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Amante Oscuro

J. R. Ward

-¿Quieres montar? -dijo otra, moviendo el trasero. A la segunda vuelta, encontró lo que estaba buscando, una rubia de piernas largas y grandes curvas. Exactamente el tipo de prostituta que habría comprado si su pene todavía funcionara. Iba a disfrutar con aquello, pensó el señor X pisando el freno. Matar lo que ya no podía tener le proporcionaba una satisfacción especial. -Hola, querido -dijo ella aproximándose. Colocó los antebrazos sobre la puerta del coche y se inclinó a través de la ventana. Olía a chicle de canela y a perfume mezclado con sudor-. ¿Cómo estás? -Podría estar mejor. ¿Cuánto me costará comprar una sonrisa? Ella observó el interior del coche y su ropa. -Con cincuenta te haré llegar al cielo, o a donde tú quieras. -Es demasiado. -Pero sólo lo dijo por decir. Era ella a quien quería. -¿Cuarenta? -Déjame ver tus tetas. Ella se las mostró. Él sonrió, quitando el seguro de las puertas para que pudiera entrar. -¿Cómo te llamas? -Cherry Pie. Pero puedes llamarme como quieras. El señor X dio la vuelta a la esquina con el coche hasta llegar un lugar retirado debajo del puente. Arrojó el dinero al suelo a los pies de la mujer, y cuando ella se inclinó a recogerlo, le introdujo la jeringuilla en la nuca y oprimió el émbolo hasta el fondo. Instantes después se desplomó como una muñeca de trapo. El señor X sonrió y la echó hacia atrás en el asiento para que quedara sentada. Luego arrojó la jeringuilla por la ventanilla, que cayó junto a otras muchas, y puso el vehículo en marcha.

En su clínica clandestina, Havers alzó la vista del microscopio, desconcentrado por el sobresalto. El reloj del abuelo estaba repicando en un rincón del laboratorio, indicándole que era la hora de la cena, pero no quería dejar de trabajar. Volvió a fijar la vista en el microscopio, preguntándose si había imaginado lo que acababa de ver. Después de todo, la desesperación podía está afectando a su objetividad. Pero no, las células sanguíneas estaban vivas. Exhaló un suspiro y se estremeció. Su raza estaba casi libre. Él estaba casi libre. Finalmente, había conseguido que la sangre almacenada aún fuera aceptable. Como médico, siempre había tenido dificultades a la hora de tratar pacientes que podían tener ciertas complicaciones en el parto. Las transfusiones en tiempo real de un vampiro a otro eran posibles, pero como su raza estaba dispersa y su número era pequeño, podía resultar muy difícil encontrar donantes a tiempo. Durante siglos había querido instaurar un banco de sangre. El problema era que la sangre de los vampiros era muy variable, y su almacenamiento fuera del cuerpo siempre había sido imposible. El aire, esa cortina invisible sustentadora de

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