No me interrumpas cuando estoy mintiendo

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Pedro Luis

No me interrumpas cuando estoy mintiendo





NO ME INTERRUMPAS CUANDO ESTOY MINTIENDO



No me interrumpas cuando estoy mintiendo Pedro Luis


Edici贸n de autor. Ilustraci贸n: Diana Ju谩rez Tabasco, M茅xico. 2013


¡Bienaventurados los crédulos, porque de ellos será el reino de la ficción! Julio Torri ¿Para qué sirve un escritor sino para destruir la literatura? Julio Cortázar



Los impostores

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l mismo tiempo, en diferentes lugares y con dos horas de diferencia, un par de embusteros ingresan a escena. En Nueva York, Estados Unidos, un falso Mick Jagger hace su aparición en el bar Espirit, es el notorio barrio Chelsea. En Villahermosa, Tabasco, México, un doble de Chico Che se introduce al congal El Tamarindo, es la popular colonia Tamulté de las Barrancas. El imitador de Jagger, con algo más de peso y unos años menos, es recibido por la gente del bar y le dan trato de VIP. El aparente Chico Che, con menos panza y más años encima que el original es recibido con chiflidos por parte de los parroquianos y besos tiernos de las bailarinas del tugurio. 11


Es sábado por la noche y la falsa Satánica Majestad comenta a la gente que se le acerca incrédula que ha viajado en su jet privado a Nueva York desde Ohio tras ofrecer un concierto. El apócrifo Chico Che comenta a sus amigas del tubo que ha llegado desde Cárdenas en su combi donde lo solicitaron para amenizar una boda. El club colma de atenciones al ficticio líder de los Rolling Stones, que incluye bebidas gratis y un guardaespaldas. El regente del Tamarindo le manda una cerveza al fingido vocalista de La Crisis y un mensaje que lleva la mesera que dice: “Entras en cinco minutos”. El impostor de Jagger también tiene una gran boca, lleva la clásica melena en capas, tinte castaño, pantalones negros ajustados y un saco azul fuerte. El que se hace pasar por Chico Che lleva el clásico overol azul, playera amarilla, lentes tipo Rayban, bigote a la Infante, larga cabellera negra y en capas. El Mick de a mentiras se divierte en el club, admiradoras lo rodean y nadie duda de que están junto al original líder de una de las bandas más importantes del planeta. La ilusión del hombre del overol se encuentra con la bailarina 12


que más lo quiere; todos ahí saben que ése no es el verdadero vocalista de uno de los conjuntos musicales más importantes del país; todos saben que Chico Che hace tiempo hizo el viaje que todos haremos algún día de estos. El falso Mick le dice al guardaespaldas que se siente agobiado por la gente, las cámaras y necesita irse. El doble de Francisco Hernández Mandujano le jura a su bailarina favorita que ella es la única mujer en su vida y que es hora de subir a escena. Antes de marcharse, el impostor de Jagger se encierra diez minutos en el baño de mujeres con tres admiradoras. Antes de subir al cadalso donde amenizará la próxima hora a los comensales del Tamarindo, el apócrifo Chico Che se encierra unos minutos en el camerino con la bailarina de su vida. Demasiado tarde, empleados del club Espirit se dan cuenta de que han servido por una hora tragos gratis a un impostor tras ver una fotografía en una revista y comprobar que el cliente distinguido al que acaban de atender es más joven y más gordo que el vocalista de los Rolling Stones. Demasiado temprano acaba la participación 13


del clon de Chico Che. El regente del Tamarindo le dice: “No tienes la voz ni el ángel del original, mejor vuelve a tu combi y dedícate a trabajar en el transporte público, lo que sabes hacer bien.” Los guardias del club Espirit salen a la calle con la esperanza de encontrar al embustero. Las calles del barrio Chelsea están llenas de turistas y de la comunidad gay que han hecho del suburbio su hogar. Ni una señal del impostor. El imitador del líder de La Crisis espera a su chica a que haga su número en la pista. Cuando ella baja espera a que se cambie y los dos salen de la mano hacia la combi. Ella le dice que no se desanime, ya habrá otro lugar donde pueda rendir tributo a su ídolo. Él piensa en trabajar el lunes, con su combi en la ruta de Vía Méndez; no faltará algún pasajero que le diga: “oiga, usted se parece a Chico Che…”

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Emoticones y emofobias

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mo decide circular por la colonia. Una de la tarde y el sol en su punto. Aun así, Emo sale con playera negra de manga larga, cuello de tortuga, con un estampado de su grupo favorito, Jimmy Eat World. Su madre desde la ventana dice lo de siempre: “Ya te vas con los otros peludos a sudar por ahí; a ver cuándo te cortas esas greñas…” Emo no la escucha desde hace tiempo; su cabello lacio y negro lo remata un peinado que deja ver un flequillo creciendo en límites nunca antes conocidos. Pantalón gris y Converse negros con agujetas rosas. Emo descansa un rato en una de las bancas de la plaza, saca el maquillaje y se delinea los ojos de negro. Con el tremendo calor se escurren las líneas y Emo parece que tiene ojeras y se encuentra triste. Mamá lo mataría si sabe 15


que Emo se delinea los ojos como una jovencita. Antes de volver a casa tiene que lavarse la tristeza. Su Ipod también es negro. Escucha “Fallen”, de Evanescence. Ha bajado de Internet una traducción al español de la letra. A Emo le gustan mucho los siguientes versos: “Ahora te diré lo que he hecho por ti,/ 50 mil lágrimas he llorado/ Gritando, engañando y sangrando por ti/ Y aun así tú no me escuchas/ Me estoy hundiendo”. Antes de llegar a su destino, Emo siempre pasa por el puesto de periódicos, la señora que atiende siempre le frunce el seño. Emo nunca compra nada. Se queda una eternidad de minutos observando portadas de publicaciones amarillistas; los prensados en accidentes automovilísticos, secuestros y cuerpos dejados en calles solitarias, ajustes de cuentas de narcotraficantes. No toma mucho en cuenta otras primeras planas; los escándalos del mundo del espectáculo, las triquiñuelas de los políticos, los resultados de la jornada futbolística; eso a Emo no le interesa, sólo quiere ver la sangre en exhibición para todo transeúnte. 16


Parado con melancolía frente a la casa de ella. No están los papás y es buen refugio temporal. Ella abre y para no variar la encuentra bella con ese peinado parecido al de él, un poco más largo; unas sombras intensas al rededor de los ojos intentan perder ese brillo adolescente en sus pupilas, y no lo consiguen. También lleva una playera negra ajustada con la portada del disco de Jimmy Eat World. Van directo a su habitación. Todo está preparado. Como él se lo platicó una vez. La cama envuelta sólo con una sábana blanca, un preservativo color negro, la canción “In the middle”, de Jimmy Eat World, a todo volumen y repetida hasta la eternidad. A un lado del condón oscuro se encuentran dos hojas metálicas para rasurar. Es ahora o nunca. Después de usar el preservativo negro descansan quince minutos, uno sobre el otro. El rito lo comienza ella que toma una de las hojas metálicas. Desnudos repiten el discurso que mantienen desde que se conocen. Están de acuerdo en que son incomprendidos, que los intolerantes no consiguen la eternidad, que las tribus urbanas ya no existen, ahora sólo hay 17


grupos de enfrentamiento, saben que el mundo es triste porque ya nos lo comimos desde hace mucho. Todo eso los deprime. No vale la pena seguir caminando en calles tan pobladas de sol y agujeros negros. Cuando de las venas brota la sangre de los dos, ella, excitada, le dice a Emo directo a los ojos: â€œÂżNo dan ganas de suicidarse?â€?

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Recado con arma de fuego

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i otro Yo: No estoy en casa. Si llegas, escondí el arma debajo de las almohadas. Ya sabes lo que debes hacer. Si encuentro esta nota quiere decir que no llegaste y que el arma sigue ahí. Si llego y la nota sigue pero el arma no, quiere decir que no te interesaron estas palabras y fuiste decididamente a tomar la automática para ponerle fin a quien nos ha hecho la vida de cuadritos (novela- breve de tercera clase.) Cuando le dispares pones rígidos los brazos, tensa todos los huesos del cuerpo, aprieta bien el gatillo y dile unas palabras como “nos vemos en otra vida” o “corre si quieres morir cobardemente”; no te burles del pobre diablo si 19


empieza a rogar o a querer comprarte. Querrá un último cigarrillo, ofrécele fuego sin dejar de apuntarlo, conversa de lo que hizo hoy mientras expulsa humo y le tiemblen sus marchitas manos. Si empieza a llorar matadlo inmediatamente, (siempre quise escribir la frase anterior.) Si te llevas la nota, te aconsejo que la destruyas o te la comas. Por ningún motivo la leas en lugares públicos ni mucho menos se la enseñes a alguien. Sé muy bien que no eres estúpido pero las recomendaciones no están de más. Cuando el cadáver se encuentre con el suelo colócale una flor de las que seguramente tiene en el florero de la mesita de centro. ¡Cómo le gustan las flores! (O le gustaban.) Te apuesto que son las llamadas nubes, estas flores que no son rosas y no huelen, las soporté por muchos años. Será un toque de buen gusto en medio del charco de sangre (porque habrá charco de sangre, ¿o no?) Por favor, no lo mates cuando este pisando la alfombra, no soporto arruinar decoraciones. No tienes que tener –necesariamente— una mirada de asesino. Creo que nunca pensaste 20


que lo serías, aunque muchos piensan en serlo o les excita saber que pueden matar pero en realidad nunca se atreverán. Tú los has rebasado, vas en estos momentos –al terminar de leer esta nota– a convertirte en uno. ¿Qué se siente? ¿Cómo camina un asesino? ¿De pronto se vuelve atractivo? Yo creo que sí; ahora eres el hombre más atractivo del mundo cargando una automática a punto de erupción. Hemos discutido las razones que nos han llevado a este paso decisivo: el amor. (¿Hay otra razón por la cual eliminar a un ser humano? No.) Ese viejo refrán que dice en el amor y en la guerra todo se vale siempre he pensado que es un tanto erróneo; en el amor y después del amor todo se vale. He salido a tomar un americano en algún cafetín del centro; observaré la lluvia si es que se atreve a mojar la ciudad esta noche. Te juro no podré aguantarme las ganas de saber que cuando llegue a casa habrá un asesino esperándome ansioso por hacerme el amor. Me lo harás con tiranía, me desgarrarás la ropa y yo haré trizas tu bragueta. Entre las palabras obscenas que siempre nos decimos ,dirás un “¡lo 21


hice!, ¡lo hice!” y morderé tu lengua. Te ama: Yo.

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Algo de Malraux mientras te evoco

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yer hablé de alguien que antes no podía mencionar. Atascábase su nombre en la punta de mi lengua; un ladrillo de cristal me impedía decir su nombre. Pastilla atragantada, ni con el más forjado flavio se alivianaba. Ayer lo hice, (lo de decir su nombre, el flavio treinta minutos después.) Fue tan lindo hablar de ella, (el flavio también me quedó hermosísimo.) Sólo mencioné una anécdota de ella, algo que pasa desapercibido para el que no me conoce realmente. Después de esa plática ambientada por chelas, churro y chaquetas mentales fui a casa a fumar Alitas con filtro, ya sabes qué puto soy. Recuerdo esto porque ahora tú eres la salvadora y victimaria, hablo de ella porque ahora no puedo hablar de ti. Ayer me preguntaron de tu persona, minutos después del comentario donde hablé de ella, la innombrable, (¿obser23


vas? No digo su nombre todavía.) Y lo más curioso, cambié de tema. Me vino a la mente lo último que me había tocado, digo, en las fibras íntimas y públicas de la literatura. “La última lectura fue Malraux, ya sabes, ese que no pensaba en otra cosa sino en la muerte, el Goya de la literatura, el obsesionado de saber de ese ritual bello y de profundos temores. Pienso, ahora estamos como él, ante la presencia de un siglo recién parido, en esta narración desesperanzada, expresando la vanguardia calavera, lo más fashion del mundo nuevo y la indiferencia sobre el espíritu maligno que irremediablemente cierne sobre nosotros; y su poder, su vanagloria, su terrorismo. com y etc...” Claro, tú me conoces, eso ya lo tenía escrito, sólo fue un ardid para aparentar ser el intelectual de la taberna. Al principio funcionó. Tu recuerdo divagó entre los poetas franceses del siglo XIX y la mejor taquería de cuerito del mercado, aquí a la Buelta, como horrográficamente se anuncia en la esquina desde hace más de cinco años…increíble dicen algunos, pero si lo piensas detenidamente no lo es tanto. 24


Y seguí con el pobre Malraux; con su insuperable Condición humana. Y nosotros, en estas condiciones, en no saber a ciencia cierta si viene una guerra más electrónica o se cumple la profecía de los mayas o de los Reality Show. Las manchas de sangre seguirán apareciendo en nuevas murallas de la vergüenza hasta una verdadera evolución…Y seguí con el choro. Ya para ese entonces algunos trataban de interrumpirme con sus conveniencias literarias: ¿Ya leíste Las voces del silencio? No te vayas más lejos ahí esta Gorostiza…sí, putilla del rubor helado…Ya para cuando el Flaco se inspiró y comenzó a imitar la voz del Goros, esa melancólica voz, pausada y de ultratumba, yo estaba empezando a formar mi poema en tu persona y en la muerte Gorostiziana, que al caso viene a ser lo mismo en algún momento en que se queda mi vaso vacío… putilla del rubor helado/ vámonos al diablo... Para confundir esto con lo otro pensé en ella. (En estos momentos estás completamente segura que no diré su nombre.) La metería a colación con alguna mentira de esas que guardamos los escribanos en las bolsas agujereadas de los pan25


talones. Mas el pinche Flaco se me adelanta y pregunta otra vez por tu persona. (Creo que al Flaco le gustas pero eso no sé si te interese.) Tuve que decirle “ahí anda, en el rol.” Muecas por todos lados, verdades debajo de la mesa, el naipe en propaganda subterránea. Para salvar mi posición de juego recurrí a Malraux. Lo cité cobardemente: He aprendido que una vida no vale nada, pero también que nada vale una vida. ¿Eso lo dices por ella? ¿Es de Malraux o de José Alfredo? Pinche Flaco, le dije, tú si vales mucho y mereces respeto. Ojo, mucho ojo dijeron los demás, desganados. Me reí por puro orgullo y pedí más limoncito para el Flaco. (¿Te interesará que al Flaco le gustes?) Entre pausas y paréntesis salí perdiendo algo, aún no lo defino. Al pensar nuevamente en tus ojos avellanos no escuché lo que el Flaco le decía al Sorbete, quedito, un susurro, tuvieron miradas de cómplices. Cuando los labios del Flaco se alejaron del oído izquierdo del Sorbete sólo alcancé a escuchar: “Si no puedo tenerla pues mejor amo a la literatura, al fin y al cabo también es del género femenino...” 26


No me interrumpas cuando estoy mintiendo

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ulio Torri dijo alguna vez: “Llega un momento en que los amigos no dan más sorpresas; no destilan bálsamo eficaz”. Le sucedió a Elvira precisamente al recordar su visita a la biblioteca del escritor coahuilense. Ahí se encontró a Beatriz Espejo buscando entre los antiquísimos libros del maestro información sobre algunos narradores olvidados del siglo XIX. En realidad no tuvo la voluntad de molestarla. Elvira como una piedra, pensó en su traba de no simpatizar con las mujeres que le llevan ventaja. Pero fue al Café del Centro diciendo de Espejo esto y lo otro. Dijo haberla conocido y le pareció una chocante. “Escribe bien mas es arrogante. Se le ha subido.” Elvira diría todo esto sin haberla conocido, y lo peor, sin haberla leído. Los del café ya estaban hartos de la 27


conducta de Elvira. Mitómanos y rencorosos no eran agradables para el grupito del café; y si mezclamos en una sola persona estas dos características las consecuencias pueden ser muy frías. Entonces llegó la cuesta abajo. Se hizo la ley del hielo en pleno verano. Ni lo sorbos de americano podían minimizar aquella frialdad e indiferencia en las palabras de los parroquianos hacia Elvira. En una de esas pláticas bajo cero, salió el comentario que regresaba Virgilio después de recibir un premio de poesía en la ciudad de México. A Elvira pareciera que le derramaron un balde de agua helada en la columna vertebral e inmediato se disculpó de la mesa excusando que ya iba a dar la hora religiosa de la lectura acompañada con leche y galletitas, para después, escribir toda la noche con su lapicero verde fluorescente, como según cuenta la leyenda, lo hacía Neruda. Elvira era una de esas poetas que no escriben pero cómo inventaba triquiñuelas. Tenía el extraño don de imaginar una mentira disfrazada perfectamente de verdad y vivirla lo más que se pudiera sin pensar en consecuencias o demonios interiores. En esa noche, como a las diez, 28


saltó por primera vez el conejo blanco. Lo sacó a golpes del espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación. Colocó al fantástico personaje en la caja fuerte donde sólo guardaba dos poemas que le dieron quince minutos de fama en un taller de poesía experimental con Raúl Renán. El reloj del conejo lo colgó en la cocina donde hace mucho estaba un reloj cucú que le robó el último hombre que metió a casa. Antes de dormir rompió el espejo en trece cachitos. Tanta sal se arrojó a la espalda que tuvo que bañarse como a eso de las cuatro. Mencionó al conejo en el café cuando Virgilio hizo acto de presencia para recibir las felicitaciones correspondientes. Elvira no dejó a Virgilio terminar su charla sobre su encuentro con los célebres jurados que le dieron el premio por decisión unánime. En la mesa se hizo un silencio muy extraño. Elvira dijo que al entrar a casa encontró a un conejo blanco, igualito como lo dibujó Sir Jhon Tenniel hace mucho tiempo; saltaba de un lado hacia el otro; con el reloj de bolsillo. Fue todo un desgaste atraparlo. Le quitó el reloj y a éste le arrancó la cadena de plata que empeñó en la tiendita de 29


la esquina por zanahorias y unos cigarros sin filtro. Después de eso escondió el espejo en el ropero para que no pudiera regresar al país de las maravillas. El conejo estuvo llorando, gritaba que se le hacia tarde y por favor le devolviera su reloj. Elvira lo ignoró y durmió el sueño de Alicia, profundo y sin ronquidos. Rito, que estaba en la mesa del café junto a Virgilio, pensó en una frase de Lewis Carroll: “A los locos hay que tratarlos con cariño”. Para abortar discusiones y mentadas de madre, Rito dijo a Virgilio que Beatriz Espejo estaba en el estado haciendo una investigación en la biblioteca Julio Torri y tuvo el placer de conocerla. Rito le había comentado sobre Virgilio y su reciente premio que lo encaminaba hacia la elite de las letras mexicanas. A Espejo le pareció buena idea juntarse cuando regresara Virgilio para conversar sobre literatura. Virgilio, que no se le pasaba la desazón por la interrupción fantástica de su “amiga” Elvira, preguntó a rajatabla: ¿Y por qué no invitamos a la maestra Beatriz a casa de Elvira? Así de paso conoce al conejo que saltó a través del espejo. Buena 30


idea, dijo la dueña del famoso gazapo. Para recibir a Rito, Virgilio y a Beatriz Espejo, Elvira preparó su platillo favorito: tacos de rajas con crema. A su víctima le compró un pedazo de pastel de zanahoria. El momento de la consagración no literaria pero si fundamental –por lo menos para Elvira– se acercaba. Ella era la conexión entre ficción y terruño; cuarta dimensión, Aleph, Cronopio, Jedi de lado oscuro y Matrix. Todo al mismo tiempo. Ningún caudillo de la nueva literatura de este país podría arrancárselo. Tocaron a la puerta. Elvira tenía preparada palabras de bienvenida. Dobló la nariz a su amigo el picaporte y tuvo a sus invitados enfrente. Justo antes de que pasaran a la sala donde estaba la caja fuerte con un insólito hoyo en la parte superior, dos poemas experimentales, un pedazo de pastel zanahoria con una mordida considerable y caca de conejo, la anfitriona exclamó: ¡Bienaventurados los crédulos, porque de ellos será el reino de la ficción!

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Príncipe, mendigo, músico y aviador “Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás” René Descartes

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a turbulencia y la impericia del piloto causaron el desastre. Un salto del viento y un soñador sin programa de vuelo. Desde principios de año el compromiso de llevar vidas sanas y salvas ya no era lo primordial. Nunca reconoció que una cierta depresión lo invadía; su refugio: esa simple pero profunda embriaguez del amor por volar, espina de divino aire; lo hacía débil y se corrompía, como todos. Por eso la turbulencia le pareció normal. Desde comienzos de su dudosa carrera por los cielos la turbulencia estuvo de su lado. Digamos que hubo una comunicación entre los malos rumbos y los malos hábitos; allá, desde arriba. Era un hombre seguro en la turbulencia. Sobre todo era un romántico de altos vuelos. 33


Desde que leyó El Principito a dueto con un antiguo amor y supo que el autor del libro un buen día había montado en su aeronave y se había perdido en el cielo, un cierto brillo invadió sus ojos. Negó siempre que el libro lo haya marcado más aquel antiguo amor que lo leyó junto a él que el hecho de que en la obra se hablara sobre aviones y el gusto por volar. Posteriormente supo la historia del músico Glenn Miller, su vuelo se perdió misteriosamente cuando se dirigía a París para iniciar una gira. Desde entonces empezó a escuchar Swing. Siempre llevaba una vieja edición de El Principito cuando iba a volar. Era ya un ritual escuchar In the moood de Glenn Miller Orchesta antes de subir a la aeronave. Los compañeros del trabajo un día lo planearon, a modo de broma, regalarle una capa como la que usaba el principito en sus aventuras. Lo pensaron bien y decidieron no dársela. Conociéndolo lo hubiera tomado muy en serio y era capaz de no dejar la capa ni para dormir. Mejor fue dejarlo en paz, quizás –se comentaban los compañeros, pilotos y sobrecargos– es 34


puro asunto de superstición. Algunos mencionaron que en efecto, cada uno tenía amuletos que usaban en sus vuelos: una corbata roja, regalo de la esposa o los viejos boxer negros que tanta guerra han aguantado, entre otros. Sin embargo, estuvieron de acuerdo que a ninguno se le hubiera ocurrido llevar consigo algo que le recuerde el extravío de un avión por los aires. La turbulencia siguió sus saltos de viento. El piloto jugaba a perderse en los aires con la imaginación llena de principitos y músicos de jazz. Las nubes eran para él, pequeños hoyos blancos con oasis de imaginación, nubes con turbulencia. La impericia llegó el día menos esperado. Cuando la confianza volaba más alto que la aeronave. Minutos antes de abordar había hablado con su compadre, un político que escalaba muy rápido la ruta del poder, ambicioso y que por intereses personales había colocado al soñador aéreo como parte de su equipo de trabajo sin pasar algunos exámenes necesarios para obtener el puesto de capitán. Se iban a ver el fin de semana, ¿el plan? Salir fuera de la ciudad con la familia e ir a comer a un paradisia35


co restaurante, tendrían tiempo para platicar de dos o tres cosas. Quizás, aprovecharía para contarle a su compadre de Saint-Exupery y Glenn Miller. Pero sospechaba que eran otros temas de más importancia los que se iban a tocar. El libro se mantenía a su lado. El copiloto lo observó de reojo. Cada uno hizo una mueca distinta en la cabina y en silencio prosiguieron a esperar la autorización de la torre de control. Despegaron. Se acercaba la noche en el cielo y al jet no le faltaba mucho para llegar a su destino. Le aconsejaron reducir la velocidad pues una estela de turbulencia de un Boeing que había volado antes por ese rumbo seguía en el aire. No escuchó. Él era pariente de las turbulencias. Podría dominarlas sin ningún obstáculo, por eso le dieron la chamba de capitán, de príncipe, de músico de jazz. Pero hizo presencia el jalón del destino, turbulencia no conocida. Con más pena que miedo sintió cómo se le iba el timón de las manos. Fue un latigazo, no dio tiempo de hacer nada. En los últimos segundos pudo ver cómo las luces de la ciudad se le hacían grandes, escuchó los gritos 36


de los pasajeros y sólo pensó en Dios. Unos segundos antes de que el desastre llegara a Reforma, un automovilista desafortunado, futura lamentable víctima, prendía la radio de su vehículo y dio con un programa de jazz del que era asiduo radio-escucha; el locutor anunciaba que a continuación disfrutarían un tema ejecutado por el capitán Glenn Miller y su orquesta, la canción era: In the Mood.

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Habitación sin número

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s tierra de vacantes, situación en blanco. Una hormiga perdida pasa por la hoja. Es la mesa, la silla. Es la mano con que presionas el bolígrafo. Son los ojos dilatados. Hoja de nadie, tierra de todos. Es la ventana a donde se dirigen los ojos. El viento es un aliento lejano de alguien que ha contado una historia parecida a otra muy distante de oídos. La tarde y el calor. Festejo por la puesta de sol. Tarde de columpios retostados. Una gota de sudor resbala por la hoja. Hormiga mojada. Un libro de Becerra, cenicero, cigarros sin filtros, cenizas sobre la mesa. Un cuerpo árido tratando de entregarse a la hoja. Es la mesa y la silla soportando los sudores de un hombre desnudo ante lápiz y papel. 39


Una pared. Una Ventana. La ratonera. Es el cubo de las desesperaciones. Es la mesa en el centro y sobre ella El Otoño Recorre las Islas. Se hace la vida afuera. Sueños de caminantes, tumulto de embarcaciones que se observan en el horizonte nublado. Archivos de imágenes guardadas con celo en los teléfonos móviles y en las computadoras personales. Nostalgia del sol por las aceras que comienzan a entibiarse. Voces tocan a la puerta. Un silencio y un miedo a ser descubierto. Días sin el ardiente tatuado en la cara. Los pasos allá afuera iluminan las calles. No es noche para la luna, es noche para los pasos. De madrugada tampoco salen las palabras, hormigas que nunca se han vencido por salir del hormiguero antes que las demás. Mas la hoja en blanco reclama, no la has picado con hormigas, mojaste a una con soledad pero no cuenta. El piso blanco. Equipo de sonido. Discos regados. Clapton, King, Pecanins, Real de Catorce. Tentado ha olvidar todo y escuchar blues para aullar un poco a falta de hormigas. Eres tan fuerte como los solos de una guitarra blusera. Es la espera, ante todo es eso, la espera. Vigil40


ia e insomnio. No entiendes el por qué de la tardanza. De pronto es el alba. El surco del caminante. De un lado hacia el otro. No encuentra sitio. Es ante todo la duda que asalta y no dejará dormir hasta calmar la molestia. Sigue el cuerpo desnudo ante la hoja. Madrugada seria. Espejo empañado. Catre de madera, sábanas vacías. Empiezan los primeros síntomas con la picazón en todo el cuerpo. Te olvidas del blues y sientes el bolígrafo en tu mano, la hoja llamándote. Todo el cuerpo es un hervidero de ronchas. Las ronchas mutan en hormigas, brotan del cuerpo y el enjambre se dirige a tu izquierda mano, la que escribe y sostiene la pluma. Es así, te abandonan. Hormigas pasan por tus ojos, por tu boca, bajan por los oídos y suben por las pantorrillas. Se riegan en la hoja en blanco y sabes de su fama de organizadas, se acomodan en sus respectivos lugares. Hormigas donde se extrañaron las palabras. Palabras recargadas de hormigas negras. El lienzo blanco es el hormiguero perfecto para decir aquí estoy y no me he ido. La mano izquierda es un panal bien organizado de hormigas presurosas. Todas se han apelmazado en el bra41


zo, haciendo largas filas. El tráfico imaginero en tu mano zurda. Viéndolo a cierta distancia parece que tienes un tatuaje hindú en la mano siniestra. Hindi han. La velocidad con que liberas al enjambre hacia un destino blanco es curiosa, no sabes si agitas la mano para sacudir a las hormigas o al bolígrafo. Entre tanta gestación por fin escribes: Es tierra de vacantes, situación en blanco. Una hormiga perdida pasa por la hoja…

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Indice

Los impostores 11 Emoticones y hemofobias 15 Recado con arma de fuego 19 Algo de Malraux mientras te evoco 23 No me interrumpas cuando estoy mintiendo 27 Príncipe, mendigo, músico y aviador 33 Habitación sin número 39



No me interrumpas cuando estoy mintiendo, se completรณ de armar el 8 de Enero de 2014, con motivo del XXXVII aniversario de vida de su autor, Pedro Luis Hernรกndez Gil. Se usรณ ilustraciรณn hecha expresamente para la ocasion por Diana Juรกrez.





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