”, por más de que en la Economía a menudo quieran disfrazarse ideologías de leyes objetivas. De manera que abogar por no incluir un enfoque de género en nuestra ciencia no implica preservarla como neutral (pues no lo es), sino que conduce a continuar ignorando las diferencias de género por considerarlas fuera del campo de estudio. Desconocer que estas cuestiones hacen al objeto de estudio de la economía impide hacernos las preguntas relevantes para estudiar y transformar esta realidad, limitándonos entonces a simplemente describirla. A modo de ejemplo, todas las decisiones de política tienen implicancias en términos de género: los planes sociales tienen consecuencias distintas en hombres y mujeres, así como también las políticas de austeridad. El estudio actual de la economía, cimentada en la síntesis neoclásico-keynesiana, ignora el rol del trabajo de cuidado y su asimétrica distribución, además de que se muestra incapaz de analizar diferencias salariales más allá de diferenciales de productividad (es decir, no puede reconocer brechas salariales por discriminación de género o etnia, entre otras). Queda entonces claro que para poder empezar a preguntarnos todas estas cosas existe un paso previo necesario: el de crear otra economía, una que no desconozca su naturaleza social ni su contexto histórico dentro del sistema capitalista, y que, por lo tanto, pueda reconocer relaciones sociales y económicas (en las cuales se enmarcan aquellas atravesadas por cuestiones de género) y analizarlas en esta tónica. Una economía que sea capaz de dar cuenta de las transformaciones y problemáticas actuales de nuestra sociedad, de sus límites, y de su capacidad de superación.


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Así, en esta edición de nuestra revista “EPQ?” buscamos poner en evidencia por qué cuando nos definimos como economistas críticxs necesariamente nuestro aporte científico debe ser feminista. En pos de ello, le preguntamos a Corina Rodríguez Enríquez, docente de Economía y Género en nuestra Facultad e investigadora especializada en economía feminista, sobre el rol de lxs economistas en nuestra sociedad. Asimismo, presentamos brevemente algunas de las problemáticas de género actuales en Argentina, describiendo la acuciante situación que enfrentan las mujeres y el colectivo LGTTTBQI. Luego, dedicamos algunas páginas a introducir la Economía Feminista y la necesidad de su desarrollo. Asimismo, presentamos trabajos empíricos que dan cuenta de las desigualdades que sufren las mujeres en el mercado laboral, en particular con respecto a1 sus remuneraciones, y cómo ciertas visiones de la economía parecen simplemente poder brindar las herramientas para describir esta situación pero ninguna para solucionarla. A su vez, contextualizamos históricamente estos aportes analizando la relación entre el capitalismo y el patriarcado, y también las transformaciones en el valor de la fuerza de trabajo y en la división sexual del trabajo que acontecen en distintos momentos del proceso de acumulación de capital. Esperamos que este número lleve a sus lectores no sólo a tener presente el grave cuadro de situación que se presenta con respecto a las desigualdades de género sino también a cuestionarse sobre la imposibilidad de cierta parte de la ciencia económica para resolverlas. La construcción de una economía crítica y por tanto -como esperamos demostrar- feminista, se presenta entonces como el horizonte al cual alcanzar. Creemos importante destacar también que, si bien en general el foco de este número está puesto en analizar la situación desigual de las mujeres, es igualmente urgente y necesario atender a aquellas opresiones que sufre el colectivo LGTTTBQI, de las cuales nuestra ciencia debe dar cuenta. El conocimiento será crítico o cómplice.

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Breves notas coyunturales en materia de problemáticas de géneros CAUCE y Desde El Fuego Organizaciones pertenecientes a COB-La Brecha

¿Un cambio de etapa? En los últimos años, el kirchnerismo logró posicionarse como representante político de una parte importante de la lucha de géneros. Un ejemplo es la sanción de las leyes de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres; Matrimonio Igualitario e Identidad de Género. No obstante, éstas, lejos de ser el producto exclusivo de la acción parlamentaria, fueron el resultado de años y años de luchas del conjunto del movimiento feminista y el LGBTTTI. A su vez, si bien representaron un avance, su implementación efectiva no se ha desarrollado del todo. Esto explica, en parte, la masividad del #NiUnaMenos llevado a cabo durante Junio del año pasado. A ello se suma que no se ha avanzado respecto de temas que consideramos urgentes e imprescindibles. En este sentido, el ejemplo paradigmático es el de la lucha por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito en el hospital. Muchxs de lxs funcionarixs del ex gobierno se han posicionado públicamente en contra y los proyectos de ley no han tenido curso. El gobierno de Cambiemos abre una nueva coyuntura para las políticas de género y sexualidades. Fabiana Tuñez fue designada como presidenta del Consejo Nacional de las Mujeres (CNM). Tuñez, ex directora de la Casa del Encuentro, fue una persona clave en una ONG con muchísima legitimidad ante el movimiento de mujeres en la necesaria tarea de registro de los casos de extrema violencia hacia éstas. Sin embargo, este abordaje es acotado dado que peca de un reduccionismo excesivo de las violencias que su-

fren las mujeres a sólo una (la física que culmina en femicidio) y, a su vez, limita el foco de los problemas de las mujeres a una única dimensión (la violencia). Adicionalmente, cuando hablamos de coyuntura de géneros creemos que es muy importante poder incorporar a la perspectiva la política para las lesbianas, trans, travestis, gays, bisexuales y personas intersex, entendiendo que presentan particularidades, reivindicaciones y opresiones que juegan de distintas maneras, aunque muchas veces pueden conjugarse en conjunto. Hasta el momento, una de las acciones más destacadas, fue la convocatoria que se llevó a cabo desde el CNM hacia las organizaciones de la sociedad civil para discutir y presentar los lineamientos del organismo, aunque todavía no hay novedades de posibles articulaciones con el movimiento de mujeres. Estas señales, entre otras, dan cuenta de un modelo con una impronta onegeísta de gestión de política pública a través de la tercerización delegativa de política en otras organizaciones. Muchas feministas “celebraron” la designación, preocupadas sólo por cuánto margen presupuestario se le asignaría a Tuñez. Hoy el panorama parece más grisáceo, dado que, por ejemplo, ya circulan fotos oficiales con Patricia Bullrich y las representantes de la ONG “Vital Voices”, cuyo principal financiador es Paul Singer (fondos buitre), sumado a que a más de 100 días de gobierno aún no se vio cubierto ninguno de los objetivos prometidos a este plazo. Ahora bien, si analizamos el papel de las mujeres en esta nueva oenegeización de las políticas públicas nos encontramos con que, a partir del ajuste estructural y el debilitamiento del papel del Estado para invertir en pos de la re-

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producción social, se incentiva al trabajo no remunerado de las mujeres “colaboradoras” para gestionar proyectos “generadores de ingresos” y programas de “ayuda” a las mujeres más vulnerables. De este modo surge un nuevo régimen patriarcal, donde distintos organismos internacionales financiadores de estas ONGs, como el Banco Mundial o el FMI, son quienes supervisan y explotan el trabajo de mujeres que son reclutadas con el objetivo de capacitar a otras para que puedan integrarse al mercado. Las violencias que no cesan A pesar de la enorme manifestación del #NiUnaMenos del año pasado, no cesaron los casos de violencia, femicidios y travesticidios y no se implementó ninguna política pública de emergencia en concreto para frenar estas manifestaciones de extrema violencia. Incluso, luego del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) de 2015 realizado en Mar del Plata, hubo reiterados ataques y episodios de violencia hacia compañerxs feministas, gays, trans, travestis, lesbianas, intersex, bisexuales y antifascistas, por parte de grupos abiertamente neonazis. La asunción de la intendencia de esa ciudad por el fascista Carlos Arroyo, así como el triunfo nacional de Macri, dan total impunidad a estas expresiones reaccionarias. Un caso más reciente es el secuestro y la tortura ejercida hacia Lautaro Blengio en Miramar, propiciado por la misma policía de la localidad. En La Plata, se vive una situación de militarización de la zona roja de las travestis y mujeres trans, situación por la que se multiplican detenciones arbitrarias con causas inventadas, a la vez que se intensifican las palizas y requisas vejatorias propinadas por los efectivos policiales, solamente para que las compañeras se corran del lugar. El Plan que no vino con alegría Pasaron más de cuatro meses desde que asumió el nuevo gobierno y, a pesar de que es esperado con ansias, no se presentó el prometido “Plan Nacional para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres”. Asimismo, el Estado no promueve ni garantiza la igualdad de derechos y oportunidades en el mundo laboral: las mujeres siguen ganando salarios menores; se encuentran sobre representadas en el desempleo, el subempleo y el trabajo informal; presentan tasas de actividad y empleo menores; se concentran en ramas feminizadas; y presentan dificultades para acceder a puestos jerárquicos

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y de ejercicio de poder. La situación del colectivo LGBTTTI es incluso más acuciante y la falta de estadísticas abona a la invisibilización de sus problemáticas específicas. No obstante, sabemos de la discriminación que tienen las identidades no hegemónicas para el acceso al mercado laboral, y de la discriminación que sufren en él (acoso, burlas, segregación, etc). La situación de las mujeres trans es la más dramática: un 79% se dedica a la prostitución/trabajo sexual, presentan una esperanza de vida de 35 años y altas tasas de muerte por SIDA, enfermedades que no pueden tratarse por no estar incluidas en el sistema de seguridad social. Además, es alto el porcentaje de suicidios. En contextos de ajuste, caída de salario y empleo como el que se viene gestando desde los últimos años, pero con particular violencia desde el acceso del macrismo al gobierno, se ve multiplicada la carga de tiempo de trabajo sobre las mujeres. En estas situaciones, muchas mujeres se ven en la obligación de salir al mercado laboral para mantener los ingresos del hogar, sin ver reducido su tiempo de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. Según un informe del INDEC de 2013 sobre las Encuestas de Uso del Tiempo, las mujeres trabajan en promedio 3 horas más por día que los hombres en tareas no remuneradas, duplicándose esa diferencia si en el hogar hay niños menores de seis años. A la vez, muchos de los recortes son en políticas sociales y de conciliación, lo que impacta negativamente en la provisión social de cuidados. En este sentido, ninguna de las políticas del gobierno de Macri apunta a garantizar la corresponsabilidad de las tareas de reproducción de fuerza de trabajo que recaen, en su mayoría, en cuerpos feminizados. Sin este piso se cercena una posibilidad de avance para una vida más digna de mujeres, lesbianas, trans, travestis y bisexuales. Las mujeres más jóvenes son las más precarizadas laboralmente y son las que tienen más dificultades para conseguir trabajo. La pobreza, la maternidad temprana y la falta de estudios son las principales causas. El embarazo adolescente constituye otra de las grandes dificultades para el acceso al empleo y a la continuidad educativa de las mujeres. Cada 5 minutos una mujer menor de 20 años es mamá en nuestro país y, lo que es peor, cada 3 horas nace un/a niño/a cuya madre es menor a 15 años. En la maternidad adolescente, 7 de cada 10 niñas y jóvenes son pobres. En este sentido, preocupa especialmente la desarticulación del programa Progresar, donde la


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mayoría de las beneficiarias eran mujeres que dependían de este ingreso para poder continuar con sus estudios. Considerando que la maternidad temprana es una cuestión de peso a la hora de pensar trayectorias de vida menos precarias, la dirección del nuevo gobierno tampoco muestra ningún atisbo hacia la legalización del aborto. Una de las situaciones más graves es la del avasallamiento sobre el Programa de Salud Sexual y Procreación Responsable, porque eso implica que a los diferentes centros sanitarios no están llegando los insumos de anticoncepción, hormonización para personas trans, fertilización asistida y, sobre todo, no se pueden garantizar los Abortos No Punibles (ANP). No es casual que muchas ONG católicas hayan intentado, desde la creación del protocolo de interrupción legal del embarazo (ILE), a mediados de 2015, boicotearlo; y si bien no lo lograron, los ANP siguen sin garantizarse en todo el país y la clandestinidad del aborto es la principal causa de mortalidad materna, especialmente entre las mujeres más jóvenes y pobres. Uno de los desafíos del movimiento feminista organizado será entonces reforzar las redes y la sororidad para poder garantizar la práctica en las mejores condiciones posibles a la par de la lucha hacia la legalización definitiva. Este año se vuelve a presentar el Proyecto de Ley de ILE, en donde vertebralmente los cambios serán en la figura de la “objeción de la conciencia”, habiéndose decidido no nombrarla directamente, y la incorporación de “las personas gestantes” como sujetos de protección de la norma (incluyendo así a los varones trans). La lucha da frutos Una sorpresa recibida con gran expectativa es el nacimiento de la Colectiva Lohana Berkins independientes convocado por cinco referentes del colectivo travestis/trans. La colectiva se compone de un arco diverso de activistas y organizaciones para poder llevar adelante un nuevo frente que reúna las demandas de la comunidad trans y travesti como son “Ley de Reparación Histórica” y por el “Cupo Laboral Trans” y que, al mismo tiempo, dinamice las redes de acción y solidaridad en el movimiento LGBTTTI.

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Cómo salir de la trampa de la “Justicia” Otro eje de la política del macrismo refiere al llamado “punitivismo”; es decir que diversos problemas sociales como los que atañen a las mujeres, pero no reducidos a ellos, se resuelven con mayores grados de represión y con penas más duras. Ante ello cabe preguntarse: ¿Nuestros problemas se solucionan con más condenas?, ¿Qué garantías existen de que esta visión no culmine en una criminalización de la pobreza y una exacerbación del racismo? No pensamos que “el botón antipánico” sea la solución a la violencia de género, ni tampoco continuar en un camino que solamente se enfoque en aumentar penas, recrudecer castigos y victimizar a los cuerpos feminizados. Es así que vemos con escepticismo cómo puedan darse las políticas de géneros en el gobierno macrista, esperando (y estando atentxs) que no implique militarizar espacios públicos y desarrollar una política represiva hacia quienes siempre pagan las deudas sociales del cisheterocapitalismo: los sectores populares y las identidades feminizadas. Ejemplo de ello es la Ley Antidiscriminatoria (reclamo desde hace tres años de la FALGBT), que finalmente termina ampliando la tipificación penal de ciertos delitos por causas discriminatorias. Por supuesto, condenamos fuertemente la discriminación en todas sus formas, y entendemos que el debate al respecto es largo, pero no creemos que encarcelando personas vayamos a lograr el cambio cultural que realmente acabe con los hostigamientos y la violencia de género. Dada una coyuntura donde el gobierno ya demostró sus claras intenciones de obstaculizar la obtención de derechos por parte de las mujeres y el movimiento LGBTTTBI, es que creemos necesario organizarnos de cara a mantener las políticas públicas logradas y luchar por su superación. Por eso, apostamos a la construcción de espacios de coordinación y confluencia como la Campaña Nacional contra las Violencias hacia las Mujeres, porque denunciar y visibilizar la violencia machista es avanzar en la lucha contra un sistema capitalista, patriarcal, cisexista y heteronormativo que la avala, reproduce y alimenta. A su vez, también formamos parte de la Campaña por el derecho al aborto libre, seguro y gratuito y la Colectiva Lohana Berkins.


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¿Economistas Para Qué? Corina Rodríguez Enríquez

Licenciada en Economía (UBA). M. A. in Public Policy and Administration (ISS, La Haya). Doctora en Ciencias Sociales (FLACSO). Investigadora Principal del CIEPP-CONICET. Profesora adjunta de Género y Economía, FCE-UBA. Podemos plantear esta pregunta en términos singulares o plurales. Economista para qué, aludiría a una cuestión individual: ¿para qué soy o quiero ser economista? Economistas para qué, en plural, podría entenderse como una pregunta a la razón de ser de los y las economistas en la sociedad. La pregunta también puede hacerse en términos normativos (cuál debiera ser el rol de los y las economistas en la sociedad) o empíricos (cuál es el rol que hoy cumplen los y las economistas en la sociedad). Creo que cualquiera de estas variantes es relevante, porque los y las economistas, tanto como analistas del mundo, como productores de conocimiento y como hacedores de política pública, han ido ganando mucho reconocimiento y espacio. Y... ¿para qué? Considero que la predominancia que la Economía como disciplina y los y las economistas como actores han ido ganando se deriva del desarrollo hegemónico del sistema capitalista. En este contexto, la visión dominante en Economía y quienes la ejercen se han vuelto garantes de la reproducción del sistema. Los y las economistas que producen y reproducen (mediante la enseñanza de la disciplina) conocimiento económico desde la corriente ortodoxa que hoy lo domina, proveen una visión sesgada del mundo que sólo sirve para justificar la regulación del mercado como forma de organización social. Esto se refuerza con la tarea de los y las economistas “opinólogos”, aquellos que desde los medios de comunicación nos dibujan (o desdibujan) la realidad, asegurando que la realidad es lo que ellos y ellas dicen, que los problemas económicos son los que a ellos y ellas les preocupan, y la manera de solucionarlos las recetas que ellos y ellas enuncian. Y finalmente están los y las economistas que ocupan posiciones de poder y de toma de decisión en las empresas y en el Estado. Quienes trabajan en empresas privadas, activan en la práctica el principio de optimización que tanto pregona la teoría: ¡maximizar la ganancia! Entre quienes participan en la gestión de las políticas públicas podemos encontrar variedad según las épocas y los gobiernos, pero lo cierto es que no abundan aquellos y aquellas economistas que utilizan la herramienta de la política para desafiar al sistema. Entonces... ¿economistas para esto? Ciertamente esa no es la idea cuando enuncio la pregunta de manera singular. ¿Para qué soy economista? ¿Para qué me hice economista? Para entender la realidad y para cambiarla en un sentido positivo. Cuando me gradué como economista en la Universidad de Buenos Aires sentí que ninguna de las dos cosas iba a ser posible con las herramientas recibidas de la formación ortodoxa que brindaba (y sigue brindando) la carrera tal como se dicta en la UBA. Y temí convertirme en una economista como la de los párrafos anteriores.


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Pero hay otras miradas desde la Economía. Miradas heterodoxas que reconocen la Economía como una ciencia social, y su práctica como un compromiso político, se ejerza desde el lugar donde se ejerza. Yo encontré esa posibilidad de reconciliarme con la Economía a través de la mirada de la Economía Feminista. Desde esta visión pude entender que no todo lo que había aprendido era inservible, que había además otras herramientas posibles, que existían otras y otros economistas que compartían mi preocupación central por la desigualdad, y que era posible entender la Economía y su práctica como un programa académico, pero también político. También entendí que la mejor forma de ser economista es en relación con otras disciplinas. Que las visiones desde otras ciencias sociales suman y complejizan. Que puede ser tan riguroso un desarrollo econométrico, como un estudio cualitativo bien hecho. Y que con ambos se “hace Economía”. Que tiene tanto valor encontrar nuevas preguntas, como dar con las respuestas más adecuadas. Que lo mejor que nos puede pasar, es desconfiar de los supuestos. Yo me “crié” como economista en los 90. Era una época hostil para entender la Economía desde este punto de vista. Pero sobreviví, como economista, porque no me conformé. El inconformismo me permitió encontrar otras maneras de entender, pensar y vivir la Economía, como disciplina teórica y como práctica académica y política. La pregunta que inspira esta reflexión debiera ser práctica habitual de las y los economistas. Por suerte, no hay formalización matemática posible para su respuesta.


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¿Qué propone la economía feminista? Patricia Laterra

Licenciada en Economía (UBA). Maestranda en Estudios Interdisciplinarios de Género. Activista feminista en la Colectiva Desde el Fuego. Miembro del equipo coordinador de las Jornadas Interdisciplinarias de Géneros y Disidencia Sexual Degenerando Buenos Aires.

Sin nosotras, no se mueve el mundo Territorio Doméstico, en las manifestaciones de Madrid por los derechos de las trabajadoras domésticas Revolución en Punto Cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. No solo estamos oprimidas como mujeres: estamos oprimidas por tener que ser mujeres (u hombres, según el caso). El sueño que me parece más atractivo (…) es el de una sociedad en que la anatomía sexual no tenga ninguna importancia para lo que es una persona, lo que hace y con quien hace el amor. Gayle Rubin El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo.

La economía –a pesar de ser la disciplina social menos sensible a las rupturas conceptuales (Carrasco, 1999)- no fue ajena al proceso de crítica teórica y metodológica de las disciplinas sociales y humanas ocurrido en las últimas décadas. A partir de los años sesenta, la masiva entrada de las mujeres occidentales de clase media a los estudios superiores y al mercado de trabajo asalariado, junto con la renovación y difusión de las ideas y los movimientos feministas, surgieron cambios que también impactaron en el ámbito académico. Este impacto afectó no sólo en la inclusión de las mujeres en las temáticas a investigar, sino también en el modo en que se replantearon los problemas de investigación y las formas de enfocarlos y resolverlos. Dos cuestiones fueron de particular relevancia para este cambio en la teoría social: la discusión de la categoría género y, con esa discusión, la aparición de nuevos enfoques.

Este artículo se propone aproximar someramente conceptos fundamentales que hacen a la perspectiva de género y la epistemología feminista de la economía. Se desarrollará la importancia de la aparición de la categoría género y cuál es la función del androcentrismo en la economía. Asimismo, se aportará en la crítica a los supuestos de la Escuela Neoclásica que hacen de ésta una perspectiva casi incompatible con las miradas feministas. Por otra parte, se desarrollarán las diferentes miradas sobre la economía y el género y la economía feminista desde una perspectiva epistemológica. Por último, y lejos de entenderse como un conjunto monolítico, se desarrollan brevemente algunas miradas que conviven dentro de la economía feminista.


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¿Qué plantea la aparición de la categoría género? El género es ante todo una categoría polisémica y no unívoca. Además de ser una construcción social, es también una construcción histórica y cultural que se organiza a partir de la diferencia sexual. En todo momento de la historia y en las variadas dinámicas sociales las relaciones de género no se comportaron de una misma manera. Un acercamiento posible nos puede llevar a retomar su origen médico y biológico, y su posterior apropiación por parte de la academia y el feminismo, para luego explicar que el sexo biológico, la sexualidad y la identidad son factores que hacen a la diferenciación social de las personas. Parafraseando a Amaia Pérez Orozco y Sara Lafuente (2014) entendemos que es ampliamente reconocido que en todas las sociedades y contextos socioculturales existe un orden de género, con jerarquías que subordinan a las mujeres y las y los sujetos feminizados, que establecen el privilegio de lo masculino y su mayor valoración, y por ende subvaloran lo femenino. Este orden configura un entramado de relaciones de poder y control (que no escapa a la división sexual del trabajo) sobre la esfera de lo femenino y las mujeres. Opera en la realidad configurando modelos de interacción y significación permeados por valoraciones inequitativas de lo femenino y lo masculino y sitúa a las mujeres, lesbianas, trans* , bisexuales, gays y toda aquella persona que se aleje de la norma heterosexual en una posición de desventaja y condiciones de vida no equitativas. Ahora bien, la existencia de la categoría género se plantea como herramienta necesaria pero insuficiente a la hora de ofrecer tanto una explicación como un tratamiento adecuado para un mejor acercamiento a la desigualdad de género en la sociedad. Es posible encontrar acepciones que suponen, erróneamente, que género constituye una manera más académica de decir mujeres (Scott, 1986; Faur, 2008). Lejos de esta acepción, desde fines de los 70 en adelante, el pensamiento feminista introduce en la categoría género un factor clave para cualquier análisis. El género es ante todo una categoría relacional que refiere a las dinámicas jerárquicas que se dan a partir de la diferencia sexual en el universo de la masculinidad y feminidad, entre varones, mujeres y personas que migran de la heterosexualidad y la hetero-

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norma. La categoría género ayudó a visibilizar que el problema no eran “las mujeres” sino cómo las relaciones de poder desigual entre varones y mujeres, cuya afirmación es cotidiana, construye identidades y vínculos marcados por una asimetría simbólica y material (Faur, 2008). Una década más tarde, otro concepto complejizaba el resultado de pensar las opresiones construidas socialmente. La interseccionalidad, proveniente de los estudios del feminismo negro pone de manifiesto que la raza, la etnia, la orientación sexual, la edad, el lugar en la estructura de clases, la diversidad funcional, son factores determinantes para analizar las realidades y la socialización de las personas. Este concepto señala que un tipo de discriminación interactúa con dos o más grupos de discriminación y crea una situación única. A partir de tales incorporaciones, aparecen nuevos enfoques que develan el sesgo androcéntrico de la forma de conocimiento predominante de esta época, el saber científico. Como subyace en el texto de Diana Maffía “Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica” el saber científico se formaliza a través de transformar en universales las normas y los valores que responden a una cultura construida por el dominio masculino y defensora del mismo. Este fenómeno se conoce como androcentrismo, y se expresa como la perspectiva que tiene al varón blanco y heterosexual como la medida de todas las cosas, como el parámetro y el enfoque de todas las investigaciones y que toman los resultados como válidos y extrapolables a la generalidad de los individuos, hombres y mujeres (Sau, 1981). Éste permea en la producción de conocimiento como en el imaginario colectivo y moldea la estructura del lenguaje a sus reglas. El androcentrismo y la producción de conocimiento en la economía Ya desde el siglo XIX, con la primera ola del feminismo, diversas autoras escribieron sobre los derechos de las mujeres que incluían, entre otros, el derecho a tener un empleo, denunciando las desigualdades en las condiciones laborales y salariales. Sin embargo, como se describió anteriormente, no es hasta la entrada masiva de las mujeres de clase media, blancas, al mercado de trabajo, las formalizaciones de las prácticas de los movimientos feministas y la entrada a la academia, que se inicia lo que ha venido a denomi-


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narse miradas de la Economía Feminista, con la crítica a los paradigmas y escuelas existentes y sobre todo a la concepción neoclásica de la economía. Vale aclarar la importancia de la crítica a dicha escuela: “(...) a diferencia de otras disciplinas, la economía está claramente bajo el control hegemónico de un paradigma –el neoclásico- que se nos presenta sin fisuras y con unos supuestos que hacen prácticamente imposible que pueda dar respuesta a las problemáticas planteadas desde la economía feminista. Más aún, cuando estas problemáticas se asumen y analizan dentro del paradigma neoclásico, la forma de enfocarlas no conduce a una explicación del fenómeno que ofrezca posibilidades de transformación social; sino que, por el contrario, lleva a justificar la situación social de desigualdad por razones de sexo de las mujeres (Humphries, 1995)” (Carrasco, 2006). De aquí, que muchas autoras sostengan que la economía feminista y la teoría dominante son totalmente incompatibles (Carrasco, 2006). Además de esta matriz fundamental para la crítica, la Escuela Neoclásica es criticada por la tendencia a esencializar los roles respecto del sexo biológico, que simplifica y estereotipa la naturaleza de la vida de las personas, las relaciones sociales y las motivaciones económicas. Asimismo, la propia definición de las fronteras de la economía (según la Escuela Neoclásica y otras concepciones allegadas) –que considera sólo la economía de mercado- es estrecha y excluyente (Carrasco, 2006). Al enfocarse de modo exclusivo en el mercado, se invalida una dimensión de análisis tan necesaria y real como la realización de trabajos para la reproducción de la fuerza de trabajo, indispensables para que pueda funcionar el propio mercado. Con esta perspectiva se impide debatir sobre lo que es un elemento esencial de la economía feminista: la satisfacción de las necesidades básicas de subsistencia y la calidad de vida de las personas (Carrasco, 2006). Economía, ¿con perspectiva de género o feminista? A pesar de tener un recorrido común, la economía vista desde un punto de vista feminista, no puede considerarse como un conjunto monolítico. Tanto por la diversidad -investigadores/as provenientes de distintas escuelas de la economía y diversas tradiciones del feminismo- como por la interdisciplinariedad con otros campos de estudio cercanos -como la sociología, la antropo-

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logía, la historia- lo habitual de una perspectiva feminista es la multiplicidad para poder analizar los diferentes fenómenos sociales. Sin pensarse como compartimentos estancos, se pueden identificar tres grandes miradas desde una perspectiva feministas de la economía (Pérez Orozco, 2014). La economía del género plantea que para poder mejorar la situación de las mujeres, es necesario su inclusión y visibilización. Una herramienta clave para la tarea es la desagregación de datos por sexo biológico, para percibir las diferencias en el reparto de trabajos y los recursos. Su ámbito de incidencia fundamental es el mercado. Las relaciones de género se introducen para explicar las discriminaciones en el mercado laboral y las desigualdades en el acceso a recursos, prestaciones y el mercado. Por consecuencia, el problema central y un objetivo político es la eliminación de las barreras visibles e invisibles que impiden el acceso a las esferas económicas (Pérez Orozco, 2014). Desde posturas críticas en la epistemología feminista, este tipo de enfoques se describen como “añada mujeres y revuelva” (Harding, 1986; Hewitson, 1999), ya que se percibe la creencia que el sesgo androcentrista se puede superar de esta manera. Para esta mirada, el problema de la subvaloración de las mujeres es en última instancia “algo social” producto de la construcción ideológica y cultural que impacta posteriormente en la estructura económica pero que esencialmente es distinta a ella, revelando una escisión entre las dinámicas del mercado y las de género (Pérez Orozco, 2014). Sin embargo, su perspectiva de resolución es fundamentalmente individual, a través de la eliminación de barreras y la mejora de la igualdad de oportunidades como un cúmulo de procesos individuales, desconociendo este problema como un entramado de procesos sistémicos. ¿Qué propone la Economía Feminista? Dentro de las perspectivas que se plantean como feministas, se pueden encontrar dos grandes miradas que comparten elementos distintivos de la perspectiva de género. El primero es la ampliación del ámbito de análisis que se extiende a todos los procesos de aprovisionamiento social, más allá del mercado. El segundo es la inclusión de la categoría analítica género que, como vimos, se entiende como un concepto relacional y constitutivo de la desigualdad de los sistemas socioeconómicos. El tercer elemento es la convic-


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ción de que el conocimiento tiene una función social y sirve a objetivos políticos, de aquí que se establece un compromiso ético para su transformación desde una perspectiva feminista. Para estas miradas ponerse las gafas de género conocidas como violetas (¡aunque no olvidemos las multicolor!) es una necesidad tanto para romper con el paradigma androcentrista como para no crear falsas metanarrativas sobre el lugar desde donde se entiende y se enuncia a “las mujeres”. Lejos del “homo economicus”, del sujeto “objetivo” ceteris paribus, de “la mujer”, la economía feminista plantea que la diversidad de subjetividades, trayectorias de vida, pertenencias de clase, raza, etnia e identidad genérica y sexual no son indiferentes para explicar y actuar ante los fenómenos que suceden en ésta: las mujeres podemos ser pobres pero también pertenecer a diferentes estratos sociales, algunas además decidir ser mujeres y lesbianas, bisexuales, trans, travestis, ser de la periferia, del centro, negras, hispanas, caucásicas, musulmanas, algunas deciden ya no ser ni sentirse sexo-biológicamente mujeres pero sus cuerpos se leen como sujetos mujeres por eso también hablamos de sujetos feminizados. Partir de este punto de vista tiene como objetivo político la enunciación de experiencias que no remitan a un sujeto “único” mujer para crear verdades universales sobre su discriminación. Las gafas sirven para visibilizar todo aquello que quiere ser invisibilizado y silenciado. El descubrimiento del otro oculto manifiesta que las mujeres (y todos aquellas sujetxs feminizadas) que no están en el mercado laboral, bien lejos de estar inactivas, están muy presentes en la economía (Pérez Orozco, 2014). Al respecto, Silvia Federici acerca una cita muy acertada para entender el trabajo invisibilizado: (...) la jornada laboral que efectuamos para el capital no se traduce necesariamente en un cheque, (que) no empieza y termina en las puertas de la fábrica (...) observamos que, aunque no se traduce en un salario para nosotras, producimos ni más ni menos que el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capitalista: la fuerza de trabajo. El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es la crianza y cuidado de nuestros hijos ―los futuros trabajadores― cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo

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el capitalismo. Esto significa que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas, minas [o universidades] (Federici, 2013). A la visibilización en la economía de estos trabajos se le otorgan diversos nombres que, a su vez, responden a diversos posicionamientos teóricos y políticos: reproducción, reproducción de la fuerza de trabajo, hogares, trabajo doméstico, de cuidados, etc. (Pérez Orozco, 2014). Esta visibilización reconstruye el mapa visible e invisible con un concepto fundamental para la economía (feminista): la división sexual del trabajo, que se dará en el mercado o fuera de él, que será remunerado o no se verá la más mínima retribución (monetaria) por el mismo. La incorporación al objeto de estudio de más esferas propone el desafío de reformular el análisis para abarcar aquellas dimensiones socioeconómicamente ocultas y poder contar con un panorama integrador de la economía. Esto también implica la tensión de abandonar los viejos ropajes metodológicos para dar paso a nuevos conceptos, categorías analíticas, métodos que puedan dar cuenta de las experiencias de las esferas feminizadas, poniendo en tensión andamiajes que habían sido pensados para comprender los procesos mercantiles y las experiencias de aquel homo economicus, varón, blanco, burgués u obrero, occidental y heterosexual. Ejemplo de esto son las críticas asociadas a las herramientas diseñadas para comprender el mercado laboral (Pérez Orozco, 2014), como las divisiones estrictas entre actividad e inactividad, empleo y desempleo que no se asocian a las dinámicas económicas feminizadas, que son más móviles y flexibles. Otro aspecto que tensiona, al mismo tiempo que se incorpora como un desafío enriquecedor, es la capacidad de estas miradas de trascender los análisis ahistóricos y desterritorializados. Sobre abundan los textos que generalizan la realidad occidental eurocéntrica moderna como universal y el mercado en el capitalismo como si siempre hubiese existido este elemento y este modo de producción, negando la existencia de relaciones de poder que condicionan el funcionamiento de la economía y la articulación de múltiples sistemas y dinámicas. En este sentido, se fomenta la incorporación de


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un análisis multinivel que introduzca de forma transversal las preguntas relativas a los sistemas y las relaciones de poder. Asimismo, existe una clara apuesta a la interdisciplinariedad del análisis, donde los límites de “lo económico” se difuminan, sin pretender (como las personas amigas les gusta recordarnos) que todo sea economía/ economicista. Al respecto, y porque conocemos que al derribar los límites de lo que se considera estrictamente “económico” se critica si las perspectivas son pertinentemente científicas, nos es necesario traer a colación la cita de Diana Maffía del texto “Epistemología feminista: La subversión semiótica de las mujeres en la ciencia” (2007) en la cual nos recuerda que quizás uno de los motivos que explican que a casi veinte (treinta) años del desarrollo de la epistemología feminista, sus críticas no hayan penetrado suficientemente las comunidades científicas, sea que es vista como una ideología o una crítica social por fuera de los métodos legitimados por la ciencia misma para evaluar conocimientos. Para la autora, el desafío del feminismo en la academia consiste en mostrar que el proceso y producto del quehacer científico está intrínsecamente relacionado con el vínculo sexista entre las teorías científicas y la propia comunidad académica, y señalar que una mayor apertura en las comunidades conducirá a una ciencia menos sesgada (y por lo tanto, si se desea, más genuinamente “universal”) (Maffía, ¿Es sexista la ciencia?). Por último, estas miradas encuentran una pérdida de confianza a la retórica de la igualdad de oportunidades. Entienden a la desigualdad de género como una categoría relacional y constitutiva del sistema por lo que encuentran una fuerte limitación si no se viabiliza una transformación en el sistema que degenere roles y estereotipos endilgados a las personas según el tipo de sexo biológico con el que nacen. Al mismo tiempo, consideran necesario para llevar adelante vidas más dignas transformar tanto las relaciones de producción como la organización social de la sexualidad. Sin embargo, este planteo no descarta que son bien vistas las tácticas y estrategias de políticas públicas y discriminaciones positivas que permiten ganar terreno y mejores condiciones de vida que permitan generar un tránsito hacia esa transformación del sistema planteada. En síntesis, retomando a Corina Rodríguez Enríquez (2015): (...) la economía feminista es una corriente de pensamiento que se concentra en

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reconocer, identificar, analizar y proponer cómo modificar la desigualdad de género como elemento necesario para lograr la equidad socioeconómica. En este sentido, la economía feminista es un programa académico pero también político. No tiene una pretensión aséptica de describir la realidad (como aquella que se atribuyen los economistas neoclásicos), sino un objetivo político de transformarla en un sentido más igualitario. Miradas dentro de miradas Siguiendo el análisis de Amaia Pérez Orozco en el libro Subversión feminista de la economía (Perez Orozco, 2014) podemos clasificar diferentes miradas que se encuentran contenidas en las perspectivas que podemos identificar como feministas. Un elemento distintivo sustancial son los diferentes grados de ruptura de la “caja de herramientas” tanto del mainstream ortodoxo como de las estructuras epistemológicas más tradicionales de la heterodoxia económica. Otros elementos a considerar son el grado de separación de los planteos políticos y las reivindicaciones propuestas que implican en mayor o menor medida romper o reformular el sistema socioeconómico. Cabe aclarar nuevamente que estas miradas no se entienden como compartimentos estancos, sino que no es unívoco el grado de pertenencia o alejamiento de las diferentes perspectivas en ellos por parte de las personas que se desenvuelven en la corriente de pensamiento. Se distingue entonces una primera perspectiva denominada economía feminista integradora. Esta perspectiva, a grandes rasgos, intenta integrar los conceptos y contenidos que emana dentro del mercado y las reivindicaciones en torno a ello. El punto de partida epistemológico encuentra tensiones en la difícil renuncia de la objetividad y las metanarrativas que permitan explicar las desigualdades de género en la economía. Sin embargo, cabe destacar que apuesta en su discurso a visibilizar la diversidad de mujeres y subjetividades en la economía. La economía más integradora saca a la luz el trabajo no remunerado, con lo cual se amplía el mundo del trabajo y aparece una esfera de actividad económica que antes no se veía (Pérez Orozco, 2014). Algunas concepciones dentro de esta perspectiva adhieren a la economía de los últimos doscientos años como parte del patriarcado capitalista, que se inscribe en un desglose dual, donde el capitalismo opera en el mercado –que es el espacio de disputa del trabajo remunerado,


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entendido como el espacio público- y el patriarcado opera en los hogares, donde el trabajo está invisibilizado, y opera en el ámbito privado-doméstico. La perspectiva de entender a la economía como un patriarcado capitalista es criticada por el hecho de la dificultad de interaccionar las dinámicas de ambas esferas y su entretejido, al tiempo que es difícil poder brindar explicaciones que no universalicen y despojen de historia a los fenómenos. Poder reformular la construcción desigual y sexuada de la economía es un objetivo básico para esta mirada. Para lograrlo, y de esta manera conseguir un mayor bienestar, es necesario que las mujeres puedan acceder plenamente al mercado laboral, y para ello es necesario el reparto más equitativo de las tareas de reproducción social y el trabajo no pago, fundamentalmente a través de políticas económicas, sociales y también públicas. En este sentido, su actual hincapié es en el desarrollo de la perspectiva de la corresponsabilidad que plantea que los trabajos de reproducción son de cuidados y han de repartirse de manera equitativa, por dos vías: en el hogar, entre varones y mujeres, y entre el hogar y el sector público. Vuelve a tener relevancia cómo las mujeres ingresan al mercado de trabajo, mostrándose fenómenos de segregación vertical pero sobre todo horizontal, mercantilizando los trabajos de cuidados pero sin una redistribución concreta y una degeneración de roles y estereotipos de las persona que encarnan esos trabajos ahora remunerados –es decir, estos trabajos los siguen llevando adelante mujeres y sujetxs feminizados. Otro aspecto a tener en cuenta es que muchos servicios de cuidados no son provistos por el sector público y su derivación al mercado no puede ser alcanzada por los estratos de más bajos ingresos. Para esta perspectiva es un desafío instalar y desarrollar en las agendas de políticas públicas una mejor provisión de la organización social del cuidado así como también una mejor inserción en el mercado de trabajo de las mujeres y sujetos feminizados. Una segunda mirada dentro de las perspectivas que se consideran feministas puede ser denominada como economía feminista de la ruptura. Su objetivo principal es poner de manifiesto los procesos de sostenibilidad de la vida, entendiendo la socioeconomía como un circuito integrado de producción-reproducción, trabajo remuneradono remunerado, mercado-Estado-hogares, po-

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niendo en el centro la generación de condiciones de vida que se desee ser vivida y corriendo del eje de los procesos de valorización de capital (Pérez Orozco, 2014). Para ello, una herramienta fundamental es partir de conocimientos situados que no busquen una verdad absoluta, ni metanarrativas que universalizan, sino miradas que puedan encontrar diálogo y crear mapas y redes entre las perspectivas interdisciplinarias. En este sentido esta perspectiva busca desestabilizar las categorías estáticas, por ejemplo varón-mujer, poniendo de manifiesto las relaciones de poder de la organización social de la masculinidad y haciendo visible que el sistema tiene un carácter heterosexual incorporando la noción de heteropatriacado. Al mismo tiempo se propone difuminar las nociones que dividen al trabajo entre remunerado o no, y al mundo del trabajo del resto de las actividades vitales. Entienden al sistema-economía como “esa cosa escandalosa” (Haraway, 1991), término que Dora Haraway utiliza para entender una forma plausible de la conjunción entre sistema socioeconómico capitalista, heteropatriarcal, racialmente estructurado, neocolonialista, antropocéntrico y la lista sigue. La perspectiva rupturista entiende que bajo la preeminencia de la acumulación de capital, la vida siempre estará bajo amenaza, porque no es más que un medio para el beneficio (Pérez Orozco, 2014). Se propone cuestionar tanto la relación salarial como la estructura capitalista, medioambiental, heterosexista en su conjunto, al mismo tiempo que asevera que ninguna lucha anticapitalista que no desestabilice las esferas invisibilizadas donde se está absorbiendo la dureza del conflicto capital-vida podrá cuestionar a fondo el statu quo. Su propuesta se basa en pensar y practicar qué es el buen vivir, dando en un vuelco sistémico, que proponga construir esa perspectiva democráticamente y de manera colectiva. En síntesis, entienden que no será posible la eliminación de las desigualdades de género si no se trastoca material y éticamente esa cosa escandalosa. Conclusión Este artículo repasó someramente algunas de las miradas de la economía de género y feminista desde un punto de vista que intentó recuperar, por sobre todo lo planteado, sus aspectos epistemológicos. Se planteó tal tarea porque en muchas


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oportunidades en nuestra comunidad académica no se termina de comprender que los aspectos y cuestionamientos que incorpora la economía feminista son esenciales para poder concebir una sociedad más justa. Esta incomprensión puede ser entendida en la escuela neoclásica, cuyo núcleo epistemológico no permite permeabilidades, menos aún aquellas que remitan a una transformación social. Sin embargo, nos resulta un poco más llamativo la poca apropiación de las herramientas de la economía feminista para analizar la realidad desde una perspectiva heterodoxa. Lo que nos es posible observar es que todavía se confina a esta corriente del pensamiento a producir conocimiento y dialogar consigo misma, cuando tiene muchísimos herramentales para discutir el mercado de trabajo, las políticas públicas, económicas, sociales, las estrategias nacionales y globales de desarrollo, con todo el marco teórico que inscribe a la economía heterodoxa. Creemos deseable y necesario que la perspectiva feminista se impregne en los programas académicos, las jornadas, congresos y paneles y en las hojas de los diarios.

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Asimismo creemos que, para cambiar la vida de las personas, no es suficiente entender cómo funciona y cómo está organizada la vida social, también es necesaria la acción para hacer equitativo este mundo social, por lo que adherimos férreamente que la economía feminista además de ser un programa académico es un programa político. Como tal, también es deseable que las organizaciones sociales, políticas y sindicales, lo tomen como propio para comenzar a dar en nuestras manos, esa vuelta de tuerca. Lejos de pensar que los problemas que históricamente padecen las mujeres y sujetos feminizados son solamente de aquellxs, sino una necesidad de todas las personas porque somos vulnerables e interdependientes, tomamos el compromiso feminista de una inscripción de una ética práctica y política necesaria para poder terminar con las desigualdades de los sujetos feminizados en particular, y el cambio social progresivo en general.

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Rodríguez Enríquez, C, (2015). Economía feminista y economía del cuidado. Aportes conceptuales para el estudio de la desigualdad. Revista Nueva Sociedad. Disponible en http://nuso.org/articulo/economia-feminista-y-economia-del-cuidado-aportes-conceptuales-para-el-estudio-de-la-desigualdad Rubin, G. (1998) [1975] “El tráfico de Mujeres: Notas sobre la “economía política” del sexo”, en Navarro, M y Stimpson, C. (comp): ¿Qué son los estudios de las mujeres? México, Fondo de Cultura Económica. Sau, V. (1990). Diccionario ideológico feminista. Barcelona, Icaria. Scott, J. W. (2008). Género e historia. México, Fondo de Cultura Económica. Existen múltiples acercamientos al concepto de género como categoría analítica. Excede a este escrito un análisis exhaustivo de la categoría. Para un mayor desarrollo véase Bach, 2015; Campagnoli, 2015; Faur, 2008; Scott, 2008. 2 Trans* consideramos a las personas trans*, travestis y transgénero. 3 Al respecto la escritora, profesora y activista feminista italiana Silvia Federici comenta “lo que llaman amor, nosotras lo llamamos trabajo no pagado”. 1


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Aproximación a la Economía Feminista Candelaria Botto.

Estudiante avanzada de la Licenciatura en Economía (FCE-UBA). Becaria Propai en el CEPED-IIE.

En el presente artículo nos proponemos desarrollar una introducción a la Economía Feminista. Para ello, la desarrollaremos a partir de distintos ejes que, creemos, muestran no sólo su necesidad sino también su potencialidad. Para comenzar, situándonos en un piso común y simplificando el análisis, presentamos la definición de los conceptos en cuestión: Economía: la definimos como la ciencia que estudia cómo se organiza una sociedad para producir sus medios de existencia que, distribuidos entre sus miembros y consumidos por ellos, permiten que la sociedad pueda reproducirlos, proveyendo de una forma constantemente renovada la base material para el conjunto de la reproducción de la sociedad en el tiempo. Feminismo: lo definimos como la lucha por la igualdad de las mujeres y los varones en tanto seres genéricamente humanos, es decir, la lucha por la igualdad de condiciones, derechos y obligaciones económicas, políticas y sociales. Una vez definidos individualmente podemos pasar a preguntarnos qué implica su conjunción, es decir, ¿qué es la Economía Feminista?, ¿cómo surge?, ¿de dónde emerge?, ¿por qué es relevante su estudio? Introducción a la Economía Feminista ¿Qué es? A grandes rasgos podemos explicar la economía feminista mediante dos acepciones; cada una de éstas, prefigurará un camino específico de desarrollo. Por un lado, podemos decir que es el campo de la ciencia económica que trata las proble-

máticas de género; por el otro, podemos pensar a la economía feminista como una nueva forma de analizar la ciencia económica, como una superación de la misma. En este punto, es importante aclarar las consecuencias que tiene cada perspectiva de análisis. La primera, coincidente con el sentido común que heredamos de nuestra formación, continúa con la tradición de la ciencia del último siglo, fragmentando el campo de estudio en distintas especializaciones que desarrollarán su objeto sin tener en cuenta la unidad de investigación, recortando su zona del “resto”. La implicancia de esto se puede resumir en la frase “divide y reinarás”, ya que dicha fragmentación le costó a la ciencia su potencial liberador, relegándola a ser funcional al sistema capitalista a través de la reproducción de la ideología. En particular, esto se observa en la ciencia económica, con el paso de la Economía Política a la Economía, es decir, a la “economía” escindida de la “política”. La primera, inaugurada por los clásicos, tiene como objeto de estudio la totalidad del intercambio y la circulación, incluidas las relaciones de clase que acarrean. Al separarse la economía de la política, en la era neoclásica –movimiento que se da en la ciencia en general, cuando se definen distintos campos de estudio en áreas antes unidas-, se naturaliza la explotación del humano por el humano a través de la segregación de distintos mercados que se supone están relacionados y determinan la remuneración de los factores productivos, igualando de esta forma el capital, la tierra y el trabajo a sus productividades marginales. Entendemos que tales abstracciones no hicieron más que conducir a la ciencia económica a un sendero de naturali-


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zación del capitalismo, por ello, decimos que es un conocimiento funcional al sistema. En este sentido, consideramos que en este paradigma científico, la economía feminista queda delimitada al marco de los problemas de género sin tomarlos como parte de los problemas intrínsecos al sistema general, sino más bien como “fallas” del mismo a solucionar, desviando del foco cómo estas acciones sistemáticas en contra de colectivos particulares nos marcan un campo de estudio muy alejado al de la economía mainstream del último siglo. Ahora bien, si pasamos a la segunda forma de entender a la economía feminista, consideramos que es aquella que no sólo denuncia las diferencias existentes entre los colectivos, sino que, a su vez, exige un estudio científico de las mismas, integrando al análisis a los colectivos antes excluidos. En este sentido, reclama la inclusión de estas problemáticas a un estudio que en su lado tradicional invisibiliza las diferencias, reproduciendo y reforzando los estereotipos de género, por ejemplo, a través de la investigación del homo-economicus. Este individuo, que se supone es el representativo de la sociedad, coincide con el hombre patriarcal: un hombre hétero, de mediana edad, proveniente de una posición económica acomodada, es decir, que estudiamos la ciencia económica a través del individuo que posee las mejores oportunidades de vender su mercancía fuerza de trabajo. Para muchos estudiantes, esto nos pasa desapercibido, ya que no se aclaran las implicancias de semejante recorte en la población. De hecho, se presenta como el único método posible de análisis, sin decir que de esta forma se margina, como excepción a la regla, a cualquiera que no cumpla con los mandatos de la “normalidad”. Entendemos a ésta como una entre tantas manifestaciones de que el sistema económico capitalista es patriarcal. En este marco, la economía feminista defiende la necesidad de una transición que debe basarse en la reorganización de los tiempos y los trabajos de forma más equitativa, organizando consumo y producción de una nueva manera. Se observa, así, que la base de todo análisis crítico implica poner en cuestión al sistema capitalista per se. Desde esta perspectiva, entonces, la economía feminista puede ser definida como otra forma de ver la economía y la sociedad, en contraposición a una economía que sólo tiene en cuenta al mercado, invisibilizando todo lo que hay por debajo. Esta tendencia económica feminista pretende ir

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hacia una economía que tenga como eje central la vida de las personas, la economía de los trabajadores, teniendo en cuenta tanto el ámbito privado como el público. ¿Cómo surge? Ahora que mostramos a la Economía Feminista como una nueva forma de estudiar la ciencia económica, pasemos a analizar de dónde surge, ¿cuál es su necesidad? Creemos que la respuesta más fértil se encuentra en el análisis de la inclusión de la mujer al ámbito público, tanto económico como político. En este sentido, desde fines del siglo XIX, se puede observar la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. De esta forma, la mujer sale del ámbito privado del hogar para convertirse en un agente económico, una vendedora de fuerza de trabajo . Ahora bien, si decimos que la problemática de género se engendra en la inserción de la mujer al ámbito público entonces podemos entender esta problemática en dos sentidos. Por un lado, tenemos el hecho de que, a pesar de que la mujer pasa a ser un agente económico y político, esto no la libera del dominio privado. Por el contrario, se observa una continuidad en la cualidad de las tareas que desempeña, es decir, las tareas de cuidado del hogar y crianza de los hijos/as se naturalizan como propias de las mujeres. Esto implica que, al incorporarse al mercado de trabajo, la mujer comienza a tener una “doble jornada laboral”: una es remunerada, mientras que la otra sigue en la invisibilidad del ámbito privado. Por el otro lado –aunque complementado y reforzado por el punto anterior-, se encuentra el hecho de que la mujer se incorpora al espacio público más tardíamente de lo que lo hacen los hombres, lo que dificulta tanto su inserción como su reconocimiento. En este sentido, se puede trazar un paralelismo entre dicha situación y la incorporación tardía de los países periféricos, como espacios nacionales independientes de las colonias, al comercio internacional, tema familiar para cualquier estudiante de economía. De hecho, la periferia siempre formó parte del comercio internacional en el sistema capitalista; en un principio, lo hacía como colonia, por lo que el excedente era tomado directamente por los países centrales. Cuando se independiza la periferia, ésta mantiene una continuidad en las actividades que produce, lo que le prefigura un sendero de crecimiento distinto del que tendrán los países centrales, que se especializan en ramas de capital más intensivo y compran a la periferia la producción de ramas menos especializadas. El


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paralelismo se encuentra en que el trabajo de la mujer en el ámbito privado siempre fue parte del trabajo social necesario para la reproducción del sistema, como lo fue la extracción directa del excedente de las colonias. Cuando la mujer se incorpora al mercado laboral, también mantiene una continuidad con las tareas que realizaba (tareas del hogar y de la crianza de los niños), tareas que le prefiguran un determinado sendero a la venta de su fuerza de trabajo. En el mismo sentido, la mujer encuentra muchos inconvenientes al querer especializar su fuerza de trabajo, tabas que logra superar durante el siglo. Sin embargo, aun no logra conseguir ser igualmente remunerada que la fuerza de trabajo masculina. Como resultado, entendemos que la incorporación tardía de la mujer al mercado laboral, dominado por varones, la deja en una situación de mayor explotación de su capacidad laboral, que se traduce en trabajos más precarizados o en salarios menores ante el mismo tipo de trabajo. Por lo tanto, es posible ver cómo ambos procesos se retroalimentan, dejando a la mujer a cargo de los trabajos que tienen relación con el cuidado y la reproducción de la fuerza de trabajo, que son en general mal remunerados. Incluso si la mujer lograse superar estas barreras y consigue profesionalizarse, encuentra que su trabajo es menos reconocido que el de su compañero varón. A partir de este breve planteo, cabe preguntarnos hoy, en 2016, luego de más de un siglo de luchas de las mujeres por conseguir las mismas condiciones y oportunidades laborales que los hombres, ¿cómo es que aún los puestos de alta gerencia, con alta especialización son ocupados en su inmensa mayoría por hombres? Podemos aproximarnos a una respuesta si consideramos que esto se debe a que aún hoy la mujer sigue acotada al mundo privado, a través de una cultura que enseña a las niñas a ser madres y a los niños a ser proveedores, una cultura anacrónica que tiene como resultado una doble jornada laboral femenina, de las cuales una será menos reconocida, para que la segunda ni siquiera lo sea. Esta responsabilidad que recae sólo para las mujeres se legitima legislativamente, por ejemplo, en la existencia de una licencia de maternidad de tres meses con goce de sueldo y una licencia de paternidad de dos días, que sólo sirve para anotar al niño/a en el registro civil bajo el apellido paterno. De esta manera, se legitima que su rol principal rol padre es el de proveedor, tanto del apellido como de la base material necesaria para la vida del niño/a.

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¿De dónde emerge? La Economía Feminista surge con gran intensidad luego de 1970, en el marco de la “nueva división internacional del trabajo”. Con las claves que venimos desarrollando, no cuesta deducir que la misma implicó una mayor inserción de la mujer en el mercado, lo que marcó aún más la tensión existente entre sus “responsabilidades” privadas y su espacio público. Como síntoma de esto, se observa una consolidación en el proceso de profesionalización de la mujer, lo que permite que tomen las riendas de diferentes enfoques que ayuden a la ciencia económica a analizar el verdadero campo de estudio en lugar de abstracciones que sólo permiten la reproducción del más “fuerte” en detrimento del que no tuvo iguales oportunidades. Vale aclarar que el relegamiento de las mujeres al ámbito privado del hogar hizo que el mundo de lo intelectual, entre otros, fuera un terreno exclusivamente masculino, y en el cual las mujeres no debían inmiscuirse. Por lo que la inclusión de la mujer a este ámbito prefigura nuevos rumbos para la ciencia en general. En este sentido, los primeros aportes de la economía feminista consisten en crear una nueva noción de economía y trabajo, que no sólo atienda a cuestiones relacionadas con los procesos mercantiles, sino que tenga en cuenta otro gran ámbito de actividad económica como son los hogares. Se puede observar como la economía feminista reclama como campo de estudio el ámbito público y el privado. ¿Por qué es relevante su estudio? Volviendo al primer punto de análisis, podemos ver que la Economía Feminista tratada desde la fragmentación pierde toda potencialidad, es relegada a un campo segregado de la ciencia, desde el cual, exteriormente, se intenta dar respuestas a problemas que entendemos son intrínsecos al sistema. Esto se debe a que la falsa neutralidad del conocimiento encierra una trampa insalvable que compromete nuestro crecimiento futuro. Un conocimiento incompleto y sexista es un conocimiento inútil en un mundo donde las cuentas nacionales de los países muestran la brecha salarial existente entre mujeres y varones. A esto se adiciona que a, nuestro entender, siendo hoy el conocimiento el recurso más valioso, la discriminación indirecta que sigue impidiendo a la mujer acceder al mismo en condiciones de igualdad no puede pasar desapercibida. Nos enfrentamos a un nuevo paradigma económico que basa su cre-


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cimiento en factores diferentes a los que han determinado hasta ahora la productividad y la competitividad, siendo el conocimiento el principal activo de cualquier economía. Son la investigación, el desarrollo y la innovación las que marcan el potencial de crecimiento de cualquier país. Una actividad intensiva en estos tres pilares, sumada al desarrollo tecnológico, protagonizan a nivel mundial los objetivos y prioridades de las políticas económicas. En este punto, cobra una especial relevancia la apuesta por el talento, la inteligencia, la capacidad y, donde la mujer y su aporte -la de la mitad de la población- adquiere un valor decisivo. Es el paso de una cultura que iguala el término mujer con el de madre, a una cultura que potencie

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a todos sus individuos, en la cual la maternidad sea una elección y no un mandato –en este punto se vuelve imposible no mencionar la importancia del derecho al aborto-, en la cual el análisis del trabajo del hogar consiga repartir equitativamente las responsabilidades, liberando así definitivamente a las mujeres del ámbito privado. Finalmente, aprovechando el nombre de esta revista, nos queda plantearnos que si somos economistas entonces para quién lo somos, ¿para la “normalidad”?, ¿o pretendemos ser economistas para la sociedad, siendo necesario vislumbrar las diferencias existentes entre los individuos para entonces entender no sólo los limites de este sistema, sino una nueva puerta para su superación?


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Introducción a la medición de la brecha salarial por género y sus determinantes Magalí Brosio

Licenciada en Economía. M. Sc. in Applied Labour Economics for Development. Co-fundadora y co-editora del blog Economía Femini(s)ta. Más de veinte años después de la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en Beijing en 1995, los temas de género han finalmente ganado un espacio importante en las agendas globales. Sin embargo, aún resta mucho por hacer, especialmente en el campo de la Economía. Un ejemplo claro y contundente es la persistente brecha salarial entre mujeres y varones que subsiste prácticamente en todos los países, aún a pesar de que en muchos de ellos se han realizado esfuerzos activos para reducirla. De acuerdo a estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (2014), si se continúa al ritmo actual, la brecha a nivel mundial no se cerrará completamente hasta el año 2086. De ello se desprende que aún queda un margen de acción muy amplio sobre el cual operar y que una investigación más profunda al respecto es necesaria. En Argentina, por ejemplo, las mujeres ganan en promedio un 27,2% menos que los varones, siendo

esta una de las brechas más altas de Latinoamérica, apenas por detrás de Brasil (34%) y México (29%), de acuerdo a datos de la OIT (2015). A esto se suma que, a pesar de las políticas de empleo implementadas en la última década, la diferencia salarial entre varones y mujeres ha disminuido relativamente poco desde 2003 hasta la actualidad para el empleo registrado, e incluso aumentó entre los trabajadores no registrados, donde las mujeres están sobre-representadas (ver Cuadro 1). De esta manera, queda en evidencia que el crecimiento per se e incluso combinado con mejoras en el mercado laboral está lejos de ser suficiente para paliar buena parte de la desigualdades económicas vinculadas a cuestiones de género. En este sentido, y bajo la premisa de que es necesario implementar acciones específicas para poder reducir la brecha salarial, es que a continuación se desarrollará un breve análisis sobre los determinantes de la diferencia salarial entre varones y mujeres en Argentina.

Fuente: MTEySS.


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Los determinantes de la brecha salarial por género El indicador utilizado universalmente para medir esta brecha es la diferencia entre el salario promedio de los varones y de las mujeres (en términos del salario masculino). Sin embargo, a pesar de que su uso resulta muy útil a la hora de realizar análisis y permite tener una idea global de la magnitud de la desigualdad, éste no deja de ser un indicador sintético que “oculta” una gran cantidad de información importante en su interior. En concreto, existen al menos cuatro componentes centrales que impactan sustancialmente sobre la brecha total y, a pesar de que guardan estrechas interrelaciones entre ellos, vale la pena analizarlos por separado para así arrojar luz sobre el origen de la diferencia salarial entre varones y mujeres. a.Cantidad de horas trabajadas Los salarios en Argentina usualmente son presentados en términos mensuales, por lo que a menudo se argumenta que la diferencia de las remuneraciones entre varones y mujeres proviene de la distinta cantidad de horas trabajadas en este período. Si bien es cierto que la brecha disminuye considerablemente cuando se comparan salarios por hora (de 27% a 7%), la distinta cantidad de tiempo disponible para trabajar el mercado es en sí mismo un indicador importante de desigualdad que debe ser tenido en cuenta. De acuerdo a la Encuesta Anual de Hogares Urbanos (EAHU) correspondiente al tercer trimestre de 2013 realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) , efectivamente los asalariados varones destinaron al trabajo productivo en el mercado más horas que las mujeres (48 vs. 38 horas semanales). Sin embargo, esto está altamente correlacionado con la cantidad de tiempo que estas últimas emplean en el hogar realizando tareas domésticas no remuneradas. A pesar de que sería posible argumentar que el sentido de la relación causal es en realidad inverso (es decir, que las mujeres destinan más tiempo al trabajo en el hogar porque dedican menos horas al mercado), los datos sugieren lo opuesto: ejemplo de ello es que incluso las mujeres que trabajan más de 45 horas semanales en el mercado destinan una mayor cantidad de tiempo a las tareas domésticas que los varones desempleados. De esta manera, la asimétrica distribución de las tareas del hogar no parecería estar vinculada principalmente con la cantidad de tiempo no destinada al trabajo en el mercado, sino más bien con factores

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culturales de los cuales es difícil desligarse. Esta tendencia, lejos de ser una particularidad local, se replica a nivel mundial, donde el 75% del trabajo doméstico no remunerado queda a cargo de las mujeres (McKinsey Global Institute, 2015). Estas actividades de cuidado, constitutivas de lo que se conoce como “trabajo reproductivo”, han sido históricamente negadas por la ciencia económica y, en consecuencia, por las mediciones y estadísticas que se vinculan a ella. Esto, lejos de ser casual, es consecuente con una ciencia que pretende reducir a su sujeto de análisis a un supuesto homo economicus desprovisto de todo rasgo o característica social, cuyo único trabajo posible es el “productivo” (es decir, aquel destinado a la provisión de bienes y servicios) que tradicionalmente está relacionado a lo masculino. En este sentido, usar la palabra “trabajo” para denominar a las tareas realizadas dentro del hogar no es una elección neutral sino que está motivada por la necesidad política de otorgarle a este tipo de actividades la importancia que le ha sido negada por la Economía. Reconocer que el trabajo reproductivo no es menos valioso para la sociedad que el productivo es en concreto un paso necesario para avanzar en la valorización de la mujer y su lugar en la economía (sin que esto implique de ninguna manera abogar por mantener los roles que históricamente le han sido asignados). De esta manera, el argumento mencionado previamente, en el cual se establece que la diferencia salarial surge de una distinta cantidad de horas trabajadas, en realidad cae en el error que asociar “trabajo” exclusivamente con la noción de “trabajo productivo”. De hecho, si se hace el ejercicio de considerar el total “horas trabajadas” a las horas no destinadas al ocio (es decir, a la suma de las horas destinadas a labores dentro y fuera del hogar sean remuneradas o no), en promedio, las mujeres trabajan semanalmente diez horas más que los varones. En Argentina, a su vez, esta asimetría se ve agravada aún más cuando se trata de cuestiones vinculadas a la maternidad y los trabajos de cuidado, factores que se vuelven determinantes clave de la inserción de las mujeres en el mercado laboral. Esto se debe al preexistente legado cultural en cuanto a la división sexual del trabajo mencionado previamente resulta prácticamente alentado por las políticas públicas en esta materia. Ejemplo de ello es que la legislación actual establece una licencia maternal de tres meses (junto con posibilidades de extenderla), mientras que para los varones solamente están previstos


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dos días de ausencia. Simultáneamente, las políticas orientadas a la reinserción de las mujeres en el mercado laboral (como las guarderías en lugares de trabajo, esquemas con horarios flexibles para la lactancia, etc.) son escasas y a menudo poseen múltiples falencias en su implementación. Como consecuencia lógica de la interacción de estos factores, los datos muestran que la tasa de actividad de las mujeres cae conforme aumenta la cantidad de niños en el hogar (mientras que para los varones sucede lo opuesto) así como también sus salarios, dado a que a menudo están más dispuestas a aceptar empleos con menor carga horaria (D’Alessandro et al., 2015). En este sentido, de acuerdo a la OIT (2015), la brecha salarial por maternidad (es decir, la diferencia entre las remuneraciones de las mujeres que son madres con respecto a aquellas que no lo son) es del 16,8%. b.Segregación vertical Se denomina segregación vertical a la sub-representación de un grupo identificable de trabajadores (en este caso, mujeres) en la punta de una pirámide ocupacional específica. En la literatura sobre el tema, a menudo se descompone este fenómeno en dos conceptos centrales: los “techos de cristal”, que refieren a la existencia de obstáculos (generalmente invisibles) que llevan a que haya una relativa escasez de mujeres en puestos de poder o decisión (Laufer, 2002), y los “pisos pegajosos”, que aluden a las barreras que tienden a mantener a las mujeres en los escalones más bajos dentro de las organizaciones.

Fuente: MTEySS.

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En Argentina, a pesar de que las mujeres están en promedio más educadas que los varones, las trabajadoras están aún lejos de constituirse como una mayoría en los cargos jerárquicos. De acuerdo a la OIT (2015), las mujeres solamente representaron un 35,1% de los puestos laborales de niveles alto y medio en 2012. A ello se suma que aquellas que alcanzan puestos gerenciales, usualmente lo hacen en sectores peor pagos, como Servicios administrativos o Recursos Humanos (Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, 2014). Si bien los “techos de cristal” deben ser tomados seriamente, la situación con respecto a los “pisos pegajosos” es aún más preocupante, dado que un 41% de las mujeres trabajadoras son clasificadas como “sin calificación” y la brecha salarial entre ellas y sus pares varones (36%) es superior al promedio (ver Cuadro 2). A ello se suma que los salarios para este tipo de empleo son usualmente bajos y que encierran una mayor probabilidad de encontrarse en el sector informal, con la menor protección social que ello implica (por ejemplo, licencias por maternidad pagas).


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c.Segregación horizontal La expresión “segregación horizontal” refiere a la distribución de trabajadores entre sectores, en este caso en basado en cuestiones de género. En particular, se usa para denotar la concentración de mujeres y varones en distintos sectores que quedan entonces caracterizados por el fuerte predominio de unos u otros. Esto es resultado tanto de elecciones (aunque el nivel de libertad con el que se efectúan estas es sujeto de debate) como de restricciones. Es este último factor el que parece influir principalmente, dado que las mujeres están persistentemente sobre-representadas en aquellos segmentos peor pagos que no casualmente están vinculados a las actividades de cuidado que le son asignadas tradicionalmente dentro del hogar. En Argentina, por ejemplo, a pesar de constituir un 44% del total de la muestra, un 83,3% de las trabajadoras asalariadas se concentró exclusivamente en actividades vinculadas a la educación, la salud y el servicio doméstico (es decir, con tareas históricamente vinculadas a lo femenino). d.Distinto pago por iguales calificaciones Finalmente, existe la posibilidad de que dos individuos exactamente iguales en todas aquellas características relevantes para determinar el salario que son observables y objetivas (edad, nivel educativo, horas trabajadas, etc.) tengan un salario distinto simplemente en base a su identidad genérica. Para estimar qué porción de la brecha se debe a este tipo de discriminación existen diversas técnicas de descomposición y se utiliza por lo general una medida proxy llamada “brecha salarial no explicada” que es precisamente el porcentaje de la diferencia total que no puede atribuirse a diferencias en características objetivas de los individuos, sino a las distintas retribuciones que reciben por estos atributos (por ejemplo, si quisiéramos considerar al nivel educativo como variable explicativa de la diferencia salarial, la brecha explicada estaría dada porque un grupo presenta en promedio mayores niveles de educación que el otro, mientras que la porción no explicada remite a que un mismo nivel se recompensa de manera asimétrica). La proporción que representan las brechas no explicadas sobre las totales varía significativamente de país a país; sin embargo, si bien a priori

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puede ser tentador presuponer que cuanto menor es esta mejor para las mujeres, es importante recordar que todo ello que queda por fuera de esta parte “no explicada” también remite a distintas formas de desigualdad como pueden ser la menor posibilidad de acceso a la educación o la asimétrica distribución del trabajo doméstico no remunerado, entre otras. En Argentina, de acuerdo a la OIT (2015), la parte “no explicada” de la brecha constituye un 54% la mitad de la misma. En este mismo estudio, solamente 4 de los 39 países tomados como muestra exhibieron un ratio de brecha explicada sobre total mayor al 50% (es decir que la mayor parte en todo el resto es “no explicada”). Finalmente, llama poderosamente la atención la existencia de brechas explicadas que toman valores negativos, lo cual indica que en estos países, por sus características objetivas las mujeres deberían ganar aún más que los varones. Este es el caso de Brasil y China, pero también de los países nórdicos, por lo cual no es posible establecer ningún tipo de relación entre el porcentaje que representan las porciones explicadas y no explicadas y el nivel de desarrollo de una nación. Hacia un mundo más igual para las mujeres Este breve repaso de algunas formas de desigualdad en el mercado laboral busca contribuir a la visibilización de la situación en la que se encuentran las mujeres. A pesar de los importantes avances que se han hecho, estas siguen relegadas a un lugar secundario dentro de la economía. En este sentido, buena parte del problema está dado porque las corrientes dominantes dentro de la ciencia económica han omitido sistemáticamente el tema por considerarlo fuera de su esfera o competencia. Cuando mucho, han aportado herramientas estadísticas que simplemente permiten presentar o describir la situación actual pero sin problematizarla. Así, la construcción de una verdadera economía crítica que se conciba a sí misma como una ciencia social y, por tanto, esté atravesada por una perspectiva de género se presenta como un paso intermedio necesario para poder avanzar hacia el análisis y resolución de las relaciones de poder que se construyen dentro del sistema capitalista, incluyendo aquellas que afectan a las mujeres.


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Referencias Blinder, A. S. (1973),“Wage Discrimination: Reduced Form and Structural Estimates”, The Journal of Human Resources, 8(4), pp. 436-455. D’Alessandro, M., Brosio, M., & Guitart, V. (27 de julio de 2015). Maternidad y mercado de trabajo: escenario y posibilidades en nuestras luchas por la igualdad. Marcha. Disponible en http://www.marcha.org.ar/maternidad-y-mercado-de-trabajo-escenario-y-posibilidades-en-nuestras-luchas-por-laigualdad. International Labour Office (2014),Women and the Future of Work: Beijing + 20 and Beyond. Geneva. International Labour Office (2015a),Global Wage Report 2014/15: Wages and income inequality. Geneva. International Labour Office (2015b),Women in business and management: gaining momentum . Geneva. Laufer, J. (2002), “L’approche différenciée selon les sexes: comparaison internationale”,Management International, 7(1). McKinsey Global Institute (2015), “The power of parity: How advancing women’s equality can add $12 trillion to global growth”, McKinsey & Company. Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social (2014),Indicadores más relevantes de la inserción de mujeres y los varones en el mercado de trabajo.Disponible en http://www.trabajo.gov.ar/downloads/ cegiot/140703_brochure.pdf. Oaxaca, R. L. (1973), Male-Female Wage Differentials in Urban Labor Markets. International Economic Review, 14(3), pp. 693-709 Este artículo está basado en la introducción de la tesis de maestría de la autora, titulada “The Impact of the Economic Structure on Gender Wage Gaps in Argentina” (2016). 2 Si bien existen datos más recientes, la elección de utilizar esta encuesta en particular está motivada porque en conjunto con ella se implementó un módulo especial vinculado al tiempo dedicado al trabajo doméstico no remunerado. 3 La mayoría de ellas son reelaboraciones, correcciones y mejoras realizadas sobre las técnicas propuestas por Oaxaca (1973) y Blinder (1973). 1


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Una aproximación al debate sobre la relación entre capitalismo y patriarcado Rosario Escola

Estudiante avanzada de Economía (FCE-UBA). Militante del BASE en CAUCE y Potencia Degenerada.

El análisis sobre la relación entre el modo de producción capitalista y la opresión específica que las mujeres sufrimos por el hecho de serlo ha originado fervientes debates. Más allá de las formas específicas en las que las desigualdades de género se expresan en el mundo económico (división sexual del trabajo, brechas salariales, etc.), es relevante entender cuál es, si existe, la relación sistémica entre capitalismo y patriarcado, no sólo por su interés teórico sino principalmente político. Las diferentes lecturas que se hacen sobre esta problemática derivan en conclusiones muy diferentes sobre cuál es la práctica política acertada para poder erradicar las desigualdades de género. En el presente trabajo, se abordarán brevemente tres maneras posibles de analizar la relación entre capitalismo y patriarcado a partir de distintos autores/as. Lejos de buscar concluir el debate, la intención de esta nota es brindar un panorama general del estado del mismo que permita su profundización. La opresión de la mujer como consecuencia del modo de producción capitalista En el Manifiesto Comunista (1848), Marx y Engels plantean que, a medida que las fuerzas productivas se vayan desarrollando e incorporen masivamente a las mujeres al trabajo asalariado a las mujeres, éstas se volverán económicamente independientes, lo que las liberaría de las opresiones de sus esposos.

(los hombres) de la fuerza de trabajo de otros (las mujeres). A su vez, se argumenta que es la existencia de la propiedad privada la que explicabba la inferioridad de la mujer en las familias burguesas, ya que debía servir a su esposo y ser monogámica para garantizar, a través de la herencia, la acumulación de propiedad privada. Por este motivo, las mujeres pobres no se encontrarían en los mismos niveles de opresión, ya que no hay herencia que garantizar.

En otras de sus obras conjuntas –La ideología Alemana (2006) y La Sagrada Familia (2008)-, como también en El origen de la Familia, la propiedad y el Estado (1884) de Engels, el análisis se centra en la relación social familia. De acuerdo a los autores, esta relación social dejó de ser la única generalizada, para quedar subordinada a la relación mercantil, que es el ámbito donde varones y mujeres desarrollan sus relaciones no sólo personales, sino también de poder –al disponer unos

A partir de esta (muy) sintética exposición de algunos de los planteos de Marx y Engels y, por supuesto, teniendo en cuenta el momento histórico en que fueron hechos, cabe preguntarse, en primer lugar, si efectivamente existe tal diferenciación entre la opresión que las mujeres de las distintas clases sufren. ¿Acaso las mujeres pobres no deben también ser monogámicas y servir a su marido? Muchas posiciones actuales plantean incluso una relación exactamente inversa: son las


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mujeres pertenecientes a las clases altas las que pueden sortear mejor las opresiones de género. Además, cabe remarcar que, si bien las mujeres ingresan progresivamente al mercado de trabajo de manera cada vez más masiva, no lo hacen en las mismas condiciones que los varones . Por otro lado, es necesario pensar que el sistema capitalista como modo de producción excede a lo meramente económico. Éste implica también normas, roles y un pensamiento ideológico que lo reproduzca: ¿es el ingreso igualitario de las mujeres al mercado laboral suficiente para cambiarlos?; ¿Cuál es el espacio que tienen en estos planteos violencias tales como los abusos sexuales, los abortos clandestinos, los femicidios, etc.? Retomando los aportes marxistas, en El Capital (2011 [1867]), Marx plantea que una de las condiciones necesarias para la acumulación del capital es la reproducción y conservación de la clase trabajadora y que, puesto que ello implica su propia supervivencia, los trabajadores la garantizan desde el ámbito privado, es decir, en la familia. Ahora bien, dado el carácter patriarcal de la familia, ésta es sin duda la gran relación entre capitalismo y patriarcado, porque el modo en que la clase trabajadora garantiza su reproducción está lejos de ser casual. El modelo típico (afortunadamente, cada vez más cuestionado) consiste en el varón realizando un trabajo remunerado y la mujer realizando tareas de cuidado no remuneradas (en combinación con un trabajo remunerado, o no). Así, la mujer garantiza –de manera no remunerada- que todos los días su grupo familiar pueda nada más y nada menos que vender su fuerza laboral, o prepararse para hacerlo en un futuro, en el caso de los niños. A nuestro entender, los nudos de debate en este punto se centran en torno a, por un lado, establecer si acaso esta forma de organización familiar, que es evidentemente funcional a la reproducción del sistema capitalista, es efectivamente un resultado del mismo, y sobre todo, si existen lógicas de funcionamiento y adaptación que permitan que la reproducción de lxs trabajadorxs se organice de un modo no patriarcal dentro del capitalismo. Por otro lado, si una sociedad no capitalista necesariamente puede prescindir de la familia patriarcal para su desarrollo.

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Las tesis del sistema dual Uno de los principales textos que suelen abordarse para el estudio de la relación entre capitalismo y patriarcado es “El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo: hacia una unión más progresista”, escrito por Heidi Hartmann en 1983. El objetivo del mismo es justamente problematizar sobre la relación que ha existido entre marxismo y feminismo, es decir, entre las teorías críticas del funcionamiento del sistema capitalista y aquellas que abordan la situación de la mujer. Su principal crítica es que, para el marxismo, las cuestiones feministas han sido siempre subsumidas a éste. Como se ha comentado en el apartado anterior, el planteo es, en última instancia, que la opresión de la mujer es una consecuencia del capitalismo, y que es el desarrollo del mismo lo que pondrá fin a dichas opresiones. Los análisis marxistas (en sus orígenes) se han limitado a estudiar la relación mujer-capital, por lo tanto, no han podido dar cuenta de las opresiones dadas en la relación varón-mujer. Aunque conscientes de la funcionalidad de las tareas domésticas para la acumulación de capital, no han marcado la funcionalidad para el confort del hombre que sea la mujer quien realiza esas tareas. Por otro lado, la autora plantea que los análisis feministas también poseen limitaciones, en particular, resultan insuficientes para comprender el desarrollo histórico de las sociedades (Hartmann, 1983). En este sentido, su intención es lograr una “unión” entre marxismo y feminismo, de modo tal de poder dar una explicación más completa sobre el rol de la mujer en el sistema capitalista. En definitiva, esto se desprende de comprender al capitalismo y al patriarcado como dos sistemas diferentes, con lógicas de funcionamiento y reproducción propias, que simplemente coexisten en un período determinado. De esta manera, el análisis se limita a detallar la interacción entre dichos sistemas, lo cual ha sido objeto de crítica. En palabras de Iris Young (1992): “Si, como sostiene, ‘la base material sobre la que descansa el patriarcado es, fundamentalmente, el control que los hombres ejercen sobre la fuerza de trabajo femenina [y si] los hombres mantienen este control excluyendo a las mujeres del acceso a algunos recursos productivos esenciales’, entonces no parece posible separar el patriarcado de un sistema de relaciones sociales de producción aún con propósitos analíticos” (Young, 1992, p.3).


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Un sistema capitalista y patriarcal En respuesta a las críticas que se han hecho a ambos planteos previamente expuestos, han surgido nuevas proposiciones teóricas, que se basan en considerar la existencia de un único sistema que es capitalista y patriarcal a la vez. La tarea, entonces, es poder descubrir las particularidades de dicho sistema y sus leyes internas de funcionamiento. En este sentido, Iris Young escribe “Marxismo y feminismo, más allá del “matrimonio infeliz” (una crítica al sistema dual)” (1992) como una respuesta directa a Hartmann. Su propuesta es utilizar el concepto de patriarcado capitalista, y la categoría central de su análisis es la división del trabajo por género, dejando detrás la categoría clase social, por no expresar las relaciones de opresión entre varones y mujeres. De esta forma, al analizar el sistema de producción capitalista se incluye dentro de la categoría trabajo a las tareas típicamente consideradas femeninas, es decir, al cuidado de la familia y la producción en el ámbito familiar para la reproducción. Por su parte, Frigga Haug (2006) propone reconocer a las relaciones de género como relaciones de producción. Lejos de ser relaciones en términos individuales entre varones y mujeres, las relaciones de género determinan en cierta forma todas las prácticas que existen en una sociedad. Esto incluye, por supuesto, a los diferentes modos de producción que han existido a lo largo de la historia: “Sobre la base de una complementariedad en la procreación (una base natural), lo que es asumido como ser natural es también formado históricamente. De allí que los sexos salen del proceso social como no iguales, y su no-igualdad se convierte en el fundamento o base de futuras formaciones. De esta manera, las relaciones de género se convierten en relaciones reguladoras fundamentales en todas las formaciones sociales que conocemos, y resultan absolutamente centrales para preguntas referidas a la división laboral, dominación, explotación, ideología, política, ley, religión, moral, sexualidad, cuerpos-sentidos, lenguaje, etc., al tiempo que trascienden cada uno de estos ámbitos. En breve, ningún área podrá ser estudiada de manera sensata sin investigar cómo las relaciones de género la moldean y son a su vez moldeadas por ella” (Haug, 2006, p. 328). Para Haug, entonces, las relaciones de género no

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deben ser entendidas como algo por fuera del modo de producción. Las escisiones entre “público” y “privado”, o entre “producción” y “reproducción”, es falsa, en tanto todas ellas forman parte del modo de producción y, sobre todo, garantizan su continuidad. El énfasis está puesto en no comprender erróneamente que las relaciones de género “son meras relaciones de subyugación y victoria luego de una guerra, [sino] un modo de producción para ambos sexos” (Haug, 2006, p. 333) y, sobre todo, que existe una relación de determinación mutua entre éstas y las relaciones de producción. Es por este motivo que no es posible comprender una por fuera de las otras, ya que ambas forman parte del modo de producción. Ahora bien, Frigga Haug no utiliza el concepto de patriarcado y, en consecuencia, no expone acerca de si su existencia es previa al capitalismo o no. La expresión “relaciones de géneros” indica de qué manera los sexos se expresan de manera desigual en las sociedades en general, y en las capitalistas en particular. Algunas consideraciones sobre las consecuencias políticas Hasta aquí, se han expuesto tres maneras generales en las que se puede comprender la relación entre capitalismo y patriarcado. Ahora bien, ¿qué implicancias tiene para las organizaciones de izquierda tomar uno u otro análisis? En primer lugar, entender que las opresiones que sufrimos las mujeres son únicamente consecuencia del sistema capitalista ha llevado a muchas organizaciones a relegar las cuestiones referidas a “la mujer”. La frase “primero la revolución socialista, luego las mujeres” surge a modo de ilustración en todos las críticas feministas a dicha postura. Muchas de estas organizaciones han impulsado espacios de mujeres con serias limitaciones para poder abordar cuestiones que excedan a lo estrictamente laboral, siendo espacios en los cuales las mujeres meramente acompañan la lucha de los trabajadores varones. Por su parte, tal como expresa Young (1992), las tesis del sistema dual no terminan de colocar a las cuestiones feministas en el mismo nivel de importancia que las cuestiones clasistas. Por ello, aunque esta tesis presenta una mayor claridad de las opresiones específicas que sufrimos las mujeres, continúa habiendo una supremacía de las cuestiones de los trabajadores por sobre la de éstas.


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Pareciera, entonces, que comprender que las sociedades actuales viven bajo un régimen capitalista y patriarcal a la vez ofrece un mayor potencial en tanto a la capacidad de unir ambas luchas. De todas formas, no hay que desconocer, por un lado, que no hay linealidad entre “teoría” y “práctica”, y por el otro, que dichas teorías todavía requieren más elaboración y desarrollo. Consideramos que el análisis aquí realizado aporta algunos puntos clave para poder pensar una teoría que pueda contener tanto las cuestiones de género como las de clase. En primer lugar, resulta imperioso poder abarcar la especificidad de las luchas feministas, atendiendo a su centralidad pero también, necesariamente, en relación al modo de producción capitalista. Cualquier análisis feminista que no incluya una contextualización en el capitalismo será incompleto, al igual que cualquier teoría del sistema capitalista que

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no pueda contemplar las implicancias del género dentro del mismo. Para ello, es necesario tener presente que el sistema capitalista no es solamente una forma particular de organizar la producción, sino también una matriz ideológica que impone normas de vida en pos de la acumulación de capital –frecuentemente, en base a criterios de clase, género y raza. Por ello, entender el rol que juega la normativización de las personas para el sostenimiento del sistema capitalista es indispensable. En este punto, es importante remarcar que en este trabajo se ha trabajado en torno a la dicotomía varón-mujer; sin embargo, con el objetivo de elaborar una teoría que aborde de manera cabal la relación entre capitalismo y patriarcado debemos necesariamente contemplar también las especificidades referentes a lesbianas, homosexuales, travestis y transexuales.

Referencias Engels, F. (1884), El origen de la Familia, la propiedad y el Estado. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/el_origen_de_la_familia.pdf Hartmann, H. (1983), “El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo: hacia una unión más progresista”, Teoría y Práctica. Haug, F. (2006), “Hacia una teoría de las relaciones de género” en Borón, A. et al. (comps.) La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas, pp. 327-329, Clacso, Buenos Aires. Marx, K. (2011 [1867]), El Capital I, Crítica de la Economía Política, Fondo de Cultura Económica. Marx, K. y Engels, F. (2006), La ideología alemana. Disponible en: http://www.biblioteca.org.ar/ libros/131840.pdf Marx, K. y Engels, F. (1848), El manifiesto comunista. Disponible en: https://www.marxists.org/ espanol/m-e/1840s/48-manif.htm. Marx, K. y Engels, F. (2008), La sagrada Familia, Claridad. Young, I. (1992), “Marxismo y feminismo, más allá del “matrimonio infeliz” (una crítica al sistema dual)”, El cielo por asalto, 2(4).

Para este punto, ver el artículo “Introducción a la medición de la brecha salarial por género y sus determinantes”, por Magalí Brosio, presente en esta misma revista. 1


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La determinación familiar del valor de la fuerza de trabajo y las transformaciones en su manifestación concreta Nicolás Águila

Licenciado en Economía (UBA). Maestrando en Desarrollo Económico (IDAES-UNSAM). Becario de investigación en el CIEPP. En el presente artículo se discuten los cambios que se suceden en la determinación del valor de la fuerza de trabajo entre los distintos miembros de la familia trabajadora, a partir de las transformaciones en la organización mundial de la producción desde mediados de los años setenta. Con este fin, en primer lugar se debate la determinación abstracta del valor de la fuerza de trabajo, y luego se avanza en el reconocimiento de su determinación concreta en el desarrollo histórico. 1.Determinaciones generales del valor de la fuerza de trabajo En el modo de producción capitalista, la organización del trabajo social se realiza de manera indirecta, esto es, ningún individuo le impone a otro cuánto, cómo, ni qué producir. Esta forma fragmentaria y atomizada de realizar la producción social implica que ningún individuo es autosubsistente, por lo que debe acudir al intercambio mercantil para proveerse de los valores de uso necesarios para su reproducción . De esta manera, los vínculos entre los productores no se presentan como vínculos directamente sociales, sino que se encuentran mediados por la mercancía, portados como un atributo de ella. No obstante, la relación indirecta entre las personas tiene como forma necesaria de realizarse una relación directa entre personificaciones. El acto de compra-venta, que determina a la conciencia y la voluntad de los individuos como la de individuos libres, no es otra cosa que la forma que adopta la enajenación de su conciencia en la mercancía. La mercancía se constituye así en relación social general. En tanto nexo indirecto entre los diferentes individuos, es decir, en tanto relación social cosificada, las mercancías son objetivaciones de cantidades de trabajo abstracto socialmente necesario realizado de manera privada e independiente, poseedoras del atributo de la cambiabilidad o, lo que es lo mismo, las

mercancías encierran valor. El objeto del modo de producción capitalista no es la producción de valores de uso para la satisfacción de necesidades humanas, sino la valorización del valor, es decir, la acumulación de capital. El núcleo de este proceso es el aumento cuantitativo de la magnitud inicial desembolsada de dinero que permitirá poner en marcha una capacidad mayor de regir el trabajo social. Para tal fin, nos enfrentamos a que la forma necesaria de realizarlo es a partir de la compra-venta de la única mercancía cuya particularidad reside en que su valor es menor al valor de las mercancías que produce. Esta mercancía no es otra que la fuerza de trabajo. En este punto, surge la pregunta de cuál es y qué determina al valor de la fuerza de trabajo. Como toda mercancía, el valor de la fuerza de trabajo se determina por el tiempo de trabajo abstracto, socialmente necesario, realizado de manera privada e independiente requerido para su producción y reproducción que, al ser un atributo del individuo vivo, presuponen su existencia. Para nosotros, esto involucra dos aspectos: la reproducción y la producción de la fuerza de trabajo. Por un lado, la reproducción de la fuerza de trabajo consiste en el consumo de los medios de vida que el individuo necesita para su conservación y, por lo tanto, el valor de la fuerza de trabajo consiste en el valor de dichos medios de subsisten-


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cia. En tanto reproducción de la fuerza de trabajo, el individuo necesita consumir los medios de vida que le permitan reponer el gasto de cerebro, músculos, etc., invertidos en la jornada previa y presentarse en iguales condiciones productivas al día siguiente. Así, los valores de uso necesarios por el individuo no se restringen a un salario de subsistencia en sentido estricto, como pensaban los economistas clásicos, sino que incorporan una dimensión histórica, cultural, moral y geográfica que hace que varíe según el momento y el lugar, pero sobre todo por el desarrollo de los atributos productivos del obrero en cuestión, y por el tipo y condiciones técnicas del trabajo realizado. De esta forma, hoy en día un obrero necesita como parte de su fuerza de trabajo poder acceder a la alimentación, vestimenta, vivienda, salud, cobertura de riesgos de trabajo, recreación, entre otros. Por otro lado, encontramos la necesidad de producción de la fuerza de trabajo, es decir, la producción en continuo de vendedores de fuerza de trabajo para satisfacer las demandas de la valorización permanente de capital. Para nosotros, esta necesidad, a su vez, puede ser analíticamente separada en dos: en primer lugar, la necesidad de producción de los individuos portadores de fuerza de trabajo, es decir, las necesidades de reproducción biológica de la especie; y, en segundo lugar, las necesidades de producción de una subjetividad productiva determinada, es decir la formación de un individuo capaz de desplegar un trabajo determinado (de mayor o menor complejidad). Esta división cumple fines únicamente expositivos, ya que no existe un individuo sin determinadas características, y no existen determinadas características sin un individuo que las encarne. En relación a la primera: “Dada la condición de individuos independientes que tienen los trabajadores en el modo de producción capitalista, la producción de nuevas generaciones de trabajadores se encuentra, ante todo, privadamente a cargo de sus padres” (Iñigo Carrera, 2004, p.29). Por lo tanto, los valores de uso que deben consumir los hijos de la familia obrera hasta alcanzar la edad productiva forman parte del valor de la fuerza de trabajo de los adultos que se encuentran económicamente activos . Por otra parte, dadas las diferencias entre la cantidad de hijos de distintas familias obreras (y teniendo en cuenta que un obrero con más hijos tiene una fuerza de trabajo más cara), se generarán una serie de for-

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mas concretas destinadas a garantizar la reproducción normal de las familias con más hijos. Al capital individual le resulta indiferente la cantidad de hijos que cada familia produzca, dado que no serán necesariamente ellos sus reemplazantes inmediatos. De esta forma, aparecen regulaciones directas, atributo del capital total de la sociedad a través de su representante, el Estado, como la imposición de una asignación que tiene un monto definido por cantidad de hijos (Iñigo Carrera, 2008). Al mismo tiempo, en los albores del capitalismo, cuando la esperanza de vida era muy baja y la mortalidad infantil muy alta, se requería de una producción casi constante de hijos a lo largo de la edad reproductiva de la mujer, que la confinaban a la reproducción biológica al interior del hogar, ya que el tiempo de embarazo, de trabajo de parto, y otros, en tanto les impedían participar en continuo del proceso productivo, se convertían en una traba para la valorización permanente de capital. En cambio, en virtud de su superioridad física relativa y el carácter poco científicamente controlable del trabajo centrado en la intervención de la fuerza y la pericia manual del obrero en el proceso de trabajo, el varón quedaba determinado como vendedor casi exclusivo de fuerza de trabajo. Así se constituye la familia como ámbito privilegiado de reproducción biológica, en el cual priman las relaciones directas entre los miembros del hogar : “Dalla Costa señala que lo que el ama de casa produce en la familia no son simplemente valores de uso, sino la mercancía ‘fuerza de trabajo’ que el marido puede luego vender como un trabajador asalariado ‘libre’ en el mercado laboral. Ella dice claramente que la productividad del ama de casa es la precondición para la productividad del trabajador asalariado (masculino). La familia nuclear, organizada y protegida por el Estado, es la fábrica social donde se produce esta mercancía ‘fuerza de trabajo’. Por lo tanto, el ama de casa y su trabajo no están fuera del proceso de la producción de plusvalía, sino que constituyen la base misma sobre la cual este proceso puede comenzar” (Mies, 1994, p.49). De esta forma, los medios de vida que las mujeres (determinadas como esposas y madres) requieren para su reproducción entran, al igual que el de los hijos, en el valor de la fuerza de trabajo del varón adulto.


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En este punto, aparece un debate recurrente en la literatura feminista que consiste en la propuesta de un “salario para el ama de casa”. Las autoras que se identifican dentro de esta propuesta política plantean: “(…) el análisis que Marx hizo del capitalismo se ha visto lastrado por su incapacidad de concebir el trabajo productor de valor de ningún otro modo que no sea la producción de mercancías y su consecuente ceguera sobre la importancia del trabajo no asalariado de las mujeres en el proceso de acumulación capitalista. Obviar este trabajo limitó la comprensión de Marx del verdadero alcance de la explotación capitalista del trabajo y de la función que el salario desempeña en la creación de divisiones dentro de la clase trabajadora, comenzando por la relación entre mujeres y hombres. Si Marx hubiese reconocido que el capitalismo debe apoyarse tanto en una ingente cantidad de trabajo doméstico no remunerado efectuado en la reproducción de la fuerza de trabajo, como en la devaluación que estas actividades reproductivas deben sufrir para rebajar el coste de la mano de obra, puede que se hubiese sentido menos inclinado a considerar el desarrollo del capitalismo como inevitable y progresista” (Federici, p. 154). Desde la perspectiva aquí planteada, y prestando atención al contenido del salario, es decir, el valor de la fuerza de trabajo, esta propuesta no tendría lugar. En tanto las “amas de casa” realizan un trabajo directamente social, no producen ni venden ninguna mercancía, por lo que no encierran valor. De esta manera, no puede haber un salario para ellas, dado que no hay valor de la fuerza de trabajo que en el salario se esté expresando. Como explicamos en este texto, esto no quiere decir que se encuentren al margen del proceso de acumulación de capital, por el contrario, se encuentran en la base del mismo, contemplado en el salario del varón trabajador. Justamente por su exclusión de la venta inmediata de la fuerza de trabajo, las mujeres y los niños aparecen como individuos “no libres”, en tanto están sujetos a las relaciones de dependencia personal con respecto al varón adulto vendedor de fuerza de trabajo. Esto es lo que a la economía feminista le aparece como la falta de autonomía de las mujeres, y es una de las explicaciones recurrentes de la violencia de géneros, como mecanismo de reproducción de la división sexual del trabajo (Mies, 1994).

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Respecto de las necesidades de producción original de la fuerza de trabajo, nos encontramos con que la formación de la subjetividad productiva individual en el modo de producción capitalista es de una complejidad creciente. En un primer momento, se requería que la formación de la fuerza de trabajo tenga lugar, principalmente, al interior del hogar. A medida que avanza el desarrollo de la producción de plusvalía relativa, la formación de la futura fuerza de trabajo pasa a adquirir progresivamente un carácter social general y se desarrolla la escolaridad formal, pero todavía sin poder prescindir totalmente de las relaciones directas (padre y madre) en ese proceso. Por lo tanto, aquí aparece la determinación del rol de la mujer en tanto cuidadora y formadora de la subjetividad de los niños . Por otro lado, conforme avanza el desarrollo de las fuerzas productivas, se va determinando la necesidad de un obrero con una subjetividad productiva tal que le permita poner acción un trabajo más complejo. De esta forma, en el valor de la fuerza de trabajo del varón adulto no entran sólo los medios de vida que le permitan reproducir la condición vital del hijo en cuanto tal, sino aquellos que le permitan adquirir los atributos productivos necesarios para el despliegue de aquel tipo de trabajo, principalmente, los costos de educación. Considerando lo planteado hasta aquí, podemos afirmar que la determinación de la familia obrera, lejos de ser un resabio feudal o una estructura patriarcal ahistórica, se determina por la propia acumulación de capital, y a su medida. No es una estructura pre- existente funcional a la valorización de valor, sino que es el propio desarrollo de la plusvalía relativa el que la produce. Si bien la forma de la familia trabajadora se presenta como igual a la de modos de producción previos, su contenido es radicalmente transformado por el capitalismo. Más aún, no sólo la familia obrera y la división sexual del trabajo que implica, sino también los mismos géneros y sexos son producto del capitalismo . A lo largo de este apartado hemos trabajado la con situación hipotética en la cual la división sexual del trabajo era tajante, es decir, que sólo los varones eran vendedores de fuerza de trabajo y las mujeres se encargaban de la reproducción biológica y la producción de fuerza de trabajo al interior del hogar . De esta forma, la determinación promedio del salario familiar se encontraba portada únicamente en el promedio del salario individual del obrero varón adulto, que incor-


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poraba a la esposa y a los hijos. En el apartado siguiente plantearemos que esta situación se ve revolucionada a partir de las transformaciones en la materialidad del proceso productivo que tienen lugar en el desarrollo histórico del capitalismo. 2.Determinación del valor de la fuerza de trabajo a partir de la incorporación de la maquinaria Incluso si en los albores del capitalismo hubiera existido una división sexual del trabajo férrea, con el advenimiento de la maquinaria, ésta empezaría a verse trastocada. La incorporación de la maquinaria revoluciona la materialidad del proceso de trabajo quitando la herramienta de la mano del obrero y haciendo superflua la fuerza física de ciertas porciones del mismo, permitiendo “(...) emplear obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en cambio, una gran flexibilidad en sus miembros” (Marx, 2011, p. 323). Con esto, irrumpen la mujer y los niños como vendedores de fuerza de trabajo. Para poder hacerlo, se requiere de un cambio formal, expresión necesaria de aquella revolución en las fuerzas productivas, que transforme la conciencia y la voluntad de la mujer para que deje de ser un individuo “no libre”. Del mismo modo que el varón adulto no fue siempre libre y ha ido adquiriendo su libertad formal, es decir, su libertad como forma de su conciencia enajenada en el capital, en el desarrollo histórico la mujer atraviesa un proceso similar . En un primer momento, comienza a adquirir su libertad formal, pero restringida a las relaciones jurídicas privadas, para la compraventa de mercancías. El carácter de libre para las relaciones jurídicas públicas, es decir, el carácter de ciudadano, será adquirido mucho más adelante. Esta determinación se ve transformada con la venta de la fuerza de trabajo de toda la familia obrera. El valor de la fuerza de trabajo de la familia obrera se distribuye ahora entre más de uno de sus miembros, generando una reducción del salario del varón adulto lo cual, a su vez, genera una liberación de plusvalía, dado que permite expandir la cantidad de obreros y el grado de explotación de cada uno (al tener un valor individual menor). Teniendo en cuenta que el proceso de compraventa de la fuerza de trabajo, como toda compraventa de mercancías, se realiza de manera privada y atomística, la forma normal de regularlo es de manera indirecta. Esto es así, ya que el capital

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total de la sociedad no tiene forma de dirimir la condición individual de cada vendedor de fuerza de trabajo, por lo cual, la regulación del proceso se realiza justamente a la inversa, es decir, borrando las singularidades, imponiendo una norma bajo la forma de un promedio. Dado que la condición normal sigue siendo que una cantidad relativamente mucho mayor de varones adultos se comporten como vendedores de fuerza de trabajo, el promedio del salario de los varones tiene que ser mayor al de las mujeres. Esto se debe a que el primero presupone la manutención de la mujer, que en su generalidad no trabaja; mientras que el segundo no supone la manutención del varón, dado que en su generalidad sí trabaja. En esto, encontramos una explicación del por qué de la existencia de brechas salariales que supera la apariencia de la discriminación por ser mujer. De esta manera, en una familia obrera donde los dos adultos sean vendedores de fuerza de trabajo se está en camino de recibir el valor íntegro; en una familia donde sólo el varón sea vendedor de fuerza de trabajo faltará una suma para la reproducción normal; por último, en una familia obrera donde sólo la mujer sea vendedora de fuerza de trabajo, se estará lejos de lograr una reproducción normal. Por este motivo y dado que, a aquella altura del desarrollo del modo de producción capitalista, la generalidad de las familias se encontraban en una situación como la segunda, el representante del capital total de la sociedad, el Estado, pondrá en acción una serie de formas concretas destinadas a paliar esa pequeña falta de ingreso, es decir, a resolver de manera directa todo lo que escapa a la regulación indirecta (el promedio). Un ejemplo claro de esto lo constituye que el salario familiar era por esposa y no por cónyuge, o que la duración de las licencias por maternidad era muy superior a la de las licencias por paternidad. 3.Transformaciones de la determinación del valor de la fuerza de trabajo a partir de los cambios en la organización mundial de la producción desde mediados de los años setenta Los cambios que a partir de la década del setenta se suceden en la organización mundial de la producción abren un proceso permanente de transformaciones en el capitalismo. La automatización de la maquinaria y la robotización del montaje revolucionaron profundamente la materialidad del proceso productivo. En primera instancia, porque profundizaron todavía más la simplificación del


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trabajo que previamente requería de la pericia manual del obrero, así como de aquel realizado por el obrero “apéndice de la maquinaria”. Este proceso, en el cual incluimos el desarrollo de las telecomunicaciones y las nuevas formas de transporte, permiten la segmentación y relocalización del proceso productivo, posibilitando la producción parcial o total de bienes de uso sin que la distancia con el “mercado de consumo final” siga siendo un factor de peso. Se transforma así la “división internacional del trabajo”, lo cual acarrea fuertes cambios en relación al mercado de trabajo al interior de los distintos ámbitos nacionales de acumulación de capital.

plenitud al mercado laboral, éstas se empiezan progresivamente a borrar. En otras palabras, el resultado de este proceso implica una tendencia a la homogeneización de los atributos productivos entre varones y mujeres (por ejemplo, a través de la igualación de los años de escolarización) cuyo resultado es la disolución gradual de las diferencias de género como factor diferenciador de la fuerza de trabajo y de la brecha salarial. Sin perjuicio de lo anterior, en la generalidad de los casos comienza a operar una “doble jornada” para las mujeres, que adicionan un trabajo fuera del hogar al trabajo doméstico y de cuidados que siguen realizando.

Esta situación, a su vez, configura un nuevo escenario que posibilita la inserción masiva de las mujeres en el mercado laboral, profundizando la situación configurada con la incorporación de la maquinaria. Se pueden identificar, a grandes rasgos, tres situaciones estilizadas de venta de la fuerza de trabajo femenina.

Por último, la inmigración se vuelve parte de la fragmentación de la subjetividad productiva al interior de los países centrales. Esto determina la entrada de capas de población, muchas veces ilegal, para desarrollar las tareas simples que sus condiciones técnicas no habían permitido relocalizar. Los flujos inmigratorios han alcanzado magnitudes muy importantes y, sobre todo a partir de 1990, han tenido un porcentaje fuerte de mujeres, por lo que se habla de “feminización de las migraciones” (Benería et al. 2012; Federici, 2013). En relación con esto, se generan enormes “cadenas internacionales de cuidado” que vienen a dar respuesta a la “crisis de cuidados” y “liberan” a las mujeres de los países centrales de una parte de los trabajos domésticos y de cuidados al interior del hogar, permitiendo su incorporación en el mercado laboral. Esto ha llevado a la disolución de las familias, generando déficits de cuidados en sus países de origen y ha fomentado la formación de familias trasnacionales. Es decir, las cadenas globales de cuidado, lejos de resolver la “crisis de cuidado” la patean desde los países clásicos hacia los periféricos.

Por un lado, la simplificación del proceso productivo permite el ingreso a la producción de porciones de la clase trabajadora con nula o muy baja calificación, al tiempo que elimina la fuerza física como una condición para el desarrollo de esas tareas. El rol tradicional de las mujeres en la producción y reproducción de la fuerza de trabajo en el ámbito doméstico las convierte en candidatas idóneas para asumir este tipo de ocupaciones, al presentar niveles de salarios y de organización sindical mucho menores que los varones, y sin poseer ya, diferencias sustanciales en cuanto a la capacidad de realización de dichos trabajos simplificados, al haber sido eliminada la fuerza y la pericia manual del obrero. El gran desarrollo de las maquilas en México, y otros países de Centroamérica da cuenta de esta situación. Distintos trabajos han discutido las paupérrimas condiciones de inserción de las mujeres en este tipo de trabajos remunerados. Asimismo, en los países centrales, las mujeres entran con más vigor al mercado laboral actuando como un factor diferenciador de la clase trabajadora, incorporándose en los trabajos simples que las condiciones técnicas no permitieron relocalizar, en virtud de la discriminación salarial de la que son objeto. Esta situación encierra una contradicción, ya que la reproducción de la discriminación en el mercado laboral tenía como base material a la división sexual del trabajo. En la medida en que las mujeres empiezan a ingresar en

En muchos casos, la literatura especializada plantea que, en cualquiera de las tres situaciones aquí planteadas, la incorporación de las mujeres al mercado laboral tiene como origen la disminución de los ingresos del hogar, produciéndose así un “efecto trabajador adicional o secundario”. Para nosotros, parecería ser que el aumento de la participación económica de las mujeres relacionada con el fenómeno del “trabajador adicional” se debería considerar no como el contenido último del proceso en cuestión, sino el vehículo para la efectiva conformación de la mujer como fuerza de trabajo en el marco de las transformaciones en acumulación a escala global.


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A la vez, considerando los tres tipos de situaciones estilizadas de acceso de las mujeres al mercado laboral, es claro que este proceso tiene consecuencias en términos del valor de la fuerza de trabajo. En primer lugar, la norma empieza a dejar de ser que sólo los varones trabajan, por lo que el contenido (siempre familiar) del valor de la fuerza de trabajo deja de expresarse en un salario individual y pasa a expresarse en el salario de más de un miembro del hogar. Por este motivo, al tiempo que se produce una reducción del salario individual de los varones, se produce un aumento del salario de las mujeres para conformar el mismo ingreso familiar. De esta manera, a partir de mediados de los setenta, en conjunto con el aumento de la participación de las mujeres en el mercado laboral, se produce una reducción de la brecha salarial (que todavía persiste) y un cambio en la participación por género de los ingresos del hogar.

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Ninguna de estas consideraciones quita el carácter gradual del proceso de socialización del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. Para nosotros, la duplicación del tiempo de trabajo que sufren las mujeres al incorporarse al mercado laboral y no abandonar su tiempo de trabajo de cuidados, implican un momento contradictorio en un proceso que entendemos como estructuralmente progresivo. Es decir, el proceso de homogenización de los atributos productivos de la fuerza de trabajo es lento y requiere de una acción política destinada a socializar crecientemente el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado a través de organizaciones populares como guarderías, lavanderías, comedores, al tiempo de la exigencia al Estado de crear este tipo de instituciones.

Referencias Benería, L., Deere, D. y Kabeer, N. (2012), “Gender and International Migration: Globalization, Development, and Governance”, Feminist Economics, 18(2), pp. 1-33. D’Emilio, J. (2006), “Capitalismo e identidad gay”, Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, N°2. Federici, S. (2013), Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Disponible en http://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Revolucion en punto cero-TdS.pdf Iñigo Carrera, J. (2004), Trabajo infantil y capital. Imago Mundi, Buenos Aires, Argentina. Iñigo Carrera, J. (2008), El capital: razón histórica, sujeto revolucionario y conciencia. Imago Mundi, Buenos Aires, Argentina. Marx, K. (2011 [1867]), El Capital I, Crítica de la Economía Política, Fondo de Cultura Económica. Mies, M. (1994 [1986]), Patriarchy and accumulation on a world scale. Women in the international division of labour, Zed Books, Londres. Este artículo presenta de manera sintética lo expuesto en otros trabajos. Para pedirlos escribinos a nuestra página de Facebook BASE_FCE. 2 Esta sección reconoce sus bases fundamentales en Marx (2011 [1867]) e Iñigo Carrera (2008). 3 La imposibilidad de autosubsistencia es una característica genérica del ser humano en tanto ser social. Aquí nos restringiremos a discutir la forma específica que adquieren los vínculos sociales en el modo de producción capitalista. 4 “El poseedor de la fuerza de trabajo es un ser mortal. Por tanto, para que su presencia en el mercado sea continua, como lo requiere la transformación continua de dinero en capital, es necesario que el vendedor de la fuerza se perpetúe, ‘como se perpetúa todo ser viviente, por la procreación’. (...) La suma de los medios de subsistencia necesarios para la producción de la fuerza de trabajo, incluye, por lo tanto, los medios de subsistencia de los sustitutos, es decir, de los hijos de los obreros (...)” (Marx, 2011, p. 125). 5 En este punto no estamos afirmando un carácter natural de la mencionada superioridad física que es, evidentemente, un producto social, histórico y cultural. “La naturaleza humana de los hombres/mujeres no evoluciona de la biología en un proceso lineal, monocausal, sino que es el resultado de la historia de la interacción entre las mujeres/hombres con la naturaleza y entre sí. Los seres humanos no se limitan a vivir, los animales viven. Los seres humanos producen sus vidas. Esta producción tiene lugar en un proceso histórico. En contraste con la evolución en el mundo animal (historia natural) la historia humana es historia social desde el principio” (Mies, 1999, p.31, traducción propia). 6 En este trabajo no presentaremos una discusión sobre el origen y necesidad de existencia determinada de la familia obrera. No obstante, reconocemos el carácter históricamente específico de la familia nuclear monogámica heterosexual sustentada en relaciones directas de subordinación que se presentan como su contrario, como 1


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la abstracta libre elección. Estos problemas están en el centro de la crítica feminista al capitalismo y esperamos desarrollarlos en trabajos posteriores, así como su dinámica de transformación (sobre la cual esbozaremos algunas hipótesis en este trabajo). 7 El rol de cuidadora no se restringe al de los niños. Si bien no podremos profundizar al respecto, también incluye a los adultos mayores y a quienes pierden sus capacidades productivas de manera temporal o indefinida. 8 En este texto no profundizaremos en este debate pero, a nuestro juicio, el principal aporte de la teoría queer refiere a la puesta en relieve del carácter histórico y social de los sexos y géneros. En el mismo sentido, las/os autores del grupo Krisis, como John D’Emilio, plantean: “Aquí desearía desafiar ese mito [Hablando de lo que llama el mito del “homosexual eterno”]. Yo quiero argumentar que los varones gays y lesbianas no siempre han existido. En cambio, ellos/as son un producto de la historia, y han llegado a existir en un período histórico específico. Su emergencia está asociada al surgimiento de las relaciones capitalistas, ha sido el desarrollo histórico del capitalismo –más específicamente, su sistema de trabajo libre-lo que ha permitido que un gran número de hombres y mujeres a fines del siglo veinte se denominen gays, que se vean a sí mismos como parte de una comunidad de varones y mujeres similares, y que se organicen políticamente sobre la base de esa identidad” (D’Emilio, p.3, 2006). 9 Esta situación es ficticia, siempre hubo mujeres comportándose como vendedoras de fuerza de trabajo. 10 Esta sección reconoce sus bases fundamentales en Iñigo Carrera (2004 y 2008). 11 Con los niños la situación no es así. Por lo visto previamente, la formación de la fuerza de trabajo humana requiere de un tiempo de desarrollo biológico y un tiempo de formación de una subjetividad con atributos productivos acordes. La entrada en el proceso de producción antes de alcanzar este momento puede minar la posibilidad de este desarrollo e ir en contra de la reproducción del capital total de la sociedad (Iñigo Carrera, 2004). Por lo tanto, los niños no han adquirido la condición de ciudadanos.


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La docencia en la Universidad de Buenos Aires desde una perspectiva de género (1992-2011) Martina Matarasso

Licenciada en Economía (UBA)

Introducción El mercado de trabajo presenta diferencias entre hombres y mujeres. Esta desigualdad se refleja en la cantidad de horas trabajadas, la remuneración, la distribución de tareas realizadas y sectores de actividad. Una explicación cultural de este fenómeno refiere a que la mujer estuvo tradicionalmente ligada a la dinámica de los hogares y al bienestar. A lo largo de la historia se formaron diversos estereotipos de género, tanto “positivos” como “negativos”, en los cuales se asocia a la mujer con habilidades para el cuidado de las personas, destreza manual, tareas del hogar y honestidad. Las desigualdades de género se materializan tanto en la proporción de hombres y mujeres por rama de actividad (segregación horizontal), como en la distribución dentro de la jerarquía ocupacional (segregación vertical). Es por esto que, debido a los estereotipos mencionados anteriormente, los sectores más feminizados son los relacionados a las tareas del cuidado como la educación y la salud. Sin embargo, el caso de la docencia universitaria es particular. Si bien la educación es un sector con mayor representación femenina, a medida que se avanza desde el nivel primario al superior, va aumentando el predominio masculino. A partir de lo mencionado anteriormente, el objetivo general de este trabajo es analizar las características de la docencia universitaria de grado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) desde una perspectiva de género. En este sentido, estudiaremos a la UBA entre los años 1992 y 2011, como

estudio de caso de las brechas de género en el mercado laboral. Asimismo, inicialmente se llevará a cabo una breve reconstrucción conceptual del mercado laboral desde una perspectiva de género. Las teorías feministas como marco teórico En el mercado de trabajo se encuentran grandes diferencias basadas en el género, presentes en todos los países, más allá de sus diferencias económicas, políticas y sociales. Esta inserción diferencial se debe a que los hombres y las mujeres poseen diferentes posibilidades a la hora de elegir un empleo, las cuales la economía feminista, a diferencia de la teoría neoclásica, no explica en términos de costo de oportunidad y de maximización de utilidad, sino que incorpora factores sociales, preferencias construidas socialmente y diferencias construidas cultural e históricamente. Por ejemplo, Fraser (1997) analiza que la formación del género se basa en la creación de normas que privilegian los rasgos que se asocian a la masculinidad. Esto es el “androcentrismo”, que va en conjunto del sexismo cultural que desprecia y devalúa lo que se codifica como femenino, aunque no sea exclusivo de las mujeres. Gran parte de esta teoría busca explicar estas diferencias sobre la base de las nociones de trabajo productivo y reproductivo, necesarias para comprender la segregación femenina en el mercado laboral. Por trabajo reproductivo se refieren al que se lleva acabo al interior del hogar, cuya realización estuvo tradicionalmente a cargo de las mujeres, y engloba todas aquellas activida-


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des necesarias para la reproducción de la vida de los miembros del mismo. El trabajo doméstico es considerado trabajo sólo cuando no son las personas pertenecientes al hogar las que lo realizan, es decir, se terceriza. Sólo en este caso tiene valor económico y se visibiliza. Por su parte, el trabajo productivo es el trabajo realizado fuera del ámbito familiar y remunerado por el mercado. Esta relación entre el trabajo productivo y reproductivo trae consecuencias en términos de discriminación tanto por el lado de la demanda, como de la oferta de trabajo. La forma en que se distribuyen las obligaciones para ambos sexos, tanto fuera como dentro del mercado, determina la división sexual del trabajo, que alude a la manera sesgada por género en que se divide el trabajo entre hombres y mujeres. Ésta permite comprender cómo las diferencias culturales determinan una asignación diferenciada de tareas y funciones entre hombres y mujeres. Según Oliveira y Ariza (1997), éste es uno de los pilares de donde parte la organización económica de la sociedad, la cual genera inequidades entre hombres y mujeres. Aún con la posterior incorporación de la mujer al mercado laboral, dada la forma en que se divide en el núcleo familiar el trabajo en el hogar, continúan siendo éstas quienes en su mayoría se encargan del trabajo doméstico. De aquí se desprende el concepto de “doble jornada femenina” que incluye al trabajo de la mujer en el mercado y en el hogar. Hochschild (1989) explica que la noción de “doble jornada” busca retratar que muchas mujeres trabajan a tiempo completo y además realizan casi la totalidad de las tareas domésticas. Así, a la jornada laboral del mercado se le suma la transcurrida dentro del ámbito del hogar. Además de este tipo de discriminación en la realización del trabajo doméstico, la economía feminista destaca la existencia de una segregación por género tanto vertical como horizontal al interior del mercado de trabajo. La segregación vertical es la que divide por puestos de trabajo y jerarquías, mientras que la horizontal es la división por sectores y por tipos de trabajo. Cuando se encuentra una gran segregación, ello indica que tanto hombres como mujeres se concentran en ocupaciones que están compuestas por personas de su mismo sexo (Oliveira y Ariza, 1997). Ambas formas de segregación son fruto de los estereotipos que vinculan a la mujer con tareas del cuidado donde se le asigna un rol subordinado a la mujer en el hogar y en el mercado. Esta asociación de las mu-

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jeres a las tareas de reproducción condiciona y restringe las posibilidades de acceso al mercado de trabajo. En este sentido, las ocupaciones femeninas reproducen los estereotipos comunes y dominantes de la sociedad que caracterizan a las mujeres con ciertas aptitudes. Estos estereotipos pueden dividirse entre “positivos” y “negativos”. Entre los positivos, se encuentra la capacidad para ocuparse de los demás y tareas del hogar, destreza manual y aspecto físico (Anker, 1997). En este sentido, se puede ver que los empleos que se desprenden de esta caracterización son también los que mayor representación femenina tiene, como educación, cuidado de personas, enfermería, salud, comercio, industria textil y trabajo doméstico. Los estereotipos “negativos” explicados por Anker (1997) engloban menor fuerza, menor capacidad para las ciencias y menor disposición a afrontar problemas. También se suman los estereotipos de mayor docilidad, mayor disposición a aceptar un salario más bajo y capacidad para recibir órdenes, menor tendencia a sindicalizarse, mayor disposición a realizar tareas repetitivas. Así, se descalifica a la mujer de los puestos de director o jefe, trabajadores de la construcción e industria mecánica. Esto explica la segregación vertical, es decir, que existen más mujeres operarias y muy poca representación en puestos jerárquicos, descripto como “techo de cristal”, donde se figura la dificultad de ascenso o como “piso pegajoso”, es decir, que cuesta empezar a ascender. Oliveira y Ariza (1997) explican entonces que la segregación ocupacional restringe los empleos disponibles y las opciones destinadas para mujeres son de menor prestigio social, poca perspectiva de movilidad y gran inestabilidad. La segregación de las mujeres también se manifiesta en el ámbito de la investigación. En este caso, Davenport y Snyder (1995) desarrollan que hay evidencia de una desventaja para las mujeres en los índices de citación: las mujeres son relativamente menos citadas que los hombres investigadores porque estos últimos las citan menos. Así, se genera y refuerza la brecha salarial impidiendo la igualdad de oportunidades y desvalorizando las actividades que se califican como femeninas. Como resultado, se genera una brecha de participación en el empleo entre hombres y mujeres, es decir, que la tasa de actividad femenina es menor que la masculina. Asimismo, las condiciones de trabajo femenino son más preca-


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rias, existe sobre representación de las mujeres en los trabajos de tiempo parcial y por cuenta propia y poseen menores ingresos (Oliveira y Ariza, 1997). Los autores agregan que incluso existen diferencias salariales aun cuando las mujeres cuentan con mismo nivel educativo. Es por esto que las mujeres necesitan mayores niveles educativos relativos para aproximarse a los salarios de los hombres. Si bien en Argentina las brechas salariales varían a lo largo del país, se observa que las mujeres ganan en promedio un 27% menos que los hombres, y la diferencia es mayor en el trabajo no registrado (D’Alessandro et al, 2015). La discriminación laboral hacia las mujeres produce que las posibilidades de acceso a un trabajo se acoten, lo que genera que dejen de solicitar esos trabajos, ampliando la brecha. Un estereotipo en los que se basan es que las mujeres son trabajadoras y madres por lo que deben hacerse cargo de sus hijos y tienen mayor ausentismo. Este criterio es aplicado a todas las mujeres aun cuando no sean madres, y también trae como resultado que las mujeres participen menos y en peores condiciones en el mercado laboral. Dados todos los elementos que incorpora la economía feminista (la distinción entre trabajo productivo y reproductivo, la división sexual del trabajo, la doble jornada femenina, la segregación horizontal y vertical y la noción de estereotipos asociados a construcciones sociales) encontramos que es el marco teórico más enriquecedor para abordar las diferencias de género de la docencia universitaria en la UBA.

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Problemáticas de género en la docencia en la UBA (1992-2011) Mientras que el Censo Nacional Docente de 2004 evidencia que el 79,4% de los docentes en la totalidad del sector educativo eran mujeres, la composición del plantel docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) cuenta con características distintas. A medida que ascendemos en los niveles de enseñanza en Argentina la participación femenina va disminuyendo. Para analizar la participación femenina en esta institución, analizamos los datos obtenidos en todos los censos docentes realizados hasta la actualidad. Éstos corresponden a los años 1992, 1996, 2000, 2004 y 2011. La cantidad de docentes censados fue modificándose año a año, dando cuenta de la evolución general del plantel docente de esta Universidad, e incluye a los docentes rentados y a los ad-honorem. Es necesario destacar que la UBA cuenta con gran cantidad de ayudantes no nombrados que no están incluidos en los censos, por lo que no están incluidos en el presente análisis. Participación femenina en los cargos de profesores y auxiliares El personal docente se divide entre profesores y auxiliares. El porcentaje de auxiliares, a lo largo de los períodos censados, siempre fue mayor al de los profesores. Mientras que en el año 1992 los auxiliares eran el 68.8% de la planta docente, en el 2011 ese porcentaje había trepado al 76,9%. Entre las categorías docentes se puede distinguir la participación femenina para cada año. Se ob-

Cuadro 1. Distribución del personal docente de la UBA según máxima categoría

Fuente: Censo de Docentes de la Universidad de Buenos Aires, Coordinación General de Planificación Estratégica e Institucional.


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serva que los puestos de auxiliares están sobrerepresentados por mujeres, mientras que ocurre lo contrario en los puestos de profesor. En el año 1992, la proporción de profesores varones era 68,7%. Ésta disminuyó a 56,5% para el año 2011, lo que significó una caída del 19%. El porcentaje de auxiliares hombres también disminuyó, pero en menor medida. Ahora bien, a pesar de aumentar la participación femenina en ambas categorías, las mujeres siguen estando más representadas en los puestos de auxiliares, lo cual aportaría evidencia a la hipótesis de segregación vertical. Toda esta información se presenta en el Cuadro 1 a continuación.

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liares- varones pasó a 46,5%. El descenso de la cantidad tanto de profesores como de auxiliares hombres, sumado al aumento de las profesoras y auxiliares mujeres, produjo un cambio de composición del plantel docente. Esta nueva estructura se asemeja más a la del resto del sector educativo. No obstante, en la categoría de profesores, sigue habiendo una mayor representación masculina que, como mencionamos, se puede asociar a la segregación vertical.

Diferencias de composición del plantel docente entre facultades

Nivel de educación y brecha salarial entre hombres y mujeres en 2011

Al hacer un análisis de la composición dentro de cada unidad académica, observamos que la estructura de su plantel docente varía según los estudios que se desarrollan dentro de cada una. En este sentido, los planteles docentes de cada facultad replican la segregación horizontal, delimitando facultades más feminizadas, aquéllas en las cuales se enseñan disciplinas o profesiones asociadas a trabajos típicamente femeninos.

En cuanto a nivel educativo, en el año 2011, un 60,8% del personal docente indicó que su nivel máximo alcanzado es el estudio de posgrado. Desagregando por sexo, observamos que el 62,7% de las mujeres señaló como máximo nivel alcanzado el estudio de posgrado, en tanto que ese porcentaje fue algo menor en el caso de los hombres (58.7%). Diferenciando ahora entre auxiliares y profesores, encontramos que, entre los primeros, el 53,2% de los hombres señaló al estudio de posgrado como su máximo nivel educativo alcanzado. Ese porcentaje fue mayor para las mujeres auxiliares (59,4%). A nivel de profesores, para ambos sexos los porcentajes fueron aún más importantes: los profesores varones con estudios de posgrado representaron el 71,9% y las mujeres el 80,7%.

En el año 1992, la UBA contaba con mayor cantidad de profesores hombres en 10 de sus 13 facultades. Las excepciones eran las Facultades de Farmacia y Bioquímica, Filosofía y Letras y Psicología. Sin embargo, la mayor representación de mujeres auxiliares se extendía a la mayoría de las facultades . En total, el 54,4 % de los profesores eran hombres. En el año 2011, las Facultades de Farmacia y Bioquímica, Filosofía y Letras y Psicología continúan teniendo mayor cantidad de profesoras mujeres, y se suma la de Odontología. Además, se acortó la brecha entre la cantidad de profesores hombres y mujeres debido a que aumentó la cantidad de profesoras mujeres. En el caso de los auxiliares, desde el año 1992 hasta el 2011 la cantidad de varones auxiliares disminuyó. Esto generó que la mayor representación de mujeres auxiliares se extienda a otras Facultades que en 1992 tenían mayor representación masculina en este segmento . En cuanto a la composición total de docentes, ésta se invirtió respecto al año 1992. Mientras que en 1992 había mayor porcentaje de docentes varones, en 2011, la proporción total de docentes –considerando conjuntamente profesores y auxi-

Estos valores muestran que las mujeres presentan niveles de estudio más altos. Como podría esperarse, los estudios de posgrado son aún más predominantes entre profesores que para los auxiliares, aunque en ambos casos la mayoría de los docentes los haya realizado. Ahora bien, a pesar de que las mujeres cuentan con un nivel de educación superior sus salarios son generalmente menores a los de los hombres. En este sentido, para el año 2011, pueden encontrarse evidencias de brecha salarial entre el personal docente rentado en la UBA. Si bien dentro de los profesores, tanto para hombres como para mujeres, el nivel de ingresos más frecuente es el correspondiente a la categoría “más de $10.000 y hasta $15.000” y dentro de los auxiliares la categoría “más de $5.000 y hasta $8.000”, se observa una diferencia al analizar los totales. La mayor cantidad de mu-


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jeres rentadas (el 19,2%) se encuentra en la franja de “más de $5.000 y hasta $8.000”. Los hombres, en cambio, se encuentran mayormente representados (18.1%) en la categoría “más de $10.000 y hasta $15.000”. Conclusiones y perspectivas En este trabajo procuramos contribuir a las explicaciones sobre las desigualdades entre hombres y mujeres en el mercado laboral a partir del estudio de caso de la docencia universitaria de grado en la UBA. Retomamos los aportes de la teoría feminista, que explica el nudo entre trabajo productivo y reproductivo, en el cual las mujeres son las encargadas de las tareas del hogar. Esto genera estereotipos (su capacidad para ocuparse de los demás, destreza manual y aspecto físico) que refuerzan el rol de la mujer asociado a tareas del cuidado. Se genera así una división sexual del trabajo en la cual se segrega a las mujeres tanto horizontal como verticalmente. Los resultados vistos para la UBA muestran que en el año 1992 la cantidad de hombres era mayor a la de las mujeres pero esta proporción general se revirtió desde entonces, ubicando al sector universitario en línea con las características del sistema educativo en general. Ahora bien, a partir de un análisis en mayor detalle, en el cual diferenciamos entre profesores (agrupando aquí a los puestos más altos de la jerarquía docente universitaria desde el adjunto hasta el titular) y auxiliares, observamos matices en relación al resultado general. Los cargos de profesores son en su mayoría hombres. En este sentido, podemos decir que la UBA satisface el análisis de la teoría feminista producto de la asociación de la educación a las tareas del cuidado relacionado con los estereotipos femeninos y que existe segregación vertical como resultado de la mayor representación de las mujeres en los puestos de auxiliares y la mayor cantidad de hombres en los puestos de profesores. A modo de conclusión y retomando los conceptos vertidos por Lamas (1996), podemos afirmar, luego de la presente investigación, que el análisis del mercado laboral desde una perspectiva de género no es sólo un medio para terminar con la desigualdad en beneficio del género femenino, sino que es un planteo en función de la mejora de toda la sociedad. Los supuestos injustos que pesan sobre las mujeres a la hora de sobreponerse a los estereotipos que las excluyen de ciertos

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ámbitos pesan también sobre los hombres que no desean avocarse a las tareas asociadas a la masculinidad. Entendemos que el reconocimiento de que la perspectiva propuesta en el presente trabajo favorece a toda la sociedad es la herramienta mediante la cual es posible sembrar la semilla del cambio cultural necesario. La elaboración de una agenda económica sin perspectiva de género se revela hostil a un crecimiento económico equitativo, reproduciendo viejos esquemas que excluyen a ambos géneros de su pleno desarrollo. El apego al androcentrismo ata al género femenino un destino ligado a las tareas reproductivas y no remuneradas, imponiendo con un fatalismo biológico límites al desenvolvimiento del género en su conjunto y a sus millones de individualidades que lo componen. Esto genera un golpe no solo a la equidad como valor, sino también al propio crecimiento y desarrollo económico de las sociedades contemporáneas. Para que el crecimiento económico venga de la mano de desarrollo, por lo tanto, es necesario que se realicen políticas que apunten a modificar la dinámica que restringe en la actualidad las posibilidades de desenvolvimiento del género femenino en el mercado laboral. Podemos afirmar entonces, y a la luz de lo desarrollado precedentemente, que es menester la existencia de políticas públicas que refuercen e impulsen un cambio cultural que apunte progresivamente a disminuir las cargas familiares que atan a la mujer a las tareas de cuidado, que busquen desterrar los estereotipos vetustos y que, sobre todas las cosas, impulsen políticas de igualdad real entre ambos géneros. Es decir, en pocas palabras, necesitamos sin excepción una agenda económica con perspectivas de género que sea acompañada por un cambio cultural.


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