Etnografía Precolombina de Venezuela_Gaspar Marcano

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ETNOGRAFIA PRECOLOMBINA gaspar marcano DE VENEZUELA

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J INSTITUTO DE ANTROPOLOGIA E HISTORIA FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACION UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA


1808, bajo el título T ableaux de la Nature, ou considerations sur les déserts, sur la physionomie des vegétaux, et sur les cataractes de L'Orénoque. Con el fin de entregar a los especialistas en antropología y arqueología de Venezuela una obra revisada en su terminología especifica, recurrimos a la licenciada Fritzi Kohn de Brief, de la Escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela, quien revisó lo concerniente a antropología física; y a la licenciada Alberta Zucchi de Romero, también de la Escuela mencionada y miembro del Departamento de Antropología del I.V.I.C., quien revisó la parte de arqueología. Para ambas nuestro reconocimiento y gratitud.

Queremos dar las gracias, además, al hijo del doctor Gaspar Marcano, Vicente Marcano, quien envió valiosos informes para la biografía de su padre; al licenciado Héctor Pérez Marchelli por elaborar la Biobibliografía de Gaspar Marcano; al profesor J. A. de Armas Chitty por sus notas aclaratorias; a María Lemmo por su labor como traductora; al licenciado Rafael Salas J., autor de los índices; a Vilma Vargas de Di Prisco por la diagramación de la obra; y a Tania Márquez de Benítez, nuestra gran colaboradora en la labor de mecanografía, revisión y compaginación del texto. No queremos terminar sin hacer un llamamiento a los miembros de la Academia Nacional de Medicina, a fin de que analicen y reúnan en uno o varios tomos los escritos sobre medicina del doctor Gaspar Marcano. Creemos que se merece tal homenaje.

BIOBIBLIOGRAFIA DE GASPAR MARCANO

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ANGELINA LEMMO B. Directora del Instituto de Antropología e Histori3

héctor pérez marchelli


La publicación de la obra del doctor Gas par M arcano, Btno grafía precolombina de V enezuefa, viene a llenar un vacío en los estudios de antropología y arqueología de Venezuela. La obra del ilustre investigador nunca había sido traducida al español en su totalidad. Se conocían traducciones parciales: Rafael Fernando Seijas tradujo el Capítulo V del tomo primero bajo el titulo de "Objetos de Adorno", y lo incluyó en el Primer Libro Venezolano de Literatura, Ciencias y Bellas Artes,· y el doctor A. P. Mora tradujo los tres primeros capítulos del tomo primero en forma incompleta y fueron incluidos en la Revista Técnica del Ministerio de Obras Públicas. Que sepamos, estas han sido las traducciones parciales de la obra del doctor Marcano. La presente edición, primera completa en español, ha sido estructurada en forma diferente a la edición príncipe. Esta fue editada en diferentes años (París, 1889, 1890, 1891) bajo el título general de EtnogMfía precolombina de Venezuela, y constaba de tres tomos con los siguientes titulas: "Valles deAragua y de Caracas", "Región de los raudales del Orinoco" e "Indios piaroas, guahíbos, cuicas y timotes". Nuestra edición consta de un solo volumen donde se agrupan los tres tomos, y los cuadros antropométricos han sido colocados al final de cada tomo. Queremos señalar que los traductores respetaron, en lo posible, la redacción francesa, y sólo introdujeron cambios para aclí!rar conceptos. Es importante destacar, además, que en la mayoría de los casos el doctor Marcano no cita la bibliografía por él utilizada en forma correcta. Por ejemplo, al referirse a la obra de Humboldt, T ableaux de la Nat.ure, no indica ni editor, ni lugar y año de la edición. Pensamos que se trata de la edición de F. Schoell, editada en París en 7


CAPITULO VII COSTUMBRES. ESTADO SOCIAL Vamos a tratar en este capitulo de reconstruir la extinguida cultura de los indios de Aragua y de Caracas, valiéndonos de los objetos que nos han dejado y de los informes históricos. Estos, desafortunadamente muy raros, no nos han inspirado ··siempre entera confianza. Contienen sobre todo hechos militares, detalles sobre la fundación y la administración de las ciudades, querellas individuales. En una palabra, la historia de una conquista, donde algunos datos etnológicos se han escapado como por casualidad. No hemos conservado sino lo que nos ha parecido digno de fe, reteniendo solamente las observaciones hechas directamente sobre el grupo étnico del cual nos ocupamos. Para colmo de dificultades, los relatos de los conquistadores están empañados de una parcialidad que frustra cualquier método y descarta todo espíritu de análisis. El indio no era sino un infiel y un rebelde. No se admite en él la existencia de civilización alguna que ameritara ser respetada. 21 "Los españoles, que tuvieron la oportunidad de conocer las diferentes tribus antes de que fueran subyugadas, dispersadas o destruidas, estaban muy lejos de poseer las cualidades necesarias para observar objetivamente el .interesante espectáculo que se ofrecía a sus ojos. Impacientes por apoderarse del país de los americanos, se apresuraron en tratarlos como una especie miserable de hombres, aptos únicamente para ]a esclavitud, y se ocuparon más de calcular el provecho que podían obtener de su trabajo que de

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observar el carácter. de su espíritu o buscar las causas de sus instituciones y de sus costumbres". 28 Mucho más deseosos a cualquier precio de convertirlos y hacerlos esclavos, no apreciaron siquiera las virtudes de las cuales a cada instante daban pruebas. El padre Bartolomé de las Casas escribía al rey de España, en 1542: "Los indios no saben lo que es apropiarse del bien ajeno; no hacen daño a nadie, no cometen violencias", etc.; y en otro pasaje de la misma carta: "Ellos creen que el Dios de los cristianos es el más rui,n de t-.Jdos los dioses, porque los cristianos que le adoran y le sirven son los más ruines de todos los hombres. En lo que atañe a Vuestra Majestad, ellos creen que vos sois el más cruel e impío de todos los reyes, al ver las crueldades y las impiedades que vuestros súbditos cometen con tantas insolencias; están casi persuadidos de que Vuestra Majestad no ~e nutre éino de sangre y de carne humana". Fue . necesaria la autoridad de una bula del Papa para que los amencan(}s fueran considerados como hombres (Herrera, Torquemada) ; pero a pesar de los esfuerzos del venerable obispo de Chiapas y de las leyes protectoras emanadas de la Corte de España Y_ de la Sant~ Sede, de hecho fueron considerados como desprovrst?s. de razon. De esto a su destrucción no había sino un paso, Y raptdamente fue dado. No obstante, así como lo hace notar el señor Letourn~au, "los grandes imperios de México y Perú no deben ser consrderados como islas civilizadas en medio de un oceáno de salvajismo. Por todos lados existían sociedades menos importantes pero _que ya ~enían una organización social bastante superior a la de los pt.eles roJas y a la de los guarayos" .2 Los indio:; de Los Cerr~tos pertenecían 5eguramente a ese grupo de civilizaciones íntermedras a las cuales no se toma muy en cuenta. Estas civilizaciones son ;:hgnas de estudio, p~rque muchos de los errores desaparecerán el dta en que sean conoCidas para que se nos permita -c ompararlas con los grandes centros precolombinos. !)

Los pueblos de l?s valles . 5eptentrionales no habían sobrepasado la edad de la ptedra pulida, y de metales no conocían sino ~1 oro. Reiteradas veces después de las batallas, se encontraban rdolos y alhajas de ese metal colgados a los cuellos de los cad 2veres. _Nada tiene eso de extraño, pues perfectamente el haber descubrerto ese, oro fue lo que decidió a los españoles a establecerse_ en el par~ de los caracas, y las muestras que estos últimos ensenaron a Faprdo fueron la causa de las infatigables búsquedas

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hechas por él para llegar a las minas de Los Teques que_ descubr~ó en 1560. 30 Pero, ¿conocían los indios la explotación mmera? Sm duda alguna. Se han encontrado las excavaciones que practicaban en los filones de cuarzo aurífero. "En Baruta, en mi tiempo, los indios aún recogían un poco de oro lavado" (Humboldt). Además de la piedra, empleaban como materia prima los huesos y otros productos de animales, las conchas de mariscos y la madera. Los habitantes de Aragua eran cazadores y pescadores; los del norte, cazadores y sobre todo agricultores. En ninguna parte se ocupaban de criar rebaños a pesar de las facilidades que tenían, pues lo mismo que en toda Venezuela, el h?mbre, de_ cazador se volvió agricultor, sin haber pasado por la vtda pastonl. , Su agricultura, muy primitiva, era sin embargo suficiente gracias a la riqueza del territorio. Los europeos, que por largo tiempo se nutrían de los productos del cultivo indígena, tampoco trataron de perfeccionarla. Antes que nada guerreros, desde?aban ese. arte, pues se consideraban de una naturaleza muy supenor p~ra eJercer el oficio de labradores. En los valles, la agncultura Jugaba un papel muy importante. Cuando Losada ll~gó a la aldea de Macarao, el cacique aceptó un pacto para no pnvar a las plantaCiones en flor de los cuidados de que tenían necesidad. No tardó mucho, después de la cosecha, en tomar las armas contra el enemigo. Los caracas cultivaban el maíz, la yuca, las batatas y legumbres propias del trópico. Además, comían los frutos del banano, del cocotero, del aguacate, de la lechosa 31 y de tantos otros árboles que les ofrecían sin cultivo sus productos sabrosos y nutritivos. En el lago de Valencia los indios encontraban los peces, los mariscos, los caimanes, sin contar las garzas reales, los phénicopteres, y los millares de pájaros acuáticos que habitaban en sus orillas. Con sus flechas, cazaban los animales y aves que abundaban en la comarca. En cuanto a los animales domesticados, tenían la5 gallinas y los patos. Ignoramos si existían mercados como los qu<" tenían los corianos, según lo dicho por el padre Simón. No obstante, podemos asegurar que traficaban con las naciot~es vecinas: los mariscos debían ser uno de los productos que cambraban. Acle más, pudiera ser posible · que las pequeñas conchas marinas perforadas todas en el mismo lugar, hayan podido servir como monedas. Humboldt asegura que fragmentos de oro eran dados como pago por el comprador.

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Ellos iban todos desnudos, el cuerpo pintado de rojo con sustancias vegetales y únicamente cubrían su sexo con un trozo de una pequeña calabaza, amarrada a la cintura por medio de un hilo. La constante benignidad del clima no hacía necesario usar vestidos. Si no tuviésemos el testimonio de los autores respecto de su desnudez, los botones encontrados en las urnas hubie¡an podido indu. cirnos al error. Al examinarlos con cuidado, no es posible equivocarse. Creemos habernos explicado suficientemente a este respecto. Ignoramos si el gusto por el adorno personal haya llegado hasta la mutilación. No obstante, entre los objetos de Los Cerritos hemos recibido pequeñas plaquetas de piedra verde, de 7 centímetros de largo, muy estrechas, con el orificio cerca de uno de los bordes y con gran semejanza a los palos para la nariz que posee el Museo del Trocadero. Los indios de Bolivia, de donde provienen, los suspendían por medio de un hilo que pasaba por una abertura hecha en el tabique de las fosas nasales. Señalamos la semejanza, sin arriesgarnos a darle ninguna trascendencia. Las deformaciones craneanas eran necesariamente practicadas como signo de distinción, pero no tenemos informes a ese respecto. Finalmente, recordemos que el doble orificio de las orejas de los ídolos y de otras figuras humanas, nos lleva a inclinarnos a favor de la práctica de las mutilaciones étnicas. Los pueblos que nos ocupan habitaban pequeñas chozas con una sola puerta baja, muy diferentes de las habitaciones multifamiliares de los indios de las Antillas. Las hamacas estaban colgadas en el interior de ellas. Las chozas más grandes servían de lugar de reunión para las deliberaciones públicas a las cuales iban en gran número. La agrupación de esas casas formaban las pobla· ciones y las aldeas. Las poblacione~ actuales han sido edifi-cadas sobre los sitios de las de los aborígenes, cuyas diferentes obras fueron destruidas sistemáticamente. Es imposible trazar el plano de la agrupación de las poblaciones y del tipo de trabajos de sus habitantes. Sin embargo, en algunas localidades menos importantes, escasos vestigios han escapado al exterminio. Así sucede cerca de Carayaca, donde existen caminos precolombinos que conducen al Tuy. Hay pequeños senderos indios bordeando las montañas que separan el ~i~mo río de las costas de Chuspa y aún son utilizados por los viaJeros (comunicación de M. Barris) . Otras aldeas que los espa100

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ñoles no han reemplazado han sido cubiertas por la vegetación, y únicamente la casualidad, a falta de tradición, pu.<';de hacer que se descubran. Al oeste y a cuatro leguas de distancia de Caracas, sobre las márgenes de Mamo, se encuentra un terreno montañoso que se empezó a desmontar en 1820 para plantar alli café. Los ·primeros propietarios tenían la convicción de que esos bosques eran vírgenes. Sin embargo, a medida que los fueron habitando, se encontraron vestigios innegables de viviendas primitivas: caminos perfectamente trazados, armas de piedra, alfarería, urnas y utensilios para el hogar. Los torrentes que descendían de las cumbres eran utilizados para regar las plantaciones por medio de las zanjas cavadas después de nivelar el terreno. Los actuales propietarios han conservado esos canales de riego que aún les prestan sus servicios. Debajo de otros bosques vecinos que fueron derribados en 1835 y en 1841, se escondían también restos de aborígenes. 32 La vida de familia no es completamente desconocida. Todo parece indicar que la mujer se quedaba en la casa mientras el marido iba a cazar y a buscar los alimentos. Probablemente ella cuidaba a los niños, fabricaba objetos de barro, cocinaba y tejía las redes; las mallas de sus redes debían ser muy anchas a juzgar por sus lanzaderas. La de la figura 47 es de hueso y lleva en la 101

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su utilidad debía ser muy grande para aquellos que conocían su empleo. La figura 48 representa un fragmento de hueso que pareciera tallado con un cortaplumas y análogos a los punzones de los cuales se servían los pueblos prehistóricos para perforar la piel de los animales. En cuanto a los trabajos culinarios, no conocemos sino la elaboración de la yuca y del maíz, fuera del cocimiento acostumbrado de las carnes y de las legumbres. El maíz, que era el plato nacional, amerita mayor antención, puesto que ha sido el origen de un positivo número de supervivencias. La preparación consistía en desgranar y moler los granos para hacer una masa que se cocinaba. La primera operación se hacía corrientemente por medio de un pilón. Algunas tribus colocaban los granos en unos huecos hechos en las piedras y pasaban alternativamente la planta de cada pie hacia adelante y hacia atrás, produciendo frotamientos repetidos que rompían y despegaban la

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base el rastro del hilo. Su forma aún se encuentra entre los indios de otras regiones de Venezuela. . La imposibilidad de juzgar la habilidad de un pueblo extingmdo h~sta e~ el examen de sus utensilios, nos impide penetrar en la v1da pnvada de los antiguos habitantes de las orillas del lago. de Valencia. ¿Para qué pueden servir los cilindros muy propowo~~dos de madera y de hueso, las plaquetas pulidas en las superf1oes y en l.o~, bordes e infinidad de otros pequeños objetos cuyos secretos qms1eramos penetrar? En apariencia insignificante, 102

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Al pie de la colina corre el arroyo_ d,e los Indios. ( que?rada de los Indios) .3 a De a-cuerdo a la tradtoon, ese para¡e sena un cementerio precolombino, leyenda que hay que destruir como tantas otras que circulan en esas regiones. El señor V. Marcano ha hecho allí excavaciones por todas partes, que le han demostrado la completa ausencia de osamentas. En la cima de la colina existe una especie de cráter artificial (ver la sección debajo del dibujo): En las paredes laterales de su recinto están grabados todos los ¡eroglifos, a excepción de los números 9 y 10, que están esculpidos en la piedra colocada sobre la tierra (en a) . Ni siquiera nos preguntamos cuál ha sido 1~ fil~alidad d~ es_e singular arreglo de las piedras de San Roque, m cual es su stgmficado, porque caeríamos en las más vanas conjeturas. La figura S 1 ha sido copiada de un elevado peñón vertical, lo mismo que la anterior, que se encuentra sobre una colina, cerca del río Valle, enfrente de Turmerito, a 200 metros del camino. Se les dice Las Caritas. Los jeroglifos de la figura 52 son los más elementales.

envoltura. Las semillas, a las cuales se les había -quitado la corteza en esa forma , se colocaban en piedras cóncavas o se molían por medio de un triturador. Estos diferentes instrumentos son muy abundantes en los valles septentrionales. En la región de los tarmas, de la cual venimos hablando, los trituradores son tan pesados que son necesarios dos hombres para ponerlos en movimiento. Las piedras tienen 1 metro de largo y 75 centímetros de ancho. Por lo demás, durante mucho tiempo han sido empleados exclusivamente los procedimientos indígenas y aún recientemente, en algunas localidades, la de~cortización con los pies se hada en las mismas piedras que los precolombinos habían ahuecado. Es verdad que hoy día los pilones están hechos de madera y únicamente las dimensiones de los trituradores han cambiado. No tenemos idea sobre la lehgua hablada por los caracas. Solamente la imaginación ha regido en las clasificaciones y en el cotejo lingüístico intentado por algunos etnólogos. . En todas la~ zon~s de los valles existen inscripciones jeroglíficas gr~badas sobre ptedras de grandes dimensiones conocidas por · los ?a~ltant~s de to~os los tiempos bajo el nombre de piedras de los md10~, _ptedras pmtadas. Desde hace tiempo, llaman la atención de l_os :'ta¡eros, qmenes han publicado muchas reproducciones con la fmahdad de presentar cosas curiosas, a menudo inexactamente. Hace algu:10s añ~s, Appun insertó en su obra 33 jeroglifos copiados de una ptedra situada en Puerto Cabello y Valencia. Al compararlos ton los que Hartmann presentó a la Sociedad Antropológica de Berlín, 34 se encontraron grandes diferencias en los detalles de los dos dibujos; sin embargo, se refieren al mismo modelo. Muchos viajeros se han. atribuido el descubrimiento de esa piedra. El deseo de encontrar algo nuevo les ha hecho creer, sin duda, que descubrían los hombres y las cosas que encontraban a su paso . . Más e~acta es fu. reproducción de la roca de Loma de Maya 35 envtada reClentemente por el señor Ernst a la misma Sociedad. Esta roca forma parte de la cordillera situada al oeste de Caracas y está ubicada cerca de La Victoria. ~em?s ?echo exhibir de nuevo algunos ejemplares inéditos de e~as mscnpoones. Son de una rigurosa exactitud. Esos dibujos han stdo. esco~tdos para dar una idea completa de las variedades de los ¡eroghfos. Los de la figura 49 provienen de San Roque. San Roq_ue es un peñón situado en una colina frente a Copey, en el cammo del Tu y (Fig. 50). 104

Por el contrario, los de la figura 53, son de un estilo muy diferente. Pueden ser considerados como los más complejos.

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Han sido encontrados en La Boyera, en la ladera de El Hatillo. El bajorrelieve de los caracteres penetra a casi más de un centímetro de profundidad. El significado de esos símbolos es completamente des-conocido. Apenas podemos decir, con el abate Domenech, que "esos 'on los primeros pasos dados por un pueblo para consignar los primeros anales de üna historia que comienza" .'l7 Esos caracteres, absolutamente ideográficos, no debieron haber sido hechos con un fin único, porque sus estilos son muy variados. Algunos parecen encajar en el sistema totémico ele Shoolcraft. Es igualmente imposible decir con rigurosa exactitud, si han sido trazados por las tribus que los españoles sometieron o por los pueblos más antiguos. Humboldt se inclina por esta última opipión. Como la cronología antropológica ele Venezuela no ha hecho ningún progreso después de los trabajos del célebre viajero alemán, no hay otro medio para juzgar la materia como no sea para comparar esos símbolos con los de los otros pueblos ameri-canos. Desafortunadamente, el estudio de la pictografía está aún en el nuevo ··· mundo en el período puramente descriptivo. Fig. 52

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Si es verdad que, entre los jeroglifos de la zona septentrional, existen los que han sido trazados en un período muy antiguo, no vemos en qué podríamos basarnos para pretender que las tribus de las cuales nos estamos ocupando hubiesen perdido la noción de la escritura ideográfica. Por el contrario, viejas tradiciones locales sostienen que los indios vencidos trazaban cara-cteres sobre la piedra para expresar sus sentimientos, su adiós a la patria. Muchas inscripciones, que se ven en las comarcas donde la persecución ha sido más violenta, no tendrían otro origen. Esta tradición se refiere particularmente a una piedra de jeroglifos situada al norte de La Guaira . Es más probable que el origen de esos jeroglifos sea múltiple. Antes de abandonar esta materia, hacemos notar que las urnas no tenían ninguna inscrip-ción funeraria. Los indios de Aragua no han dejado nada para probar que hubiesen conocido ni el dibujo ni la pintura, porque no podemos darle ese nombre a las capas de color rojo que le aplicaban a sus vasijas. Por el contrario, eran músicos. Además de sus guaruras militares, tenían flautas; nosotros poseemos una hecha con la tibia de un animal. En las fiestas públi-cas bailaban al son de sus instrumentos. 107


Su arte decorativo no demuestra mucha imaginación. Tanto en las piedras de sus collares como en los adornos de sus vasijas no se encuentran sino copias de los más simples modelos de la naturaleza. La misma simplicidad se encuentra en los ídolos. Sin embargo, la unidad en el planteamiento del diseño indica una idea fija más que simple imitación. Deformes en los detalles, el conjunto es armonioso, una vez que se ha captado la inspiración general gue ha dirigido su concepción. Si su belleza es imperfecta o si no tiene siquiera relación con las ideas estéticas fundamentales de la civilización moderna, la reg.ularidad y la expresión severa de esas divinidades revelan una búsqueda de la belleza, una elemental aspiración hacia lo ideal. La mayoría de los ídolos están en posición sedente. El abdomen no está representado sino por el muslo, en el cual algunas ranuras indican los dedos de los pies. La cabeza es siempre demasiado grande en relación al cuerpo, Los párpados cerrados y horizontales, las mejillas salientes, las ventanas de las narices abiertas, las orejas enormes y perforadas, son los caracteres comunes del rostro, cuya fisonomía es majestuosa y apacible. No tienen cuello y el tronco es muy pequeño. Los minúsculos brazos terminan en pequeñas manos puestas sobre el pecho. No están representados en su totalidad los miembros inferiores. Algunos tienen la cabeza redonda, como el de la figura 54. Es uno de los más burdos y conserva el color de tierra cocida. El de la figura SS, bastante más pequeño, está pintado de roJO. La cabeza está aplastada de adelante hacia atrás. El siguiente (Fig. 56), también cubierto de pintura, tiene sobrepuesto un tocado que hace más evidente el aplastamiento an~ teroposterior.

anterior, cubierta por un tocado, a la cual se parece en su mitad superior. El tocado está formado por dos pequeñas _planchas ador· nadas. La del frente está muy inclinada hacia abaJO y haoa ade· !ante mientras que la de atrás es casi vertical. En el copete de la cabe;a hay trazado cuatro cordeles formando un nudo en el medio que los acerca. Hablando en propiedad, ¿es esto un tocado o un aparato deformador? Los párpados del ídolo están hinchados y como tumefactos y las ranuras de los párpados muy derechas. Las cejas están representadas por puntos. Una pequeña boca que no llega a 2 centímetros, corona un mentón de 1 centímetro de alto, al cual stguen dos curvas regulares que terminan en el pabellón de la oreja. Esta presenta dos orificios superpuestos. En la unión del pabellón c_on la mejilla existe otro orificio bastante más grande que comuntGJ con la cavidad. Sobre el cuerpo, de siete centímetros de largo, se distinguen los pezones y el ombligo que está representado por una marca circular. Por detrás le han colocado la saliente de -los omóplatos y el pliegue del sacro. Los pies alargados y la pierna sobresaliendo hacia atrás ofrecen una base bastante ancha y sólida para que el ídolo, colocado en un plano horizontal, se mantmga en equilibrio. La planta de los pies es lisa. Algunos pies despegados tienen adornos. (Fig. S7). Sin excepción, todos estos ídolos son del sexo femenino. Uno solo está de rodillas. La religión de los indios de Caracas era de una ingenua idolatría, muy en armonía con su simplicidad. Adoraban las montañas, las plantas, los animales, las piedras (notas inéditas de F. J. Yanes) .38 No sabemos si conocían una divinidad superior. El sexo único de los ídolos parece conformarse al principio de una adoración común, como la tierra, la luna, la agricultura. Lo cierto es que creían en un espíritu maligno a quien hacían sacrificios o más bien ofrendas, porque ellos estaban muy lejos de la cruel idolatría de los aztecas y otros pueblos precolombinos.

No podemos dejar de confrontar esas dos variedades de ídolos, los de cabezas deformadas y los de cabezas normales, con esos dos tipos que la craneología nos ha revelado, sobre todo porque las primeras siempre están mejor hechas y conservadas. Parecen haber sido hechas con más cuidado, por manos más hábiles, o en una época más reciente, y también son más numerosas. El ídolo más bello de todos y el más completo está de pie. Mide 26 centímetros de alto y tiene los cuatro miembros completos. Su enorme cabeza ( 18 centímetros de diámetro transversal) está, como la del

Sus altares eran las chozas, la cima de un peñasco, la orilla de un arroyo y hasta los huecos de los árboles. Colocaban allí ms ídolos a quienes dirigían sus plegarias, al son de sus botutos. Sus sacerdotes y médicos a la vez, estaban encargados del ejercicio de ~us supersticiosas ceremonias. Aunque no tenían instrucción alguna

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que los hiciera superiores a la masa, comprendían, no obstante, que con la astucia y mediante el abuso de su prestigio, se podía explotar fácilmente el fanatismo de los fieles. Como tenían el secreto poder de hacer hablar a los ídolos, se les consultaba sobre la calidad ele las próximas cosechas, sobre los cambios del tiempo y sobre el tratamiento de las enfermedades. El ídolo hablaba y el oficiante trasmitía las respuestas a los creyentes. Los mejores historiadores cuentan que en la época de la conquista tuvieron lugar grandes reuniones religiosas. Los sacerdotes invocaban allí "al demonio" y le preguntaban qué era lo que habia que hacer para luchar ventajosamente contra los españoles. Estas consultas eran al mismo tiempo asambleas generales de deliberación de los caciques. Nada de censurable babia en la práctica de

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ese grotesco culto, que no había producido mnguna costumbre bárbara ni inhumana. No obstante, Oviedo refiere un hecho de canibalismo. Cuando Losada se apoderó de las poblaciones que denominó Estaqueros, la tropa hambrienta se volcó sobre la olla abandonada y lista para ser servida. Mientras saboreaban la carne y las batatas que contenía, los españoles recogieron "dedos con las uñas y un pedazo ele piel de la cual colgaba una oreja". Oviedo, prolijo historiador, quien no ha tenido temor en informar a la posteridad cuántas veces sus compatriotas, presionados por el hambre, ~e vieron constreñidos, durante la conquista de Venezuela, al extremo y repugnante recurso de comer carne humana, no nos ha trasmitido sino este ejemplo probado de canibalismo entre los caracas. Por eso no sabemos qué se puede deducir de ello. Puede ser que el hambre fuera la causa (Yanes). En todo caso no puede imputársele a la religión.

fin, los cerritos parecen haber sido peculiares de los habitantes de la zona fijada anteriormente. Pero si nuestra interpretación es exacta y las comidas fúnebres se llevaban a efecto, nos sería muy difícil decir cuál era su finalidad y cuáles ceremonias precedían y acompañaban la inhumación. Lo propio sucede con las preguntas que nos apremian en tropel cuando se estudian las precio~as reliquias de Los Cerritos. Si solamente los huesos estaban sepultados, ¿por cuál procedimiento les quitaban las partes blandas? Se dice que algunas tribus del Orinoco sumergían los cadáveres en el río hasta que los peces se comieran las carnes. ¿Estaban las aguas del lago de Valencia cargadas de esta fúnebre disociación? Entre los meregotos, se puede observar la regularidad c~n la cual arreglaban los huesos dentro de las urnas. El cráneo, en particular, estaba cuidadosamente colocado e inmovilizado como si hubieren querido asegurarle un reposo eterno. Esas piadosas intenciones, hijas del respeto por los muertos, prueban que poseían apego por la familia y que eran accesibles a esos íntimos sentimientos de un orden demasiado elevado para los salvajes. Del fondo de esos ataúdes se desprende también su creencia en una vida futura o por lo menos la idea de un viaje que seguiría a la muerte. Las hachas, las alhajas, los ídolos, las vasijas, eran sin duda e~condidos en las sepulturas para que el difunto pudiera encontrarlos a mano, a su llegada. Organizados en tribus o en naciones, los indios de Aragua y de Caracas estaban gobernados por caciques cuyo poder era absoluto, pero paternal en su ejecución (Yanes). Su influencia en la guerra era considerada, y mientras el jefe estaba con ellos, luchaban frenéticamente; se desmoralizaban fácilmente cuando lo veían sucumbir.

Las sepulturas diferían según las tribus. Al norte, se enterraban los muertos en sus propias casas. Del suelo de la región de los tarmas, se han desenterrado urnas en las cuales estaban colocados esqueletos en cuclillas, siempre solitarios. En los valles meridionales, se depositaban los cadáveres en surcos cavados ad hoc. En

Fuera de las armas que ya conocemos, tenían flechas de madera y de hueso que tiraban con las manos o por medio de un arco. Oviedo habla reiteradas veces de flechas envenenadas. Si se sirvieron de ellas, la mortalidad de los europeos hubiera sido considerable y las llagas más insignificantes habrían contribuido a ello. No hay tal cosa. Los heridos morían cuando los órganos viscerales eran atacados, y en las dramáticas descripciones de Oviedo no encontramos nada que se asemeje a los síntomas de las inoculaciones traumáticas. Los indios de América Central no se servían de sus flechas envenenadas sino para la cacería y jamás en sus guerras,

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tanta veneración que los llevaba a los más duros sacrificios. Después de la atroz ejecución de veintitrés caciques, ordenada por Losada (los historiadores no se han puesto de acuerdo sobre este último punto), un joven mariche llamado Quaricurian ideó um estratagema para que lo confundieran con su jefe y se hizo sacrificar en su lugar.

por una especie de respeto .al ser humano, algo muy digno de tomar en consideración. Es probable que los de Caracas obedecieran a los mismos sentimientos. Empleaban también las macanas, espadas de madera, cuya forma les permitía a la vez, servirse de ellas como maza; lanzas, las guaicas, a las cuales adaptaban el acero robado .al enemigo, y toda la variedad de armas que pueden fabricarse con huesos, madera y piedra. Con estas últimas, confeccionaban proyectiles que lanzaban con las manos o con las hondas.

Esos actos de abnegación de los que están llenos los anales, eran realizados a nombre de la nación y con la más grande sencillez. Los conquistadores, incapaces de comprender sus costumbres, las cuales no se tomaron la molestia de analizar, por el solo hecho de que los indios no eran cristianos, los han · considerado como salvajes, pero no han podido rehusar reconocerles el valor, y a veces le han rendido homenaje.

No faltaban los emblemas de guerra, los estandartes, botutos o flautas, y a guisa de · trompetas, los grandes caracoles, de los cuales sacaban un sonido que se oía a gran distancia. Entre los caracoles marinos de Los Cerritos, un Triton variegatus de 162 milímetros de largo, traído desde la costa, ha sido arreglado para servir de caracola. Su espira cortada se convirtió en boquilla, y los dos orificios hechos en el pabellón permiten colgar el instrumento. Al soplar, se obtiene un ronco sonido muy intenso.

No hablamos del valor brutal, simple manifestación del instinto de conservación personal, atributo de todo ser viviente, sino de ese heroísmo desinteresado y consciente, derivado de las tradiciones familiares, del respeto a la autoridad legal y del sentimiento nacional. Los españoles jamás lo han confesado en sus escritos, aunque sí supieron apreciarlo muy bien, puesto que, cuando la suerte de las armas no les era favorable, sabían sacar partido de esas cualidades de virtud y de moral universales, las cuales, lejos de haber sido recompensadas y ni siquiera comprendidas, siempre fueron explotadas.

El indio, equipado con su carcaj, el arco y las flechas y adornado con su penacho de plumas sobre la cabeza, se presentaba desnudo al combate. Excepcionalmente se cubría el cuerpo, aunque esto lo hacía con el fin de exhibirse. Los caciques Paramaconi y Toconai fueron vistos en Caruao con una piel de tigre sobre el dorso.

La conquista aún no había terminado en 1573. Los caciques Conopoima y Acaprapocon habían recogido la herencia de Guaicaipuro y resistían con igual tenacidad y vigor. Garci-González comenzaba a desesperarse. Al no poder apoderarse de sus personas, lograron hacer prisioneros a la mujer del primero y a los dos hijos del segundo. Sabiendo que les tenían un extremado amor y que su captura era tan eficaz como la de los jefes, no quisieron admitir otro rescate que la sumisión del padre y del esposo. Al conmover el corazón de los dos salvajes, llegó a ser el dueño de un país que no había podido conquistar por la fuerza.

Antes de la batalla, provocaban al enemigo con gritos y con los instrumentos; el sonido de la caracola era la señal de la retirada. En la lucha, los indios no etan inferiores a los españoles. E.i. estudio de sus huesos ya nos ha mostrado cuán robustos eran, á pesar de lo exiguo de sus proporciones. En muchos encuentros luchaban cuerpo a cuerpo con enemigos a caballo. Igual encarneCimiento mostraban en los combates en los cuales eran más bien masacrados que vencidos. La batalla de San Pedro, en la cual había 10.000, no fue ganada sino al precio "de ríos de sangre, en donde los cadáveres flotaban despedazados" (Oviedo). Pero, ¿para qué podían servir sus heroicas cualidades ante la incalculable ventaja que sacaba el invasor de sus armas de fuego y de sus caballos? En toda la América esos dos factores jugaron un papel decisivo, particularmente con los caracas, en donde fue preciso destruir hasta el último sin que su arrogancia jamás cediera ante la fuerza dominadora. Respetuosos de la autoridad, ellos tenían por sus caciques

Los castellanos sabían también que sus víctimas eran esclavos de su fe jurada y trataban de que empeñaran su palabra, pero ya era demasiado tarde. Las primeras alianzas entre españoles e indios, fielmente respetadas, no sirvieron sino para precipitar la ruina de estos últimos. Así sucedió en el país de los corianos. Aconteció asimismo con los caracas. Comenzaron por arrojarse en los brazos 115

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de Fajardo, pero su unión les hizo rápidamente comprender que no habían escapado a los horrores de la guerra, sino para caer en el deshonor y la esclavitud. El sistema empleado por los europeos era tal, que la alternativa se imponía por sí misma; por lo tanto, el indio luchó con tanto más ardor cuanto que su valor personal estaba secundado por innegables aunque rudimentarios conocimientos militares. Si su táctica era, como se ha afirmado, una imitación de la de los españoles, hay que reconocerles un excepcional talento de observación, para haberlo logrado en tan poco tiempo. Muy al contrario, sus actitudes guerreras eran cualidades personales, porque era imposible comparar sus medios de defensa con los de los extranjeros. Además, los españoles no se familiarizaron, sino a la larga, con sus planes de guerra, y sus primeras expediciones fueron desafortunadas, no solamente a causa del insuficiente número de soldados, sino porque siempre se sentían sorprendidos. Los indios se retiraban a las montañas, desde donde espiaban al enemigo; cuando éste había penetrado en los valles y se adentraban en los pasos estrechos de las montañas, inopinadamente se veían rodeados por las numerosas hordas que descendían desde lo alto. Si por el contrario los españoles deseaban la batalla, los indios se escondían en las impenetrables guaridas inaccesibles a los extranjeros. Los ejércitos indios estaban divididos en guardia delantera y retaguardia y sus movimientos, regularmente combinados. Conocían el arte de las emboscadas, en las cuales los españoles cayeron a menudo. Ellos no les escatimaron ninguna sorpresa, unas veces obstruían el paso con diversos obstáculos, otras detenían su marcha con el incendio de un campo o por la combinación de mil estratagemas de las cuales Oviedo nos ha conservado los detalles en su interesante historia. Entre sus ardides de guerra, escogemos el ejemplo siguiente: en h batalla de Las Quebradas, los taramainas fingieron batirse en retirada, los españoles se lanzaron en su persecución; pero los indios se devolvieron súbitamente, se dividieron en varios grupos, atacaron al enemigo por detrás, inesperademente, y lo obligaron a dividirse y a batirse por separado. Por consiguiente, eran temibles los guerreros caracas y por sus brillantes cualidades, la conquista se hizo imposible. Fue necesario exterminarlos para adueñarse de su territorio.

A propósito de esto, no queremos pronunciarnos, como tantas veces se ha hecho, en contra de la crueldad y la injusticia de los castellanos, porque éste es un problema aún no resuelto por la historia, sino conocer si la guerra a muerte ha podido ser evitada sustituyéndola por otro sistema de colonización. Aunque se hayan dicho muchas cosas, en realidad ninguna nación europea ha actuado mejor que la España del siglo XVI. Al juzgarla tan severamente como se ha hecho, sin duda se ha olvidado que está dentro del destino de las grandes naciones el aspirar a que todo dependa de su propia existencia, bajo un único pretexto, bueno para aquellos que lo invocan, odioso para aquellos que tienen que sufrir las consecuencias. Es triste agregar que sus juicios cambian alternativamente siguiendo el sino que le ha tocado en suerte. Cada pueblo considera su historia llena de gloria, la de 'los otros de errores, sin embargo, ¡los capítulos de esas historias difieren tan poco ! No es sin razón que los españoles, orgullosos de haber entregado a la civilización un ignorado continente, recuerdan con orgullo el esplendor con que brillaron sus heroicos capitane5: ·Si a los ojos de sus ancestros, el Nuevo Mundo, arruinado y desolado, fue poca cosa frente al grandioso espectáculo que ofrecía el estandarte de Castilla desplegado sobre tantas naciones conquistadas para el rey y para la religión, no hay que ver en eso sino el instinto dé egoísmo y de preponderancia propio de la especie humana y del cual se ha querido hacer responsable a España. En cuanto a los oficiales medianos, ciertamente es permitido censurarlos; pero para ser imparcial, el historiador, al deplorar las desdichas de la conquista, debe también hacer entrar en escena a la Europa de aquel tiempo. Apenas salida de las guerras feudales que la habían cubierto de sangre, era ajena a todo acto de justicia y de humanidad y no poseía otra gloria ni otra grandeza que la fuerza y la violencia. Por lo demás, es inútil, trasladarnos a lejanas épocas, porque no es verdad que ahora la lucha de las razas superiores contra las inferiores estén basadas sobre principios únicamente humanitarios. ¿No vemos en nuestros tiempos comarcas enteras aniquiladas por las razas europeas bajo el pretexto de civilizarlas?

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CAPITULO VII PETROGLIFOS En la Guayana se han encontrado numerosas piedras grabadas . Nicolás Hortsmann había. visto anteriormente en las márgenes del Esequibo, "rocas cubiertas de figuras" .69 Humboldt, q.uien fue el primero en descubrirlas, las creyó exclusivamente de las regiones que había visitado. Para Robert Schomburgk, esa zona es mucho más extensa y estaría comprendida entre el Orinow, el Atabapo, el río Negro y el Casiquiare. 7 0 La región de los petroglifos ~e agranda día a día a medida que se va conociendo mejor a las Guayanas. En la Guayana venezolana se encuentran por doquiera y es imposible hoy atribuirles límites, aunque en realidad están agrupados en cantidades mayores en algun-os lugares del curso del Orinoco. Esos petroglifos no están allí esperando ser descubiertos por los viajeros como algunos parecen querer insinuar en sus relatos. Son perfectamente conocidos por los habitantes de esos lugares, quienes, considerándobs cosas vu lgares, no les dan ninguna importancia. A ese respecto diremos que hay que desconfiar de esos descubrimientos hechos tan fácilmente en los países habitados y repetidas veces visitados. Las rocas jeroglíficas son particularmente favorables a esta doble necesidad de describir nuevamente y de llamar la atención con relatos misteriosos que no tienen ninguna utilidad para el etnólogo. Para quienes realmente se interesan en su estudio, el mejor medio para recoger material es alentar a los habitantes de esas

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comarcas a copiar exactamente las piedras cuya existencia conocen. Con este procedimiento hemos obtenido un número bastante considerable. Las pictografías no son exclusivas de la región de los bosques. Sin línea de demarcación se prolongan hasta la cordillera y la zona agrícola. Una sola comarca venezolana está desprovista de ellas. Esta es la región de los pastos, lo cual no es extraño, porque al parecer antes de la conquista no estaba habitada. Es decir, que no fueron solamente los pueblos de la Guayana los que trazaron inscripciones, pues todos los precolombinos de Venezuela nos han dejado petroglif.os doquiera ~e lo permitía la calidad de las piedras. Los más conocidos son lo de la Guayana, pero no podemos asegurar que sean los más numerosos, como generalmente se cree. Los hay en el alto Orinoco, y van escalonándose sobre las márgenes del río, siguiendo su curso hasta el delta. Son más numerosos en la zona comprendida entre el Meta y la catarata de Camiseta. En esa región se encuentran -los de Caicara, La Urbana y La Encaramada, descritos desde hace mucho tiempo. En los principales afluentes del Orinoco y en particular en el Caura, se encuentran algunos. Las pictografías americanas no pueden seguir siendo consideradas como objetos de pura curiosidad. Su importancia es demasiado gran?,e para que su estudio no sea hecho con más rigor y orcunspecoon . Representan en la Guayana precolombina los únicos vestigios intelectuales dejados por los hombres de quienes hemos estudiado sus cráneos; en consecuencia, nos deben interesar, tanto como el contenido de. las grutas, porgue las únicas reliquias de esos pueblos desapareodos son sus huesos, su alfarería y las piedras que grabaron.

Todos los pueblos primitivos empezaron empleando bs signos más elementales: los puntos, las líneas, los círculos, que combmaban en diversas formas para expresar su pensamiento; pero las ideas que ellos encierran, siendo absolutamente convenci-:::males, no pueden corresponder a las de otro pueblo sino por obra de la casualidad. Por lo tanto, no se trata de buscar una llave hermenéutica para interpretar bs jeroglíficos americanos, sino de estudiar cada sistema en particular. En consecuencia, debemos renunoar a esas comparaciones y a esas generalizaciones a las cuales los etnólogos 50n tan aficionados antes de hacer un estudio analítico basado en numerosos documentos. La antigua América que reunía al lad·o de los pueblos civilizados a los bárbaros y a los de estados intermedios, nos ofrece diferentes tipos de e~critura correspondientes a los diversos grados de la evolucién del espíritu humano. Encontramos allí desde el más elemental ideografismo hasta la forma fonética de los aztecas y de los mayas, pasando por toda la gama ascendente del arte gráfico cuyo resultante es el alfabeto. Pero mientras que ea . el continente oriental los pueblos intermedios han casi desaparecido, en América, por el contrario, sus pormenores pueden estudiarse fuera de toda conjetura y de toda hipótesis. Esta tentativa ya ha sido hecha con 71 extraordinaria sagacidad por Taylor, Schoolcraft, Garrick Malle72 ry y otros etnógrafos de la América septentrional. Los resultad-os obtenidos por ellos en las tribus vivientes, en posesión del arte pictográfico, arrojan nueva luz sobre la técnica. a seguir en esas investigaciones.

Hasta el presente el camino seguido en su estudio ha sido compararlas con ias inscripciones primitivas del antiguo continente, y a ~en~?o por su semejanza se ha querido deducir su significado. Esta lluswn alentadora por su simplicidad, es desafortunadamente un. erro~. Los notables trabajos de los etnólogos americanos no nos de¡~~ mnguna duda referente a la imperfección de ese método. Es sufroente exammar .l~s numero;a~ pictografías. coleccionadas y publicadas por la Ofrona Etnologrca de Washmgton, para convence~se de ,las múltiples ideas que pueden estar representadas por el mrsmo srmbolo, no solamente al establecer la comparación de un continente con el otro, sino agrupando los de las tribus americanas cuyo sistema ideográfico ha podido ser interpretado.

Ante todo hay que convencerse de las arbitrariedades convencionales propias de cada tribu, condiciones que cambian según las costumbres, las armas, h manera de vestirse y frecuentemente las tradiciones. Por lo tanto, es necesario conocer la vida íntima de las tribus para comprender el sentido de sus pict-ografías. Para comprender los signos elementales es absolutamente indispensable conocer el avance de su significación. El hombre, por ejemplo, puede ser representado por una simple línea, por puntos, por figuras que pretenden parecérseles, o por otr·os signos convencionales, completamente indescifrables para aquel que no esté preparado para ello. El círculo se encuentra en todas partes, y cada vez aparece en una nueva combinación que cambia su valor ideográfico. Entre los da-

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kotas donde se simboliza el tiempo, sus dimensiones expresan magnitud de l·os períodos. En otras partes un círculo circunscrito de puntos indica una demora; otro rodeado de pequeños anillos quiere decir que algunos hombres han sido muertos por el enemigo. La misma figura, con ray·os excéntricos, corresponde en esa tribu a la idea de una batalla. La combinación de dos líneas perpendiculares formando una cruz es tan simple, que se ha impuesto naturalmente a los pueblos más primitivos para expresar ideas elementales. Algunas veces la encontramos en América como signo totérriico. Para los mokis es el emblema de la virginidad; en otros pueblos corresponde a los puntos cardinales, a los cuatro vientos, a las huellas de los pájaros, etc. En un singular jeroglífico traído por Mallery, la cruz indica la idea del comercio. A su derecha se encuentran tres animales, cuyas pieles serán cambiadas por los objetos colocados a la izquierda. Podríamos multiplicar estos ejemplos extrayéndolos de las riquezas de la Oficina Etnológica de Washington. Hemos citado suficientes para hacer comprender que las deducciones muy apresuradas pueden introducir graves errores en esos estudios. Por ejemplo, si es cierto que en el hemisferio oriental, la cruz desde la más remota antigüedad representa un símbolo religioso o tiene un simple valor ornamental, se deben olvidar esos datos cuando se analizan las pictografías precolombinas de América. No se pueden utilizar esos documentos sin ca.er en lo que Mallery llama las interpretaciones forzadas (forced interpretations). . Parecerí~ que la lectura se hiciera más fácil a medida que más s1gnos convencionales fuesen reemplazados por las figuras que representan objetos. Esto es cierto si los objetos son fáciles de reconoc~r , como en lap imágenes interpretadas por Gilbert en OakleySprmg (cercados, flores, nubes, estrellas, el sol, la luna, el amanecer?, etc.), pero, ca~os como estos son raros. A .menudo la representaoon es en s1 m1sma convencwnal y los obJetos resultan irrecono cibles, lo que nos impide determinar el respectivo valor de cada figura. Algunas veces dos cabezas de hombre quieren decir dos hombres muertos; en otras, la muerte está indicada por una línea colocada por encima de la cabeza o por una flecha que atraviesa el cuerpo. Una mancha representa la sangre saliendo de la cabeza. Una cabeza de hombre con líneas en abanico que representan la tos, es el signo mnemónico de una grave epidemia de tos ferina. 232

En un grado de complejidad más elevado, la idea. se traduce gráficamente por la expresión de un acto, de un mov1m1ento pe:;lliar de la tribu, lo que indica la neces1dad de conocer la expreswn de las emociones siguiendo las poblaciones e indagando sus g.estos especiales (negación, afirmación, ~uerte, y tantas .otras nooones que los pueblos primitivos exterionzan con la mím1ca) . Rafinesgue había observado ese hecho al cual Mallery atr.ibuye una importancia capital, cuando no se tiene otra ~uente de ¡?formación. "La única llave descubierta está en el estudw de los szgn'os de los gestos incluidos en mucho de ellos", página 233. (The only key disc-overed is in the study of the gesture sign included in many of them, p. 233). El ejemplo más sorprendente está en una pictografía californiana descifrada por el señor J. Hoffman, de acuerdo a las actitudes correspondientes a los signos que representan' los gestos de la negación, hambre, llanto, dirección, etc. Cuando las representaciones objetivas son emblemáticas, la interpretación es asimismo imposible sin datos previos. En efecto, no se puede adivinar que una hacha simbolice la guer~~, una tor~ga, la tierra, el país, y cuando uno lo sabe en relación con una tnbu, es peligroso traducir de esa manera los mismos objetos en la pictografía de la tribu vecina. Igual dificultad ofrecen los emblemas místicos y lo que se relaciona con las tradiciones, porque no se pueden descifrar sino conociendo la causa. El resultado de esta rápida exposición es, que no se puede esperar encontrar en los petroglifos americanos caracteres estegonográficos, ni siguiera fonéticos. Es en base a puras ideografías como debe hacerse el estudi·o, en cada grupo étnico. Sus dibujos, cuya mayoría son mnemónicos, expresan sucesos que tienen menos relación con la historia nacional que con la historia individual (combates, pistas, manantiales, época de abundancia, lugares donde los cazadores pueden encontrar alimentos, etc.) . Algunos son una mnemotecnia de los cantos nacionales. Otros, y estos son los más raros, contienen un tratado de la mitología o de las prácticas religiosas. Los más importantes son los tótems. El tótem, "verdadera biografía resumida" (Schoolcraft), expresa el nombre de la tribu (tribal), del clan (pagano) o del individuo (personal). Está constituido por un conjunto de símbolos concebidos siguiendo planes diferentes y que corresponden a un nombre propio que encierra las cualidades sobresalientes, los caracteres distintivos de la tribu o del individuo. Los assiniboines 233


( dakotas), para servirnos de un ejemplo, ha:n adoptado por tótem un a singular figura que representa de una manera poco fiel una ~ección de los labios, de la boca y de la lengua, que significa " la voz" Los tótems personales están conectados con el individuo por una línea que significa: este es su nombre, p rocedimiento idéntico al de nuestros jeroglíficos. El conocimiento de un tótem puede servir para determinar el desplazamiento de una tribu -o el paso de un individuo por un pnaje alejado de su residencia. En efecto, se ha constatado en algunas comunidades· indígenas la costumbre de escribir sus tótems sobre algunas piedras, como los hom bres civilizados inscriben sus nombres en recuerdo de su presencia en los lugares célebres visitados frementemente. En l-os manantiales de Oakley, las marcas totémicas parecidas prueban, según Mallery, a quien debemos estas ingeniosas adyertencias, que el mismo individuo las ha hecho en visitas sucesivas. Una interesante pictografía de Schoolcraft (tabla 54), es el empadronamiento de los miembros de una tribu. Se compone de treinta y cinco cuadros, de los cuales cada uno lleva el signo totémico de una familia. En la parte inferior de cada cuadro, las líneas indican el número de individuos que constituyen cada familia. Por consig uiente queda establecido que, en el estado actual de la cuestión, los petrog lifos no pueden hacernos con-ocer los caracteres de un pueblo extinguido; por el contrario, el conocimiento de los pueblós es indispensable para la interpretación de su escritura. Por eso la dificultad es mayor para el estudio de los del Orinoco que vamos cr describir, porque nos falta todo lo que nos podría ayudar para interpretarlos, ya que no conocemos nada de los prec-olombinos que los grabaron.

1 d ue relatamos más adelante sea Suponiendo que la eyen a q que pueda ayudarnos _en la ,!ltica, no proporciona n.ingún dato aute interpretación de los jer-og lt fos. p or 1o tanto, tenemos que cenunos a describir los pnnopales caracteres. ., d f' corresponden a la reglün e . No todas nuestras plctogra las bl las han grabado los Raud ales, pero desconociendo lo~f~~~ os u~~;o que todas pro~ no vemos inc-onvementeJle~ aproxl en l~tlugares donde existen vienen delas márgenes e nnoc~, ~os han sido midadosamente están indiCados. Las coplas que, . a 73 hechas y están reducidas a su deoma parte. ·' es que, a pesar Al verlas la primera cosa que llama la atenclün 'ct er . presentaf un cara im rede las diferencias de sus d eta 11 es, e 1 dibuJO aeneral común. En efecto, no se trata de figuras de ormas in!das ~isas sino de líneas seguras, perfecta~ente tra:;adas y c?mb . dent~o de un mismo estilo . Son dibuJOS geometncos ~as ~ue re resentaciones objetivas. El número 1 (F.i$- 1.7) proviene e un~ foca de los alrededores de Caicara, poblaoon_ situada a derecha del Orinoco muy cerca de su tlltlma ".~an 111 exldon. ben . ' uno gran d e y dos pequenos Representa tres pguares, . . , separa 1os el rimero de los dos últimos por un sol con dibUJOS. ornamenta es a la altura de sus pies. El jaspeado de la plel se ha producido por medio de líneas angulosas dispuestas de. una manera tan reaular u e se les tomaría por tigres, Sl no se .su plese qt~e. esos q ex1st1 · ·d o Jamas · , e~ e<os dlf1eren felinosb no han ~ . parajes · Los. pguares b d b entre sí por algunos detalles ins1gn1flca?tes q~_e, sm e m ~rg~ de e~ tener una finalidad, tomando en conslderaoon la ~egu an a gn neral. El más grande presenta seis rayos sobre el hooco y un redo d 1 en una de las orejas. El segundo presenta dos ganchos en la p:rte anterior del cuerpo. El último está precedido una cabeza a1s . 1a d a, mcomp . 1et a, sin oreJ· as, inclinada en forma diferente a las

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El padre Gili (sic) ha conservado para nowtros una tradición: la leyenda de la roca de Tepumereme. Algunos antiguos e5critores, ateniéndose a la acepción tamanaca de la palabra, dicen indistintamente, t.epumeremes o 1'Dcas pintadas. El uso ha hecho de Tepumereme un nombre propio. Hoy se aplica exclusivamente a la roca situada a algunas millas de La Encaramada, en el medio de ltl sabana y que fue el monte Ararat de los tamanacos. Fig. 17

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de los otros. Se notan también algunas diferenCias en las extremidades. · Colocados en actitud de caminar, esos animales parecen descender de una parte alta y seguir la misma dirección. Puede ser que se trate de u11 con¡unto mnemónico y añadiríamos, de un tótem si supiéramos que ese sistema ha sido empleado por los indios d~ la comarca. En Boca de Infierno, hay en una llanura piedras separadas las unas de las otras por espacios de siete metros, sobre las cuales se encu~ntran grabadas inscri~ciones .de casi un centímetro de profundl~ad. Una de ellas esta dlVld~?a en c:1atro partes (Fig. 18). La pnmer~ representa un gran pa¡aro analogo al que dibujaban los oyamp1s ( Crevaux) . Sobre su lado izquierdo se encuentran tres círculos concéntricos dispuestos como los que forman l-os ojos de los jaguares de Caicara.

Esa figura está reproducida a menudo en la Guayana venezolana y más allá del Esequibo. ¿Tienen una significación especial, o eso depende de los pocos medi-os de expresión de los autores? El pájaro está unido, por su derecha, mediante una doble raya a otro incompleto y bastante más pequeño que él. Se ven además tres pequeños redondeles debajo del ala izquierda; otr-os tres más alejados separan su ala derecha del cuello del pájaro inferior. Los ~riángulos que forman el pecho y la cola de los dos pájaros son dignos de ser observados. El número 2 es un animal irreconocible con un apéndice complicado en la parte posterior. No vamos a emprender la descripción de los números 3 y 4. Observemos únic3.1Dente los círculos concéntricos y los puntos alineados al final de determinadas líneas . El segundo petroglifo de Boca del Infierno amerita que nos detengamos en su descripción (Fig. 19) . En la extraña combinación que lo corona, se ven, en la parte inferior, d-os figuras análogas a. la de los ojos de los jaguares, pero asimétricas. N'o obstante, la diferencia es más aparente que real. Esos ojos están siempre formados por tres circunferencias de las cuales la que está más al centro algunas veces es reemplazada por un punto, como .en el ojo de la izquierda; el de la derecha tiene tres circunferencias, pero la que está más hacia afuera se prolonga con el resto del dibujo. Los dos ojos están unidos por asas sobrepuestas, de las cuales la má~ pequeña no toca sino el ojo izquierdo, mientras que la más grande, extraña a esta última, va a formar la circunferencia exterior del ojo derecho. El conjunto está rodeado de treinta y cuatro rayos más o menos del mismo tamaño, menos uno que es el más grande. ¿Se trata de la cabeza de un jaguar visto de frente con sus crines erizadas, o es la salida del sol? Repetimos que cualquier conjetura está de más y que es inútil buscar la interpretación de esas figuras, cuyo valor, muy convencional, no lo conocen sino los que lo han imaginado .

Fig. 18

En el número 2 de la misma pictografía, al lado del enredijo de diversas figuras, siempre formadas por líneas geométricas, distinguimos, a la derecha, tres punt-os; en el medio, un conjunto de líneas que representan un pescado . En fin , vemos los puntos que, como en el caso precedente, siguen después de algunas líneas.

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El dibujo número 3, tan complejo como el anterior, tiene una disposición muy diferente. A la izquierda, se vuelve a encontrar la figura de las circunferencias rodeando un punto, la cual corona una serie de triángulos sensiblemente parecidos a los que adornan el pecho del pájaro grande de la figura 18, pero invertidos; en la parte de abajo encontramos dos pequeñas curvas terminadas por unos puntos. El número 4 representa dos objetos análogos. Puede ser que. ~sos hayan sido lo~ que Humboldt ha tomado por armas o utens!ltos caseros. No d1remos nada de la figura 20, la cual aun siendo más regular, no es menos extraña. Fig. 20

Ll. cordilleu. del Cuchi.vero, situada entre el Orinoco y el Caura,'' ofrece en sus flancos pequeñas mesetas sobre las cuates hay numerosas piedras que parecen haber sido alineadas. En esta cordillera, separada de la de Tiramuno por un profundo valle, se han copiado l·os petroglifos de la figura 21. Uno representa un sol aislado, el otro dos soles reunidos. Los rayos del primero van de una circunferencia a otra. Los de los otros dos·"se unen por una raya central, y todos los rayos salen de la circunferencia exterior. Los dibujos de la figura 22, tomados de las pequeñas colinas del alto Cuchivero, difieren t-otalmente de los anteriores. El número 1 es un agrupamiento de figuras muy regulares . Empieza pcr una espiral unida a tres figuras iguales entre sí y a los ojos de los jaguares que hemos enéontrado repetidas veces. Sigue una e:;pecie de greca aislada. A su derecha, otra más grande está unida a un círculo que difiere de los primeros; tiene un punto central 7 la segunda circunferencia está interrumpida. La figura termina en una espiral igual a la del comienz.o de la línea, y que, volteada en sentido inverso, le sirve de pendiente.

Fig. 19

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Fig. 21

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El número 2 está formado por dos hileras horizontales sobrepuestas . .Ante todo encontramos dos grecas unidas por una raya terminada en un gancho. Los caracteres siguientes, análogos a los del número 1, son distintos en cada hilera, aunque si se les mira con cuidado, puede uno darse cuenta de que se corresponden en una forma muy original. El petroglifo de Palmana (Fig. 23) , de un género especial, en algunos aspectos se parece a los de Boca del Infierno. Está compuesto por una serie de líneas derechas y curvas irregularmente dispuestas, algunas de las cuales rematan en círculos .

patas, muy incompletas, están en actitud de :orrer. El C:úmero 7 probablemente representa un árbol con un apendtce de lt.neas onduladas· e1 número 8 una cabeza coronada con un compltcado tocado. E's la representación manifiestamente humana que hemos

Hacia la cuarta parte superior, un cuadrado encierra dos círculos concéntricos. Otros dos en el extremo central, colocados abajo y a la izquierda, parecen terminar la idea. Petroglifos de los rápidos de Chicagua (Fig. 24). Esta interesante colección comprende las más variadas ideografías. Al lado de signos análogos a los anteriores, aparecen nuevos caracteres y agrupamientos fragmentarios que no habíamos encontrado antes al examinarlos. Se encuentran sucesivamente, desde los simples puntos hasta las figuras de líneas intrincadas, las imágenes objetivas y las letras del alfabeto, semejanzas necesariamente fortuitas.

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Fig. 22

El primer grupo comienza por tres puntos iguales a los de la figura 19, seguido por dos circunferencias con puntos en el centro terminando abajo en líneas quebradas. El segundo grupo, colocado a la derecha, está compuesto de una gran variedad de figuras regulares. Entre ellas notamos las dos que están en la parte inferior, de las cuales ·una parece una K y la otra una A invertida. Una espiral, dos círculos, de los cuales uno tiene dos apéndices y una figura de líneas quebradas, constituyen el tercer grupo. Abajo se ve una serpiente enros~ada. La cabeza tiene forma de asterisco, la cual se encuentra en otr-os grabados precolombinos del Orinoco. A propósito del número 5, llamamos la atención únicamente sobre el signo análogo a la E de nuestro alfabeto. A veces se encuentra en los Estados Unidos de América. En una fotografía de los dakotas, se observa la E volteada hacia la izquierda, dibujada en el vientre de un individuo que había muerto por haberse tragado un pito, lo cual indica el dolor de vientre. El número 6 es un animal difícil de identificar; se le adivina por la cabeza y la cola. El cuerpo está cubierto por adomos y las -

Fig. 23

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encontrado por primera vez en la comarca. El objeto del número 9 está también en el grupo 2, con ligeras modificaciones. Las extrañas combinaciones de los números 10, 11 y 12 presentan los puntos al final de las líneas que hemos señalado. El número 13 se parece a una M ; el númer-o 14 es un círculo con un lado plano. Como acabamos de ver, estamos muy lejos de las misteriosas combinaciones jeroglíficas de las cuales hablan numerosos viajeros. En cuanto a las exageraciones de Humboldt, estas provienen de que no se sintió satisfecho con describir lo que había visto. Lo atestigua la siguiente frase: "Hasta se ve en un valle de gramíneas, cerca de Uruana, una aislada roca de granito sobre la cual, según los relatos de hombres de fe, a una profundidad de 80 pies, han cavado imágenes que parecen dispuestas en hileras que representan el sol, la luna y diferentes especies animales, sobre todo cocodrilos y boas". Además, habla de utensilios de cocina y de una cantidad de objetos que no puede haber visto sino con los ojos de la imaginación.

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CAPITULO VIII ANALISIS ETNOLOGICO La descripción de los pueblos cuyos restos hemos estudiado, es absolutamente imposible, porque no sabemos si las costumbres y las tradiciones atribuidas por los historiadores a Jos indios del alto Orinoco se adaptan exactamente a Cerro de Luria, a Ipi-Iboto y a Cucurital. P.or lo tanto, no buscamos los nexos que pueden existir entre los restos de nuestras grutas y las naciones precolombinas anteriormente enumeradas. No desdeñamos los trabajos de nue"stros predecesores, pero a un estudio etnológico le faltaría método, si los tomáramos como base. Los utilizaremos al aplicar a esta cuestión, hasta ahora confiada a los historiadores y a los filólogos, una técnica más científica y no ensayaremos el hacer revivir a los precolombinos de los Raudales, sino por un análisis riguroso de nuestros propios documentos. La primera conclusión a la cual debemos llegar, es que los indios que depositaron sus restos en esas grutas se hallaban en un estado muy primitivo.

'~··~· ~ Fig. 24

La insignificante cantidad de armas de piedra prueba que no sabían pulirlas. Hoy mismo, los guahibos no tienen para defenderse sino armas de .palo y de hierro, habiendo sido introducidas estas últimas por los invasores, de tal manera que pasan sin transición alguna de su estado primitivo a la edad del hierro, sin haber conocido la edad lítica. En parte alguna se han encontrado restos de ninguna clase de construcción, ni rastros de aldeas o de casas. Al momento de la 243


encontrado por primera vez en la comarca. El objeto del número 9 está también en el grupo 2, con ligeras modificaciones. Las extrañas combinaciones de los números 10, 11 y 12 presentan los puntos al final de las líneas que hemos señalado. El número 13 se parece a una M; el númer-o 14 es un círculo con un lado plano. Como acabamos de ver, estamos muy lejos de las misteriosas combinaciones jeroglíficas de las cuales hablan numerosos viajeros. En cuanto a las exageraciones de Humboldt, estas provienen de que no se sintió satisfecho co n describir lo que había visto. Lo atesti oua la siguiente frase: "Hasta se ve en un valle de gramíneas, c:rca de U ruana, una aislada ·roca de granito sobre la cual, según los relatos de hombres de fe , a una profundidad de 80 pies, han cavado imágenes que parecen dispuestas en hileras que representan el sol, la luna y diferentes especies animales, sobre todo cocodrilos y boas". Además, habla de utensilios de cocina y de una cantidad de objetos que no puede haber visto sino con los ojos de la imaginación.

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'~ · ~· ~ Fig. 24

CAPITULO VIII ANALISIS ETNOLOGICO La descripción de los pueblos cuyos restos hemos estudiado, es absolutamente imposible, porque no sabemos si las costumbres y las tradiciones atribuidas por los historiadores a 1~~ . indi?s del alto Orinoco se adaptan exactamente a Cerro de Luna; a lpt-Iboto y a Cucurital. Por lo tanto, no buscamos los nexos que pueden existir entre los restos de nuestras grutas y las naciones precolombinas anteriormente enumeradas. No desdeñamos los trab.ajos de nuestros predecesores, pero a un estudio etnológico le faltaría método, si los tomáramos como base. Los utilizaremos al aplicar a esta cuestión, hasta ahora confiada a los historiadores y a los filólogos, una técnica más científica y no ensayaremos el hacer revivir a los precolombinos de los Raudales, sino por un análisis riguroso de nuestros propios documentos. La primera conclusión a la cual debemos llegar, es que los indios que depositaron sus restos en esas grutas se hallaban en un estado muy primitivo. La insignificante cantidad de armas de piedra prueba que no sabían pulirlas. Hoy mismo, los guahibos no tienen para defenderse sino armas de .palo y de hierro, habiendo sido introducidas estas últimas por los invasores, de tal manera que pasan sin transición alguna de su estado primitivo a la edad del hierro, sin haber conocido la edad lítica. En parte alguna se han encontrado restos de ninguna clase de construcción, ni rastros de aldeas o de casas. Al momento de la 243


Conquista, en el bajo Orinoco y hasta en la región del río Negro, se vieron villas populosas, pero nadie hace mención de ellas en las Cataratas. Todo lo que concierne a la vida de famili a nos ofrece la misma laguna; ni siquiera n-os ha quedado el más pequeño utensilio como testimonio de la vida sedentaria y regular de los antiguos habitantes de esas comarcas, ni de sus trabajos, ni de sus aptitudes. No obstante, dentro de su aSundante cerámica, algunos de esos objetos habrían podido c-;::ll1servarse. Hay en ello algo dign-J de notarse: que su habilidad en hacer alfarería no la aplicaban sino a las vasijas funerarias. Las obns de las cuales hablan el padre Gilí [sic J y Humbold t, son incontestablemente de una época posterior y ninguna de ellas proviene de las grutas. Por l·o demás, tienen un sello muy diferente al de las urnas sepulcrales. Por lo tanto, parece que la única preocupación de los indios era la de conservar los huesos de sus muertos. Las vasijas, poco numerosas en relación c-on los cráneos, indican que estaban destinadas a ciertas p-ersonas privilegiadas. En Ataruipe, según Humboldt, las había suficientemente grandes como para contener a una familia. Nada igual hemos encontrado en las grutas que hemos de ~ crito, donde la más espaciosa no podía alojar más de un esqueleto. Uno se sentiría tentado a creer que la conservación de los cráneos era su princip::!l propósito . En Ipi-ISoto, formaban la enorme mayoría de los osarios; en Cerro de Luna, la cantidad de huesos largos era ínfima en comparación a la de los cráneos. Por lo demás, hay allí hechos inexplicables, como la presencia en Tapurero de fémures ~islados, sin ningún otro hueso del esqueleto. No insistiremos ni sobre el embalsamamiento ni sobre el enterramiento preliminar de los cadáveres, los cuales no se colocaban en las grutas sino después de haberse secados las partes blandas . No se ha buscado saber por qué los pintaban. A este respecto recordarem:: > s que los comejenes del alto Orinoco son un verdadero flagelo y que su poder de de ~ trucción es, por así decir, ilimitado. El señor V . Marcano, quien viendo esos cráneos seriamente amenazados por esos insectos se vio obligado a embadurnarlos de petróle:: > , dijo, creemos nosotros que con razón, que las capas de pintura tenían el mismo propósito protector. Cuanto más se reflexiona sobre los detalles de la disposición ele las grutas y de su contenido, más se impone la idea de la con- ~ ~en·ació n de los muertos de una manera exclusiva, como la carac244

terística de esas tribus. Desde lueg-::> que la elección de los lugares más inaccesibles revela el temor que tenían de verlos capturados por las bestias o por las tribus enemigas, o quizá ha~t~ yor las crecidas y las inundaciones del río . En efecto, es muy d~flol llegar hasta esos osarios y adueñarse de ellos, porque ademas del peligro que se corre al trep::tr esas meas t:1n escarp~das es ne~esano conocer exactamente su ubicación. Esto nos explica por que Crevaux no pudo llegar a Cerro de Luna, aunque dio vue~tas alrededor de la colina. Desde la época de Humboldt, Atarlllpe era conocido por todos los habitantes y los misioneros hablaban de ello ostentosamente. Hoy, que la tradición se ha perdtdo, hasta el nombre se ignora, y será necesario hacer investigaciones especiales para volverlo a encontrar. Por consiguiente, los cementerios no eran -Jbra de los indios. Su inteligencia se limitaba a la escogencia del local, lo que exclu· ye toda idea de pompa o de ceremonia fúnebre, porque e_l _transporte de los huesos a la cima de una montaña, el penoso vta¡e p~r encima de precipicios con el fardo sobre las e~pa_ldas, no p~dta tener solemnidad alguna . En cu1nto a los sentlmtentos afectivos que acompañaban al difunto hasta su última morada, no se les encuentra en la forma en que las urnas estaban dispuestas en las grutas; algunas están apoyadas contra hs paredes,_ pero la mayoría están hacimdas desordenadamente en los osanos, de cuya colocación la figura 14 (grabado de Crevaux) da una idea muy exacta. No se ve nada en esas urnas que evoque el recuerdo, la pena; nada que indique las plegarias que se hacen . por la dicha . del muert-J, ni la intención de conservar su memona. Apenas la tdea de otra vida está representada por las urnas votivas, después de todo muy raras y llenas de objetos insignificantes. ~n una _palabra, parece que se cumplía con todos los deberes haoa el dtfunto cuando se había puesto su cráneo a buen recaudo. El examen de su alfarería no demuestra tampoc·:: > la idea religiosa ni la artística. Hay que reconocerles una gran habilidad manual por haberles dado, sin torno, formas tan regulares; pero el esfuerzo de su imaginación está allí completamente ausente, porque todas las vasijas y todas las tapas se parecen y tienen ~1 mismo empleo. Una hilera de grecas es t·:::>do lo que han produod~ como adorno. El animal que está sobrepuesto en las tapas es ste~pre más o menos el mismo, como figura, como cuerpo y como actitud. 245


Los sarcó!agos son muy inferiores comparados con los productos tan vanados de la cerámica americana la cual en general es en todas partes tan abundante y tiene for~as tan' múltiples ; su simplicidad prueba que los alfareros de las Cataratas elaboraban 1~ ~rcilla en la misma forma de padres a hijos y reproducían mecantcamente un modelo único que su imaginación era incapaz de cambiar o perfeccionar. Esta . a~,~encia de dat-.Js posttlvos ha sido sin duda el origen de la opmwn generalmente aceptada de que los petroglifos no han podtdo. ~er h obra de semejantes tribus y que, antiguamente, pu:blos ovtltzad~s, muy anteriores a la época de la conquista espanola, han debtdo w .a bar los petroglifos y crear las leyendas con.s,ervadas por los mtstoneros. Esta tesis, aunque admitida sin discuswn, que no se basa en ningún hecho, no tiene casi necesidad de ser . refut~d.a. No es sino opinión derivada de la idea de que el arte pKtograftCo pertenece a pueblos civilizados. Por el contrario sabemos que se en~uentra entre los pueblos más primitivos, sobr~ t·odo cuando se reftere a concepciones elementales, los cuales como los del Orinoco, no tienen necesidad de cultura. Brown 75 piensa, l,o que nos parece m~s pro.bable, que en la Guayana y en todas las ~pocas se han hecho ¡erogltfos. Con anterioridad, Schomburgk 7G habta ha~lado de un~ gale-.Jta española grabada sobre una roca d~ las marge~1es del no Negro, y necesariamente posterior al comtenzo del stglo XVI. Crevaux, a propósito de las fotografías de 1~ G:uayana francesa , hace observaciones dignas de interés: "Los dtbu¡os de ranas que Brown ha encontrado en el Esequibo no son otros que imágen~s humanas como las que los gabilis, los roucouyen~s Y lqs oyampts representan diariamente en sus pagaras, en sus, ob¡etos de . barro, o ~>Obre su piel. Nosotros también hemos cretdo, al examtnar esas ftguras con las patas y los brazos separadós, que se trata de ranas, pero los indios nos han dicho que esa era su manera de representar al hombre".

C:eva~IX

observa, además, que las figuras que actualmente los

oyampt~ pt~tan s·obre sus ~~erpos se parecen a los grabados de la

roca ~tn~n. El tuvo tambten la afortunada idea de dar creyones los. mdws par~ v~r si eran ca¡a~es. de hacer esos mismos dibujos. El ¡oven Yum~ htzo an~e mt, raptdamente, dibujos del hombre, ~el. perro, del. ttgre, en fm, de todos los animales del país. Otro mdw. reprodu¡o t~da clase de arabescos que tienen la costumbre de pmtar con gempa. Me doy cuenta que esos salvajes, a quienes

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se acusa de ignorar absoluta ment~ _las bellas, artes, dibujan tod? con extra·ordinaria facilid1d ". El v1a¡ ero frances reproduce esos dlbuj os en su obra. Los piaroas actuales tienen la misma cos tumbr~ de pintarse el cuerpo, pero por un procedimie.nto difer:nte. Fabncan s~llos de madera que se aplican sobre su p1el despues de haberlos tmpregnado de müerias colorantes. La figura 25 muestra algunos de es-.Js sellos. Lo más diana de atención es que reproducen los tipos de algunos petroglif~, particularmente los del al~o Cuchivero (~i­ gura 22). O los indios piaP.: > as para hacer sus pmturas han captado los modelos que han encontrado grabados so~re .l~s rocas por pueblos anteriores, o están al corriente de su stgntftca~o y ?an con servado la tradición. Aunque no se han hecho las ~nvest~g~­ ciones decisivas para saber si conocían los sentidos, la pnm~ra htpótesis es la única sostenible. No estando dotados de cu~hdades inventivas, parece más natural que simplemente hayan copta~o los únicos modelos que encontraP.: >n. Agreguemos a esto que los ptaroas no son los descendientes de los precolombinos de los Raudales, y que se establecieron allí po~teriorm~nte . Los indio.s ~de la Guayana francesa se pintan para ale¡ar al dtablo cuando vta¡an o van a la guerra, de donde Crevaux concluye que . l?s petroglifos pu~~eron haber sido hechos con una finalidad rehgwsa. Esta deducoon, a la cual nosotros nos acogemos por lógica, n-.J es aplicable a las Cataratas, porque la pintura para los piaroa.s es una ~uestión de ornamentación y de necesidad. Es una espeoe de vestido que los protege contra los insectos, y que, aplicada c?n esmer-.J, resulta un lujoso traje para asistir a sus fiestas y reumones. .Además, los precolombinos sabían pintar. En San Carlos aún se conserva un instrumento de música, una especie de gran tambor adornado con pinturas indígenas muy toscas, que se refieren a las proezas de Cocuy, cacique de los manativitanos (Humboldt) . Por lo tanto, es admisible que los precolombinos de nuestras grutas hayan sido los autores de los petroglifos, tanto más que su duácter monótono corresponde a su alfarería y a su falta de cultura. La leyenda de los tamanacos que nos ha sido transmitida por el padre Gili [sic J, también ha sido invocada e~ favor d~ una antigua civilización. Para esta nacién, hubo en t1empos le¡an~s u.na inundación general que recuerda la edad de los grandes dtl;nvws de los mexicanos, durante la cual, las olas desbandadas veman a 247


batir contra La Encaramada. Todos los tamanacos se ahogaron a excepción de un hombre y de una mujer que se refugiaron sobre la montaña de Tamacu o Tamanacu, situada en las márgenes del Asivem (Cuchivero) .77 Ellos arrojaron por encima de sus cabezas los frutos de la palma, Mauritta, y vieron nacer de sus cuescos, los hombres y las mujeres que repoblaron la tierra. Fue durante dicha inundación que Amalavica [sic], el creador del género humano, llegó en una barca y grabó la inscripción de Tepumereme. Amalavica [sic] permaneció largo tiempo entre los tamanacos y habitó Amalavica [sic] - Jeutitpe 78 (casa); después de haber puesto de nuevo todo en orden, se embarcó y volvió "a la otra orilla" de donde había venido. "¿Acaso lo has encontrado tú por allá?", dijo un indio al padre Gili [sic J después de haberle contado esta historia. A propósito de esto, Humboldt recuerda que en México se le preguntó al padre Sahagún si venía de la otra orilla donde Quetzalcoalt se había retirado. El mismo viajero agrega: "Cuando se pregunta a los indígenas cómo fueron trazados los caracteres jeroglíficos ...sobre las montañas de Urbana y de La Encaramada, responden que fueron hechos en la edad de los grandes diluvios, en la época en que sus padres podían llegar en canoa hasta esas alturas". Gili [sic] asegura que esta pintoresca leyenda se había generalizado en la región del alto Orinoco, con modificaciones insignificantes en relación con el carácter de las diferentes tribus. Sin embargo, no vemos en ello la prueba de una gran civilización, admitiendo que la imaginación de los europeos pudo haber contribuido a formarla. Habría que preguntarse, en efecto, si el régimen monástico establecido cuarenta años antes del padre Gili [sic], influyó en ello. Diremos lo mismo de otros relatos de ese misionero, que nos parecen muy dudosos. Al preguntar a un indio cómo había sido creada la mujer, quedó muy sorprendido cuando le fue dicho que había sido hecha de la costilla de un hombre. Si esas leyendas y esos petr-oglifos son la prueba de una civilización extinta, es asombroso que sus autores no hayan dejado otros vestigios de su cultura. En fin, ¿es admisible que hayan sido reemplazados por tribus salvajes sin dejar rastros de lo que fueron, y podemos nosotros comprender esa marcha retrógrada de la civilización, cuando por todas partes el progreso sigue una marcha

249 Fig. 25


a.scendente? Esas destrucciones en el terreno de la t .b ncanas son m , d s n us ameuy como as para apoyar las teorías pero son con. tranas a las leyes etnológicas. , I . I~ada prueba que l-os precolombinos de Cerro de Luna y de pl- , oto no hayan sldo los autores de los petroglifos er exlstlan ' pano P -ol es como · ·1· ·,con mucha anterioridad a la llegada d e 1os es la ClVl · d··lOS d e 1a conqmsta . 'd b ' lzaoon que había precedido a lo s 111 ena corresponderles. e. . Siendo así, lo decimos por u, lt.1ma vez no ' enco n t ramos vest1g10 alguno. Dej~~os de lado. esas tn.diciones de una romesa mentirosa y encamlbnem::mos haoa la craneología, la cua{nos permitirá Cammar so re un terreno más sólido.

Humboldt, al referirse a su visita a Ataruipe di¡·o· "Ab . con gran pesar de nuestros í . . , . nmos, atentamente la forma d 1 gu ,as, vanos mapues para examinar . e os craneos; presentaban tGdos los caractere d 1 a las e ~ ;ar amencana. Unicamente dos o tres se acercaban raza e . aucaso. ¿P.odemos admitir que los cráneos de raza europea que vimos mez~lados con los esqueletos de los indí ena Y. c.onservados con el mlsmo cuidado, fuesen los restos de al:uno: vla¡~ros port:gueses muert·os por enfermedad o en combate? El rece o qu~ a ectaba a los indígenas por todo lo que no era d~ w raza convlerte esta hipótesis en poco probable". No pod~mos dis~~u.lar el asombro que nos produce la lectura pasa¡e. Ese ¡moo hecho a prisa sobre los cráneos entreViS os, enduna caverna, esa determinación de razas a la simple ins p~coon e los huesos contenidos en las cestas no revela .m1entos ost eo1'oglcos · . ' sabe . , n t conoosu f.1Clentemente sólidos ·Se . po em leó H . ·. e cuan o tlemR. um bold t para hacer esas mve~tlgaciones? Desemb , para Vlsltar Ataruipe "poco ant d . arco t. VIII 2 " ., es e ponerse el sol" (Voyages, 'I bl ' P· 61 )' Y, sallo de la caverna a la caída de la noche" e( ,a1 eatu x de la nature . . ' 1' p· 274) · L0 breve de su permanencia e~ ;af:~~~a es sufl~l~nte J?ara demostrar no solamente su ligereza tudes que hcermaneologK~, smdo las exageraciones y las inverosimilios mennona 0 repet ·d . d

~teste

e:·ider~ n~sotros un secio obstáculo,~scrúpulos. ,;' l:s d:~~:;.%;ó~u:n~:;.~:e:o s~:o 1~

e lmmado .todos nuestros Esa sustitución de a . por la. re~lldad, esa tendenoa a sacrificar todo por el ef ct bajo un pretexto científico, que lr a un logra o de Humboldt, "es un artista científico

~::~~md:~vlsaoon~~, lite~arias

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que habiendo invadido el campo de la ciencia ha sabido conquistarlo y hacerlo su dominio", son fáciles de excusar. Al regresar de sus viajes durante los cuales había acumulado una enorme cantidad de material, pasó más de veinte años enriqueciendo con incesantes estudios les Relations que adquirieron así las proporciones de una enciclopedia; pero sus rápidas impresiones se falsearon , sus recuerdos no pudieron sino oscurecerse, y el esplendor de su imaginación fue sustituido a veces por observaciones incompletas, si no olvidadas. Ataruipe convertido en tema literario, en cuadro descriptivo, fue puesto al servicio de su ambición poética; per·o a pesar de su elocuencia, no podemos hacer caso de las anteriores palabras, porque simples desigualdades mdividuales pueden explicarnos el sentido. En cuanto a los dos cráneos recogidos por Humboldt, el de París fue estudiado en un principio por Morton (pl. 12, del Crania americana) . Le encontró los caracteres de lo que él llamaba la · raza americana, con esta diferencia "que es más alargado que de costumbre y menos aplastado en la región occipit~l" . El otro cráneo descrito y trazado por Blumenbach (tabla XLVI de las Décades) presenta "una cabeza mucho más alta y el occipital más aplastado que el anterior" . El cráneo del Museo, mencionado por los señores · de Quatrefages y Hamy, en su Crania ethnica, ha sido más recientemente el 79 objeto de una interesante tesis del señor Philippe-Marius Rey. Nosotros mismos lo hemos medido. Tiene un índice cefálico de 75,67 y una capacidad de 1.485. Presenta una frente muy huidiza, una superficie plana inclinada al nivel del obelión que termina en un fuerte saliente subiniaco y una región temporal muy extensa; la frente ancha, la nariz estrecha ( 44,26) y la órbita muy megasémica (95.00). Los señores Hamy y Rey, al comparar sus caracteres a los de los botocudos determinados por ellos mismos, por Virchow, Canestrini, Moschen, Lacerda y Peixoto, los encuentran análogos. En efecto, esa semejanza es asombrosa, y sus consecuencias son de gran importancia. Generalmente se admite que los botocudo s, descendientes de los aimarás, provienen, como ellos, de los antiguos tapuios que serían los autóctonos del Brasil. Los indígenas actuales resultan de dos tipos mezclados, de lm cuales los botocudos se acercan más a los primitivos, que eran dolicocéfalos. El más representativo es 251

·,


La mayor capacidad craneal de las tribus septentrionales está en relación con su mayor inteligencia. La comparación de sus obras con aquellas encontradas en el Orinüco, no dejan ninguna duda a ese respecto . .Aunque el Orinoco haya sido el lugar de reunión de los exploradores, ellos no han podido referir sino lo que nosotros conocemos. Al contrario, el primer golpe de pala ha hecho salir numerosos objetos del lago de Valencia, irrecusables vestigios de una civilización tan desconocida como incontestable. Se han encontrado allí piedras pulidas con caracteres propios, cünstrucciones, caminos, trabajos agrícolas, minas explotadas, pruebas de relaciones comerciales con los pueblos vecinos, en fin, una organización que ha ejercido una influencia póstuma bajo la fürma de supervivencias. Los trabajos de ornamentación de los precolombinos de Los Cerritos, su cerámica, sus útiles de pesca, todas esas reliquias que nosotros no hemos podido sino escoger, demuestran que su estado social estaba muy lejos del de los pueblos de las Cataratas. La misma superioridad se encuentra también en sus cementerios, en el cuidado consagrado a los· difuntos, en sus sentimientos religiosos y en todos los productos de su inteligencia, que llegaba hasta el espíritu satírico, y que nosotros lo hacemos aparecer como propio de los habitantes de las ciudades, al lado de quienes el aborigen del Orinoco había sido el hombre de los bosques. 82 Esta densa población de Aragua, tan guerrera, tan disciplinada, tan orgullosa de su libertad, produjo tal impresión entre los conquistadores que, antes del descubrimiento de Los Cerritos, nada más que comparando las crónicas y considerando la manera como fue conquistada, habría podido permitirnos establecer a priori el abismo que la separaba de las tribus errantes de los Raudales. Las naciones S€ptentrionales, como eran más numerosas, más civilizadas y más guerreras, estaban destinadas a dominar a las naciones meridionales, y se puede asegurar que la corriente civilizadora marchaba en la Venezuela precolombina, del norte hacia el sur. La definición de dos pueblos diferentes, en los dos extremos d.el. ~erritorio, y bajo la misma longitud, nos deja entrever la pos1b1lrdad de reconstruir las razas indias que lo han habitado. Est-:' estudio, será tanto más fácil de seguir cuanto que allí no puede haber la cuestión de tipos primitivos. Aunque la época cuaternaria sea allí totalmente desconocida, la geología actual del suelo y lo 254

que conocemos de los precolombinos, ~on suficientes para hacernos presentir que la población no era autóctona. La comparación craneológica de las tribus aborígenes entre sí y con los países vecinos, será el medio más seguro para seguir las investigaciones. Parece que en los conflictos de las naciones medio civilizadas que la rodeaban, Venezuela ha sido como la hosterh de los viajeros maltrechos, el refugi-o de su miseria, y que, en esa mezcla, se trata sobre todo de discernir el valor tradicional del conjunto. Los más inteli.gentes se establecieron en la cordillera y en los valles septentnonales que, además de la constante benignidad del clima, reunían la riqueza de la tierra. Las áridas y calurosas regiones meridi?nale~ s~. prestan más a la vida nómada y errante de los pue'blüs mas pnm1t1vos que llegaron allí naturalmente. Nosotros no sabemos nada de las otras regiones venezolanas. Unos cu~~tos documentos esparcidos no pueden ser pr·ovechosamente utlhzados en el estudio de ese país, cuya hi~.~.oria etnológica comienza ahora.


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