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El periódico de El Calafate
nota de tapa
Falta Poeta La frase es recurrente cada vez que los festejos de un campeonato de Boca (menos frecuentes es cierto) se trasladan al lugar habitual, ese que él hizo habitual cuando tenía el kiosco Chaltén, más una babel donde uno podía encontrar hasta lo que no se estaba buscando, pero que se vestía de azul y oro en esas ocasiones a las que aportaba la pirotecnia celebratoria. Bostero, radical, amigable y cabrón por momentos, Guillermo Poeta se ganó el respeto de la sociedad por sus constantes contribuciones al bien común, desde la política, las instituciones o a nivel personal. Paulo Poeta, uno de sus hijos, lo recuerda. “Hay cosas determinadas que para mí son destacables de mi viejo: su amor por el prójimo fue una de sus aristas más destacadas, creo que tiene que ver con sus orígenes humildes, lo recuerdo dándole una mano a otros”. Un ejemplo puntual eran sus viajes a El Chaltén o Tres Lagos con su vehículo cargado de juguetes para regalar en fechas especiales, cuando esas poblaciones contaban con veinte o treinta niños. “¿Por qué? Porque sí, porque eso le hacía bien, porque podía hacerlo. Con la misma filosofía se involucró en la Liga de Fútbol, en el Club Amigos del Hospital, o cuando fue concejal”. Otro de los puntos es el valor que le asignaba a la familia. “Le encantaba compartir, con los suyos y con los amigos, no había fiestas de Navidad o Año Nuevo en que la casa no estuviera súper poblada, en los últimos años ya le decíamos papá vamos a pasarla solos. Hoy yo hago lo mismo, siempre estamos invitando a otros a casa, más allá de las fechas”.
Paulo destaca también el amor de su padre por la política. “En este como en todos los ámbitos siempre fue de frente, con la verdad, muchas veces esto lo llevó a enfrentar situaciones difíciles, yo lo rescato como una virtud y la practico, más allá del resultado final”. Hace especial hincapié en el recuerdo de la gente de un hombre alegre, que siempre recibía en el kiosco a todos con un mate, escuchando y cantando tangos y folclore, un buen tipo que siempre se brindó por la comunidad en la que vivía, desde cualquier lugar. Un hecho que sintetiza muchas de esas pasiones era su relación con Hugo Giménez Agüero, cuando todavía no tenía tanto reconocimiento. “Cuando venía a cantar en el viejo Microcine municipal
muchas veces dormía en casa, yo compartía la habitación con él. Papá llevaba y vendía sus discos, lo acompañaba, los difundía desde los parlantes del kiosco en la calle”. Desde ese bastión comercial soportó varias crisis económicas y acompañó el crecimiento del pueblo, generó un lugar de encuentro de los adultos que entraban a compartir el mate y de los jóvenes de un tiempo en el que mucho no había para hacer y se sentaban en la vidriera a escuchar música. “El cierre estuvo más asociado al inicio de una enfermedad de mamá que gracias a Dios se pudo superar y por la cual papá decidió dejar todo para acompañarla, pero siempre mantuvo latente la posibilidad hasta de abrir un local en el garaje de la casa, que por suerte pudimos convencer que no haga, eran otros tiempos en su vida y otra realidad”. Sobre los festejos boquenses, uno de los aspectos por los que muchos lo recuerdan, Paulo nos trae al presente una Copa Libertadores en la época de Bianchi en que se mudó la celebración al playón del ACA. “Yo vivía en Río Gallegos y me avisó lo que estaba armando por si quería venir, pidió los permisos, compró las baterías de pirotecnia más estruendosas, se confeccionó una bandera gigante, estuvieron hasta los bomberos y una ambulancia de manera preventiva, eso fue lo más”. - ¿Te quedaste con ganas de decirle algo? “Gracias a Dios no, lo acompañé hasta el último suspiro, unos meses antes de que se vaya me empecé a preparar para el día. Me di cuenta que ya no estaba bien, como cansado, abatido, y comenzó el declive. Se fue durmiendo, no sufrió en el momento final”
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