Babelia 09 abril 2011

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NÚMERO 1.011. EL PAÍS, SÁBADO 9 DE ABRIL DE 2011

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Babelia

(continúa)...


SUMARIO

Fernando Aramburu

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Babelia

Tobillo de España

EN PORTADA Andrés S. Braun / Álvaro Pons

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Cómic Apostolos Doxiadis publica, en colaboración con otros tres autores, Logicomix. Una búsqueda épica de la verdad, novela gráfica sobre la historia de la lógica narrada por Bertrand Russell; y el español Alfonso Zapico relata la vida de James Joyce en Dublinés. Son dos de las novedades que se presentan estos días, coincidiendo con la celebración del 29º Salón Internacional del Cómic de Barcelona. Portada e ilustraciones de las páginas 4 y 5 de Apostolos Doxiadis, Christos H. Papadimitriou, Alecos Papadatos y Annie Di Donna, autores de Logicomix (Sins Entido). Traducción de Virginia Collera

IDA Y VUELTA Apocalipsis del plástico Antonio Muñoz Molina

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EL LIBRO DE LA SEMANA Norte, de Edmundo Paz Soldán B. Celis / L. Satorras 8 Manuel Padorno. El poeta que era un taller Juan Cruz

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Enrique Vila-Matas. Los hilos de la ficción crítica J. Ernesto Ayala-Dip

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PENSAMIENTO A la sombra de Marx Antonio Elorza

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Valor de soldado Andrea Aguilar / Ramón Lobo / Amelia Castilla

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El texto de la vida. Debate con Emilio Lledó L. F. Moreno Claros

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SILLÓN DE OREJAS Sonidos del morreo y… Manuel Rodríguez Rivero / Max

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ARTE Los magnates se cubren de arte Ángela Molina / Roberta Bosco

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EXTRAVÍOS Gruta Francisco Calvo Serraller

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TEATRO Veraneantes, en el Teatro de La Abadía Rocío García

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Anna Lizarán y Alicia Pérez, en una escena de Dos mujeres que bailan, de Josep Maria Benet i Jornet. Foto: Ros Ribas

+

PURO TEATRO Woyzeck y dos mujeres que bailan Marcos Ordóñez

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MÚSICA Cuando el ‘soul’ hizo pop Carles Gámez

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CENTENARIO Los albores de Emil Cioran Emil Cioran / José Andrés Rojo

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.com E

Primeras páginas Norte (Mondadori), de Edmundo Paz Soldán.

E Encuentro digital Javier Marías hablará con los lectores el próximo lunes 11 de abril, a las seis de la tarde, sobre su novela Los enamoramientos (Alfaguara).

+ Noticias, debates, imágenes y voces de la cultura. http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/

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NO RECUERDO haber solicitado nacer español, pero reconozco que hay cosas peores. Las hay también mejores y el hecho fácilmente verificable de que haya escasa o ninguna voluntad de aprender de ellas es lo que duele. No considero a España un problema metafísico. Basta permanecer diez minutos en una de sus calles para comprobar que el país alberga más ruido que esencias. Se dice que los españoles duermen poco. La hipótesis parece plausible, a menos que sean connaturales en ellos la impaciencia, el mal humor y las ojeras. Hoy por hoy el español arquetípico consiste en un espécimen humano que, encabronado hasta las orejas, aporrea en medio de un atasco, de forma compulsiva, el claxon de su coche. El caso es no pertenecer a una élite. No incurrir en el lenguaje refinado, en las maneras sensuales y delicadas, en el cultivo de la elegancia irónica. Menos mal que andamos sobrados de antídotos: las palabrotas, el tuteo agresivo, tus muertos y otros fangos léxicos que eximen al usuario del trabajoso, del inútil empeño de desembalar la perspicacia. No hay más que encender el televisor para darse cuenta de la baja calidad humana que se fomenta y se estila en el país. El español actual, me corrigen, es inconcebible sin su móvil pegado a la oreja, hablando con desatada indiscreción y abundancia de errores gramaticales en los vagones de los trenes, en los consultorios médicos o dondequiera que le suene el chisme. En el cine, me dicen, no tanto, ya que cada vez son más los que se quedan en casa disfrutando gratis, ante las pantallas de sus ordenadores, del trabajo, el talento y las inversiones económicas de otros. La gente ¿qué culpa tiene? Los ciudadanos se adaptan, imitan y quieras que no se dejan moldear. Miran y escuchan los noticieros de televisión y, entre dos catástrofes, les meten publicidad. Todos los días reciben su ración de imágenes de homicidas de vecindario, de motoristas inertes, de felpudos ensangrentados y, para postre, del Real Madrid y el Barcelona, también en las cadenas públicas, desfavoreciendo sin tapujos a los demás equipos. Lo usual es que se conceda mayor relevancia informativa al tobillo de un deportista millonario o a las palabras defectuosas de un entrenador portugués que a cuestiones educativas, culturales, financieras… Se nota que vives fuera, me dicen. ¿Acaso, llegada la ocasión, no se habla del Premio Planeta, acontecimiento cultural supremo, con presencia de la ministra del ramo y de otras autoridades y personas de postín, a pesar de tratarse de un evento de dudosa consistencia literaria, sustentado por una empresa privada? Quizá España sea un país de simples dualidades: PSOE / PP, EL PAÍS / El Mundo, Real Madrid / Barcelona, republicanos / nacionales. El español residente en el extranjero no está libre de los salpicones de decadencia asociada actualmente al nombre de España; antes al contrario, lo propio es que a uno lo juzguen conforme al mayor o menor prestigio de su lugar de origen. Si naciste canadiense o australiano, aunque seas un hampón, te recibirán con inmediata simpatía, y si naciste en Camboya o en Togo, pues ya no tanto. De un tiempo a esta parte, la imagen positiva de que gozaba España entre los demás países europeos se ha resquebrajado. La admiración general adoptaba formas múltiples. No era extraño encontrar autores españoles en los escaparates de las librerías. Música y cine españoles despertaban un respeto sin paliativos. Hoy España sólo suscita noticias funestas y ocupa de costumbre (datos económicos, desempleo, informe PISA, deportistas dopados, piratas informáticos) los puestos deshonrosos de las estadísticas. La pérdida de encanto es rotunda y los ciudadanos europeos prefieren cada vez más dirigir su interés hacia otros focos creativos. Ha habido en el pasado reciente episodios que sonrojan. Ahí va un ejemplo. Tiempo atrás, España fue la invitada de honor de una feria de muestras de Hannover dedicada a la informática. Acudió el presidente del Gobierno, trajeado y sonriente. El mismo día de su llegada saltó a la prensa alemana la noticia del cierre próximo del Consulado General de España en Hannover. Un desaire de marca mayor al anfitrión, que comporta, además, el desamparo administrativo de ocho mil españoles residentes en Baja Sajonia. Ser español es un azar a menudo desfavorable. O Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) es autor, entre otros libros, de Viaje con Clara por Alemania y Los peces de la amargura (Tusquets). En mayo publicará los cuentos El vigilante del fiordo (Tusquets).


EL RINCÓN

“Cuando empecé, si decías que trabajabas haciendo cómic te miraban mal, pero ahora incluso da cierta categoría”, afirma Kim. Foto: Gianluca Battista

Dibujar con vistas al cielo Kim, último premio Nacional del Cómic junto a Antonio Altarriba, desplegó su versatilidad de registros en El arte de volar BASTA DECIR que al final del encuentro baja con los periodistas al bar de la esquina para invitarlos a un café y poder seguir así hablando de cómic, costumbres y comida italiana. Parecería que para Kim, nacido Joaquim Aubert en 1942 en Barcelona, de padre médico y republicano, la vida es relativamente sencilla. Vive en un pequeño sobreático del Eixample de Barcelona que con los años ha ido moldeando conforme a sus gustos y necesidades de soltero vocacional. En la terraza, en la que suele desayunar mientras oye el bullicio del patio de una escuela y contempla las azoteas, se fabricó él mismo un cobertizo-estudio que tiene atiborrado de libros, objetos, herramientas de todo tipo (es un manitas) y, claro, papeles, rotuladores y viejas plumillas con las que sigue dibujando a tinta china sus historietas. La fama de su personaje Martínez el Facha, que publica en El Jueves desde 1977, casi había conseguido encasillarlo en un humor caricaturesco y político que escondía sus otros registros. Pero a finales de 2009 saltó la sorpresa. Junto con el historiador Antonio Altarriba, autor del guión, publicó El arte de volar (Edicions de Ponent), una novela gráfica que narra la biografía de un personaje anónimo, el padre de Altarriba, pero que representa la de toda una generación de perdedores, de la guerra y de la vida, con una fuerza, un dramatismo y

una poesía que les valió un merecido y aplaudido Premio Nacional del Cómic en 2010. “Lo dibujé a lo largo de cuatro años y de una manera inusual, página a página, sin saber lo que pasaba después ni al final”, comenta. “No esperaba el éxito que tuvo, pero se ha publicado en Turquía y en breve saldrá en Francia, lo que me hace mucha ilusión”, reconoce. Se nota su amor por la historia. “Me documento mucho, creo que la gente lo agradece”, comenta el autor, que se confiesa un compulsivo comprador de objetos y, sobre todo, de libros viejos. “Voy mucho a los Encantes y todavía pueden encontrarse libros interesantes”, explica mientras enseña una edición de 1851 de la biografía de Cristóbal Colón que escribió Washington Irving. Pero el gusto por lo antiguo no le quita la curiosidad por lo nuevo. “Sigo mucho a los jóvenes, te aportan mucho y además los hay buenísimos”, afirma. Para su trabajo semanal no le falta gasolina porque en política “la realidad supera a la ficción”. A ratos sueltos, y a la espera de otra novela gráfica que llevarse al pincel, va ilustrando un libro de cocina y dándole vueltas a la crónica de un mestizo de la época de la colonización de América. “Cuando empecé, si decías que trabajabas haciendo cómic te miraban mal, pero ahora incluso da cierta categoría”, comenta irónico. Catalina Serra O EL PAÍS BABELIA 09.04.11

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EN PORTADA / Reportaje

Tras la pista del

La historieta vive una refrescante renovación aunque hace décadas que ambos géneros caminan proyecto a través de viñetas exclusivas realizadas para Babelia. Esta tendencia en alza estará

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MOISÉS A DANTE. De Hitler al Che. De Kiki de Montparnasse a Evita Perón. De la perrita Laika al último fenómeno adolescente del pop globalizado, Justin Bieber. El cómic biográfico ha sido desde hace décadas un formato fructífero —y aún lo es— como demuestran colecciones españolas de antaño como Vidas Ilustres (Novaro) o Cómic Biografías (Bruguera), o la reciente apuesta de la editorial estadounidense Bluewater Productions por el género a través de sus series Fuerza Femenina (que recoge la vida y milagros de mujeres influyentes, desde Margaret Thatcher hasta Oprah Winfrey), Poder Político (desde Obama hasta Mandela) o Fama (desde David Beckham pasando por Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, Lady Gaga o el mencionado Bieber). Entremedias, se han publicado cientos de colecciones y volúmenes independientes en medio mundo firmados tanto por autores de escaso renombre como por figuras reputadas (por ejemplo, los argentinos Héctor G. Oesterheld, Alberto Breccia, José Muñoz y Carlos Sampayo, la francesa Catel Muller, el estadounidense Nick Bertozzi o los japoneses Shigeru Mizuki y Osamu Tezuka) que demuestran que el género es inagotable. Coincidiendo con el Salón del Cómic de Barcelona (del 14 al 17 de abril), aterrizan en España dos tebeos llamados a convertirse en obras de referencia para las biografías en viñetas. Ambas evidencian no solo el talento de sus autores, también la excelente salud del género, el potencial narrativo de la novela gráfica y el olfato del tejido editorial que la sustenta. Muchos dudan de que las grandes casas o los editores independientes hubieran apostado por estos dos cómics hace poco más de una década. Más aún teniendo en cuenta que ambos se centran en dos figuras tan universales como complejas. El primero es Logicomix (Sins Entido), un monumental y brillante repaso a la historia moderna de la lógica y las matemáticas a cargo de cuatro autores —tres griegos y una francesa— centrado en la vida del británico Bertrand Russell. El segundo, Dublinés (Astiberri), es un excelente cómic biográfico del irlandés James Joyce firmado por el asturiano Alfonso Zapico. “Cuando explicábamos el proyecto, la mitad de la gente pensaba que íbamos a hacer un libro de texto ilustrado. La otra mitad simplemente pensaba que éramos unos descerebrados”, cuenta por teléfono, desde Atenas, Apostolos Doxiadis, el autor que primero concibió la idea de hacer Logicomix. Escritor que estudió matemáticas en Columbia, Doxiadis llevaba tiempo queriendo componer algo sobre la apasionante historia de los lógicos y matemáticos del XIX y el XX. “Pero nunca pensé en hacer una novela histórica, porque la descripción es una faceta literaria que nunca me ha gustado”, explica. La ecuación quedó despejada cuando conoció al matrimonio formado por el griego Alecos Papadatos y la francesa Annie Di Donna, dibujante y colorista del volumen, respectivamente. “Querían producir su primera novela gráfica. Les encantó mi idea y yo me libré del aspecto descriptivo”, cuenta Doxiadis. Poco después el también griego Christos H. Papadimitriou se embarcó como guionista junto a Doxiadis en este titánico proyecto que comenzó siendo autofinanciado por sus responsables. Los dos comenzaron a armar el argumento de este tomo de casi cuatrocientas páginas mientras Papadatos y Di Donna recorrieron media Europa en tres semanas para documentar sus ilustraciones. “Al principio E

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no lo compusimos en torno a una figura central. Al poco comprobamos que la estructura era débil y nos dimos cuenta de que la vida de Russell era la columna vertebral que necesitaba”, detalla Doxiadis. “¿Que por qué Russell? Porque además de su importancia como pensador, su biografía es apasionante, a diferencia de muchos otros lógicos cuya vida fue ‘nació, estudió, escribió, dijo, siguió estudiando…”, argumenta el autor griego. “Russell incluso abandonó el estudio al comprender que la ciencia no le bastaba

para comprender el sentido del mundo”. Esta decisión inclinó a los cuatro a apostar aún más por el enfoque biográfico en lo que respecta al resto de pensadores que aparecen en el cómic. Así lo resume Doxiadis: “Comprendimos que lo más interesante de esta búsqueda épica de las certezas matemáticas y lógicas estaba en que sus protagonistas, desde Poincaré a Wittgenstein, emprendieron esta aventura movidos por sus necesidades emocionales. La única manera de satisfacerlas era dar forma y sentido a la realidad.

Por eso lo esencial para nosotros pasó a ser la descripción de la relación interpersonal de los personajes y sus ideas”. Esta última frase es una estupenda manera de definir lo que es este cómic, en el que sus propios autores cobran vida en las viñetas para narrar paralelamente el arduo proceso creativo que ha durado cinco años, al igual que hacen en las viñetas compuestas para Babelia que ilustran la portada y estas páginas. “Lo que más nos alegra de haber apostado por una biografía en forma de novela


cómic biográfico

juntos. Los autores de Logicomix, uno de los últimos éxitos internacionales, explican su presente en el próximo Salón del Cómic de Barcelona. Por Andrés S. Braun reputada Maison des Auteurs y completar allí en ese periodo la obra. “La idea surgió al leer dos biografías suyas y comprobar que su obra estaba ahí, en su vida, en las personas que conoció y en los sitios en los que residió”. Estos dos libros son Joyce para Principiantes, de David Norris y Carl Flint (Lectorum, 2007), a partir del cual Zapico extrae el espíritu de Dublinés —“lo que significó la vida para Joyce”—, y James Joyce, de Richard Ellmann (Anagrama, 2002). “Sintetizando el trabajo cronológico de Ellmann obtuve el esqueleto y le añadí el enfoque de una guía de viaje. Dublinés es como un recorrido en tren por los escenarios de la vida de ese irlandés universal”, añade Zapico, que se documentó a partir de los libros fotográficos James Joyce’s Ireland, de David Pierce (Yale University Press, 1992), y Faithfull Departed, de Kieran Hickey (The Lilliput Press, 2004), una reconstrucción del Dublín de 1904, el año en el que transcurre Ulises. “De Joyce hay pocas fotos. Son muy antiguas, y por ello muy estáticas.

“La relación interpersonal de los personajes y sus ideas” fue lo esencial, afirma Doxiadis

gráfica es que hemos logrado contar una historia complicada —que de primeras resulta antipática tanto al lector habitual de tebeos como al que no tiene ni idea ni interés por las matemáticas— que ha gustado a unos y a otros”. El que Logicomix se haya convertido en la novela gráfica griega más extensa, ambiciosa y de más éxito tanto a nivel nacional como internacional (ha sido durante 11 semanas la obra más vendida en la lista de cómics de The New York Times) certifica las palabras de Doxiadis.

“Es verdad que dejamos fuera capítulos de la vida de Russell y que introdujimos ficción, sobre todo encuentros que no se produjeron entre algunos pensadores —aunque intercambiaron esas mismas opiniones por correspondencia— o el mantener vivo a Gottlob Frege seis años después de su muerte. De hecho, en todo el cómic solo debe haber dos o tres frases literales pronunciadas por Russell en vida. Pero era la manera de que los personajes cobraran vida y consideramos que es una obra muy

fiel, más que muchas novelas históricas”, argumenta Doxiadis. Por su parte, Alfonso Zapico, a quien el Salón del Cómic otorgó el año pasado el Premio Josep Toutain al Autor Revelación, no ha introducido eventos ficcionados en Dublinés. “La vida de Joyce es tan rica y tan surrealista que no me ha hecho falta”, comenta por teléfono desde la ciudad francesa de Angulema, cuyo prestigioso festival premió precisamente este proyecto y le concedió una beca hace tres años para residir en la

Usé mi imaginación para aplicar al personaje lo que se deduce de sus biografías: que debió ser un tipo muy histriónico”, desvela. De Dublinés sorprende su fluidez y ritmo ágil pese a la abundancia de cartelas (los recuadros de texto que actúan como la voz del narrador). “Nunca quise hacer un Ulises en viñetas. He intentado alternar el exceso de texto con cuadros de acción pura y dura y también aligerar estos pasajes y plasmarlos en un lenguaje sobrio. Pretendía establecer una conversación sencilla entre el narrador y el lector”, matiza Zapico. Es de eso de lo que más se enorgullece: de no haber sacrificado la fluidez narrativa en favor de toda la información que contiene esta historieta de casi 250 páginas. “La ventaja de producir una biografía en formato cómic es que la historieta es más digerible siempre que se haga bien. Aún más en el caso de Joyce, que para muchos es sinónimo de obras voluminosas y crípticas que requieren guías aún más voluminosas para su comprensión”. En ese sentido, Zapico cumple con nota el objetivo que se plantean —no sin cierto dolor— muchos autores; que el lector devore con fruición en apenas unos segundos una página que ha llevado horas o incluso días de trabajo. Zapico admite que no tomó como ejemplo ninguna de las notables biografías en cómic que se han hecho hasta ahora. “Simplemente porque, como ya he dicho, la alucinante vida de Joyce me bastó como única inspiración”. En todo caso es su nuevo tebeo el que puede servir de referencia a aquellos que se aproximen en un futuro al género biográfico a través del cómic. O Logicomix. Una búsqueda épica de la verdad. Apostolos Doxiadis, Christos H. Papadimitriou, Alecos Papadatos y Annie Di Donna. Traducción de Julia Osuna Aguilar. Sins Entido. Madrid, 2011. 352 páginas. 24 euros. Dublinés. Alfonso Zapico. Astiberri. Bilbao, 2011. 232 páginas. 18 euros. El 29º Salón del Cómic de Barcelona se celebrará del 14 al 17 de abril en el Palacio 8 de la Fira de Barcelona. ficomic.com. EL PAÍS BABELIA 09.04.11

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EN PORTADA / Los elegidos

De Buda a Kafka y Gardel Escritores y dibujantes dan una vuelta de tuerca al género biográfico.

Por Álvaro Pons

Logicomix

Dublinés

Kafka

A. Doxiadis y otros

Alfonso Zapico

R. Crumb y D. Z. Mairowitz

Osamu Tezuka

(Sins Entido)

(Astiberri)

(La Cúpula)

(Planeta DeAgostini)

APARENTEMENTE, la obra de Doxiadis, Papadimitriou y Papadatos es una ortodoxa versión en historieta de la vida de Bertrand Russell. Voluminosa, discreta en lo formal, tintiana quizás en el trazo… Sin embargo, la propuesta de los autores se transforma rápidamente en una lectura apasionante gracias a un acertadísimo guión que descubre la redacción de las obras clave del famoso matemático como un reto intelectual casi épico, transmitiendo al lego en las matemáticas la pasión de la investigación y la búsqueda del saber. Mezclando acertadamente todas las facetas de la rica personalidad de Russell con las propias dificultades que los autores encontraron en la realización de la obra, se logra componer un documental en viñetas tan entretenido como educativo. O

PUEDE PARECER a priori que la adaptación al cómic de la vida de James Joyce es labor excesivamente monumental para un autor que apenas tiene un par de obras en el mercado. Pero el acicate del reto espolea espectacularmente a un autor como Zapico, que si ya dejó muestras de buen hacer en sus anteriores obras, aquí confirma su valía y proyección, con un relato de ritmo vital que sabe combinar la exposición histórica rigurosa de los hechos con el acertado acento de aquellos aspectos vitales cotidianos que marcaran la producción artística del escritor, de esos momentos anecdóticos del acontecer diario, apenas visibles, que en su conjunto devendrán en claves referenciales de una de las obras magnas de la cultura, el Ulysses de James Joyce. O

ROBERT CRUMB conocía bien las clásicas colecciones de cómics que se dedicaban a adaptar las vidas de personajes célebres, un género extraordinariamente prolífico, pero poco apreciado dentro del cómic, quizás por estar casi siempre lastrado por un exagerado didactismo. Una circunstancia a la que el guión de Mairowitz no es ajeno en su intento de acercar la obra de Kafka al profano a través de su biografía, pero que resuelve de un plumazo el gran genio del cómic underground, alejado de toda referencia anterior para demostrar que el lenguaje de la historieta tiene un potencial brutal aplicado de forma inteligente en la didáctica, acentuando y amplificando el mensaje del guionista, dotándolo de pleno significado para conseguir que el lector se acerque a Kafka con visión renovada. O

NO HAY que dejarse engañar por la estética de dibujo infantil de niños de grandes ojos de Osamu Tezuka tan común al manga. Su monumental —más de 3.000 páginas— aproximación a la biografía del fundador del budismo, Sidartha Gautama, Buda, no solo es un tebeo plenamente adulto, es una fascinante exploración de la naturaleza del ser humano, a la par que estricta revisión y exposición de las bases de la religión budista. El llamado “padre del manga” demuestra su increíble habilidad para hilvanar drama, humor, reflexión, rigor histórico y algo de ficción propia (e incluso algún anacronismo de intención didáctica) para convertir la biografía de Buda en una vibrante y épica historia que, no en vano, es considerada como una de las obras maestras de Tezuka. O

Louis Riel

Voodo Child / Carlos Gardel

Mil vidas más

Modotti

Chester Brown

Sienkiewicz / Muñoz y Sampayo

P. Gálvez, A. López, J. Mundet

Ángel de La Calle

(La Cúpula)

(Glénat / Libros del Zorro Rojo)

(Edicions de Ponent)

(Sins Entido)

PARECE EXTRAÑO en la bibliografía de Chester Brown que, tras obras de índole autobiográfica como las brillantes Nunca me has gustado o The Playboy, se abordase la biografía del famoso líder político canadiense del siglo diecinueve, cabeza de la resistencia del pueblo Métis. Sin embargo, la elección no puede ser más acertada, ya que desde una asepsia histórica de exquisita rigurosidad, Chester Brown utiliza la vida de Louis Riel como elemento de reflexión sobre las relaciones entre el ser humano, el poder y la religión, llevando al papel una existencia que puede ser calificada como la de un mártir que lo dio todo por los demás, pero también en ejemplo de cómo la sociedad puede ser movida por los delirios de una locura sin rumbo. O

PUEDE PARECER paradójico que la historieta, un arte silente por naturaleza, se acerque a la biografía de un músico. Sin embargo, la narrativa visual consigue, en manos expertas, sorprendentes efectos sinestésicos que tienen en estas dos obras demostración palpable. El dibujo de violento trazo y barroco color de Sienkiewicz, heredado de ilustradores como Bob Peak, adquiere musicalidad y da vida propia a esta biografía canónica de Jimi Hendrix. Por su parte, un José Muñoz más brillante que nunca —si cabe tal afirmación—, traslada la calidez de la voz de Gardel y la cadencia del tango a un pentagrama de viñetas y elegantes trazos. En ambos casos, desplazar la vista por las viñetas tiene el efecto de la aguja en el surco de un disco: la música empieza a sonar. O

CON EL AVAL del Premi Nacional de Còmic de Catalunya, estos tres veteranos autores alivian la habitual tendencia en el género a buscar el nombre preeminente de la historia, el famoso personaje, centrándose en la figura del comunista Miguel Núñez. Tomando inicio en su afiliación en la Juventud Socialista Unificada y su adscripción a la República, realiza un recorrido exhaustivo por su circunstancia vital y lucha antifascista, que poco a poco deviene en crónica viva de la resistencia antifranquista española realizada desde el PCE y PSUC, pero también del compromiso solidario. Una visión alejada del ruido de la historia que se atreve, además, al poco común ejercicio del compromiso político sin prejuicios ni ambages, casi una osadía en tiempos donde se confunde el rigor histórico con la asepsia ideológica. O

ES DIFÍCIL que una biografía de la fotógrafa Tina Modotti no resulte apasionante: su vinculación con la política y el arte de los años veinte en el explosivo México revolucionario, su personalidad libre y de activismo tan comprometido como rebelde son sinónimos de interés para cualquier lector interesado en la cultura y la historia. Sin embargo, el dibujante Ángel de la Calle consigue dar una vuelta de tuerca al género biográfico al imbricarlo profundamente con el autobiográfico, buscando relaciones entre uno y otro, las motivaciones que llevan a un autor a imbuirse en la vida de alguien. En un relato paralelo, personaje y autor irán intercambiando experiencias, construyéndose uno al otro a medida que avanza la búsqueda, encontrándose mutuamente en un complejo pero fructífero equilibrio vital. O

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Buda


IDA Y VUELTA

Imagen tomada en la costa de Manila en 2008. Foto: Cheryl Ravelo / Reuters

Apocalipsis del plástico Por Antonio Muñoz Molina

H

que alguien planea y escribe ordenadamente en torno a un tema. Hay otros que parece que se escriben solos y que proliferan guiados más o menos a ciegas por el empuje de una obsesión. Hace unos años, por casualidad, Donovan Hohn leyó la historia de un naufragio que habría tenido lugar en 1992, en lo más desolado del noroeste del Pacífico, al sur de las islas Aleutianas. Más tarde iba a descubrir que en realidad no había sido un naufragio: un buque de carga, el Ever Laurel, se encontró en medio de una espantosa tormenta, y en uno de los bandazos que estuvieron a punto de hundirlo una parte de los contenedores almacenados en la cubierta cayó al mar. Dentro de uno de ellos había un cargamento de 28.800 juguetes de plástico fabricados en China y con destino a Estados Unidos. A raíz de sus primeras lecturas, que muy pronto lo llevaron a descuidar su trabajo y a perder días en hemerotecas consultando oscuras revistas de comercio marítimo o buscando su rastro por Internet, Hohn entendió que los 28.800 animales de juguete eran patitos amarillos con grandes ojos y pico naranja como los que flotan en todas las bañeras infantiles del mundo. Imaginaba las aguas del Pacífico cubiertas por una armada de patitos amarillos, dispersados por las corrientes con el paso de los años, apareciendo en el interior de bloques de hielo en el Ártico o entre las algas arrojadas por la marea en una playa de Brasil o de Nueva Inglaterra. Hohn tenía un oficio digno, una familia. Su esposa estaba a punto de dar a luz su primer hijo y él trabajaba como profesor en una buena escuela de Nueva York. Al principio su indagación fue más o menos caprichosa. Se enteró de que en realidad los animalitos náufragos no eran todos patos amarillos, cómicamente mecidos por olas de varios metros en los mares más profundos y más alejados de tierra firme del planeta. Había 7.200 patitos, 7.200 ranas verdes, 7.200 castores rojos, 7.200 tortugas azules. Y su pérdida en el mar no era el único desastre sucedido en aquellas aguas: en 1990, en un choque entre dos buques mercantes cerca de Alaska, se había perdido un cargamento de 80.000 pares de zapatillas Nike. Meses más tarde zapatillas sueltas, forradas de algas y de pequeños moluscos de concha, aparecían en las playas de la costa noroeste de Canadá. En 1995, en una playa del Estado de Washington, alguien había encontrado una AY LIBROS

tortuga todavía perfectamente azul y un patito descolorido. Hohn descubrió un submundo de coleccionistas obsesivos de los objetos arrojados por el mar; y también de científicos dedicados a la oceanografía y a la ecología que estudian las pautas de las corrientes marinas para determinar la trayectoria de las toneladas de basura de plástico que se acumulan hasta en lo más lejano de alta mar, en las costas menos visitadas, en las playas de las islas más parecidas al paraíso terrenal. Por entonces la búsqueda de Hohn ya no tenía remedio. El libro futuro había estallado en su imaginación, como surge fuera del agua un juguete de plástico que un niño ha arrastrado hasta el fondo de la bañera para luego dejarlo subir. Quizás la gran broma del título se le ocurrió cuando aún no estaba seguro de que se pondría a escribir el libro, porque los mejores títulos no son etiquetas que se adhieren a posteriori a un libro ya terminado, sino semillas imperiosas que lo contienen entero y que confirman la posibilidad, la necesidad de su escritura. Donovan Hohn había leído desde muy joven relatos de exploraciones, y había contraído con Moby Dick esa larga deuda de agradecimiento y devoción que ya no nos abandona una vez que nos hemos contagiado de esa novela que no se acaba nunca y que no se parece a ninguna otra. Moby-Duck es una broma y es un homenaje. Imaginar la historia insensata de la pérdida, la búsqueda, el hallazgo de esos 28.800 juguetes naufragados y darle ese título era casi tener ya el libro en las manos. Pero el libro, para llegar a existir, no exigiría solo la disciplina de la investigación y de la escritura diaria. Muy pronto Donovan Hohn descubrió que para contar de verdad aquella aventura él mismo tenía que vivirla en primera persona. Obtuvo un permiso temporal en la escuela y decidió viajar a la costa en el extremo norte de Alaska en la que habían aparecido poco tiempo atrás un patito, una tortuga, dos o tres castores. A su esposa le faltaban semanas para dar a luz y él andaba navegando por el extremo Norte del mundo en compañía de investigadores temerarios y de aventureros excéntricos que se juegan la vida intentando remediar en algo la catástrofe inmensa de las basuras de plástico. La ballena blanca de su búsqueda eran aquellos animalitos de juguete, pero el apocalipsis con el que fue encontrándose se le reveló más aterrador que las cacerías que hacia finales del siglo XIX estaban a punto

de exterminar a los grandes cetáceos. En bosques de coníferas sumergidos en una perpetua niebla de llovizna marítima sus botas se hundían en extensiones de residuos de plásticos arrojados tierra adentro por la violencia de las tormentas. La playa más sucia del mundo no está en el litoral turístico del Mediterráneo, con su caldo veraniego de cremas de bronceado, sino en el extremo sudoeste de Hawai, donde no vive nadie, y donde la arena brilla al sol con millones de bolitas y de fragmentos y de objetos enteros de plástico. En el laboratorio de un biólogo marino asistió al examen de los estómagos de albatros muertos: pescados y calamares a medio digerir se mezclaban en una pasta hedionda con mecheros, tapones de botellas de agua, anillos de plástico de los que sujetan eso que en los supermercados llaman packs de latas de cervezas o de refrescos. A cien millas del archipiélago de Hawai, en las muestras de agua de mar recogidas por el velero en el que viaja Hohn, el contenido de plástico es cuarenta y seis veces mayor que el de plancton. Uno de los científicos a bordo se lanza al agua con sus aletas y su máscara de submarinismo y cuando emerge de nuevo trae en la cabeza la bolsa de plástico de una cadena de supermerca-

dos japoneses. Millones de mecheros desechables de todo el mundo giran en las corrientes marinas y acaban en los estómagos de los albatros. Cuanto más longevo es un animal marino —un albatros puede vivir cincuenta años— más tiempo tiene para envenenarse de las sustancias tóxicas que contienen los plásticos. Durante años Donovan Hohn continúa su búsqueda. La gente con la que se encuentra es tan rara, tan estrambótica, tan heroica, que daría para varios libros posibles. Yo leo Moby-Duck y recupero la excitación nerviosa de los grandes relatos de viajes que me gustaban tanto en mi adolescencia apocada y sedentaria, los inventados por Verne y Stevenson y los vividos de verdad por tantos exploradores que le revelaban a uno, aunque no hubiera salido de su pueblo, la maravilla de la amplitud y la variedad del mundo. O Moby-Duck: The true story of 28,800 bath toys lost at sea and of the beachcombers, oceanographers, environmentalists, and fools, including the author, who went in search of them. Donovan Hohn. Penguin, 2011. 416 páginas. www.donovanhohn.com. antoniomuñozmolina.es

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EL LIBRO DE LA SEMANA

Edmundo Paz Soldán “Me interesa ahondar en la herida” El autor de Norte elige personajes extremos con una profunda carga simbólica para ilustrar “el miedo en el imaginario del americano medio” respecto a la inmigración latinoamericana

Por Barbara Celis

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SUR se llenan las maletas de sueños y se emprende el difícil rumbo al Norte. Pero la realidad es que muchos de los que llegan a ese Norte imaginado e idealizado por la necesidad económica acaban perdidos en él. El escritor boliviano Edmundo Paz Soldán vive en Estados Unidos desde hace más de dos décadas, tiempo suficiente para observar cómo el destino de millones de inmigrantes latinoamericanos acaba siendo fagocitado por ese inmenso país en el que la realidad y los sueños difícilmente se dan la mano. Y Norte, su novena novela, explora a través de tres personajes muy diferentes ese estado de pérdida en el que el inmigrante puede llegar a encontrarse, aunque el escritor ha optado por personajes extremos inspirados en personas reales a los que ha dotado de cierta carga simbólica. Un asesino en serie, un artista que perdió la razón y una estudiante de Literatura que opta por abandonar la academia para abrazar su verdadera pasión, el cómic, son los tres pilares sobre los que se construye Norte, un libro que se desarrolla principalmente en la cabeza de los personajes y con el que Soldán se adentra por segunda vez en las entrañas de su país adoptivo, después de haberle dedicado siete novelas a su Bolivia natal (entre ellas las premiadas El delirio de Turing y Días de papel) y de haberse convertido con ellas en uno de los máximos representantes de lo que se denominó Generación McOndo. Este escritor, de 43 años, trabaja como profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell (Ithaca) pero visitó Nueva York recientemente donde con aire risueño y espontánea simpatía conversó con Babelia. PREGUNTA. En Norte hay tres personajes sobre los que se construyen tres historias que de alguna manera llegan a cruzarse. Sin embargo, el personaje de Jesús, el asesino en serie, es el que parece dominar el libro, o al menos es el que atrapa con mayor fuerza al lector… RESPUESTA. A veces unos personajes adquieren más protagonismo que otros. Al arrancar el libro esa no era la idea, pero a medida que avanzaba Jesús se acabó imponiendo. Al terminar mi anterior novela, Los vivos y los muertos, sentí que aún me quedaba mucho por explorar en el ámbito de la violencia. Y con Jesús, que está inspirado en un asesino en serie real, he regresado a ese primer amor que tuve de adolescente hacia N EL

“Me interesan los personajes más allá de que sus acciones sean despreciables”, dice Paz Soldán. Foto: Bernardo Pérez

las novelas policiacas. Entonces lo que me interesaba era la solución del caso y ahora en cambio lo que me atraía era ahondar en la mente del asesino. P. Un inmigrante que ataca a mujeres blancas que viven cerca de las vías del tren… no es políticamente muy correcto, ni es buena prensa para los inmigrantes… R. Quería que fuera un personaje que se defendiera por sí solo pero que también tuviera un valor simbólico. Jesús es la encarnación literal de ese miedo que está en el imaginario del americano medio, que piensa que el inmigrante ilegal va a entrar por la noche en su casa a violar a su mujer y a asesinar a su hija. Por eso me atraía esta

figura, porque condensaba muchas de las cosas que no aparecen mucho en la discusión pública sobre la inmigración pero que existen. Recientemente el Tea Party y ese lado republicano tan recalcitrante ha sacado esas fobias y esas ansiedades a la luz. Quería narrar esa pesadilla, pero narrarla desde la cabeza del psicópata, y no reducirla a una caricatura. Además, como escritor me interesa ahondar en la herida, en el conflicto que puede plantear lo políticamente incorrecto. La novela se construye según sus personajes. Me interesa cómo son y si se defienden como personajes más allá de que sus acciones sean despreciables. Eso es lo interesante de la literatura.

P. El otro protagonista es Martín Ramírez, un artista real que acabó sus días en un manicomio y que huía de la realidad a través de sus dibujos… R. Es una versión muy libre del personaje real, del que realmente tampoco se sabe mucho. Leí sobre él en un periódico en San Francisco y lo imaginé como otro inmigrante perdido en Estados Unidos, porque ese fue el germen de este libro, indagar en la vida de algunos de esos inmigrantes perdidos aquí. Al igual que Jesús, Martín Ramírez trataba de huir de una realidad abrumadora. Uno lo hacía a través del arte y la creación y el otro a través de la destrucción. Y por último está Michelle, estudiante de Literatura pero también dibujante de cómics, que funciona como el punto de unión de las otras historias. P. Es un escritor muy interesado en la política, incluso llegó a plantear dedicarse a ella antes de virar completamente hacia la literatura. Norte podría haber sido una novela mucho más política, pero tomó un rumbo centrado en la psique de los protagonistas, ¿por qué? R. No quería que la novela se convirtiera en un tratado sociológico. Uno de los personajes, el ranger, en un principio me sirvió para exponer mis ideas sobre la frontera. Pero cuando me di cuenta de ese sesgo decidí cortar esa voz, que era mucho más pronunciada en las primeras versiones del libro. No quería ser yo hablando a través del personaje. Por eso he preferido dejarlos en su perspectiva del día a día, donde no hay espacio para el análisis ‘macro’ de la situación. P. ¿Se ha planteado escribir una novela más política, más de denuncia de la situación del inmigrante en Estados Unidos? R. En la materia del deseo aparece el drama del que vive acá soñando con Latinoamérica y que al regresar allá no se encuentra a gusto. Aunque esa novela gira más en torno a la idea de inmigrante atrapado entre dos mundos. La que me estoy planteando ahora también está relacionada con psicópatas pero desde otra perspectiva. Es una novela de ciencia-ficción, pero en la que se habla de las guerras de Irak y Afganistán. Mis intereses están muy unidos a lo que ocurre a mi alrededor y en estos momentos sobre lo que me apetece reflexionar es sobre la guerra. O

Fronteras mentales Norte Edmundo Paz Soldán Mondadori. Barcelona, 2011 288 páginas. 21,90 euros Libro electrónico: 14,99 euros

Por Lluís Satorras LA ELOCUENTE fotografía de unos raíles de tren que se alejan hacia el infinito ha sido elegida por la editorial para ilustrar la última novela de Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967). Es la representación de un anhelo: más allá, arriba, arriba, hacia el Norte. Hasta llegar al inmenso país, Estados Unidos, que existe allí, una vez atravesada la línea divisoria. Una vez llegados, confundirse con sus habitantes,

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penetrarlos y, si es posible, aniquilarlos. Esta es la pesadilla recurrente que invade los sueños de los americanos que viven en California o Tejas, planteada en esta terrorífica historia. El peor futuro imaginable. Norte es la mejor novela de su autor y funciona como metáfora de la situación que acabo de describir. Paz Soldán, originario de uno de los países más pobres del continente, es, ahora, profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Cornell y ha hecho el mismo itinerario que sus personajes, el gran viaje, el itinerario liberador. Nuestro autor se hace cargo de un abanico amplio de tiempo, desde los años treinta del pasado siglo hasta el mismísimo 2009 y lo puebla de variados personajes distribuidos en tres narraciones que, al principio, son claramente inde-

pendientes pero confluyen al final en un vértice de pasión y conciliación: sucesos irrevocables y elecciones infelices por un lado y trofeos que el azar (y el tesón) otorgan a veces a los seres humanos por otro lado. En los tres hombres protagonistas, hay locura, fiebre y actitudes compulsivas; en la mujer que narra la historia más contemporánea hay desorientación, culpabilidad y arrebatos de ira, pero redimido todo por su actitud reflexiva. Vidas contrapuestas de dos emigrantes en tiempos distintos, “dos personas en los extremos de la locura”. Martín, cautivo toda su vida en un sanatorio mental, pinta acuarelas como única actividad; Jesús, violento y tortuoso, se mueve por los dos lados de la frontera y es un asesino en serie. Estremecen al lector los crímenes, sanguinarios y furiosos

pero descritos en lenguaje distante y objetivo. El tercer hombre, Fabián, aunque “perseguido por las furias” y eso quizá le justifique, parece un ser fragmentario al que le falta un hervor, una parodia de la casta universitaria. El personaje de Michelle tiene una dimensión distinta. Como única voz que toma la palabra representa en parte al propio autor y sirve de orientación al lector. Nos trae a la memoria memorables palabras de Rulfo (“repegados al muro de las casas, casi arrastrados por el viento”), comenta los imponderables del trabajo artístico, pone orden y saca conclusiones. Conoce la experiencia del mal y sabe que todos estamos expuestos a su influencia y anota, avisada: “El mundo, un lugar con materiales altamente inflamables. Y yo me quemaba”. O


LIBROS / Poesía

El poeta que era un taller El creador canario Manuel Padorno, fallecido en 2002, fue editor, pintor y poeta. Dejó numerosos libros inéditos, sobre los que trabajó como un maniático de la perfección, y pintó sin desmayo. La antología poética La palabra iluminada reúne “cincuenta años de creación, entre el silencio y la independencia”, afirma su editor, Alejandro González Segura

PADORNO era un taller. Fue, con su mujer, Josefina Betancor, director de la editorial Taller de Ediciones, en los años setenta. Con otros amigos suyos, como Manolo Millares, Juan Hidalgo y Martín Chirino, fue protagonista de una diáspora que llevó a Madrid desde Gran Canaria a algunos de los que serían los nombres más importantes del arte en las islas de la posguerra. Vivió en Madrid al revés (dormía de día, trabajaba de noche); cuando regresó a Gran Canaria instaló su taller, pues él era como un taller, ante la playa de Las Canteras. En las islas a la que ya dedicaría su vida desarrolló una intensa labor como agitador cultural, decidido a contribuir a

Betancor y con su hija Patricia. Ellas están poniendo en orden los papeles personales que Padorno dispersó por toda la casa del mar. Aunque a veces no lo pareciera, era un hombre de gran sosiego, capaz de sentarse durante horas, en silencio, “dándole vuelta a las cosas…”. La poesía es la expresión de ese sosiego. Cátedra acaba de publicar la antología preparada por Alejandro González Segura. Ahí se aprecia, según el antólogo, que el verso de Padorno “es muy trabajado pero natural”; es una poesía que es a la vez “sencilla y compleja, comprensible y hermética”. Detrás de esa antología está lo que se ve en este taller silencioso en el que su familia desbroza los elementos del artista, la pintura y la poesía. Y están, dice el antólogo, “cincuenta años de creación, entre el silencio y la independencia”; en esos años, Padorno escribió

Padorno es, a la par, “culto y oral, clásico y posmoderno, social y puro, místicamente laico”

Su verso “es muy trabajado pero natural”, una poesía “comprensible y hermética”

la política insular desde su pasión por la literatura y el arte. Mientras tanto, casi en secreto, en las horas que la agitación cultural y el sueño le dejaban libre, Padorno pintó y escribió como si estuviera elaborando un testamento de su creatividad para los que vinieran luego. Dejó numerosos libros inéditos, sobre los que trabajó como un maniático de la perfección, y pintó sin desmayo. Cuando murió, en mayo de 2002, a los 68 años, su casa no sólo era un taller sino que era una editorial repleta de inéditos y una galería interminable de sus cuadros. Y su casa, alzada frente al mar que tanto amó, era también un museo, el sitio en el que decidió vivir para aspirar el aire que quiso. Sólo la paciencia de su mujer y de sus hijas (Patricia, Teresa) han logrado poner orden en ese inmenso legado que ahora existe dividido entre Madrid y Las Palmas de Gran Canaria. En Las Palmas hay muchísima obra pictórica, gran parte sin catalogar aún, y en Madrid están cuadros e inéditos, algunos de los cuales están aún sin publicar, y todos los manuscritos sobre los que Padorno volvía

más de una treintena de libros cuyo conjunto “contrae intensa coherencia y trabazón, dentro, sin embargo, de su absoluta heterogeneidad”. Un taller también de sentimientos, Padorno es, a la par, “culto y oral, clásico y posmoderno, social y puro, místicamente laico”. Es, dice González Segura, “un poeta raro y diferente en el panorama del pasado siglo, inclasificable salvo en la estirpe de otros grandes solitarios, como Juan Ramón, Francisco Pino, J. E. Cirlot, J. M. Fonollosa o Luis Feria”. “Yo me eché a caminar por un camino / que llevaba a la fábrica de luz”. Así comienza Camino de mi ventana, el poema que el antólogo elige entre todos los poemas que Padorno escribió y que él ha seleccionado para esta antología. La ventana hacia la playa, de noche o de día, esa era la sustancia del taller de Padorno, donde hizo una obra ingente mientras lo demás dormían u olvidaban. O

Por Juan Cruz

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Josefina Betancor, viuda de Padorno, y su hija Patricia, en el estudio del artista canario. Foto: Santi Burgos

como si estuviera pintándolos también. Hay, además, en la nave que han alquilado en Madrid para ir desbrozando toda esta herencia poética, objetos que el artista se iba encontrando en sus viajes, pero sobre todo en sus andanzas por Las

Canteras. Era tan meticuloso que esos pequeños objetos, llenos de arena a veces, están fechados como si él quisiera ponerle tiempo a sus satisfacciones de orfebre de lo que veía. En esta nave estuvimos con Josefina

La palabra iluminada (Antología 1955-2007). Manuel Padorno. Alejandro González Segura (editor). Cátedra. Madrid, 2011. 400 páginas. 14 euros. www.manuelpadorno.es.

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LIBROS / Narrativa

Hombres Laurent Mauvignier Traducción de Laurent Mauvignier Anagrama. Barcelona, 2011 256 páginas. 19 euros

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948), fotografiado en 1997. Foto: Tejederas

Los hilos de la ficción crítica En un lugar solitario. Narrativa 1973-1984 / Chet Baker piensa en su arte. Relatos selectos Enrique Vila-Matas Debolsillo. Barcelona, 2011 350 / 474 páginas. 12,95 euros cada uno Por J. Ernesto Ayala-Dip NARRATIVA. Se publican dos libros de Enrique Vila-Matas, dos antologías de novelas breves y relatos. Se titula el primero En un lugar solitario. Narrativa 1973- 1984 y el segundo Chet Baker piensa en su arte. Relatos selectos. La importancia de estos libros es doble. Por una parte nos permite volver a sus primeras novelas, una década de preparación en toda regla de su futura narrativa de madurez. También se nos da la oportunidad de releer sus relatos (he vuelto a leer ‘El hijo del columpio’, mezcla genial de folletín y Kafka, y no pude parar de reírme). Pero, además, cada uno de estos libros lleva un texto inédito. Para las novelas breves, el autor escribe uno a manera de prólogo. Es un texto autobiográfico donde se nos consignan aspectos relevantes de la biografía de VilaMatas, diríamos del joven Vila-Matas, además de algunas consideraciones de naturaleza estrictamente literarias que ayudan a comprender la génesis de su producción narrativa. En el segundo libro hay un relato, ‘Chet Baker piensa en su arte’, escrito en primera persona y en el cual la voz narradora airea sus dudas metodológicas: es la voz de un crítico que busca en la espesa selva de las teorías literarias su propia idea de la literatura. Veamos primero Chet Baker piensa en su arte. En principio digamos que su narrador pretende inaugurar un género nuevo: “la ficción crítica”. En pos de ese propósito llega a la conclusión de que su dilema está entre lo que él denomina el “hilo Finnegans” (por la última novela de James Joyce Finnegans Wake) y el “hilo Hire” (por la novela de Simenon La prometida de monsieur Hire). A mí me parece que en este texto, Vila-Matas repite el esquema conceptual que expuso en Perder teorías (Seix Barral, 2010). Este ensayito en el fondo no es más (ni menos) que el desarrollo y ampliación de las teorías del editor Samuel Riba en Dublinesca. Aquí Riba afirmaba la importancia (o impotencia) de toda teoría, y mucho más de las teorías literarias. Yo leí 10 EL PAÍS BABELIA 09.04.11

Perder teorías como una excelente introducción a la lectura de El mar de las Sirtes de su admirado Julien Gracq. Otro asunto delicado que aborda es la competencia entre trama y estilo. Pues bien, al hilo de esta idea, la de trama y estilo o escritura, en Chet Baker piensa en su arte se expone otra no menos interesante teoría (más en la formulación que en su propio contenido, por su conocida discusión). El narrador de esta ficción crítica se encuentra en una encrucijada: la que forman el hilo Finnegans (la ficción como ente autónomo) y el hilo Hire (la ficción como discurso narrativo). El dilema es interesante. Vila-Matas, además, le agrega todo el drama de un hecho irreversible: el triunfo del hilo Hire: “La literatura Hire nace de no poder aguantar el desorden atolondrado de la vida… Y es así como alcanzamos de vez en cuando, en ráfagas que no llegan ni a momentos, una fugaz felicidad casi tangible”. Para el narrador, en cambio, Finnegans significa lo que define Beckett: “No es arte sobre algo, es el arte en sí”. La lectura de una novela de Sergio Chejfec (Mis dos mundos) que hace el narrador de este relato-crítico es lo que lo conduce hasta su problemática conclusión. No creo que sea necesario abundar en qué orilla de la cuestión se queda nuestro crítico. Sus reflexiones indican una poética de la incertidumbre, muy en la línea de lo que siempre ha defendido el autor de El mal de Montano. El relato no escatima el tejido intertextual. Tampoco se vislumbra que quiera perderse ninguna teoría. Acude a Bolaño, a Kafka. Se demora en el existencialismo abismal de Céline (aunque el crítico no hace como Vargas Llosa, que cuando cita al francés en Carta a un joven novelista no deja de emitir su repugnancia, cómo no va a repugnar alguien que en 1941 dijo que no entendía que los alemanes no mataran a tiros a los judíos por la calle). Y respecto a la novela de Simenon: bueno, yo todavía recuerdo los saltitos que da el señor Hire cuando camina. No me pareció esa la mejor imagen de ninguna felicidad. El prólogo a su narrativa temprana es una confesión valiente de Vila-Matas: nos habla de su entonces inseguridad, de su falta de cultura literaria a los veinte años y de lo mal que lo pasa si alguien desdeña su esfuerzo creativo. En resumen: el Vila-Matas que conocemos, con el que se debe discutir, el explorador del desorden y las ruinas del paisaje moral. O

NARRATIVA. LA GUERRA de Argelia (19541962), que condujo a la independencia del país magrebí y provocó el fin de la IV República Francesa, fue calificada en Francia como “los acontecimientos de Argelia” hasta 1999. Sólo entonces el término “guerra” fue adoptado oficialmente. Ese olvido forzado había implicado silenciar a los casi tres millones de hombres, en su mayoría jóvenes campesinos, que fueron reclutados para “mantener el orden” en la entonces colonia. No sólo a ellos, también a los harkis, argelinos de origen musulmán que lucharon al lado de Francia, y a los pies negros, argelinos de origen europeo y judío. La novela de Laurent Mauvignier, Hombres, cede la palabra a dos de esos antiguos combatientes, ya en la sesentena, para hablar de “la herida secreta”, expresión prestada de Jean Genet en la cita que abre el libro. Un incidente racista provocado por Bernard, un tipo brutal y alcoholizado, es el detonante de la historia que, a lo largo de cuatro partes —Tarde, Anochecer, Noche, Mañana—, llevará al lector a Argelia, donde Bernard y un primo fueron destinados en 1960. Puesto que esa fue la guerra de la que nunca se habla, Mauvignier elige el monólogo interior de los protagonistas para narrar la historia. El discurso salta de un hombre a otro sin avisar, como una polifonía de voces interiores hábilmente conducida. La escritura, a golpes, fragmentada, con repeticiones, retrata el sufrimiento y humillación de los protagonistas, pero resulta a veces irritante y confusa, especialmente al inicio de la novela. No hay aquí una relectura histórica del conflicto, aunque se mencionen las torturas, las ejecuciones sumarias, las masacres… Mauvignier sólo enfoca a hombres corrientes inmersos en una guerra y poseídos por un miedo permanente. De ahí que, para un lector ajeno a la intrahistoria de Francia, la novela se pueda leer como un alegato contra las guerras. Nuria Barrios

El prisionero de la avenida Lexington Gonzalo Calcedo Menoscuarto. Palencia, 2010 204 páginas. 15,50 euros NARRATIVA. DESDE ESPERANDO al enemigo (1996), Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961) ha publicado 14 libros de cuentos (género que sólo abandonó en 2003, con la novela La pesca con mosca), que lo han consagrado como uno de los más brillantes “cuentistas” de nuestro actual panorama. Al abrir las páginas de El prisionero de la avenida Lexington, enseguida reconocemos el lenguaje, que Calcedo maneja con sobriedad y elegancia, puestas al servicio de la sugerencia. Con unos pocos elementos cuidadosamente seleccionados, el autor construye una historia cuyos pliegues y repliegues condensa en unas cuantas escenas

—con diálogos muy bien medidos— que tensan la ballesta de unas vidas que se perciben nítidas en su fluidez, porque basta una pequeña incisión —practicada con la implacabilidad del láser, eso sí— para representar las distintas secuencias de un conflicto: el antes y también el después que inevitablemente llegará, pero no porque éste sea previsible o tópico, sino porque Calcedo ha logrado sugerirlo y el lector puede transitar por esos márgenes. A tal fin contribuye asimismo el preciso despliegue de una serie de leitmotiv, generalmente temporales y espaciales, que crean una fina malla que se extiende de un relato a otro, aproximando aconteceres y vidas muy diversas las unas de las otras y entre las que a menudo hay brechas insalvables, como las que se dan entre clases sociales, pero también entre padres e hijos, adultos y niños, vecinos o cónyuges. Todos los cuentos suceden en Nueva York: en sus calles, en exclusivos apartamentos de lujo o en las casas con jardín de las afueras o “suburbios” cercanos; todos reflejan con nitidez la atmósfera o ambiente en que se mueven los personajes, que parece de plástico cuando el autor retrata la banalidad y el tedio de mujeres-maniquí, no menos solas y alienadas que las que viven roídas por la pobreza y el abandono, ni que los hombres abocados a desempeñar un papel. En varios relatos son los adolescentes quienes observan a sus padres y descubren el tedio, la desazón, el abandono, el engaño, la desesperanza, la vergüenza o el ridículo que laten bajo su pautada normalidad: conductas postizas con las que en vano los adultos disimulan o maquillan una mezquindad moral que los niños descubren sólo con asomarse a una ventana o montar en un ascensor capaz de llevarlos a la Luna. Ana Rodríguez Fischer

La voz del pasado Fernando Rueda Martínez Roca. Barcelona, 2010 542 páginas. 20,50 euros Libro electrónico: 14,49 euros NARRATIVA. EL GÉNERO literario de espionaje corona una cúspide en España tras la reciente publicación de La voz del pasado, primera novela de esta naturaleza de Fernando Rueda. Escritor veterano en la investigación periodística sobre las actividades de los servicios secretos, es autor de seis libros que indagan informativamente en tan fascinante mundo. Pero, lejos aquí de la lógica meramente periodística y a salvo de interpretaciones siempre opinables, la rica información que el autor ha cosechado adquiere en esta novela todo su potencial narrativo en clave de ficción. Y ello gracias a una trama que Rueda trenza alrededor de un fecundo ritornello de Harold Kim Philby a la escena histórico-política española. Mediante una sorprendente reinvención de su legado, el espía doble inglés muerto en Moscú en 1989 protagoniza en esta obra la inteligente abducción de un oficial de información del Ejército español y de su amigo, igualmente militar franquista, a los que convierte de manera sutilísima en topos al servicio del espionaje soviético. El autor ha conjugado de manera maestra el solapamiento de la tradición del espionaje con su compleja actualidad, a través de una saga familiar vinculada a los servicios secretos españoles y que se perpetúa hasta nuestros días. Combina un vigoroso potencial descriptivo con calibrados tempos del relato, cincela situaciones de emoción, desgarro y dramaticidad al tiempo que consigue efectos insospechados en un género que vive en España momentos de esplendor. Rafael Fraguas


PENSAMIENTO

A la sombra de Marx El gentleman comunista, de Tristram Hunt, es una excelente biografía, aunque concluye que Engels no fue responsable de sus crímenes Por Antonio Elorza

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S DIFÍCIL imaginar que uno de los iconos del pensamiento comunista, Friedrich Engels, tuviera como pasión principal la caza del zorro, ejercicio para él de resistencia como jinete y fuente de sobreexcitación, que administrase eficazmente la empresa familiar, en buen explotador, y que al mismo tiempo empleara su tiempo en colaborar como fiel secundario con su amigo Karl Marx, cuya supervivencia dependía de la beca de estudios que le asignaba generosamente para que escribiera El Capital. La intensa correspondencia mantenida entre ambos da fe del perfecto funcionamiento de ese aparente desdoblamiento de personalidad. Engels admiraba a Marx y estaba dispuesto a aceptar sus obligaciones como empresario con tal de que “Moro” elaborase el fundamento teórico de la revolución. Hasta aquí ningún problema, salvo la penuria endémica de Marx: sus recursos económicos le permitían en cambio a Engels ser un bon vivant hasta la muerte. La excelente biografía de Tristram Hunt alcanza a integrar esas dos dimensiones básicas del personaje, conjugando el relato preciso de la trayectoria vital de Engels con su dimensión de pensador que es capaz de profundizar en temas tales como la guerra, la

Marx (izquierda) y Engels, retratados por Hans Mocznay. Deutsches Historisches Museum Berlin / Ullstein Bild

cuestión nacional (con un marcado antieslavismo) o la incidencia de la tecnología sobre las revoluciones, hasta alcanzar una profunda revisión de los últimos años sobre las relaciones entre revolución y democracia. Todo ello a la sombra de Marx, acentuada al ocuparse de la reunión y publicación de sus escritos después de su muerte —con El Capital en primer término—, y también por la preocupación de llegar a síntesis que dieran más difusión a sus ideas, al tiempo que incorporaban la carga de seguridad propia de las ciencias naturales. Este es uno de los aspectos más discutibles de la apreciación de Hunt, al ver en el Anti-Dühring “la expresión de una opinión

marxista auténtica y madura” y “un magnífico sistema teórico”, cuando en realidad el determinismo y la lógica de la inversión que presiden sus páginas, sobre un fondo de Hegel y Darwin mal interpretado, constituirá ante el futuro una verdadera maldición, para el pensamiento socialista. Releamos el párrafo en que nos cuenta Engels las maravillas que iban a seguirse automáticamente de “la toma de posesión de los medios de producción por la sociedad”, la cual desembocaría en “el salto de la humanidad desde el reino de la necesidad al reino de la libertad”. Al desaparecer la represión, el Estado se haría innecesario. Llegados a este punto, resulta imprescindible establecer el vínculo de

tales proposiciones con la dimensión utópica del Estado y la revolución de Lenin. Aquí sí que el sueño de la razón produce monstruos, por mucho que el imaginativo recorrido final de Hunt por la Rusia exsoviética y por las posibles huellas de Engels sobre el estalinismo le permita concluir que Engels no fue responsable de sus crímenes. Pero no es menos cierto que el castillo de ideas conducente al “reino de la libertad”, al proyectar su dogmatismo y su milenarismo sobre una política revolucionaria, dejaba inevitablemente el protagonismo efectivo en manos de la violencia de Estado. Todo paraíso necesita la espada del arcángel san Miguel. Por fortuna, también aquí se da en Engels un desdoblamiento, con una consecuencia opuesta: el análisis de los procesos políticos y de la incidencia de los cambios en las estructuras urbanas y en el armamento le llevan a dar un viraje copernicano. A fines del XIX, las insurrecciones de barricadas, con sus minorías tomando por la movilización popular el poder de otras minorías, no son ya viables. El 48 es irrepetible por la modernización del armamento y en cambio la industrialización y la presencia de partidos obreros hacen posible otro tipo de acción de masas. Es lo que Engels teoriza en su prólogo a Las luchas sociales en Francia, de Marx, redactado cercana ya su muerte. El sufragio se convierte para el proletariado en instrumento de la revolución de la mayoría, fruto de una “labor larga y perseverante”. Hunt duda sobre este punto, si bien en su relato queda siempre de manifiesto esa sensibilidad de Engels para examinar procesos concretos, y ahí están sus juicios sobre los internacionalistas españoles o sobre las transformaciones experimentadas en el tema nacional. Y, claro es, en la cuestión militar con todas sus implicaciones. Por algo era apodado “el General”. O El gentleman comunista. La vida revolucionaria de Friedrich Engels. Tristram Hunt. Traducción de Daniel Najmías. Anagrama. Barcelona, 2011, 435 páginas. 21,50 euros.

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LIBROS / Reportaje

Valor de soldado Sebastian Junger narra todos los detalles de la vida en el frente: tensión, aburrimiento, compañerismo, miedo. “Objetividad y honradez no son sinónimos”, afirma el escritor, que vivió empotrado con el Ejército de EE UU en Afganistán. Después escribió Guerra Por Andrea Aguilar

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le gustaba la acción. “¿Pero a quién no?”, pregunta Sebastian Junger (Massachusetts, 1962) sentado en un sofá de cuero negro, con las botas sobre una mesa baja, en una de las salas del Half King, el pub de Chelsea en Nueva York, del que es copropietario junto al también periodista Scott Anderson. Viste vaqueros y una camisa azul, se muestra relajado y cortés y aunque tiene un considerable catarro no ha querido posponer la cita. A mediados de los noventa, Junger se convirtió en todo un fenómeno editorial con su primer libro, La tormenta perfecta, en el que reconstruía la historia de la tripulación del Andrea Gail, el pesquero de Albacora que quedó atrapado en la tempestad que azotó la Costa Este de Estados Unidos en 1991. La crítica le señaló entonces como un nuevo Hemingway y Hollywood adaptó el relato en el año 2000 en un filme dirigido por Wolfang Petersen y protagonizado por George Clooney y Mark Wahlberg. Con A Death in Belmont, investigó el crimen y la violación de Bessie Goldberg ocurridos en los sesenta en el barrio de Boston donde se crió, y en Fuego recopiló una serie de reportajes realizados en zonas de conflicto, que incluían una entrevista con el líder talibán Massoud. Pero quizá uno de los viajes literarios y personales más osado de cuantos ha emprendido este periodista ha sido el que le ha llevado desde la primera línea del frente de Afganistán a la lista de libros más vendidos de The New York Times con Guerra (Crítica) y, más allá, hasta la alfombra roja de los Oscar con el documental Restrepo, que ha codirigido y está basado en la misma historia. En 2007, Junger aterrizó en el valle de Korengal, en las montañas afganas próximas a la frontera de Pakistán, para realizar un reportaje de Vanity Fair, junto al fotógrafo británico Tim Hetherington. Después de cinco viajes a la zona y pasar cerca de medio año empotrado con una compañía del Ejército estadounidense, Junger escribió Guerra en apenas seis meses y pasó casi un año editando, junto a Hetherington, el metraje que habían rodado, y con el que elaboraron su documental nominado a los premios de la Academia. “La idea del libro fue evolucionando poco a poco. En mi segundo viaje a la zona comprendí cómo de importante y tremendamente adictivo es el vínculo que se establece entre los soldados que se encuentran en el frente. Cualquier historia de las muchas que se han escrito sobre la guerra en esencia trata de eso”, recuerda. “Los soldados suelen echar mucho de menos ese vínculo tan peculiar ESDE PEQUEÑO

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cuando regresan a sus casas y esto a los civiles les cuesta mucho entenderlo”. El tema central fue cuajando: una disección periodística del combate. “La objetividad pura no resulta ni remotamente posible y menos en medio de una guerra; establecer lazos afectivos con los hombres que te rodean es el menor de los problemas. Objetividad y honradez no son sinónimos”, escribe en Guerra. Junger, licenciado en Antropología, se propuso elaborar una anatomía del valor y atacar este asunto desde múltiples perspectivas con la experiencia directa de los soldados como cuerpo central de la historia. El resultado resulta intenso. En el libro reconstruye sin tapujos cada detalle de la vida en el frente: la tensión, el tedio, la agresividad, el compañerismo y el miedo. “He intentado averiguar cómo alguien llega hasta el punto de arriesgar su vida por otra persona. Cuando se entra en comba-

“Un ataque de artillería es como un problema de álgebra y no puedes dejar que la ira se interponga” “Cuando tus mejores amigos han caído delante de ti la idea de una recuperación total es demasiado”

te el individuo se subyuga al grupo porque esa es la única manera de sobrevivir”, explica. “Los civiles básicamente saben de la guerra a través de Hollywood, así que no entienden lo confuso que resulta todo, la mecánica del combate, el procedimiento. Allí no sientes que quienes te disparan te odian. Un ataque de artillería es como un problema de álgebra y no puedes dejar que la ira se interponga. Las emociones afloran después, cuando ya no estás luchando”. Junger derriba con prosa clara y contundente tabúes e ideas preconcebidas sin omitir rivalidades, envidias, ni escenas poco gloriosas. “Tengo mucho respeto por los soldados, si hablo de cosas que me hicieron sentir incómodo y las pongo en contexto no pasa nada. Todo el mundo en una circunstancia determinada puede hacer

Imagen del documental Restrepo (2010), de Sebastian Junger y Tim Hetherington, rodado en 2008 en el valle de Ko

o decir cosas y eso no significa que seas así. Estos tipos matan a gente y pensar que no hacen otras cosas es descabellado, no tratar todo esto sería poco honesto”, asegura. Los cientos de soldados y veteranos que se le han acercado en las muchas lecturas y presentaciones públicas en las que ha participado desde que se publicó el libro han acabado de convencerle: “Muchos me dicen que les he ayudado a entenderse a sí mismos”. Fuera de las cerca de 250 páginas ha dejado los detalles biográficos de los soldados de la compañía Batallay el análisis geopolítico del conflicto. “He tratado esos otros temas en artículos y reportajes sobre Afganistán. En este caso yo quería escribir lo que se siente siendo un soldado que está luchando”, afirma el periodista, que también cubrió la guerra de Bosnia, el conflicto en Liberia y la guerra de los talibanes en los noventa. Esta vez la discusión política escapaba los márgenes de su proyecto. “Los soldados no hablaban de eso. En Irak o Vietnam había más discusión en las tropas, pero en este caso se han alistado voluntariamente y la justificación moral de la guerra no está basada en mentiras”, afirma. Las consecuencias de estar expuesto al combate, sin embargo, parecen ser las mismas, antes y ahora. El llamado síndrome de estrés postraumático y los problemas de adaptación que sufren los jóvenes que regresan del frente yacen bajo las crudas descripciones de Guerra. “En el frente el

problema es que esto anula tu capacidad para luchar”, explica. “Este tipo de trauma es ancestral y los humanos responden así a estas situaciones. Se trata de cicatrices que permanecen siempre: la guerra mental nunca se termina. Cuando has perdido a tus mejores amigos y han caído delante de ti cubiertos en sangre, la idea de una recuperación total es demasiado”. Junger conocía el trabajo de Herr y su Despachos de guerra, de Hemingway o de Tim O’Brian, pero en Korengal leyó Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo. “Es, probablemente, el libro más doloroso que jamás he leído”, asegura. Con Guerra, decidió estructurar su relato en tres apartados (temer, matar y amar) y no seguir un orden cronológico. “La narración lineal no iba a funcionar porque no había al final una batalla culminante. Durante los cinco primeros meses ocurrieron las cosas más llamativas, luego los soldados aprendieron a combatir y empezaron a matar al enemigo de forma contundente. Al final estaban dando patadas al reloj, listos para irse. Opté por ir más al fondo y hablar de las emociones primarias que se experimentan en la guerra, y explicar así la psicología, la neurología y la antropología del valor”. Tampoco quiso incluir Afganistán en el título. “Las experiencias que retrato son eminentemente universales”. O www.sebastianjunger.com / www.laguerradehoy. com / restrepothemovie.com


Universo emocional Peter Englund relata 227 microhistorias a través de 20 testigos de la I Guerra Mundial La belleza y el dolor de la batalla. La Primera Guerra Mundial en 227 fragmentos Peter Englund Traducción de Caterina Pascual Söderbaum Roca Editorial. Barcelona, 2011 760 páginas. 24 euros Libro electrónico: 9,95 euros

Por Amelia Castilla

fganistán, y premiado en el Festival de Sundance. Foto: Tim Hetherington

Matar o morir Guerra Sebastian Junger Traducción de G. García / C. Belza Crítica. Barcelona, 2011 288 páginas. 20 euros

Por Ramón Lobo ES IMPOSIBLE narrar la guerra desde fuera de la guerra. Es imposible penetrar en los sentimientos de los soldados, en sus miedos, en sus obsesiones si no se vive como ellos durante un tiempo bastante largo. La guerra es un caos sin certezas, un mundo suspendido. La guerra desnuda la educación y la cultura dejándola en lo esencial, en un único dilema: matar o morir. El libro de Sebastian Junger es el resultado de cinco viajes al valle de Korengal entre junio de 2007 y junio de 2008. En ese tiempo perdieron la vida 404 soldados estadounidenses en Afganistán. La quinta parte de los enfrentamientos del Ejército de EE UU en aquellas fechas los libraron los 150 soldados de la compañía Batalla. De todos ellos, los que más fuego enemigo recibían eran los de la 2ª sección. Con ellos convivió,

patrulló y sufrió Junger. El libro conecta con la mejor tradición del reportaje de guerra. Recuerda la mirada humana de Ernie Pyle, el mejor periodista de conflicto de la primera mitad del siglo XX. “No pasa nada por tener miedo”, dijo Moreno en voz alta para que todos lo oyeran, “lo único que hay que hacer es no mostrarlo”, escribe el periodista. Junger se gana el respeto de los soldados por vivir tantos meses en la base Restrepo, “una patada en el culo de los talibanes, como la definió el capitán Dan Kearney. “Muy bien, ¿hoy quién la palma?”, pregunta un soldado que se dispone a salir de patrulla. Otro pide a sus amigos que borren el porno almacenado en su disco duro antes de que el Ejército lo mande de vuelta a su familia. El humor transformado en un segundo chaleco antibalas. La 2ª sección es una familia; es el regreso a la tribu, con sus propias reglas, como la de dar una paliza al nuevo teniente para comprobar que es de fiar. El equipo siempre antes del individuo. A nadie le importa morir; morir es fácil, es solo un instante, un tránsito, lo que no quieren es vivir con el peso de haber fallado. “Las cuestiones morales de la guerra no parecen des-

pertar gran interés entre los soldados, y el éxito del conflicto a largo plazo, o su fracaso, tampoco revisten la menor importancia para ellos. Sienten tanta preocupación por este tipo de cosas como un peón de granja por la economía global; esto es, pero reconocen la estupidez cuando la tienen delante de sus narices”, escribe Junger. Quince meses en Restrepo, durmiendo en barracones en los que apenas se puede estar de pie, sin agua caliente, sin apenas cambiarse el uniforme, quemando las heces, patrullando en una lotería macabra en la que cada uno piensa que será su último día, no puede pasar por la vida de unos veinteañeros llenos de coraje sin dejar huellas. La muerte de los amigos, no la muerte lejana, filosófica, sino la muerte cercana, a un metro, deja en ellos una tristeza profunda. Nunca serán los mismos. Nadie puede compartir lo vivido porque no hay nadie capaz de entender cómo es el infierno. Están condenados a una brutal soledad interior. Junger viajó a Korengal junto a Tim Hetherington. Filmaron 150 horas. De ellas salió un extraordinario documental, Restrepo, ganador en Sundance, y este gran libro. O

YA QUEDAN pocos testigos, casi todos han muerto. Pero Peter Englund (Suecia, 1957) ha encontrado una manera personal de contar una parte de los horrores de la Primera Guerra Mundial. A través de los testimonios de 20 personas, elegidas entre las más bajas jerarquías y de una edad media en torno a los 20 años, el historiador y miembro de la Academia Sueca reconstruye el terrible conflicto en el que murieron cerca de diez millones de personas, no tanto desde el punto de vista bélico como desde el terreno emocional. Está la guerra con toda su crudeza pero Englund pone el foco en los testimonios y las dramáticas experiencias personales a las que acabarán enfrentándose una colegiala alemana, de 12 años, una enfermera inglesa del ejército ruso, un cirujano de campaña del ejército norteamericano, un ingeniero australiano y un marinero de un acorazado alemán, entre otras víctimas de la Gran Guerra. Una mínima ficha, con la fecha, el nombre del personaje elegido y un pequeño título para situarlo en el lugar del mundo donde se encuentra anuncian cada entrada de los distintos personajes hasta completar 227 microhistorias. Cada año nuevo de conflicto se acompaña de una cronología sobre la marcha de los acontecimientos. Los gritos, vítores, ondear de banderas y la emoción contenida que despierta la misma declaración de la guerra y la partida de los soldados al frente se va trasformando, a medida que avanza la guerra, en impotencia y dolor. Se trata, eso sí, de impresiones construidas a base de apuntes memorísticos, casi ninguno de estos testigos conoce el alcance real de lo que sucede, de sus reacciones se desprenden actitudes pacifistas, belicistas y delictivas. No son héroes. En lo único que coinciden cada uno de estos 20 testigos es en que la guerra les robó la juventud, la humanidad y, en algunos casos, la vida. Algunas de las impresiones anotadas en sus diarios transmiten sensaciones y sentimientos: “Era tal nuestro aturdimiento que partíamos a la guerra tan tranquilos, sin lágrimas ni espanto, y eso que todos sabemos que nos envían al puro infierno. Pero ceñido por un rígido uniforme el corazón no late con libertad. Uno deja de ser uno mismo, apenas un ser humano, a lo sumo un autómata que funciona convenientemente y que hace lo que le dicen, sin recapacitar demasiado. Ay, Dios mío, ¡ojalá pudiéramos volver a ser personas!”, escribe Kresten Andresen, un soldado del ejército alemán de 23 años.La belleza y el dolor de la batalla concluye, tras la firma del armisticio, con unas notas extractadas de Mi lucha en las que Adolf Hitler constata que Alemania ha perdido la guerra y se encuentra a merced de los vencedores: “Confiar en la generosidad del enemigo podía ser solo cosa de locos o bien de embusteros o criminales. Durante aquellas vigilias germinó en mí el odio, el odio contra los promotores del desastre. En los días siguientes tuve conciencia de mi Destino”. O EL PAÍS BABELIA 09.04.11

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LIBROS / Ensayo

Filosofía y ciencia en Hipatia

El efecto facebook

Pedro Jesús Teruel Gredos. Madrid, 2011 215 páginas. 24 euros

David Kirkpatrick Traducción de Mar Vidal Gestión 2000. Barcelona, 2011 443 páginas. 19,95 euros Libro electrónico: 13,99 euros

ENSAYO. ESTE LIBRO podría titularse Hipatia y Sinesio, porque fundamentalmente es eso: un estudio en díptico sobre estas dos figuras, vecinas y diversas, maestra y discípulo, que vivieron en la agitada Alejandría del Bajo Imperio, en una época turbulenta, y compartieron una misma forma de vida, como subraya en su prólogo A. García Marqués, definida por su sincera dedicación a la filosofía, y murieron a poca distancia, pero con destinos contrapuestos. Hipatia fue martirizada por una horda de monjes fanáticos en 415, y Sinesio, más joven, murió pocos años antes, como obispo de Cirene, abrumado por ese cargo, que le alejaba de sus reflexiones filosóficas y enfrentaba a los bárbaros. La relación con el cristianismo fue muy distinta en uno y otro caso; pero, aunque la conversión tardía de Sinesio le distanció algo de su idolatrada maestra, ambos eran esencialmente filósofos neoplatónicos. De Hipatia, pese a sus notables méritos astronómicos y matemáticos, apenas quedaría memoria de no haber sido tan ferozmente descuartizada (o lapidada). Del sensible Sinesio tenemos algunas obrillas interesantes y un montón de cartas afectuosas, que revelan la humanidad de un pensador y poeta muy digno en el ocaso del imperio. El martirio hizo de ella una santa pagana, trágica víctima de la intolerancia religiosa, asesinada por ser mujer ilustrada y brillante. Sinesio, en cambio, pervive sólo como autor conocido por los aficionados a la literatura del helenismo tardío. El éxito de la película Ágora ha relanzado la imagen de la sabia profesora alejandrina. Esa fama justifica el minucioso análisis crítico de la película y sus motivos, así como de los vaivenes ideológicos que colorean el prestigio secular de Hipatia. Al margen de tantas novelas ocasionales, he aquí un estudio a fondo, nada romántico, excelente por su precisión crítica y su dominio de la amplia bibliografía, que sitúa admirablemente a los dos amigos alejandrinos en un panorama histórico y filosófico de singular atractivo intelectual. Carlos García Gual

Papeles falsos Valeria Luiselli Sexto Piso. Madrid, 2010 106 páginas. 14,90 euros ENSAYO. EN SU PRIMER libro la escritora mexicana Valeria Luiselli ha reunido diez textos que entroncan con la tradición de los ensayistas que supieron combinar la narración de las experiencias personales con la reflexión crítica sobre nuestra cultura. Desde el primer ensayo, donde la narradora visita la tumba de Joseph Brodsky en Venecia, hasta el último, en el que recibe documentos de identidad nuevos en la misma ciudad, los ensayos indagan en los lugares del ser y en el ser de los lugares. Además de Venecia, 14 EL PAÍS BABELIA 09.04.11

Emilio Lledó (Sevilla, 1927). Foto: Bernardo Pérez

Fuera cadenas El texto de la vida. Debate con Emilio Lledó Jacobo Muñoz y Francisco José Martín (editores) Biblioteca Nueva. Madrid, 2011 190 páginas. 14 euros

Por Luis Fernando Moreno Claros ENSAYO. UN EMOTIVO artículo del periodista y editor Juan Cruz abre este volumen dedicado al profesor Emilio Lledó (Sevilla, 1927). Le siguen otros homenajes en forma de trabajos más intrincados, firmados por filósofos de profesión: Jacobo Muñoz, Manuel Cruz, Juan José Acero, Salvador Mas, Miguel Ángel Granada, José Luis Villacañas, Antonio Gómez Ramos y Francisco José Martín. Todos conocen bien la obra de Lledó, y cada cual aporta sus propios puntos de vista sobre algunos de los temas filosóficos que han interesado al insigne pensador y académico durante más de cincuenta años. En general los articulistas destacan la importancia de la labor de Emilio Lledó en el campo de la filosofía griega clásica, el epicureísmo o la ética aristotélica; sus reflexiones sobre el lenguaje y la memoria o su interés por la hermenéutica. Y asimismo recuerdan el apasionado afán de Lledó, como docente y divulgador, por difundir con su ejemplo humano los principios fundamentales de la democracia: la tolerancia y saber vivir en libertad compartiendo ideas. En este sentido, igual que el pri-

aquí son protagonistas Ciudad de México, Mérida (Yucatán) y Nueva York. Mientras la mirada curiosa de la autora recorre el tejido urbano, a ser posible desde una bicicleta (ella se declara bicicletista), su intuición va deteniéndose y vertiendo luz sobre el paisaje y su historia. En el ensayo titulado ‘Relingos’, por ejemplo, Luiselli observa esos espacios vacíos en medio de la polis que aquí llamamos descampados, y que ella denomina a veces relingos, siguiendo a Carlos González Lobo, o terraines vagues, como los denomina Ignasi de Solà-Morales. Ella busca analogías partiendo de lo que observa y nosotros la observamos en el proceso de encontrarlas. Así fluye el pensamiento y nos desvela que escribir se asemeja a formar estos espacios inverosímiles, como el que ocu-

sionero liberado en el célebre mito de la caverna de Platón, que prefiere regresar al interior de la cueva, una vez que ha visto la verdad del mundo exterior, para comunicarla a sus compañeros de cautiverio y animarlos a que rompan sus cadenas, también Lledó renunció al privilegio de vivir fuera del ambiente opresivo de la universidad española en los años del franquismo, para iluminar con su ejemplo y sabiduría desde dentro a cuantos le escucharon. Llamaba la atención en aquellos años la renovada interpretación que hacía Lledó de los textos filosóficos del pasado insistiendo en su relevancia para el presente, un tiempo de cambio y nuevos horizontes. Otro aspecto importante es que el autor de libros tan esenciales como La memoria del logos o Elogio de la infelicidad fue, aparte de un ameno docente, un estilista del lenguaje escrito y, como apunta F. J. Martín, “ha huido siempre de las jergas filosóficas”. De ahí que sea obvio que sus enseñanzas hayan seducido también por su claridad. El volumen se cierra con una entrevista a Lledó, en la cual recuerda su imborrable experiencia de niñez en el Madrid de la Guerra Civil, o los gozosos años de estudiante en Heidelberg, donde fue alumno de Gadamer y Löwith, y trató a Heidegger; y después, los años de docencia durante el franquismo y la llegada de democracia. Al final, una exhaustiva bibliografía completa este Debate con Emilio Lledó, voz señera y crítica del panorama intelectual español también en la actualidad. O

pa en Nueva York el Flatiron. Sin embargo, aunque pueda afirmarse que Papeles falsos es sobre todo una investigación de los espacios, también transita los tiempos. ‘Dos calles y una banqueta’, por ejemplo, está dedicado a la saudade y nos recuerda con sencilla erudición que hubo una época en que nuestras enfermizas “patologías de la psique” eran hermosas “aflicciones del alma”. Se citan autoridades varias, desde Rousseau hasta Sebald, y desde Baudelaire hasta Ortega o Bachelard, pero entre las que no se nombran conviene mencionar a Walter Benjamin, cuyo Angelus novus aparece aquí como suele hacerlo, volando hacia el futuro de espaldas. Un libro lleno de delicadezas y, no hace falta decirlo, harto recomendable. Fernando Castanedo

TECNOLOGÍA. UNA AVENTURA del siglo XXI, y en plena jungla. Pero no la azarosa selva de las narraciones tradicionales; aquí los protagonistas están atrapados en la telaraña informática, que puede llegar a resultar aún más asfixiante y peligrosa. Es el tono con el que el veterano periodista especializado David Kirkpatrick (Estados Unidos, 1953) desarrolla la apasionante acción de El efecto facebook, minuciosa y detallada historia de la empresa más emblemática del vertiginoso desarrollo de las redes sociales de Internet en el comienzo de milenio. En esta ocasión, el relato no comienza en ese tradicional garaje doméstico tan querido por los jóvenes emprendedores e inventores americanos. Ni en una infancia promisoria. El primer capítulo nos lleva directamente al dormitorio de una residencia de la Universidad de Harvard, donde un adolescente introvertido con fama de empollón y cara de niño travieso, Mark Zuckerberg, trastea en sus ratos libres por los entresijos de la red digital universitaria. Al borde de la expulsión, el joven hacker acaba por intuir las posibilidades de algo aparentemente tan inocuo como los viejos directorios de estudiantes (los llamados facebooks) y, en febrero de 2004, registra en Internet su Thefacebook. Sólo para universitarios. El libro sigue adelante paso a paso hasta el momento en que la popular herramienta (perdido el The) alcanza un papel decisivo en la organización de las primeras grandes campañas ciudadanas contra las FARC en Colombia o los recientes levantamientos árabes. De una pequeña habitación de estudiante a más de 500 millones de usuarios. De una inversión de apenas unos dólares a una valoración de 46.000 millones de euros. Cerca de medio millar de páginas analizan, más que las peripecias humanas y el anecdotario del fundador y sus amigos (que también), la génesis y desarrollo de una gran empresa a la americana. Lo hace con un estilo directo que engancha al lector como si se tratara de una ficción aventurera. Que, además, le acerca a las complejas claves de un negocio, el de las poderosas corporaciones tecnológicas estadounidenses, aparentemente tan lejano. Y le permite entender (incluso si aún no ha sido atrapado por los encantos de crear su página personal en Facebook) los atractivos, opciones, peligros de uso y hasta el funcionamiento práctico de la que se ha convertido en una de las más manejables y difundidas ofertas de la Red. David Kirkpatrick recurre a una impresionante cantidad de fuentes (muchas en la propia Internet), además de largas conversaciones con todos los personajes fundamentales en la corta historia de Facebook, incluido el padre-fundador, Zuckerberg, para quien el objetivo de esta controvertida criatura virtual sigue siendo “hacer del mundo un lugar más abierto”. Un texto, eso sí, con cierto aire de “autorizado por” y más claros que oscuros, bastante lejos de la película La red social (y Multimillonario por accidente, el libro de Ben Mezrich que la inspiró). La otra cara de la moneda. Carlos Álvarez


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SILLÓN DE OREJAS

Por

Manuel Rodríguez Rivero

Sonidos del morreo y porno en 3D

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MARTIN AMIS que la era de los grandes lectores está tocando a su fin. Bueno, siempre habrá excepciones. A la niña Enriqueta, por ejemplo, uno de los personajes del dibujante argentino Liniers (véase Macanudo 6, Reservoir Books), le encanta devorar (y exhibir) enormes centones de letra impresa, aunque también tenga aficiones menos cultas. Recuerdo, por ejemplo, una estupenda tira en que Enriqueta y su gato Fellini están sentados en un sofá delante del televisor con los ojos tapados. Juegan a imaginar a qué suenan los besos que se dan los protagonistas de esas telenovelas que no están viendo, pero escuchan. Miren a qué otros ruidos comparan los onomatopéyicos sonidos (chuic, chuoc, slschg, slorg, sglchug) del amoroso morreo: al de un caracol bailando sobre un micrófono, al de una cuchara revolviendo gelatina, al que emite una señora que tiene problemas con su dentadura postiza, al de alguien que come (más bien sorbe) tallarines al pesto. En todo caso, con los cómics me está pasando algo raro: ahora los leo más y con más gusto que en mi loca juventud. Y no sólo porque se publican más y se editan mucho mejor, sino también porque a menudo tratan de cosas a las que la novela hegemónica suele dar la espalda, demasiado ocu- Ilustración de Max. pada por mirarse el ombligo o por sumergir a sus personajes en la edad media (y preferentemente en Barcelona). Entre los últimos álbumes que me han llegado selecciono dos de dibujantes muy distintos, pero que coinciden en que comenzaron su carrera bajo el influjo del comix underground del gran Robert Crumb (Filadelfia, 1943). Jaime Hernández (Oxnard, California, 1959) es el autor de Penny Century (La Cúpula), un álbum que recoge una selección de las historias protagonizadas por un conjunto de exuberantes y desinhibidas muchachas cuyas andanzas causaron sensación en la gran eclosión del cómic californiano de los ochenta y noventa. Peter Bagge (Peekskill, Nueva York, 1957) ha reunido en Todo el mundo es imbécil menos yo y otras agudas observaciones (también de La Cúpula) las salvajes tiras cómicas publicadas en la revista libertaria Reason a lo largo de la primera década de este siglo, y en las que se someten a crítica implacable algunos de los asuntos que más soliviantaFIRMA

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ban a los estadounidenses, incluyendo la guerra de Irak, el deterioro de los derechos civiles o el aumento del integrismo religioso. Por lo demás, si desean hacerse una idea de las últimas tendencias en la historieta gráfica (especialmente de la europea) pásense por el 29º Salón del Cómic de Barcelona. Y si se cansan, siempre pueden darse una vuelta nostálgica por el vecino centro comercial de Las Arenas, en la ya desacralizada (y magnífica) plaza del toros del mismo nombre. Al fin

de la Agencia del ISBN, la de la Federación de Gremios de Editores (FGEE) y la del Instituto Nacional de Estadística. Sus cifras se parecen tanto como un proteínico huevo de gallina al oscuro y nutritivo fruto de un castaño común (castanea sativa). Cualquier semejanza entre las cifras que cada organismo proporciona es, no ya pura coincidencia, sino ultramundano milagro. De la reciente publicación de las cifras del INE me quedo con un dato extremadamente preocupante:

han suministrado datos— se editaron 329.831.000 ejemplares de 76.213 títulos publicados, lo que ofrece una tirada media de 4.328 por título. Me pregunto cuántos de esos millones de copias descansan en los atiborrados almacenes o van camino de convertirse en pasto de baratillo o (peor) papelote. Y también me pregunto cuál es la proporción entre ejemplares vendidos y devueltos de una librería independiente de tipo medio. A veces pienso que este sector funciona porque Dios (que es pretecnológico) lee cada año El Quijote y Gutenberg tiene un buen enchufe en el cielo.

Onanismos

y al cabo, si los muros curvos y neomudéjares de August Font i Carreras pudieran hablar no sólo nos contarían momentos estelares de la hoy proscrita tauromaquia, sino también de algunos de los grandes encuentros políticos que allí tuvieron lugar durante los años veinte y treinta. Incluyendo, claro, el vibrante mitin protagonizado (marzo, 1919) por el Noi del Sucre (Salvador Seguí), una de las figuras emblemáticas del anarquismo español, al final de la famosa huelga (general) de La Canadiense. Pero eso sí que es otra historia, y no precisamente de tebeo.

Tiradas

ENTRE LOS VARIADOS e inescrutables misterios de nuestro sector editorial ocupa un lugar preferente el que se refiere a la pluralidad de estadísticas que pretenden reflejarlo. Cada año se publican tres muy diferentes: la

según este instituto, la tirada media en 2010 habría sido de 1.734 ejemplares (comparen con el récord de 4.420 de 2005), a pesar de que el número de títulos habría experimentado un incremento del 2,3% respecto a 2009. Lo más tremendo es que, según el INE, sólo un 3,7% de los libros publicados habrían alcanzado una tirada superior a los 5.000 ejemplares. Al parecer, los editores siguen huyendo hacia delante: inundan el mercado de títulos y rebajan sus tiradas, lo que es un extraño modo de aumentar la facturación. Esos raquíticos tirajes y la hiperinflación de títulos no parecen el mejor remedio para un sector que está resintiendo la contracción del consumo. Por supuesto, los datos del INE no tienen en cuenta muchos elementos correctores, pero resultan significativos. A ver cuándo publican los editores su estudio de comercio interior correspondiente a 2010 y comprobamos si confirman la tendencia; en 2009 —último año del que

EL ESLOGAN no es equívoco: “Lo mejor de lo más grande en tres seductoras dimensiones”. Taschen, el editor que ha logrado introducir el porno más o menos chic en los hogares de clase media (sus productos no quedan mal en la mesa del salón y debajo de, por ejemplo, un libro ilustrado sobre Antonello da Messina), da otra vuelta de tuerca y reedita sus éxitos The Big Book of Breasts y The Big Penis Book (El gran libro de los pechos y El gran libro del pene) en versión tridimensional. Cada día que pasa me reafirmo en que el onanismo (en todas sus formas) se ha convertido —ay— en el verdadero humanismo de nuestro tiempo: de ahí que esos libros se me antojen concebidos bien como fenómenos de feria para disfrute (¿?) individual, bien como eficaces herramientas para los aficionados a la más simple y primitiva de todas las liturgias sexuales. Lo malo es que la hipertrofia mamaria o fálica no es para todos los gustos. Según los peritextos editoriales, los artífices de la transformación “del aburrido 2D del siglo pasado al innovador 3D del siglo XXI” han sido los mismos que surten de efectos especiales a Tim Burton, el director de la última Alicia en el país de las maravillas. Espero que a ningún listo se le ocurra ahora una nueva versión cinematográfica del clásico de Lewis Carroll con un par de enormes pechos interpretando a Tweedledum y Tweedledee o a un megapene de 35 centímetros haciendo de Sombrerero Loco. Los libros se venden (29,99 euros) con el correspondiente par de gafas anaglifo rojo/azul. Sólo uno por libro, lo que confirma el target radicalmente onanista. O


ARTE / Exposición

¡A vuelapluma! Elena del Rivero Galería Elvira González General Castaños, 3. Madrid Hasta el 30 de abril

Por Francisco Calvo Serraller EN UN rapto de inspiración y, nunca mejor dicho para el caso, a vuelapluma, Elena del Rivero (Valencia, 1949), española residente en Nueva York desde hace veinte años, ha concebido una potente idea poética, que casa como nunca con su personal universo artístico, lo que, conceptual y materialmente, es como la antesala de una maravilla. Desde hace años, Elena del Rivero ha rendido culto a la memoria, ese depósito que nutre la vida de verdad y de belleza, aun dejando en nosotros un poso sentimental de melancolía, pero hete aquí que ahora ha encontrado una perspectiva sutil para afrontar un tema tan grave. Ha hallado el lado ligero, flotante, acariciador que también posee el recordar; esto es: ha descubierto la memoria alada. El título de esta exposición así lo proclama incluidos los puntos suspensivos: Flying letters… Claro, los mensajes vuelan y, a veces, hasta sobrevuelan por el apremio de lo material. El dios mensajero, Hermes-Mercurio, porta alas en sus tobillos, y, adelantándose a sus correrías, tañe el arpa y sopla la flauta, inunda el aire de melodía. Elena del Rivero, tejedora de recuerdos y corresponsal, se ha percatado ahora de la importancia de las plumas, ese atributo de los volátiles gracias al cual podemos escribir. La memoria escrita vuela. La obra de Elena del Rivero es autobiográfica, lo que significa que es íntima y procesual. Nos cuenta lo que le pasa y cómo. Así, en esta muestra, empieza por presentarnos cómo ha vivido todo el proceso desde el

Dreamcatcher (2010), de Elena del Rivero.

principio. Del Rivero es una glaneuse, una espigadora de lo real. Todo comenzó por un paseo por el parque, recogiendo lo que otros tiran, pierden o se les cae. Esta recolección la exhibe en una vitrina, donde ya captan nuestra atención las plumas. Luego, pa-

rece como si el resto fuera para ella como coser y cantar, y, de hecho, se puso a tejer una leyenda. ¿No es acaso Penélope, que, día y noche, teje y desteje, una escritora que implora el restablecimiento del amor perdido, como se pierden los amores entre ninfas

despechadas que retrasan el reencuentro decisivo? La comparación entre Elena del Rivero, tejedora-escritora, y Penélope está cantada y así ha sido puesto en evidencia, pero el poder del mito sobre una mujer actual nunca restringe sus derechos, sino, en todo caso, los afila, les añade mayor agudeza. La de la aguja con la que termina anclándose una pluma en la carne mortal y deja una huella roja, que el tiempo convierte en sepia. Elena del Rivero, tejedora-escritora, acopiadora y espigadora de recuerdos propios y ajenos, ha realizado, cosiendo retazos de papel de abacá fabricado a mano por encargo, unos laberínticos mapas de la geografía del deseo, que es también el de un objeto y su pérdida. ¿Busca con ello a su amante o a sí misma? ¡Qué más da! ¡Busca! Y ¡estampa la cartografía de sus búsquedas! Estos mapas-estandartes de la proclamación de la vida son, sin duda, hermosos, y se revisten con la soberbia caligrafía de esta prodigiosa pendolista, armada con su pluma de ave, que sirve igual para un roto que para un descosido. Entinta en negro y, cómo no, también en dorado, pero lo moja en la purpúrea sangre. Acabo de señalar que cualquiera de sus retablos de papel de grueso ramaje son hermosos, pero alcanzan ese grado de brillo porque traslucen una verdad íntima, una revelación. En todo caso, lo más sorprendente de esta exposición de esta artista sorprendente es que ahora lo que dice es fruto del don de la ebriedad. Véase si no, esos rollos orientales que despliega de varios metros de longitud, maculados con los alfabetos más diversos, que puntean un damasco emplumado. Son ellos mismos algo tan incontrolable como un manantial. Pura energía. Un arrebato. ¡Este es el gran momento de Elena del Rivero, cuando ya no se puede detener y escribe sus secretos de almohada a vuelapluma! O

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ARTE / Exposiciones

Izquierda, el Museo Soumaya (México DF), del arquitecto Fernando Romero. Al centro, proyecto de Frank Gehry para el Museo Guggenheim de Abu Dabi. A la derecha, Museo Nacional de Zayed (Saadiyat), en construcción, de Norman Fost

Los magnates se cubren de arte En Abu Dabi y en Dubai, pero también en la capital mexicana, las grandes fortunas de nuestro tiempo encuentran en la creación de museos uno de los refugios preferidos para sus tesoros artísticos. Dos modelos culturales a partir de diversos enfoques Por Ángela Molina

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de la mayor escalada de protestas que pueden decidir la victoria o derrota total del cambio político en Oriente Próximo, a los emires de Dubai y Abu Dabi les sigue resultando comprensible que el Estado, encarnado por ellos mismos como promotores de impresionantes equipamientos culturales, pistas de esquí artificiales y resorts de lujo, asuma todo el peso y control de la sociedad, con el coto o aniquilación de las libertades que se producen en una economía basada en el petrodólar y una disciplina religiosa que reserva a los hombres un tratamiento preferencial, manteniendo a raya a las mujeres y a las clases deprimidas. Los jeques sunníes del golfo Pérsico no pueden vivir sin la religión, pero al no encontrar en ella lo que buscaban han decidido abrazar una mucho más poderosa, que no exige sufrimiento ni sensibilidad y que es capaz de crear kilométricos campos de golf en medio de los arenales yermos, babélicos rascacielos que rompen las leyes de la naturaleza y ciudades sostenibles que la protegen. Si Roma o Viena pudieron ser infames y gloriosas, Abu Dabi y Dubai empiezan a acaparar también expresiones extremas: reN MEDIO

hechas de la nada, las dos monarquías más importantes de los Emiratos Árabes Unidos son hoy el fresco arcaico-futurista de un no lugar, el escenario de febril metamorfosis que obliga al foráneo a preguntarse si detrás de esa insustancial, ahistórica y brillante ficción existe una esencia de la vida y la cultura. De momento, no. En los EAU, la distancia entre la vida y su significado es la conciencia de su ausencia, un potemkinismo vacío e indiferente envuelto en una aparente paz y custodiado en la caja fuerte de un Estado que presume de su condición de paraíso fiscal. Frente a la reja del versallesco palacio de una de las esposas del emir Rashid al Maktoum, una pareja de pavos reales inicia su danza nupcial. La primavera es, en el mes de marzo, un avanzado verano, y un viento cálido revestido de fina arena da vueltas como un nómada por la kasbah. La comitiva real atraviesa la magnífica puerta ateniense, coronada por una cuadriga bañada en oro, rumbo a la feria de arte más importante del mundo árabe, que se celebrará en el hall del hotel Madinat Jumeirah de Dubai, frente al Burj al Arab, un sietestrellas con forma de vela que parece estar a punto de romper con su mástil un falso horizonte azul, mimetizado en un “show de Truman”. En la quinta edición de este evento todo es

abstracto, en la más pura tradición de la iconoclastia musulmana, de manera que es difícil adivinar en qué tipo de feria estamos: creada con el dinero de la familia del emirato, alberga 82 galerías de 34 países, con la peculiaridad de que “dedica” un día a la mujer (y la consiguiente prohibición de entrada a los hombres). ¿Discriminación positiva? Se trata, más bien, de la retórica de afirmación de un sistema abominable que no solo no rompe un escudo represivo sino que lo refuerza. El resto del año, las mujeres siguen sin tener rostro ni poder de decisión en el espacio público. El acontecimiento más importante de la feria de arte de Dubai es la concesión del Premio Abraaj, el mejor dotado del mundo (un millón de dólares) destinado a la producción de cinco obras de artistas del norte de África, Oriente Próximo e India. Hace años que Christie’s y Sotheby’s apostaron por este mercado en expansión, pero desde el crash de 2008 las cosas han cambiado sustancialmente; las casas de subastas tienen hoy un papel más bien testimonial, mientras la feria de arte parece estar pagando su tributo a la fugacidad terrena del capital. Lo cierto es que los precios de las obras —la mayoría de autores de la región, con trabajos tímidamente políticos o muy decorativos— son asequibles, aunque muchos gale-

ristas se quejaban del poco negocio, contradiciendo las alegres declaraciones oficiales que afirmaban que Dubai sería, por fin, la nueva competidora de Basel. Mientras, en el downtown, inauguraban las galerías del distrito DIFC: Arspace, The Farjam Collection, Ayyam Gallery, Cuadro Fine Art y Empty Quarter. Arte muy comercial en espacios envidiables. Con todo, en aquel ilusorio passe-partout era evidente el interés de los emires por la creación de un patrimonio cultural propio, al que se sumarán en muy pocos años las colecciones de expatriados de alto nivel cultural establecidos en estas tierras, también patrocinadores de la feria, como la india Smita Prabhakar, la kuwaití Samina Saleh, el matrimonio iraní Salsali y el holandés Kito de Boer, con su singular colección de arte indio. A poco más de treinta kilómetros, el vecino Sharjah inauguraba la X Bienal de Arte, auspiciada por las familias reales, mientras el Consejo de Seguridad del Golfo (CSG), integrado por Arabia Saudí y los siete emiratos, enviaba tropas de ayuda al Gobierno de Bahrein para sofocar las revueltas de miles de personas que reclamaban democracia y dignidad. Se podría decir que las tibias manifestaciones artísticas contra la represión en países como Egipto, Yemen o Libia que se podían ver en los diferentes enclaves de la

Colmena para una colección ecléctica Por Roberta Bosco EL MUSEO Soumaya de Ciudad de México, el personalísimo proyecto del magnate de las telecomunicaciones Carlos Slim, ya está abierto de forma gratuita los siete días de la semana. “Para que los mexicanos que no puedan viajar tengan la posibilidad de conocer a los grandes maestros del arte universal y desarrollen su sensibilidad y su pasión por la belleza. Nuestro objetivo es formar capital humano a través del arte, la cultura y la educación”, afirmó Slim en la presentación definitiva del museo, que abrió sus puertas el pasado 29 de marzo. Aunque el discurso del que Forbes ha indicado por segundo año consecutivo como el hombre más rico del mundo pueda sonar demagógico, la realidad es que Slim se ha embarcado en un 18 EL PAÍS BABELIA 09.04.11

gran proyecto cultural y de reconversión urbana, precisamente en los años de la peor recesión económica mundial, creando muchos empleos y una gran actividad económica. “Este es un proyecto realizado al 100% en México, por mexicanos”, aseguró Slim, quien encargó a su yerno, el arquitecto Fernando Romero, el proyecto del nuevo museo. La espectacular estructura asimétrica, recubierta de 16.000 hexágonos brillantes, que evocan una colmena (o un hongo atómico, según se mire), se ha convertido ya en el nuevo icono de una ciudad que en los años cincuenta y sesenta utilizó la arquitectura para construir la identidad del país. El edificio sube en espiral por 43 metros, divididos en seis pisos, que culminan con una sala diáfana de 1.600 metros, iluminada de luz natural. “El sueño de cualquier museo”, no se cansaba de repetir el director

Alfonso Miranda, indicando el inmenso espacio donde se exhibe la mayor colección de Rodin fuera de Francia, rodeada por grandes piezas de Dalí y por esculturas de los siglos XIX y XX. En su colección hay obras de El Greco, Tintoretto, Tiziano, Filippo Lippi, Ribera, Murillo, Rubens, Van Gogh, Monet, Cézanne, Renoir, Matisse, Brueghel, Picasso y Miró, en un montaje museográfico que privilegia el diálogo entre los artistas mexicanos y sus homólogos europeos. El magnate explica que con sus 17.000 metros (más de 6.000 para exposiciones), el Soumaya, que ha costado alrededor de 50 millones de euros, encabeza el proyecto de Plaza Carso, un conjunto urbanístico que incluye el Teatro Cervantes y el Museo Jumex de Arte Contemporáneo, cuya inauguración se prevé para 2012. El arte estrictamente contemporáneo pa-

rece ser el único campo artístico que no despierta el interés de Slim. Su fondo está compuesto por 16 colecciones, que suman unas 66.000 piezas. El hecho de que varias, como la colección Obregón de pintura y miniatura colonial, la de cucharas de plata o el archivo del poeta libanés Khalil Gibran, hayan sido compradas en bloque, podría sugerir una voluntad de inversión más que un verdadero amor por el arte. Sin embargo, la


EXTRAVÍOS /

Gruta

Por Francisco Calvo Serraller

bienal parecían oportunistas, estetizadas o fuera de lugar. Comisariada por Suzanne Cotter y Rasha Salti, la bienal se presenta como una plataforma —un plató— con 200 obras (entre cine, vídeo, performance, pintura, escultura, fotografía) para articular una trama fílmica, a partir de las narraciones de 76 autores nacidos o residentes en los países de la región, a los que se suman otras de autores europeos y americanos. Para Cotter, comisaria del Guggenheim Abu Dabi, la bienal podría servir de banco de pruebas para armar la colección de arte de Oriente Próximo de la franquicia americana. Pero la crisis ha golpeado

En aquel ilusorio ‘passe-partout’ es evidente el interés de los emires por la creación de un patrimonio cultural propio también al riquísimo emirato —Abu Dabi posee el diez por ciento de las reservas mundiales de petróleo—: los trabajos de construcción de la isla de los museos en Saadiyat (isla de la felicidad), con el Louvre de Jean Nouvel, la Ópera de Zaha Hadid, el Guggenheim de Gehry, el Museo Marítimo de Tadao Ando y el British Museum de Norman Foster, no tienen todavía fecha de conclusión (se preveía para 2012). Hace un par de semanas, el artista libanés Walid Raad, que tiene

varias obras en Sharjah, lanzó un boicot junto a 130 artistas, escritores y comisarios contra la fundación Guggenheim, como denuncia de las condiciones de precariedad y explotación de los obreros inmigrantes que trabajan en el complejo museístico. “La bienal de Sharjah tiene mucho que decir sobre esto —explica Raad— y también su comisaria, responsable del nuevo Guggenheim”. Isla de la felicidad, sí, pero ¿para quién? Hasta hace tres décadas, la única riqueza de las tribus asentadas en esta región del golfo era el comercio de perlas y la cría de halcones. El petróleo arrancó a los emiratís de su sencilla vida entre camellos y jaimas. En menos de diez años, los jeques han transformado la orografía de estas costas, con proyectos faraónicos como el Palm Jumeirah o The World, un archipiélago artificial compuesto por 300 islas dispuestas en forma de mapamundi, que albergará lujosos resorts. Hoy, este proyecto no solo está parado por la recesión económica, la naturaleza también ha desencadenado su venganza contra las patologías que destila cierto orden social: a partir de unas fotografías aéreas se ha podido comprobar que el mar está desfigurando el complejo, deshaciendo las islas. La pregunta es si la vecina isla de la Palmera —donde viven los hombres de negocio, coleccionistas de arte y de automóviles Rolls Royce—, con su estructura artificial de arena, podrá soportar el peso de los grandes complejos y hoteles ya construidos. O se hundirá para siempre en el mar, como un acorazado, bajo el peso de su saturada riqueza. O

TRANSIDO DE dolor y más que huyendo del mundo, cercado por éste, el poeta checo Vladimír Holan (1905-1980) se recluyó, como un moderno eremita, en la isla de Kampa, emplazada por entre la corriente del río Moldava a la altura de Praga; esto es: se pasó media vida aislado del entorno por el agua, como lo está por el foso el castellano en su torre, y no como el monje cenobita que necesita alejarse poniendo de por medio un océano de arena. Encerrado, así, pues, Holan, pero a un tiro de piedra del rugiente fragor. Este enclaustramiento se produjo a partir de 1948 y hasta su muerte, encomendándose él mismo encima al buen recaudo de la noche, su día. Ave nocturna, sabia y rapaz. Claro que hubo circunstancias apremiantes que le invitaron a este exilio, que él convirtió en una profesión de fe en la soledad. Basta con echar un vistazo a la historia contemporánea de su país natal, que apenas si pudo disfrutar de su independencia cuando cayó sucesivamente bajo el yugo nazi y soviético. No obstante, quien se adentra en su poesía, no tarda en comprender que su negro apartamiento fue vocacional. Arraigó en él para que así fructificaran mejor sus versos. Acusado de “formalista” por el régimen comunista, es cierto que fue condenado al ostracismo, en el que permaneció silenciado durante quince años, pero todas las fanfarrias de su reivindicación ulterior no lograron sacarle de su madriguera. He aquí su propia explicación, extraída de un breve poema titulado ‘Siempre’: “No es que yo no quiera vivir pero la vida / es tan mentirosa / que, aunque tuviera razón, / tendría que buscarla en la muerte… / Y esto es lo que hago”. Este poema está incluido en su libro Miedo, el cual forma parte de la antológica edición castellana traducida por la también poeta Clara Janés con el maravilloso título La gruta de las palabras. Obra selecta (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), donde la escritora catalana, que fue amiga de Holan y quien, desde hace años, más ha hecho por divulgar la poesía de éste entre nosotros, culmina este generoso empeño con la rara perfección que sólo se obtiene mediante el amor, un amor, en este caso, inseparable de la esen- El poeta checo Vladimir Holan. cia nocturna que destilan los versos, surcos del misterio. Acendrado solitario, paradójicamente Holan no sólo era incapaz de razonar de otra forma que no fuera dialógica, sino que sitúa obsesivamente en el horizonte de su imaginación la figura de la mujer. Como los que se apartan del mundanal ruido, su visión de la mujer está fuertemente sexualizada. Es mítica. Cercado por el agua, Holan percibe, con deseo y aprensión, el espectro femenino, que para él encarna la tierra, el asidero que fija e inmoviliza, pero también salva. Es el único camino de salvación. ¡Qué bellos y terribles poemas eróticos ha escrito! Como ese titulado ‘Aunque…’: “Aunque siempre te escapas, amor mío, / eres mi presente perpetuo, ¡oh, sí! / Igual que el salto del agua: / aunque lo abandona sin cesar siempre la misma agua, él permanece siempre en el mismo sitio”. Siente quizá Holan cómo nos pierde la indefectible busca de la felicidad, ajena, nos dice, a las “gentes sencillas”, pero que embarga, para nuestra desdicha, al mismo Dios, “ese amante no correspondido…”. O

X Bienal de Sharjah. “Plot For a Biennial”. Del 16 de marzo al 16 de mayo. Comisaria: Suzanne Cotter y Rasha Salti. Sharjah Art Museum, Cricket Stadium y Heritage Area. Sharjah. Emirates.

Interior del Museo Soumaya, con la sala que acoge la colección de esculturas de Rodin.

forma en que el coleccionista mexicano habla de sus adquisiciones disipa cualquier suspicacia. “A través de las subastas de Christie’s y Sotheby’s hemos traído de vuelta a México muchas obras”, afirma, hablando de sus piezas con lujo de detalles, sin prisa y con mucha pasión. Una pasión que, según cuenta, le transmitió su esposa Soumaya, fallecida en 1999. De ahí el nombre de los dos museos. El primero abierto en

plaza Loreto en 1994, que continuará funcionando, y el nuevo, que los taxistas ya han apodado la licuadora. Ecléctico no es adjetivo suficiente para describirlo. Hay arte virreinal, del siglo XIX y de las vanguardias; un millar de objetos prehispánicos; una amplísima colección numismática; estampas, relicarios, miniaturas y objetos de la vida cotidiana del México decimonónico y de principios del siglo XX y hasta una pequeña sección de moda. Según el español Alejandro Massó, asesor museográfico del coleccionista: “Es una de las 10 o 12 mayores colecciones creadas de golpe por un hombre en el mundo. Equivale a los grandísimos esfuerzos que hicieron los industriales de Estados Unidos a imagen de la aristocracia francesa e inglesa del siglo XIX, que crearon colecciones personales que se convirtieron en grandes museos”. O www.soumaya.com.mx EL PAÍS BABELIA 09.04.11

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TEATRO / Reportaje

Los ociosos de Gorki siguen entre nosotros Miguel del Arco vuelve a sorprender con Veraneantes. El director del éxito teatral La función por hacer reescribe el drama del autor ruso y lo traslada a la España de hoy. Una obra de personajes marcados, empujados a ser felices, pero incapaces de conseguir esa meta Por Rocío García

A

cuero sobre camiseta blanca y guitarra eléctrica colgada. Es un hombre joven, se llama Miquel y, solo en el escenario, comienza a tocar unos primeros acordes, más bien suaves. De repente, la música estalla y Miquel anuncia, con voz potente, la canción del verano. En ese momento, los diez personajes que esperaban silenciosos alrededor de los límites de ese escenario cuadrado comienzan a despojarse de sus largos abrigos negros y botas de agua. Enloquecen, bailan y cantan a los sones de los acordes de Miquel. “Iluminados por el sol, enterremos la tristeza…”, habla la letra de la canción. Todo es buen humor y alegría. Se acabó el triste invierno y llegan los calores. Ese ansiado verano que explota repleto de chancletas, toallas de playa, cestos de paja, gin-tonics al sol, uñas pintadas de rojo, los amigos, pero también de ansiedades, insatisfacciones, celos, amores y anhelos de cambio. Es Veraneantes, una de las obras cumbre que Máximo Gorki (1868-1936) escribió a principios del siglo XX y que ahora Miguel del Arco ha reescrito para representar en el teatro de La Abadía de Madrid, donde se estrenará el próximo miércoles, día 13. Está claro que a Miguel del Arco (Madrid, 1965) le gustan las reescrituras. Lo hizo con La función por hacer, a partir de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, que se convirtió en el éxito de la temporada BRIGO DE

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teatral del año pasado. Ahora lo ha vuelto a hacer con Veraneantes. Del Arco ha ajustado el texto de Gorki y lo ha trasladado a la España de hoy, situando la historia en un pueblo costero de moda en el Mediterráneo, alrededor de un porche de madera, muy minimalista, con sencillos y pocos muebles blancos. Allí, en la casa de Bárbara, se reúnen 11 amigos (en la obra de Gorki eran 20) para pasar unos días de verano. La función, una producción de La Abadía en coproducción con la compañía Kamikaze, se estructura en cuatro actos, tres en el porche de la vivienda y uno de ellos en el campo, alrededor de un pic-nic. A los seis actores que protagonizaron La función por hacer —Bárbara Lennie, Israel Elejalde, Raúl Prieto, Miriam Montilla, Manuela Paso y Cristóbal Suárez— se han unido en esta obra otros vinculados a La Abadía: Ernesto Arias, Elisabet Gelabert y Lidia Otón, además de Chema Muñoz y Miquel Fernández. “Gorki escribió la obra en un momento de cambios, en la necesidad y deseo por parte de las personas de cambiar el mundo. El texto que he escrito es una versión muy libre sobre la obra original del autor ruso. No es ni siquiera una versión. Hoy no hay fe en los cambios, pero vivimos una época incierta, con necesidades espirituales nuevas que se abren. Gorki fue un adelantado a su época. Él vivió ese anhelo de las revoluciones que cambian las cosas. Ahora, hay una incapacidad para el cambio, pero se vive con una gran insatisfacción. Cada vez estamos más solos y necesitamos más tranquilizantes. Me interesaba mucho más la atmós-

fera que retrató Gorki que el propio texto. Esos personajes marcados, empujados a ser felices pero con una incapacidad absoluta para conseguirlo. La verdad es que no he tenido que hacer mucho esfuerzo para traérmela a la actualidad”. Cuando Miguel del Arco se pone a hablar es lo más parecido a una metralleta. Está atento a tantas cosas, pero al mismo tiempo tan concentrado en todas ellas y hablando tan rápido, que uno no deja de asombrarse.

“Miguel tiene un sentido muy agudo de la situación dramática”, señala José Luis Gómez

Nunca, nunca Miguel del Arco podrá olvidar La función por hacer. Le debe tanto y tan bonito. “Todo. Hay sin duda un antes y un después en mi carrera. Ya me ha marcado”, dice este director, curtido en series, películas para televisión y cortometrajes, además de adaptador de textos teatrales, al que siguen calificando de joven —“para gran satisfacción de mi madre”— . “No es fácil saber el porqué de ese éxito, pero sí tengo algunas teorías. Creo que el punto de emoción que remueve al espectador a lo largo

de la obra es una de las claves, así como las diferentes capas que mostraron los actores, desde el silencio hasta el humor”. La función por hacer no solo llenó los teatros, tuvo excelentes críticas y se convirtió en la gran revelación de la temporada pasada —tiene nueve candidaturas a los premios Max que se darán a conocer el próximo mes de mayo en Córdoba—, también consiguió abrir a Del Arco unas puertas que hasta entonces parecían casi infranqueables. Nuria Espert, la gran dama del teatro en España, eligió a Del Arco para que le dirigiera en La violación de Lucrecia. Fue ella la que le buscó. “Trabajar con Nuria es una de las experiencias más fabulosas que me han pasado a nivel personal y profesional. Yo estaba atemorizado. Le habían hablado de mí gracias a La función por hacer. Después de salvar mis propios prejuicios, he comprobado que dirigirla a ella es igual que hacerlo con otros actores. Jamás dice que no a nada. Siempre, siempre prueba. Tiene una cabeza tan joven…”. Dicen los que conocen bien a Del Arco que no ha cambiado. Que busca la sorpresa, pero también la tranquilidad. No sabe lo que va a pasar con esta nueva obra, Veraneantes. “El lunes me fui a casa con un ataque de pánico y, en cambio, ayer, salí bien relajado. Quiero respirar siempre al límite”, confesaba el director un jueves de mediados del pasado mes de marzo. Han pasado dos semanas y los ensayos se suceden sin parar. Escenario, luces y música están ya en su apogeo. También la escenografía, obra de Eduardo Moreno, y la sala


PURO TEATRO Miguel del Arco (abajo) ha ambientado Veraneantes en la costa mediterránea. Fotos: Bernardo Pérez

grande de La Abadía, que ha cambiado su aspecto habitual poniendo asientos alrededor de ese cuadrado donde se desarrolla la acción. “Quiero tener al público muy cerca, que rodee a los actores. Es verdad que plantea alguna dificultad, pero también me facilita el hecho de que no quiero mostrar solo un plano”, confiesa Del Arco. Ese día aparece un espectador de excepción. Nada menos que José Luis Gómez, el gran actor de teatro y director de La Abadía. Ha entrado en silencio, como de tapadillo, con un café en la mano, y se ha sentado en una de las sillas de primera fila protegidas todavía con fundas de plástico. Como aquella noche de diciembre del año pasado, en la que Gómez presenció, también en primera fila, en el off del teatro Lara de Madrid, La función por hacer. Ese día, mágico por la gran nevada que sorprendió a los espectadores a la salida, nació la admiración de Gómez por su colega. “Ofrecí acoger el siguiente proyecto de Miguel del Arco”, explica el director de La Abadía. “Miguel tiene un sentido muy agudo de la situación dramática, una enorme vitalidad, desparpajo y sencillez. Y todo ello sin ser banal”, añade un admirado Gómez, con una generosidad solo a la altura de los muy grandes. “La Abadía no tiene por qué acoger una única manera de hacer teatro. Aquí caben todos si lo que ofrecen es bueno. Uno de nuestros objeti-

vos es incidir en los modos poéticos del teatro y la realidad. Miguel ha tenido la visión de traer a la actualidad esta obra extraordinaria de Gorki y lo ha hecho sin banalizarla, con rigor pero sin pretenciosidad. Aporta vitalidad. Su versión de Veraneantes es muy particular. Creo que más que una adaptación de la obra lo que ha hecho es un ajuste y ha demostrado que esos ociosos de Gorki están aquí, ahora, todavía, entre nosotros”. Desperdigados por las butacas de la sala, cada uno en un frente, están ese día del ensayo su director, por supuesto, muy concentrado, pero también su ayudante y productor de Kamikaze, Aitor Tejada, atento al guión que tiene entre las manos, el músico Arnau Vilá y la coreógrafa Carlota Ferrer. “Estamos ya todos, vamos a empezar, móviles apagados”. Ha sido fácil aprenderse el nombre de los personajes. Del Arco ha optado por los mismos de cada uno de los 11 actores. “Es muy bonito”, ha advertido José Luis Gómez sobre esta idea, “los intérpretes encuentran otra puerta, buscan la realidad interna de cada personaje sin teatralidad aparente”. Así, Bárbara Lennie es Bárbara, el personaje sobre el que pivota de alguna manera la obra. Es una mujer colapsada, que no encuentra la felicidad, casada con un político en ciernes, al que ha ido detestando poco a poco, una olla a presión que estalla en el cuarto acto. La verdadera Bárbara la ha ido descubriendo poco a poco en un viaje que, confiesa, le está costando. “Habla poco y escucha y lee mucho. Lleva una vida muy acomodada que arrastra una profunda tristeza. Todos sus amigos y familiares vuelcan su desesperación en ella. Vive en un estado de permanente desasosiego, está bloqueada, varada, es una mujer calmada que bulle por dentro, es la muñeca a la que se le empiezan a caer las piezas”, explica en un descanso la actriz. Y si no falta el político en Veraneantes, tampoco el constructor, ni el escritor de éxito, la mujer espiritual, amante del pilates y el yoga, o la más lúdica y sexual, también la reflexiva o el joven irresponsable. A lo largo de las más de dos horas, el espectador se topará con una obra muy enérgica, con números musicales en directo, mucho contacto físico y situaciones amargas pero también hilarantes, además de un texto brillante muy elaborado. “Hay muchas cosas al límite, borracheras, bailes, sexo a raudales. Lo mismo que aparece en Gorki pero menos sutiles, más directas”, explica su director, mientras contempla arrobado a los actores que han empezado a calentar con la ayuda de Carlota Ferrer. Aquí no hay sitio para la improvisación. Los actores lo saben bien. “Yo necesito mucho tiempo para cocinar la obra, para pensar, para que el texto sea creíble, todo tiene que estar medido hasta límites insospechados. A los actores a priori no les pido nada, solo entusiasmo por el texto y mucha disciplina. Les propongo que lleguen con el texto bien aprendido. Los ensayos sirven para conjugar esa partitura que es el texto. Para trabajar necesito a gente relajada y feliz. Es muy complicado subirse al escenario en otras condiciones. Me gusta la gente que está dispuesta a jugar y solo se puede subir a un escenario con ganas de jugar”, añade Del Arco. Pues todos a jugar. Con Gorki y con Miguel del Arco. Con bailes y risas, pero también con situaciones amargas y trágicas, como la vida misma. En definitiva, Veraneantes es el perfecto ejemplo de un grupo de personas esforzándose por vivir, por ser felices. ¡Qué mejor manera de jugar! O Veraneantes, a partir de la obra de Máximo Gorki. Texto y dirección de Miguel del Arco. Teatro de La Abadía, Madrid. Del 13 de abril al 29 de mayo. www.teatroabadia.com.

Por

Marcos Ordóñez

Woyzeck y dos mujeres que bailan Gerardo Vera no acaba de atrapar la ferocidad de Büchner. La nueva obra de Benet i Jornet es valiente

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ES DIFICILÍSIMO que Woyzeck salga bien. “Salir bien” quiere decir que te atrape y te conmueva. Ha de estrujarte el corazón y dejarte la cabeza como si emergieras de un sueño febril. Sólo he sentido eso dos veces: con aquel espectáculo de marionetas, ambientado en el apartheid, de William Kentridge, y con la función de una pequeña compañía francesa, Théâtre de Minuit (Festival de Sitges, mitad de los ochenta) en la que se escuchaba el piar de los pájaros en plena noche. Una noche atravesada de pájaros, quizás haga falta algo así, porque el problema de su puesta no radica en lo fragmentario del texto sino en su horror sin ventanas. Woyzeck es una pesadilla irrespirable, la historia de un esquizofrénico rodeado de monstruos y canallas, abocado al crimen y a un más que posible suicidio. Te estraga esa humillación constante y atroz, es como ver que torturan lentamente a un cachorro ciego. La belleza sólo asoma, a ráfagas, en el lenguaje, en las imágenes rotas y alucinadas de su pobre protagonista: esa cabeza que rueda por los campos al anochecer, movida por el viento; esas estrellas como las que pintó Van Gogh, rugiendo concéntricas en el cielo. Gerardo Vera ha buscado los mejores mimbres para su montaje en el María Guerrero, empezando por su pareja protagonista: Javier Gutiérrez, que da perfectamente la inocencia, la confusión y el dolor de Woyzeck, y Lucía Quintana, una Marie humilde, sensual y adúltera (por anhelo, por desesperación). El doctor (Helio Pedregal) y el capitán (Jesús Noguero) son como tienen que ser: repulsivos, inhumanos, gélidos, grises. Estupendas la versión de Mayorga y la luz lunar de Gómez-Cornejo; soberbio el piano de Mariano Marín y sus espectrales lecturas de Bartók. Los problemas comienzan en la escenografía de Glaenzel y Cristiá, para mi gusto más exquisita que bella: ese bosque de juncos salvajes le da un aire de cuento lujoso, y esa ciénaga central, impoluta, sin el menor peligro, se convierte en una involuntaria metáfora del espectáculo. Hay pocas escenas con temblor, con mordiente, con verdadera poesía. Promete mucho el arranque con el circo ambulante, a caballo entre Carnivale y cabaret berlinés, pero escora hacia el tedio, con una desaforada Marina Seresesky en el rol de maestra de ceremonias. Los militares tienen una gestualidad de coro operístico, como escapados del Passion de Sondheim, y esperas que rompan a cantar de un momento a otro; el Tambor Mayor de Markos Marín me pareció zarzuelesco a secas. Funcionan y se recuerdan los perfiles goyescos: el Tonto interpretado, formidablemente, por Helena Castañeda; la Vieja de Ana María Ventura; la inquietante pareja de niñas (Sara Sierra, Marita Zafra). Y los extraordinarios diez últimos minutos de Javier Gutiérrez, el único fragmento que realmente me llegó al corazón.

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POR GANARSE la vida con los seriales, Benet i Jornet ha de cargar con la sempiterna etiqueta de melodramático. Dos mujeres que bailan (Dues dones que ballen), su nueva obra (Lliure) no me parece melodramática sino realista. Realismo en el lenguaje, realismo en la formidable escenografía, decorado de Llorenç Corbella (un piso desastrado de la ronda de San Antonio), y realismo minuciosamente pautado (frase a frase,

mirada a mirada, gesto a gesto) en la dirección de Xavier Albertí y en las descomunales interpretaciones de Anna Lizarán y Alicia Pérez, un mano a mano de los que no abundan. Lo que más me ha interesado de Dos mujeres que bailan es que Benet prescinde del artificio argumental, de la necesidad de un secreto a revelar y de la tendencia a la pomposidad tonal (grandes palabras, grandes silencios) que eran, a mi juicio, los principales lastres de Subterráneo, su anterior entrega. Aquí predomina la naturalidad y no hay “puntos de giro”. Podría entenderse como golpe de efecto el momento en el que la mujer joven confiesa su tragedia, pero no es un “secreto revelado” sino la manera de compartir, al fin, un terrible peso. También me resulta muy convincente (y valiente) el final, que ha sido acusado de melodramatiquísimo y que, claro, no contaré. Desde luego que es una doble patada en la boca, pero, como pedía el señor Aristóteles, tan lógico como imprevisible. Y muy coherente: con la poética de Benet y con la de sus personajes, que hacen lo que creen que han de hacer. Sin ópera: bailando Something Stupid, el pequeño clásico pop de papá Sinatra y Nancy. Esa escena capital está admirablemente escrita y montada. No hay crescendo fácil, no hay sentimentalización. Y acaba con una frase banal, interrumpida, desconcertando todavía más al público, que probablemente esperaba un aria. No puedo decir más, tienen que ver cómo está resuelto eso. Y tienen que ver cómo Anna Lizarán y Alicia Pérez interpretan a sus personajes sin buscar en ningún momento las simpatías del público. Sus personajes no son damas adorables: son dos mujeres desgraciadas y sin horizontes. Son bordes, solitarias y amargas, punto. Eso no impide que brote el humor, hilarante por contraste. Ni la emoción. La emoción maravillosamente contenida de la enorme Lizarán en la escena del tebeo, y la emoción que te anuda la garganta cuando Alicia Pérez se rompe al compartir el recuerdo de la desgracia que destrozó su vida. Sin embargo, hay algo que no acaba de funcionar en Dos mujeres que bailan y no sé lo que es. La obra tiene un bache, un pequeño pantano en su centro, algo que provoca una breve desconexión. No creo que se arregle cortando: para que los personajes lleguen a donde han de llegar no pueden apresurarse ni avanzar a saltos. No sé si sobra o si falta, pero ese bache es la única pega que le veo al texto, de los más ceñidos y potentes de Benet i Jornet.

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RECOMENDACIONES. Estupendo montaje y estupendas interpretaciones en La presa (The Weir), el clásico de Conor McPherson, que ha vuelto a Barcelona en un nuevo montaje de Ferran Utzet, en la nave de la Biblioteca de Catalunya, ahora reconvertida, para la ficción, en pub irlandés: un decorado, por cierto, que corta el hipo. En breve se lo cuento. O Woyzeck, de Georg Büchner. Versión de Juan Mayorga. Dirección de Gerardo Vera. Teatro María Guerrero. Centro Dramático Nacional. Madrid. Hasta el 22 de mayo. cdn.mcu.es. Dues dones que ballen, de Josep Maria Benet i Jornet. Dirección de Xavier Albertí. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 24 de abril. www. teatrelliure.com.

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MÚSICA / Discos

Albert King with Stevie Ray Vaughan

Chuck Berry (Saint Louis, Misuri, 1926).

Cuando el ‘soul’ hizo pop El histórico concierto The T.A.M.I Show con los Rolling, James Brown, Chuck Berry y Beach Boys se edita en DVD Por Carles Gámez OLVÍDENSE POR un momento de Jimi Hendrix quemando su guitarra en Woodstock. Y de Mick Jagger con su fular celebrando los fuegos fatuos en Gimme Shelter. Y hasta dejen aparcado a Otis Redding en Monterey Pop jaleado por los hippies. Aquí está The T.A.M.I Show, el concierto —28 y 29 de octubre de 1964— quedaría registrado en el Gran Libro del Rock. La música joven definitivamente unida en la Gran Federación del Pop internacional. La televisión, después del ciclón Elvis, atrapa los vientos huracanados del rock and roll con Chuck Berry subiendo a los altares a San Johnny B. Goode mientras su guitarra se cuela entre sus piernas. Con Dylan y los protestantes del folk clamando por los derechos civiles, los artistas negros copan soberanamente el escenario californiano. El show del Santa Monica Civic Auditorium ha pasado a la historia y ahí están unos jovencísimos Smokey Robinson y Marvin Gaye acompañado por las fantásticas The Blossoms. La Motown se pone de largo. Marvin Gaye, con un esmoquin que parece prestado del guardarropía de Vacaciones en el mar, queda escoltado por un par de voluptuosas danzarinas dispuestas a bajar con él a los infiernos

del ritmo. Y entonces aparece The Supremes, y las chicas blancas quieren ser como ellas. Y las chicas negras, antes de que lleguen Angela Davis y Donayle Luna, necesitan ser como ellas y sobre todo como Diana Ross que siempre está en el centro. Hasta los Beach Boys en plena cresta de la ola quedan un poco ensombrecidos por el sol californiano y eso que Dennis Wilson inflama al personal con su batería rompeolas, pero ¿qué se puede hacer si tu vecino de concierto es el mismísimo James Brown? Y Brown baila, gesticula, se contornea, se desploma y se vuelve a levantar. Y el realizador de la película, Steve Binder, hasta se atreve a dejarle algunos planos cortos para sofoco de las casas publicitarias. Dicen que Keith Richards ha comentado en más de una ocasión que fue un error actuar detrás de Brown. Bello y con aires de dandi, Jagger se pasea por el escenario del auditorio de Santa Mónica como el futuro Dorian Gray de la escena pop. A su lado, Brian Jones y Keith Richards no esconden su mirada infantil ante un furioso público adolescente. The T.A.M.I Show recoge ese momento en que la juventud se convirtió en el mayor espectáculo del mundo. Arriba y abajo del escenario. O The T.A.M.I. Show. Teenage Awards Music International. Shout! Factory. Universal Music.

Genuino rock americano El crítico Carlos Rego repasa en un libro las bandas que formaron el movimiento de los años ochenta

Por Fernando Navarro DOS CAMINOS musicales con direcciones opuestas se abrieron en el verano de 1981. El 1 de agosto, la cadena MTV inició sus retransmisiones con su primer videoclip, curiosamente llamado Video killed the radio star (El vídeo mató a la estrella de la radio), del grupo británico The Buggles, abanderados del nuevo romanticismo en esa insípida pasta de pop de sintetizadores. Un mes antes, se ponía en circulación el primer sencillo de R.E.M, por entonces una pandilla de chavales que tocaba en institutos de Athens. Mientras las grandes discográficas primaban la estética sobre el contenido, R.E.M. abría una vía de escape para los oyentes dando pistoletazo de salida a lo que se dio en llamar nuevo rock americano. Conocidos como “la nueva ola de ban22 EL PAÍS BABELIA 09.04.11

das americanas de guitarras” o agrupados bajo términos como cow punks, roots rock o desert rock por las revistas especializadas, el nuevo rock americano fue el movimiento que se creó en Estados Unidos a la sombra de la gran fachada de los ochenta, cuando las baterías eran terroríficas, el sintetizador era el rey del estudio y las tecnologías y MTV parecían que iban a salvar la música. Una escena analizada al detalle y cierta dosis de pasión por el crítico musical Carlos Rego en su libro Nuevo rock americano. Luces y sombras de un espejismo. El autor cuenta cómo el movimiento, que se concentró en apenas cuatro años aunque su onda expansiva llega hasta nuestros días, surgió como respuesta al ambiente musical de la época, donde todavía pervivían dinosaurios del rock sinfónico, algún trasnochado hippy y, sobre todo, se ensalzaba a lo moderno que acaparaba portadas y espacios televisivos. En esos años, lo genuino

The Low Anthem

In session Stax / Universal

Smart flexh Bella Union / Music as Asual

EN 1983, el monumental Albert King se reunió con un discípulo tejano, Stevie Ray Vaughan, a instancias de un programa televisivo canadiense que propiciaba el encuentro de músicos de mundos diferentes. En realidad, Vaughan ya se había colado en el escenario de King cuando era un adolescente, pero en los ochenta despegaba rumbo al estrellato guitarrero. Albert King solía tener malas pulgas; sin embargo, aquel día estaba en modo paternal. Asistimos a una lección magistral, con Albert cantando tranquilo y llevando el timón del grupo de acompañamiento: dominan los temas de su repertorio, tocados con ritmos pausados, extendidos a capricho (¡15 minutos para Blues at sunrise!). El DVD incluido hace visible la interacción entre los dos solistas, la capacidad de adaptación de Stevie y el placer con que Albert le cedía plano. Parece pensar: “Hay un nuevo pistolero en la ciudad y es, al menos, tan rápido como el sheriff”. Diego A. Manrique

HACE UN par de años, Oh my God Charlie Darwin se convirtió en una pequeña ambrosía del country-folk, un disco que irrumpió de puntillas entre la maraña de nuevos grupos de americana y acabó agigantándose con de boca en boca, aupado por su estática belleza. Para el siguiente paso habríamos imaginado un impulso más expansivo, pero Smart flesh opta justo por el camino inverso: el ensimismamiento. Grabado en una vieja fábrica abandonada de pasta italiana, incluye 11 joyas diminutas que son una oda a la reverberación y al silencio, una absorbente apología del menos-es-más. No se trata de un disco en absoluto difícil, pero sí quedo. Y requiere de una complicidad irrenunciable por parte del oyente: abandonar durante tres cuartos de hora todo lo que se traiga entre manos. Solo así emerge la belleza solemne de Apothecary love o Love and altar, temas que parecen provenir del Neil Young más acústico y que, en consecuencia, tienen visos de resistir al tiempo y las modas. Fernando Neira

Paolo Fresu / A Filetta / Daniele di Bonaventura

Solomon Burke & De Dijk

Místico mediterráneo ECM / Distrijazz

Hold on Tight Universal

UN TÍTULO explícito el de este proyecto que junta al trompetista sardo Paolo Fresu y al grupo corso A Filetta (traducción de helecho) con el imaginativo bandoneonista Daniele Di Bonaventura. Las ancestrales polifonías vocales de los siete miembros de A Filetta, desde las litúrgicas hasta las profanas, impregnan este disco auspiciado por el impagable productor alemán Manfred Eicher. Fresu, heredero de Miles Davis y Chet Baker, y siempre abierto a nuevos encuentros, ha buscado para esta grabación un hueco entre su quinteto italiano, el Devil Quartet, el trío con Trilok Gurtu y Omar Sosa, sus dúos con Ralph Towner o Dhafer Youssef o —bellísimo su Chiaroscuro— o un cuarteto de metales, y las reflexiones sobre el arte y la vida de su libro Musica dentro. Un poema sonoro para un viaje interior hacia la espiritualidad. Carlos Galilea

EN 2001, Don’t Give Up On Me llegó para recordarle al mundo que Burke era un coloso del soul todavía capaz de dar mucha guerra. Desde entonces, al amparo de discos más o menos acertados, Burke siguió reinando, con cetro o sin él, en los escenarios consagrados a la música negra. El pasado octubre volvió a ser noticia al morir repentinamente en un avión. Se disponía a actuar con De Dijk, veterana banda holandesa de rock & soul con la que había grabado su nuevo y ahora ya póstumo álbum. En Hold on Tight, los aventajados alumnos aportan un buen colchón para que el maestro se luzca, no solo arropándole en el estudio sino cediéndole sus propios temas (traducidos al inglés para la ocasión), un buen traje a medida para Burke y también un perfecto acto de simbiosis que ha terminado convirtiéndose en una despedida más que digna. Rafa Cervera

estaba arrinconado y las guitarras, piedra angular de la música popular, en desuso. Sin embargo, este movimiento no-escena, como afirmaban sus protagonistas, nunca fue algo organizado. Como el rock and roll primigenio, nació de forma espontánea. Los grupos en Estados Unidos empezaron a despreciar el sonido que los rodeaba y dirigían su interés a los sesenta, a géneros que habían desaparecido de la historia oficial como el folk rock, el country rock, la psicodelia más visceral o el garage. El nuevo rock americano, que tuvo una calurosa acogida en Reino Unido y en España, llegó a reducidos círculos, era una etiqueta para aglutinar esa variedad de estilos, hermanados por un certero modo de rastrear la trastienda de la sociedad estadounidense y recuperar las gloriosas guitarras. Como afirmaba Sid Griffin, miembro de Long Ryders, era, en realidad, “una relación más social que musical”. Las bandas compartían conciertos, sellos discográficos e incluso barbacoas pero, bajo el espíritu de “hazlo tú mismo”, cada una tenía su procedencia y características. En Los Ángeles, las nuevas formaciones se resistían al sonido Laurel Canyon, representado por Jackson Browne y Joni Mitchell. Influidos por el punk, Green on Red, Three O’Clock, Long Ryders, Dream Syndicate o Rain Parade insuflaban velocidad y fiereza a

las composiciones de marcada identidad folk-rock. En el Sur, se alzó R.E.M., que con sus melodías limpias terminarían fichados por un gran sello y convertidos en pasto de MTV, pero también aparecieron Let’s Active, Guadalcanal Diary y Jason and The Scorchers, verdaderos cowboys de la electricidad. Las raíces rockabilly se hallaban en The Blasters y las fronterizas en Los Lobos. Incluso Milwaukee, una ciudad alejada en Wisconsin, vio nacer a Violent Femmes. Decenas de bandas siguieron a estos precursores, que redescubrieron la llama del rock a su manera y lo reinterpretaron con energía. Pero, sobre todo, entendían que el rock no era solo un producto de consumo: era también una actitud. La meta no pasaba por la calculadora ni estaba en la lista de éxitos. La meta pasaba por la guitarra y estaba en sentirse persona con algo que decir, en dirección a la verdadera naturaleza de la música popular. Bien lo explicaba Phil Alvin, de The Blasters, en 1985: “No tengo nada contra esos grupos de electro pop, pero si dejas que esa música te invada es como si te convirtieras en un edificio de oficina, anónimo, sin rostro”. O Nuevo rock americano. Años 80. Luces y sombras de un espejismo. Milenio. Lleida, 2010. 174 páginas. 18 euros.


CENTENARIO

Los albores de Emil Cioran El embrión de la mirada pesimista y “absurda” de la vida por parte del filósofo se aprecia en esta carta, inédita en español, que el autor de La tentación de existir dirigió a su amigo Bucur Tincu cuando tenía 21 años. Ayer se cumplió el centenario del nacimiento del pensador de origen rumano (Rasinari, 1911-París, 1995) ESTIMADO

AMIGO:

Así pues, henos aquí a los dos en una encrucijada de la vida. Hasta ahora sólo ha habido proyectos y planes: ahora se imponen los logros pues, de lo contrario, todo seguiría siendo una simple ilusión. Naturalmente, ya no se puede hablar de esperanzas o de apaños pueriles, tal y como hacíamos en tiempos. El problema de la vida se me empieza a plantear también a mí con meridiana seriedad; siempre he lamentado que a ti se te planteara demasiado temprano. Es muy difícil mantenerte en el marco de unas aspiraciones filosóficas, cuando te ves obligado a ejercer el periodismo. He escrito una serie de artículos en un periódico, he renunciado a seguir haciéndolo, y eso que me lo pidieron, porque sentía una imposibilidad a la hora de acometer teorías que desaparecían por completo al cabo de veinticuatro horas. Todos los jóvenes cultos que ingresan en el periodismo empiezan abordando, con impresionante apasionamiento, cuestiones alejadas de la realidad para acabar realizando efímeros reportajes. Cuanta más cultura tiene uno, más peligroso resulta el periodismo, puesto que tiene que ir renunciando paulatinamente, cosa que no sucede en el caso de los que no tienen oficio ni beneficio, para quienes la cultura constituye un marco de estimulación de aspiraciones imprecisas y embrionarias. En tu caso, la escapatoria reside en que para ti el periodismo es una solución provisional: cuando empieces a sentirte a gusto y a interpretarla como una escapatoria normal, entonces será el momento de temerla. En lo que respecta a mi persona, es preciso que sepas que podía estar lejos, si no hubieran surgido una serie de circunstancias. No es que no haya leído demasiado, sino que el haber estado enfermo durante tres años, afectado por enfermedades que suelen ser propias de la vejez, me ha separado completamente de los demás y me ha impedido establecer relaciones. Conozco los medios para hacer de estafador intelectual, para epatar con libros que no he leído o impresionar esgrimiendo paradojas, pero a nada de esto he recurrido. Desde un punto de vista psicológico, soy una persona introvertida y por ello la gente ya no me alegra lo más mínimo. En Bucarest hay gente que me aprecia, pero créeme si te digo que su simpatía no causa ninguna alegría. Si, a pesar de todo ello, establezco relaciones e intento situarme en algún lugar, lo haré guiado por una determinación puramente racional; estoy convencido de tener algo que decir y quiero seguir en esta línea. El día que me sienta ajeno a mí mismo, en cierto modo exterior, y note que un centro de vida subjetivo se ha desvanecido, entonces, se habrá terminado. El sentimiento más penoso de la existencia es el de sentirse inútil. Jamás olvidaré el extraño estado de ánimo que se adueñó de mí al recorrer yo solo las calles de Viena mientras me decía: “Soy una existencia ridícula”. Me figuro que adivinarás la desesperación que tal pasatiempo manifestaba. Es típico de mi vida anímica normal que me entre la risa ante las cosas ininteligibles. Cuando miras una mujer, pongo por caso, no como objeto de deseo, sino como hecho, te entra la risa. Es algo sabido que, desde el punto de vista fisonómico, la suprema expresión del dolor no dista de su contrario. Y, estando así las cosas, entiendes, pues, por qué me apasiona el tema del demonismo, del cinismo, etc… y por qué desde hace tres años la problemática de la psicología del hombre ruso es para mí casi una obsesión. Sólo los estados anor-

“El sentimiento más penoso de la existencia es el de sentirse inútil”, escribe Cioran en 1932. Foto: Ana Torralba

La furia y la gracia Por José Andrés Rojo CIORAN PUEDE quedar fácilmente reducido a una caricatura. La del pesimista militante que se empeña en afirmar que no hay salida alguna, que todo es un desastre irremediable. Su obra, de hecho, se ocupa de demostrarlo. Cada nuevo paso que da es una vuelta más en el afán de confirmar que nada merece la pena. Así procede, inagotable en su proyecto de escarbar y escarbar para encontrar siempre lo peor. Lo curioso es que Cioran se empeñara a lo largo de su vida entera en expresar, una y otra vez, que no hay otra cosa que la nada y que no queda otra que ir haciéndose a la idea del ridículo de estar vivo. Quizá sea la duración de su empeño y la determinación y el rigor con que lo llevó a cabo lo que al final lo salva de quedar atrapado en el tópico. De acuerdo, Cioran es pesimista y no deja de manifestar a cada rato los desperfectos de nuestra condición. Lo asombroso, sin embargo, es que no se repita. Se ocupó de decir siempre lo mismo, pero supo hacerlo cada vez de manera diferente. Es ahí donde está la gracia, en su estilo. En los recovecos que da para ir a parar de nuevo al vertedero, en las fulgurantes llamas con las que concibe una idea para fulminar cualquier ilusión, en el goteo de lágrimas que consigue convertir en dinamita para volar las últimas certezas. Cioran es un artesano puntillo-

so que trabaja incesantemente con las palabras para no dejar ninguna sombra de duda respecto al vacío esencial que nos corroe. Lo importante es seguirlo, acompañarlo, ya sea cuando palpita (y grita) en sus aforismos o cuando da vueltas y vueltas en sus piezas más largas. Es entonces cuando se descubre que en el meticuloso explorador del horror de vivir habita un fino humorista, que el escritor que persigue concebir un pensamiento que acabe con el mundo puede ser también un hombre que disfruta de las cosas. Quizá no tenga mucho sentido hablar de Cioran como filósofo, pues no trabajó nunca para elaborar conceptos que permitieran volver a poner en escena los viejos interrogantes de siempre. Lo que hizo, más bien, fue ocuparse de derrumbar lo que tuviera pretensión de servir como creencia, como fórmula, como dogma. Por eso a Cioran no se lo lee tanto por las ideas que contienen sus exabruptos sino por los exabruptos mismos: por la furia con que se aplican a desmantelar las falsas promesas con que nos protegemos del miedo a morir y por la gracia con que se manifiestan. Llama la atención que muchos de los que han leído al pensador rumano lo tengan presente como si formara parte de su propia vida. Y recuerden con todo detalle el momento y las circunstancias en que lo conocieron. Un pesimista militante no sirve como buena compañía. La caricatura no tiene ningún sentido: Cioran es otra cosa. O

males resultan fecundos. Por eso conviene amar la destrucción, la muerte, el derrumbamiento o la enfermedad. En un ensayo inédito enviado a una revista, trataba de demostrar que el destino individual, como realidad interior, irracional e inmanente, sólo se nos revela a través del dolor, ya que ésta es la única vía positiva de comprensión interior de los problemas personales. En ese artículo demostraba que el pecado, en las interpretaciones religiosas —donde equivaldría al dolor en el caso de los religiosos— no cumple esta función, dado que está estrechamente ligado a la objetividad del mundo histórico y, en consecuencia, no plantea el problema de la existencia humana de un modo astringente. Por ello el dolor debe ser amado. Mi derruida juventud me condujo a este tipo de estados de ánimo que sólo la literatura dostoiesvkiana me ha podido recordar. La distancia que media entre mi persona y la gente de mi edad me parece enorme. Es penoso conversar con individuos que no tienen ninguna actitud, ninguna consistencia espiritual, personas para las cuales la vida es un plácido contoneo, individuos “amigos” de muchachas, etc. No he encontrado más que dos o tres chicos distinguidos. No me queda más que el contacto con los miserables. En ellos he encontrado mucha más comprensión: me gusta su rechazo a la constricción, al orden, a la jerarquía o a otras formas. Un chico distinguido, en el caso de que sea capaz de mantenerse a sí mismo, no puede acabar siendo más que un vagabundo, uno de los miserables que se sitúan en las antípodas de su condición. Estoy convencido de que nadie es “responsable” de su situación. Por ello, ni siquiera los mediocres deben ser despreciados sino, más bien, evitados. Ya te conté en otra ocasión que para mí existen ciertos problemas centrales, que me apasionan y que me siento obligado a dilucidar. Los problemas relacionados con la filosofía de la cultura, de la historia, de la caracterología y de la antropología filosófica me entusiasman tanto, que me resulta inconcebible pensar que algún día podría abandonarlos. Dado que estas son cuestiones específicamente germánicas, experimentarlas in situ sería sumamente necesario. Sólo que, en este punto, la situación se complica. Nosotros hemos tenido la desgracia de acabar cuando la situación económica y social es más trágica, así que irnos al extranjero es algo más que problemático. No soy de los que viven lamentándose sino que entiendo mejor que nadie las imposibilidades. Al escribir estos renglones me viene a la memoria una solución para tu caso. Como, sin lugar a dudas, has establecido relaciones, podrías trabajar en algún periódico de Bucarest. Sería otra remuneración y otra situación. Una cuestión resulta trágica: hacemos apaños demasiado serios para nuestra edad. Hemos envejecido demasiado pronto.

Con cariño, Emil Cioran Sibiu, 23 de septiembre [de 1932] P. D.: Contéstame a la antigua dirección de Bucarest. O (Extraído de Cioran: Doce cartas desde las cimas de la desesperación, acompañadas de doce cartas de senectud y otros textos. Biblioteca Apostrof, Cluj, 1995). Traducción del rumano de Rafael Pisot y Cristina Sava. Cortesía del Instituto Cultural Rumano y editorial Apostrof, con el apoyo de Florin Turcanu y Marta Petreu. EL PAÍS BABELIA 09.04.11

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