CARRUS NAVALIS

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Revista Digital del Centro de información y documentación del Carnaval de Barranquilla

En una casa, al final del barrio se encuentran Carmelo y su mujer. Aquel ha llegado de la calle, ensimismado, a sentarse silencioso en su mecedor. La mujer, intranquila, intenta conversarle y el hombre la manda a callar; viene de rogarle a su patrón que le dé trabajo o un préstamo, pero se lo han negado. Tras maldecir, Carmelo sale curvado por la angustia. Al día siguiente, a las 10 de la mañana, una ambulancia con dos policías, rodeados de vecinos trasnochados, trae el cadáver de Carmelo, quien se había lanzado al río. La mujer, que ha perdido la casa y el marido, abrazada al ataúd al momento del entierro, se pregunta para dónde va a coger, mientras siente en sus entrañas el remezón del hijo por nacer y se escuchan, a lo lejos, los gritos, las gaitas y los tambores del martes de carnaval. Se destaca en el cuento el contraste entre la indolencia, la mezquindad y el pragmatismo del patrón y la alegría y la solidaridad de los vecinos parranderos y, aunque al parecer el relato recrea el ritual de la muerte que cede el puesto a un nuevo nacimiento, característico del carnaval, el final del cuento es ambiguo: ¿la vida del niño que viene a sustituir al padre tras el patético suicidio representa una esperanza o la inminencia de un nuevo desastre? El cuento de Olga Salcedo continúa una tradición de muertes violentas en tiempos de carnaval que había iniciado José Francisco Socarrás en 1944 con su cuento “Al tercer día de carnaval” cuyo escenario, no obstante, es la zona bananera.

Un viejo cuento de escopeta Anunciado como el primero de una serie que evoca a la vieja Barranquilla, este cuento de José Félix Fuenmayor se publicó en la revista Crónica del 27 de mayo de 1950. Un par de ancianos, Martín ―alto y huesudo― y Petrona ― bajita y débil― deciden mudarse del campo a la ciudad. Venden su finca con todo y se trasladan a la incipiente urbe ―ella en burro; él a caballo―, pero se traen una vieja escopeta adquirida mediante el trueque por una carga de yuca a un desconocido. Como la escopeta les genera temores y quieren deshacerse de ella, Martín, al escuchar que los miembros de un grupo del carnaval, la Danza de los pájaros, necesitan una para su representación, decide regalársela, pero estos solo la aceptan prestada. Durante seis carnavales consecutivos la escopeta es la sensación hasta cuando en una ocasión al escenificar la muerte del gavilán por el cazador en defensa de la paloma, se dispara y da muerte al danzante. En la confusión aparece un extraño en busca de Martín para que recoja el arma, y su mujer cree ver que ese hombre es el mismo vendedor que, según su intuición, no es otro que el diablo que carga las escopetas. El cuento recrea, pues, esa creencia tras la cual subyace la idea de la fatalidad y la desgracia asociadas al espíritu del mal. El narrador logra crear un clima con visos mágicos alrededor de la escopeta que va transformándose con el tiempo, y el percance final, acompañado de un previo proceso de inapetencia y deterioro en la salud de Martín, pareciera enjuiciar ese embeleco de abandonar el campo por la ciudad, dominio del demonio. Ambientado en el

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carnaval, el cuento no solo enumera algunas de sus danzas ―los Diablos, los Collongos, los Patos cucharos, los Doce pares de Francia, los Gallinazos y el Toro―, sino que de la Danza de los pájaros describe el acompañamiento musical y la vestimenta y cita los versos del papayero, el pitirri, el canario, la paloma y el gavilán. Por otra parte, uno de los personajes manifiesta su preocupación por una tradición amenazada, la Danza de los diablos, pese a sus esfuerzos: “Yo me he puesto a buscar jóvenes para enseñarlos. Conseguí algunos pero se fueron cuando les puse las uñas de hojalata y las espuelas de puñales” (Fuenmayor, 1994: 72). El cuento, como bien lo vio García Márquez en 1950, es una buena muestra de cómo se puede recrear la realidad regional sin incurrir en lo irrisorio del costumbrismo cerril: el relato es una indagación que, sin quedarse en lo pintoresco de la anécdota, está impregnada de superstición religiosa sobre el tema del mal, al tiempo que su minuciosa observación del orden doméstico abarca la medicina popular y la culinaria caribe, todo desde la perspectiva del hombre del campo. El tratamiento de la escopeta es una muestra temprana de ese realismo mágico que descubre cómo las cosas tienen vida propia y sólo es cuestión de despertarles el ánima. La perspectiva de extrañamiento del carnaval por parte de un campesino candoroso que nunca lo ha experimentado y la exploración de un tono coloquial de cuentero oral y de las situaciones humorísticas le confieren credibilidad al tratamiento del tema y constituyen una lección que aprendieron y aprovecharon sus discípulos Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez.

Domingo de carnaval En su libro Guineo verde (1966), Néstor Madrid Malo incluyó este cuento en el que narra la historia del disfraz del hombre acuchillado al que el público le celebra la persuasiva representación de su agonía. Estimulado por el éxito, el disfrazado diversifica la intensidad de su dramatismo, pero el público prestándole atención a otros disfraces, lo ignora. Más tarde el disfrazado regresa con mayor realismo en el tono y en los gestos, pero el público se fastidia. Solo cuando lo ven que cae al suelo boca abajo entre espasmódicas contracciones, el público retoma el interés en el disfraz, elogia la fidelidad de la imitación, y lo aplaude. Atribuyendo la inmovilidad del hombre a su completa embriaguez, alguien se le acerca, para ayudarlo a levantarse, pero al


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