Gestión y desarrolo educativo I

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y malos directores de ambos sexos. Y no se trata de características que se tengan desde el nacimiento. Pero las regularidades son evidentes. A medida que más mujeres asciendan a los puestos superiores, nuestros modelos de interpretación del liderazgo eficaz quizás experimenten transformaciones significativas. Será importante buscar, apreciar y fomentar nuevas formas de trabajo en equipo. También integraremos las cualidades -que el estereotipo define como masculinas- del centramiento en la tarea y el análisis, y aprenderemos de ellas, porque de lo contrario no introduciremos el trabajo en equipo en el dominio de la investigación rigurosa y la mejora. Una razón por la cual las formas de liderazgo femenino son especialmente importantes es que la presencia de mujeres en los altos niveles de la gestión educativa, al menos en cantidad, es relativamente nueva. También hay algunas pruebas de que los grupos con más equilibrio entre los géneros mejoran el rendimiento tanto de los hombres como de las mujeres (Rothschild, 1990). La cuestión es no incluir a los hombres y mujeres en estereotipos, sino identificar las cualidades más potentes y perdurables del liderazgo en equipos, alentarlas en los maestros y administradores de ambos sexos, y construir equipos de liderazgo eficaz donde esas cualidades se distribuyan y combinen en los grupos. Es un requerimiento en extremo difícil porque todavía no conocemos el mejor modo de desarrollar y sostener las culturas del trabajo en equipo por períodos largos. Esta dificultad hace probable que el trabajo en equipo artificial caracterice a muchos de nuestros primeros intentos. Cuando se utiliza de una manera auspiciosa, no controladora, el trabajo en equipo artificial puede proporcionar un punto de partida y un primer paso necesario hacia el desarrollo de culturas de trabajo en equipo profundas y orientadas. Pero no puede ser un sustituto conveniente de esas culturas que requieren tiempo, paciencia y habilidad para evolucionar y desarrollarse. Fullan, M., Hargreaves, A. (2000). La escuela que queremos. Los objetivos por los que vale la pena luchar. Buenos Aires, Amorrortu, pp. 101- 108.

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