Dexter por decision propia jeff lindsay

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Dexter: Por Decisión Propia

Pero ahora... Dexter preocupado. Era un pasatiempo que te enganchaba con una facilidad pasmosa. Le cogí el tranquillo enseguida, y tuve que reprimir la tentación de mordisquearme las uñas de los dedos. Se pondría bien, por supuesto. ¿Verdad? «Demasiado pronto para saberlo» empezaba a sonar ominoso. ¿Podía confiar al menos en esa afirmación? ¿No existía un protocolo, un procedimiento médico habitual para informar a los parientes próximos de que sus seres queridos estaban agonizando o a punto de convertirse en vegetales? ¿Empezaban advirtiéndoles de que las cosas tal vez no saldrían bien («demasiado pronto para saberlo»), para luego informarles poco a poco de que todo sale siempre mal? Pero ¿no había una ley que exigía a los médicos decir la verdad sobre estas cosas? ¿O era pura mecánica rutinaria? ¿Existía algo parecido a la verdad, desde un punto de vista médico? No tenía ni idea. Este mundo era nuevo para mí, y no me gustaba, pero fuera cual fuera la verdad era demasiado pronto para saberlo, y tendría que esperar y, cosa sorprendente, no era tan bueno para eso como había imaginado. Cuando mi estómago empezó a gruñir de nuevo, decidí que debía ser de noche, pero un vistazo a mi reloj me informó de que todavía faltaban unos minutos para las cuatro. Veinte minutos después, el Tipo de Chutsky llegó desde Bethesda. Yo no había sabido qué esperar, pero desde luego no aquello. El Tipo mediría un metro sesenta y cinco, era calvo y tripudo, con gruesas gafas de montura dorada, y entró con dos de los médicos que habían atendido a Deborah. Le seguían como dos críos de instituto a la reina del baile de gala, ansiosos por hacer hincapié en cosas que le hicieran feliz. Chutsky se puso en pie de un brinco cuando entró. — ¡Doctor Teidel! —exclamó. Teidel saludó con un cabeceo a Chutsky y dijo «Fuera», con un movimiento de cabeza que me incluyó a mí. Chutsky asintió y me agarró del brazo, y mientras me sacaba de la habitación Teidel y sus dos satélites ya estaban apartando la sábana para examinar a Deborah. —Ese tipo es el mejor —me comentó, y aunque no dijo en qué era el mejor, yo di por sentado que debía ser algo relacionado con la medicina. — ¿Qué va a hacer? —le pregunté. El se encogió de hombros. —Lo que haga falta —contestó—. Vamos a comer algo. No nos haría gracia ver esto. Lo cual no sonó muy tranquilizador, pero era evidente que Chutsky se sentía mejor ahora que Teidel había tomado las riendas del asunto, de modo que le seguí hasta una cafetería pequeña y abarrotada de la planta baja del aparcamiento. Nos encajamos en una pequeña mesa del rincón y comimos bocadillos, y aunque yo no le pregunté nada, él me contó algunas cosas del médico de Bethesda. —Ese tipo es asombroso —me dijo—. Hace diez años me recompuso. Estaba en un estado mucho peor que el de Deborah, créeme, y volvió a colocar todas las piezas en su sitio y logró que funcionaran. —Lo cual es casi igual de importante —señalé, y Chutsky asintió como si estuviera escuchándome. —Palabra de honor —replicó—, Teidel es el mejor. ¿Has visto cómo le trataban los demás médicos? —Como si quisieran lavarle los pies y pelarle las uvas —contesté. Chutsky emitió una sílaba de educada carcajada, «Uj», y una sonrisa igualmente breve. —Ella se pondrá bien —dijo—. Seguro. Pero no supe si estaba intentando convencerse a sí mismo o a mí.

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