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HecHo en cHina

Santiago Jiménez Quijano

Bogotá

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Ganador primer puesto

Químico y magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, se gana la vida como entrenador de rugby mientras escribe literatura y guiones cinematográficos.

Sin haber cumplido los seis años, Li Yun Peng se acaba de convertir en el campeón mundial de ajedrez más joven de la historia. Pero su camino hacia el éxito no ha sido fácil. El prodigio chino sorprendió al mundo cuando obtuvo el título de Gran Maestro Internacional un día antes de su cuarto cumpleaños, llamando la atención del mundo entero, pero en especial de los grandes y viejos jugadores que vieron en su naciente popularidad una amenaza y, desde ese momento, hicieron todo lo posible por alejarlo de las competencias internacionales.

En su primer año como Gran Maestro Internacional, Li Yun Peng solo acumuló derrotas. No parecía encontrar la salida a la forma agresiva en que lo enfrentaban sus rivales, planteando férreas defensas y lanzando feroces ataques en su contra. La intención era humillar al niño ajedrecista adorado por los medios y precipitar su salida definitiva del mundo de los tableros lo antes posible. Y aunque parecían estar lográndolo, se quedaban desconcertados ante la increíble tranquilidad con la que Li Yun Peng abandonaba las partidas, pero más que nada porque lo hacía mucho antes de que ellos mismos estuvieran seguros de su victoria.

En su segundo año como Gran Maestro Internacional, un Li Yung Peng más experimentado siguió abandonando las partidas, pero ahora con mayor antelación. Esta

SEXTO CONCURSO DE CUENTO CORTO

contradicción hizo que sus rivales empezaran a jactarse de haber acabado con el gran milagro chino. La prensa, que antes había sido su aliada incondicional, daba muestras de haber perdido interés en él. El gobierno chino y los patrocinadores internacionales prendieron las alarmas y decidieron que el niño hablara con los medios, una medida arriesgada que se habían reservado para una situación como esta. Para ello, escogieron a la prestigiosa revista New in Chess. En la entrevista, adornada con una foto a página entera de Li Yung Peng abrazando a un oso de peluche mientras estudia con gesto desenfadado una partida de ajedrez en el tablero, el niño habló de su vida cotidiana, su gusto por los helados y sobre cuál era su programa de radio favorito. Cuando el entrevistador le preguntó si quería responder a las críticas a su juego, citó una famosa frase del I Ching: “No te resistas a las dificultades ni avances contra ellas. Si te retiras y observas, aprenderás una lección importante. Entonces, seguir adelante te será fácil”. El mundo del ajedrez quedó sorprendido por la elocuencia del niño de cinco años, pero desconcertado por la ambigüedad de su mensaje. En poco tiempo se abrió una discusión sobre el verdadero significado de sus palabras, que amenazaba con salirse de control. Su representante, un miembro del Partido que lo acompañaba a todos los torneos en lugar de sus padres, tuvo que salir rápidamente a aclarar las cosas: “El juego del camarada Li no ha parado de mejorar. Si cada día que pasa deja caer su rey más temprano, es porque cada vez puede anticipar el resultado final desde mucho antes que sus contrincantes”. Esta explicación terminó con el debate

HECHO EN CHINA

y puso en alerta a sus rivales, que pasaron de la euforia al terror. Si lo que el representante decía era verdad, sabían que dentro de poco Li Yung Peng se volvería invencible.

Li Yun Peng siguió abandonando las partidas cada vez con mayor antelación, hasta que llegó el día en que, jugando con las negras, dejó caer su rey un segundo después de que el primer peón blanco avanzara en el tablero. El mundo del ajedrez estaba en shock. El interés de la prensa volvió y sus cortas partidas empezaron a ser vistas en vivo por cientos de millones de personas alrededor del mundo. Faltaba muy poco para que empezara a ganar. Sus rivales pronto entendieron que, si Li Yun Peng no derribaba su rey en la primera jugada, la partida estaba irremediablemente perdida. Ahora, los encuentros disputados por el niño duraban solo un par de segundos y sus rivales se levantaban molestos y estrechaban su pequeña mano sin acabar de comprender en qué habían fallado. Para cuando se disputó el siguiente mundial, no quedaba nadie que pudiera ganarle.