A R B O
O BRA F I SC HER
FISC H E R
C A R LO S
C A R LOS
M EM O R I A
C ARLOS
F ISC HER
O B R A MEM O R I A
L A DIS TANCIA JUS TA Artiom Mamlai
Contemplar la fotografía de paisaje y naturaleza de Carlos Fischer es detenerse ante una interioridad. Lejos de la noción de paisaje relacionada a lo abierto y extenso, una tras otra, las imágenes parecieran mostrarnos el delicado trabajo de las fuerzas que están operando allí, entre los elementos acotados por el encuadre. Tanto es así, que resulta difícil imaginar que algo pueda entrar o salir de ellos, como si se tratara de composiciones largamente sopesadas, depuradas, y no el registro furtivo de un instante, tan propio del mecanismo fotográfico. Probablemente, en un primer momento, es justamente esa paradoja temporal la que nos hace detenernos y advertir que presenciamos un espacio equilibrado, conformado o interiormente compuesto por una correlación de fuerzas que organizan los infinitos pliegues y repliegues de la materia (Deleuze). Luego, en una segunda lectura, podemos pensar que los elementos allí dispuestos se presentan y actúan como el amoblado de una casa, instalando un orden secundario e interno, que nos permite domesticar y habitar los espacios esquemáticos y vacíos de esta. Como bien sabemos, la cámara, esta habitación sin puertas ni ventanas (Deleuze), no actúa como un recipiente inocuo que recoge la grafía de la luz, más bien, parece proyectar (allí reside su poder) una red sobre lo inasible, disponiéndolo como una trama de relaciones y tensiones recíprocas, capaces de atajar el desborde de lo abierto. En relación a lo anterior, resulta ineludible enfatizar el aporte que la fotografía química otorga, imprimiendo una sensibilidad orgánica más matérica, más palpable y más amable, sin la cual, difícilmente se producirían los resultados y el análisis que intento apuntalar. Sin embargo, la química y el revelado sobre papel fotográfico, no son los únicos elementos que trabajan en este asunto Lo interior supone límites o contornos que lo separan de un exterior. En la fotografía de naturaleza de Carlos Fischer, esos contornos parecieran estar construidos sobre la base de una distancia justa, o una aproximación exacta, si se quiere. Esta distancia justa, nos permite asistir a lo complejo (lo orgánico) como si se tratara de un mecanismo de precisión, o un sistema que se sostiene debido al accionar de fuerzas invisibles de atracción. Pero, antes de encontrar la distancia justa, el cuerpo, la mirada, deben recorrer una distancia anterior, hasta saber donde detenerse. Pienso en la inquietud científica de Carlos, en su relación con el entorno desde una observación extendida en el tiempo, la cual le permite detectar con suma precisión, hasta donde ingresar con la cámara, y como lograr que aquello que ha quedado constreñido al encuadre, se vuelque sobre sí mismo generando su propio orden, construyendo lo natural mediante el artificio.
En la distancia justa, los elementos, las materias, texturas y contrastes, parecen ser abstraídos del “orden natural” entendido como un régimen o un sistema organizado por sí mismo. En ese desdoblamiento de lo que vemos, una arboleda nevada reverbera como tapiz apretado y trabajosamente urdido; un árbol estirado por el viento desnuda un gesto petrificado; una playa anónima se levanta verticalmente para enfrentarnos a los límites de sus superficies; o las rocas de un desfiladero se ordenan como farellones de una cordillera enmarcada por el mar. En la distancia justa, las imágenes parecen funcionar en un doble registro: el referencial y el abstracto. Cuando la imagen de “lo natural” se realiza como artificio, se revela otra distancia –en realidad, no es una distancia porque es inconmensurable– y, paradójicamente, lo que finalmente se manifiesta o se vuelve sensible, es precisamente que sólo podemos acceder a lo abierto y extenso (el registro de Lo real) desde la compresión y sustracción que ejecuta la técnica: la mirada debe perder una dimensión completa para que esto ocurra, y también debe reducir los puntos de vista concentrándose en un régimen monocular. Tal vez por eso, la sensación última, luego de haber ingresado y recorrido estas fotografías redunda en una evidencia: lo que vemos como imagen de lo natural no se percibe como natural. La fotografía cuenta con algo irreductible: el registro del tiempo, en realidad, de un tiempo. Pero ese instante sólo puede ser leído desde una permanente fuga. El tiempo del fotógrafo, su tiempo, es una trama que condiciona su mirada y en la cual se manifiesta de un modo singular un mundo, su mundo, pero que no le es propio y en cual se encuentra inmerso. En esa relación recíproca, apremiante, el trabajo de Carlos Fischer encuentra un lugar que nos habla de otro tiempo de la imagen, de un tiempo, en su caso, que antecede a la imagen y que difícilmente encontramos en la fotografía actual. Los mundos y sus tiempos desaparecen. Últimamente, percibimos aquello como si se tratara de un permanente aceleramiento y una constante. Recorrer el trabajo de Fischer, sobretodo en relación a un tema difícil de salvaguarda de los clichés y los lugares comunes, nos permite acceder, tal vez recordar es la palabra, a una fotografía que se entiende a sí misma como un dispositivo de lenguaje, y como el resultado de la continua tarea de elaborar y pensar la mirada que construye nuestros mundos y su deriva.
EL HALO DE UN DESPUÉS Christian Miranda Colleir Las fotografías de Carlos Fischer corresponden a imágenes en las que vemos interiores de casas antiguas y bodegas que aún logran mantenerse en pie. Siguen siendo resguardadas por techos, ventanas y puertas desvencijadas, aunque lo hagan, en algunos casos, apenas sostenidos sobre sí mismos. También es posible observar una estructura industrial de tres pisos: lejos de su mejor momento, ahora, en el episodio de su registro fotográfico, se presenta como un esqueleto erguido gracias al equilibrio precario de lo sido. Desprovisto de ventanas y techo, vacío por dentro, el edificio es un hito de lo que se ha llamado como era industrial del capitalismo, pero bajo el halo de un después. En otras fotografías reconocemos murallas a las que le faltan varios ladrillos. Parecen haber recibido verdaderos mordiscos del tiempo. Los pedazos ausentes en los muros les dan una apariencia ruinosa, pues fueron arrebatados de forma irregular. Su carácter incompleto nos hace asistir a un momento de abandono definitivo, debido a que los espacios que rodean probablemente nunca más van a ser habitados. La condición irreversible no ha sido producto de una transformación abrupta, precipitada si se quiere. El desmoronamiento ha sobrevenido de a poco, sin la estridencia de una destrucción intempestiva. La lentitud indicaría un proceso paulatino y, por lo mismo, tenaz en su desenvolvimiento ralentizado. Estamos ante una forma particular de la catástrofe, ¿de qué tipo de catástrofe? Un poco más adelante nos atreveremos a conjeturar una respuesta tentativa al respecto. Resulta de meridiana claridad cómo el estado ruinoso sugiere el alejamiento de la presencia humana, en particular por el cese de la vida cotidiana. Por eso, tales lugares que en algún momento le dieron alojo a lo cotidiano se han convertido en parajes, sitios aislados, eriazos, arrebatados por una fuerza histórica fuera de nuestro alcance. A esta fuerza se le suele llamar pasado. Una de sus características fundamentales es la de constituirse a medida que van menguando las intensidades que sostuvieron cierto orden de la realidad bajo la forma de un mundo. Ese mundo parece haber quedado atrás, devorado por fuerzas que lo arrastran y hunden, mientras aflora uno distinto, no totalmente inédito. En las fotografías de Carlos Fischer halla-ríamos esquirlas, fragmentos dispersos o arrumbados de lo que se ha extinguido, sin desaparecer por completo. No sólo porque restan sus ruinas, también en tanto se encuentran jalonadas por la adecuación a un presente que se ha retirado, hacia un tiempo clausurado sobre sí mismo. De este modo, los utensilios que se ven en los espacios responden al abandono como trazas de un des-orden temporal: tinas, baños, barriles, calderas, palas, pequeñas carretas, entre otros, yacen inactivos, sucios, invadidos por la soledad. Las imágenes consisten, entonces, en
representaciones de un escenario desolado. No es que carezca de la irradiación de la luz solar, más bien se ha vuelto inhóspito, a causa de haberse sustraído las posibilidades que lo hacían habitable. Tenemos noticia de lo anterior precisamente por la inactividad de los objetos. De ahí que no sea casualidad el lento rigor del tiempo que los hizo entrar en una declinación inexorable. Se encuentran a medio existir, afectados por un menoscabo material que ha determinado su naturaleza ontológica, rebajando la sustancia de ésta.
habrían suscitado que los lugares que se vieron expuestos a la decadencia. No sería descaminado especular que fuera fruto de profundas transformaciones, introducidas en nuestro país con el objetivo de generar cambios de gran calado durante el siglo xx. Las modificaciones se enmarcarían en lo que se ha conocido como modernización. La modernización como marco general implicó progresos y reveses constantes, dejando a su paso una estela discontinua de intentos destinados a conseguir logros económicos y sociales.
Desde el punto de vista fotográfico, el tratamiento de la ruina se compone de operaciones formales con las que se aborda la experiencia temporal derivada del detrimento. Una de las cuales es la utilización del blanco y negro. Esta subrayaría en términos visuales la línea estética que ostentan las fotografías: su contenido pertenece ya a lo pretérito. Tal pertenencia supondría que entre imagen (no sólo como fotografía, sino también como representación) y espectador se ha instalado una distancia. La distancia suele establecerse en ocasiones cuando la fotografía muestra un hecho ocurrido en un tiempo remoto. Sin embargo, no pocas veces un contexto de relativa cercanía se ha tornado distante porque entre él y nosotros media una transformación en el orden de las cosas. Por ejemplo, la emergencia de un acontecimiento modifica radicalmente el orden al que estábamos acostumbrados. Nos parecerá ajeno luego de ocurrida una escisión en el tiempo. Seremos extranjeros aún si ese mundo continúa resistiendo a su desaparición, por medio de insistentes estertores.
El territorio de Chile, particularmente el sur, ha sabido de esfuerzos truncados en este sentido. Las estructuras industriales como las que se exhiben las fotos de Carlos Fischer tienen que ver con ello, así como el desuso de los utensilios de trabajo propios de la vida diaria. Este rasgo ubica sus motivos visuales, debido a que las problemáticas que los traman pueden ser situadas. La localización habla de un locus conformado de cruces temporales, factores políticos y culturales. Cruces o intersecciones, sin duda, conflictivos, transidos de paradojas sin resolver.
Pero el vigor de un acontecimiento termina por imponerse, al manifestar la potencia de un proceso histórico en el presente. Verdadero trauma, tendemos a comprender el acontecimiento como un corte, en el sentido de una ruptura, en una primera acepción; en una segunda, asociado a una paradoja: los efectos que acarrea exceden las causas que le dieron origen. Las razones de su ocurrencia se ocultan, dejándonos en el desconcierto. No sabemos concertar los hechos que lo componen como cuando arriba la definición de un significado. He ahí los límites de cualquier afán de representarlo a cabalidad, lo cual no quiere decir que sea irrepresentable per se. Decíamos que la estética de las fotografías de Carlos Fischer sugiere estar elaborada para poner en imagen una inflexión temporal, dominada por la desazón ante la ausencia del por-venir. Sin esa expectativa, el tiempo se ve suspendido. Esta especie de detenimiento es enfatizada por el encuadre que le otorga una dimensión estática a la imagen. Si bien de suyo el encuadre colabora en fijar un momento, recortarlo, la combinación entre él y el blanco y negro crearía una suerte de privación del movimiento. La privación señalaría que lugares y ruinas no son susceptibles de ser favorecidos por el progreso. La iluminación tenue contribuye a diluir el ímpetu del tiempo a través de un modo de la penumbra. Como consecuencia de este tipo de oscuridad a medias, la luz ha retrocedido, se ha replegado para reducir la perseverancia de lo existente a un estado de agotamiento. El agotamiento plantearía que ha acaecido no un hecho, sino un suceso de mayor magnitud, por el cual ese mundo ha devenido ruina. Las aceleraciones de la historia, de sus procesos,
Más arriba nos comprometimos a conjeturar acerca de la catástrofe que insinúan las fotografías. Se vincula, desde luego, a la destrucción física de lo fotografiado. No obstante, más allá de la obviedad de esta evidencia, se puede inferir además una condición obliterada, dado el recorte del encuadre: la precarización de los modos de vida que dio lugar al derrumbe de esos espacios mostraría los embates de la violencia con que las transformaciones del capitalismo tardío se han consumado.
LA MIRADA Carolina Candia Antich
La fotografía como fuente inagotable de creación e inspiración; la memoria construida en fragmentos de luz. Guardar en sus recuerdos a Carlos enseñando la cámara oscura en un salón y la sorpresa de ver la realidad al revés proyectada en un muro.
Pienso en la mirada de Carlos al momento de escribir, en cómo se inicia un ritual para ofrendar gratitud a los pies de la vida de un ser humano. ¿Cómo usar la palabra luego de mirar una vida en imágenes?
Ofrecer este libro a su familia y amigos para que puedan atesorar esos días de luz fría y lluvia valdiviana, apreciando lo que su mirada contempló. Evocar la calma de compartir abrazos y palabras en días grises y su sonrisa como un arma irrefutable; el sonido de la lluvia, el viento y el olor a leña.
Conocí a Carlos una tarde amarilla en Niebla, mientras sostenía a mi hijo de algunos meses de vida. Recuerdo percibir en sus gestos una genuina apertura y la calidez de ser bienvenida a un nuevo territorio. El encuentro con personas que pueden cambiar el curso de una vida se convierte en un regalo con el paso de los años, y las casualidades parecen volverse causales cuando la experiencia humana se entrelaza, propiciando miles de conexiones que en este caso se transformaron en incontables métricas de imágenes. La fotografía y la palabra en el borde del mar; un río que se pierde en el bosque húmedo, dando vida a lo que toca. En una de las visitas a la casa de Carlos, le pedí que me mostrara su trabajo. Hasta ese momento, sólo habíamos tenido la oportunidad de hablar sobre las gestiones que implicaba la organización de fifval . Su espacio estaba tan cuidadosamente pensado como sus imágenes; libros de fotografía, carpetas de negativos, una antigua ampliadora junto a su escritorio y una ventana que parecía enmarcar una fotografía de Ansel Adams. Nos sentamos y me mostró parte de su archivo. Eran fotografías muy distintas a las imágenes que había visto en libros o exposiciones donde estaba su registro de Valdivia. Recuerdo la impresión que me generó la proliji-dad de cada una de ellas y la detenida observación de formas y situaciones extrañas: cuerpos desnudos, diversos rostros, desiertos lejanos, agua en todas sus formas y un álbum familiar que transmitía un amor que parece imposible en estos tiempos. Le pregunté por qué no había mostrado esto antes, y me respondió sonriendo que “de puro desordenado, de no darse el tiempo”. En ese momento le propuse encargarme de hacer un libro de su obra, editarlo y difundirlo; me costaba creer la atemporalidad que evidenciaban sus composiciones. Le gustó mucho la idea y quedamos en encontrar el tiempo para empezar. Pero el tiempo es finito en estos cuerpos y este libro es mi promesa. Regalar a sus coterráneos parte de su obra y una interpretación de su memoria, compartirla y dejarla en cada hogar para que sea hojeada una y otra vez. Dedicar este libro a cada uno de sus estudiantes, permitiéndoles ver todo lo que, con su característica tranquilidad y paciencia, buscó transmitir en sus años de docencia.
Un regalo a cada persona que tuvo la fortuna de toparse con Carlos y a quienes no lo conocieron, cuidar este objeto como quien recibe la posibilidad de observar con lentitud el paso de una vida. Un libro en prosa de luz quemada sobre una realidad construida, entre imaginarios y fijaciones, se conforma la posibilidad de observar la memoria de quien, en una nueva casualidad, nació y partió un seis de marzo, cerrando un ciclo completo en esta tierra. En cada imagen, encontrar la posibilidad de ver el paso de los días, como si fuese un juego. Una obra atiborrada de amores, objetos que adquieren diversos sentidos desde otro punto de vista, paisajes que parecen contarnos historias y situaciones que solo puede captar quien se detiene a mirar. La capacidad de transmitir la lentitud del paso de cada día e intentar guardarla en este libro invita a quien lo contempla a quedarse quieto, esperando que algo suceda y disparar en el momento exacto; no solo una cámara, sino también el disparo imaginario que guarda nuestra frágil memoria, para recorrer con calma los pliegues y suturas de la impermanencia. Me sorprendían las palabras de Carlos cuando hablaba de su esposa, imbuidas de amor y admiración. Gabriela es la muestra de lealtad, cariño y compromiso que guardan las páginas de este libro, quien, con su increíble fortaleza y voluntad, me guio hacia las imágenes que hoy podemos observar, entregándome carpetas llenas de negativos y compartiendo conmigo las historia que vivían en cada fotografía. Sin su apoyo, jamás hubiese podido cumplir las palabras pronunciadas esa tarde con Carlos. Gracias, Gabriela, por permitirme entrar en tus recuerdos y estar siempre presente en la construcción de este libro, por creer en el sincero respeto y admiración que guardo por quien fue tu compañero de vida; por la absoluta confianza que me brindaste cada vez que me sentí incapaz de estar a la altura de este bello desafío. Tuve la fortuna de observar el vínculo que sostenía con sus hijos y nieto, Martina, Tomás y León; amor que brotaba en la ternura de sus miradas, cariños y afectos genuinos. Este libro se vuelve tangible también gracias a ustedes, para ofrendarlo como un acto de eterna gratitud a la memoria de quien fue padre y abuelo.
Gracias a Artióm Mamlai, Christian Miranda y Chino Henríquez por su amable colaboración, escribiendo los textos que acompañan este relato. Cada letra dedicada, cuidando la palabra y el punto exacto para sumergirnos en cada imagen, enriqueciendo la observación fotográfica. Agradezco a los amigos de Carlos, Jorge Gronemeyer y Mónica Nyrar, por su colaboración en este proceso de edición conjunta. Su compromiso absoluto, cariño, dedicación y la claridad de lectura sobre la fotografía de Carlos fueron fundamentales también en la calidad de diseño e impresión de este libro. “La fotografía miente siempre, miente por instinto, miente porque su naturaleza no le permite hacer otra cosa”, menciona Fontcuberta en su libro “El beso de Judas” (1997). Sin embargo, es tan valiosa como testigo irrefutable de quién observó. “El buen fotógrafo”, continúa Fontcuberta, “es el que miente bien la verdad.” Cuando un ser se deprende de su cuerpo y esta tierra lo recibe con su inexorable bondad y contención, la fotografía se vuelve un inefable consuelo tomando un sentido superior a lo meramente estético, regalándonos la posibilidad de recordar e incrustarnos en la mirada de quien observó.
carlos fischer becerra
1959 - 2021
Fotógrafo Profesional egresado de la Escuela de FotoArte de Chile, Santiago; Bachiller en Ciencias Biológicas de la Universidad Austral de Chile; Docente de la Escuela de Artes Visuales de la Universidad Austral de Chile, a cargo del Laboratorio de Fotografía; Director del Primer Festival de Fotografía de Valdivia - Fifval (2019) Desarrolló su labor profesional en el sur de Chile, realizando talleres y exposiciones de su trabajo fotográfico desde 1982: Sala Edwards, Instituto Chileno Británico, m.n.b. a . de Santiago, mam. de Chiloé, m. a .c. de Valdivia, m. a .c. del Cuzco, c.p.h.b. de París, etc. Amplió las áreas de aplicación de la técnica fotográfica cursando talleres de Fotografía para Impresión, Kodak Chilena s. a .f. (1988); Conservación de Colecciones Fotográficas, Dibam (1996); Taller de Video con Guillermo Cifuentes, Mineduc (1998); Técnica Fotográfica para Cine, Prof. Héctor Ríos, Mineduc (1999); Producción y Post-Producción Audiovisual, Prof. Waldo Ríos, Mineduc (2000); Creación Fotográfica Contemporánea, Prof. Mario Fonseca (2007); Taller teórico de Fotografía Contemporánea, Prof. Gerardo Montiel (2011); Taller de Captura, Revelado y Tratamiento Digital, Prof. José María Mellado (2014).
Fotografías Carlos Fischer Becerra
Impresión
Valdivia, 2023
Proyecto financiado por el Fondo de Desarrollo Cultural y las Artes, ámbito regional de financiamiento, Convocatoria 2022
MEM O R I A
Textos Carolina Candia Antich - Artiom Mamlai - Christian Miranda - Chino Henriquez.
F ISC HER
Diseño Monica Nyrar - Jorge Gronemeyer
C ARLOS
Edición Carolina Candia Antich - Monica Nyrar - Jorge Gronemeyer
E
I
A
R O M
M