1010060923 tenenti&romano los fundamentos del mundo moderno

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confusión. Cualquier definición histórica es imperfecta, pero, se mantiene y se usa como instrumento. Aun cuando se dé a otros términos históricos significado tendencioso o ideal, en general es posible distinguir el contenido que se les atribuye, de la forma o de la palabra que les sirve de sostén. Pero el término Renacimiento postula ya en su etimología y en su estructura un núcleo de afirmaciones y de interpretaciones; incluso ha sido acuñado con ese fin, y a su genial acierto lingüístico debe no pequeña parte de su fortuna. De este fundamental vicio de origen derivan múltiples y graves inconvenientes. Los valores del Renacimiento serían, ante todo, espirituales: artísticos, éticos y literarios en particular. Cuando se extiende tal apelativo a la época en que ellos están localizados, se cae en la incongruencia de transferir una caracterización ideal a contenidos heterogéneos. Se llega a hablar, en general, del hombre y de los hombres del Renacimiento. Si se midiese el área en que se manifiestan los fenómenos «renacentistas», se comprobarla que éstos se hallan muy lejos de predominar en Occidente. Un resultado más negativo aún se obtendría examinando su difusión o su alcance en el plano colectivo. Parece, pues, que no puede menos de ser beneficioso el no dar curso —y mucho menos validez— a un concepto que implica una supremacía arbitrariamente postulada de un cierto arte o de una cierta literatura en la vida europea de los siglos XV y XVI. Además, ya se ha impugnado claramente el doble empleo que durante mucho tiempo se ha hecho, y aún se hace, de vocablos distintos —Humanismo y Renacimiento— para indicar fenómenos idénticos o análogos. Para titular las páginas dedicadas a muchas de las más altas creaciones culturales aparecidas en Occidente entre medidos del siglo XV y mediados del XVI se ha preferido, desde luego, el primer término. Este, en realidad, como toda definición de la realidad histórica, tiene necesidad de ser precisado en cada caso, según los períodos, los países, los ambientes a los que se aplica. No es, en absoluto, una complicación para nuestro tema el que se pueda hablar de humanistas no sólo antes de 1450, sino también antes de 1350; ni siquiera lo es que el humanismo se encuentre en el siglo XVII y en el XVIII, o incluso después. En rigor, no es preciso tampoco [129] que las características esenciales de este movimiento cultural mantengan siempre entre sí las mismas relaciones: basta con que, en su dinámica transformación, conserven una suficiente veta de continuidad y un núcleo bastante claro y orgánico. Hemos de hacer, por lo tanto, algunas precisiones. La primera se refiere al hecho de que, en los límites de lo posible, se ha tratado de no hablar de humanismo en Europa respecto al período anterior a 1440. En Italia sólo se asiste, desde la segunda mitad del siglo XIV, a la formación de un grupo bastante nutrido y socialmente activo de hombres de letras de esa tendencia. La segunda precisión puede parecer menos obvia. Sin embargo, a pesar de la gran diferencia cualitativa que, en general, separa las manifestaciones artísticas y literarias inspiradas en el humanismo de las que permanecen ancladas en las comentes tradicionales, o que se desarrollan a partir de ellas en otras direcciones, no parece posible definir, sin más, como humanístico el sistema cultural europeo entre 1450 y 1550. Y también porque nuestros conocimientos sobre los humanistas superan notablemente, y de un modo tan inorgánico como excesivo, los estudios sobre los otros aspectos de la cultura entre los siglos XV y XVI (con una parcial excepción respecto a la Reforma). El que casi hasta hoy se haya preferido no tener en cuenta la presencia masiva, antes y después de 1500, de innumerables


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