1010060923 tenenti&romano los fundamentos del mundo moderno

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III. LA PRERREFORMA

Algunos de los que más de cerca han analizado la reorganización eclesiástica que se impuso en los países no protestantes desde mediados del siglo XVI en adelante han sostenido que las avanzadas de tal movimiento se remontaban a antes de la rebelión luterana, y han inferido que, por consiguiente, no había solución de continuidad entre los primeros síntomas del [208] siglo XV y las más decididas formas del XVI. Aunque puede parecer obvio el recordarlo, es innegable que, en realidad, las creencias cristianas no agotaron su función en el seno de la civilización occidental ni antes de la aparición del protestantismo, ni después de su consolidación. En efecto, no la han agotado ni siquiera hoy. Sin embargo, no es menos evidente que la organización eclesiástica ya no es en Europa una realidad compacta a partir de mediados del siglo XVI, y que su profunda escisión interna guarda un paralelismo con una formación política, económica y social que enfrentará entre sí a los países de Occidente, al menos hasta la segunda mitad del siglo XVII. Sin investigar qué contribución cultural aportó cada sector de la cristiandad después de 1560 y qué funciones desempeñó cada uno, lo cierto es que antes de tal fecha, y más concretamente antes de 1530 (Confessio augustana), las creencias se desplazaron y se desarticularon, pero no se separaron de un modo profundo ni se contrapusieron abiertamente. Por ello, asegurar que no hay solución de continuidad entre el catolicismo preluterano o pretridentino y el posterior es, en parte, equívoco — aun cuando no sea, como también ocurre, tendencioso— y, en parte, vano. Puesto que desde hacía siglos, y cada vez mis en el curso del XV, se hablaba y se intentaba «reformar» la Iglesia, es natural que se encuentre una continuidad entre cuanto se pensó hacer o se hizo antes y cuanto se llegó a concretar después. Pero el conjunto de los conatos eclesiásticos anteriores a Lutero pertenecen a la vasta realidad religiosa y social del siglo XV, que comprende tanto las distintas tentativas de enderezamiento disciplinario como las tendencias y los repliegues de la sensibilidad colectiva, la exigencia ampliamente difundida e insatisfecha de un replanteamiento de la espiritualidad o de la reorganización del clero. Esta vasta realidad, profundamente laboriosa en su interior, representa, en el curso del siglo XV, un magma confuso, a veces paralizante y, de todos modos, sin una salida clara. Es demasiado fácil encontrar a posteriori los antecedentes de este o aquel fenómeno, e igualmente fácil formular más de un juicio imprudente y desconsiderado. Así, es evidente que de la realidad eclesiástico-político-social del siglo XV brotó en el siglo siguiente la reorganización católica, pero también el replanteamiento protestante. Además, si se atiende a los antecedentes inmediatos en cuanto tales —tanto a los que se considera que preludian el catolicismo tridentino como a los que se cree que anuncian las posiciones protestantes—, se observa una notabilísima desproporción entre sus entidades y lo que sucedió en Europa después de 1525-1530, aproximadamente. En lo que se refleje más [209] especialmente a las creencias cristianas tradicionales, pueden observarse también, como ya se ha dicho, situaciones nuevas y fuerzas en formación; pero hasta el primer tercio del siglo XVI la alta jerarquía eclesiástica, y el papado sobre todo, se mantienen ajenos en gran parte a las tendencias que podrían llamarse de «reforma», comparten sus exigencias sólo esporádicamente y se entregan casi por completo a otras funciones que sumariamente acabamos de describir. Los intentos reformistas, pues, no sólo carecen de coordinación, sino que aparecen como sumergidos en el conjunto de la vida de la Iglesia por fenómenos muy diversos. Además, son de


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