¡Aleluya! Cada día es Pascua Don Segundo L. Pérez López Delegado de Peregrinaciones de la Catedral de Santiago
1. Por la Cruz a la luz Hemos vivido una Semana Santa especial. Palabras, gestos y silencios nos ponen en una actividad que nos lleva a reflexionar sobre el pasado y el futuro. Queremos hacer memorial que nos ayude espiritualmente en este tiempo de Pascua. Comenzamos con las palabras de Teresa de Jesús: mirad al crucificado y todo se os hará poco. A través de sus imágenes, el Crucificado dice palabras... y guarda silencio. Palabra sagrada también y de íntimas resonancias. La humanidad de Dios se hace en él realidad imponente, gigante, pero muerta. Todo él apabulla y anonada si se tiene el coraje de mirarlo con fe. Es el cuerpo de un atleta que ha finalizado su propio maratón en el que se ha dado y lo ha entregado todo. En su cabeza abatida, ya no tiene fuerza para mantenerla erguida quien no se humilló ante poder alguno de este mundo. De su boca entreabierta ha escapado ya el último aliento. Prestad atención a sus ojos vidriados que miran sin ver. Sólo la llaga del costado permanece en su imagen como signo de vida, como fuente de la que se derrama su sangre “para la salvación del mundo”. Está callado, pero está, al mismo tiempo gritando una palabra: Amor. “los amó- nos amó - hasta el final” dice san Juan. Sobrecogidos de asombro encontramos sentido en este tiempo de tantos sufrimientos- al tiempo que los hacemos nuestros,- en los versos de quien ante una imagen así pudo rezar tan bellamente:
“No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido; ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor y, en tal manera que, si no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes que dar porque te quiera; pues, aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”. Vamos a mirarlo en silencio, un silencio amoroso y penitencial, que se hará, sobre todo, fecundo, porque es deseado para hacer un espacio interior que permita digerir el silencio sonoro de Cristo, empaparse del amor que derrama y mirar desde ese silencio a tantos hombres obligados injustamente a callar porque no tienen nada que decir o porque no les permiten hacerlo. Y, sobrecogidos de asombro, profesamos con fuerza ante él, con la boca, con el corazón y la vida, como lo hizo el centurión: “Verdaderamente éste es el Hijo de Dios”. Unos hombres piadosos bajaron a Jesús de la Cruz, Boletín informativo ׀Nº 14 - Abril 2021, Año Santo 5