Confesiones de un chef

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Anthony Bourdain de un chef

Confesiones

horas después de conocerlo. Le llaman «Chuletita loca».17 Tiene tatuada la caricatura de un gato con gorro de cocinero en la picha y siempre está dispuesto a bajarse los pantalones si demuestras interés por verlo. En meses calurosos trabaja en sandalias, sin calcetines, con los puños de cuadros arremangados como los buscadores de almejas (manera de vestir muy atrevida en una cocina, donde la caída de un cuchillo o la salpicadura de grasa de pato caliente puede ser el final de tu carrera). Con desafiante altivez de prole usa las camisas de manga corta con broches de los lavaplatos y rechaza la chaquetilla tradicional de los chefs. Se niega a usar delantal. Come a bocados enormes un revoltillo de carne, maicena y verdura de aspecto nada apetitoso pero, por lo visto, comestible. Siempre está probando nuevas combinaciones. En pleno torbellino, Steven mantiene con mucha elegancia su puesto bajo control y, de alguna manera, hace al mismo tiempo crujientes patatas doradas y canapés de caviar para que los prueben los demás cocineros. Siempre hay para todos. Camareros del bar y el comedor, gerentes, cocineros, lavaplatos, conserjes, se lo cuentan todo. No sé cómo induce —sin proponérselo siquiera— a cualquier extraño a contarle sus secretos más íntimos y vergonzosos. Harían cualquier cosa por él. Le aguantan bromas pesadas que los ponen en ridículo. Le aguantan los toqueteos, la maldita costumbre de tratar de meterles guisantes en las orejas, las desenfadadas, horribles y escabrosas anécdotas sobre sus hazañas sexuales de la noche anterior. Nunca he aprendido a competir con Steven en el terreno de las bromas pesadas. Dedicaría toda su vida a darte quince y raya. Ponle una patata en el zapato y meterá en el congelador toda tu ropa de calle. Ponle una pegatina en la espalda y sacará de los goznes la puerta de tu armario para llenarlo de revistas pornográficas. Un día era su cumpleaños y le hice llegar a casa un par de muestras gratis de pañales para adultos. A la mañana siguiente todos los cocineros esperaban a ver cuál sería su reacción. Me dio las gracias con toda sinceridad: «¿Sabes? ¡Esas cosas son bien frescas! Me senté en el sofá, mientras comía nachos18 y miraba la televisión. ¡Fue fenomenal! ¡Ni siquiera tuve que levantarme para ir al baño! ¡Fue fenomenal! ¡Te aseguro que se siente uno limpísimo!». Nuestro ecuatoriano de las pastas, el del Sullivan's —hombre sin vicios y muy religioso— recibió durante varias semanas todas las noches, a las cuatro de la mañana, llamadas telefónicas de Steven, que estaba en pleno coito con su novia: «Manuel... habla Steven... aaah, aaay, oooh, bbboh, yaaah... ¡adivina qué estoy haciendo...!». 17

En español en el original.

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Tortilla de maíz con queso y pimientos. Página 182


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