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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 20 DE MAYO DE 2017 |

Desde un mundo raro

Las lluvias

NARRATIVA POR VÍCTOR HUGO

A LA SAZÓN POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS | PAG. 7

LOZADA ILLESCAS | PAG. 3

Memorias de Narciso DIARIO SIN CABEZA POR ERNESTO HERNÁNDEZ DOBLAS | PAG. 5

Juan Rulfo, creador de imágenes? ARTÍCULO POR JORGE ZEPEDA | PAG. 6

¿Tendrá razón? CARTAS APÓCRIFAS POR ESTEBAN MARTÍNEZ | PAG. 8

Migración y son Emigrar y migrar, música y músicos… POR GREGORIO MARTÍNEZ MOCTEZUMA | PAG. 2


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SÁBADO 20 DE MAYO DE 2017

Migración y son Emigrar y migrar, música y músicos… POR GREGORIO MARTÍNEZ MOCTEZUMA A la memoria de don Ricardo Gutiérrez Villa

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n 1706, en los albores del siglo XVIII, Georg Friedrich Haendel, nacido en 1685, dejó Alemania para ir a Italia, donde permaneció durante cuatro años, estadía que le permitió asimilar lo mejor de la música italiana de la época y cimentar su preparación musical. En 1710 regresó a su país natal como maestro de capilla y también comenzó su relación con Inglaterra, donde arraigará y compondrá, entre muchas obras más, su magistral Música acuática. Esto viene a cuento porque con esas dos acciones, primero migrar a Italia y después emigrar a Inglaterra, Haendel se permitió conocer otra forma de hacer música y ahondar en la que le interesaba. Posteriormente, ya en una mirada prospectiva, su necedad por ser músico —venciendo la oposición de su padre, pues provenía de un clan sin antecedentes musicales— y esa misma curiosidad de saber más le permitieron volverse uno de los grandes compositores en la historia de la música occidental. Por supuesto, Haendel no tuvo que luchar ante un destino injusto socialmente —era miembro de una familia acomodada— , tampoco con un entorno desfavorable a su condición de sajón. Si acaso, contra los talentos de su época, como Alessandro Scarlatti en Italia, y contra superar la grandiosa sombra de Henry Purcell en Inglaterra. Lo cierto es que no sabemos que haya padecido una especie de discriminación por su decisión inicial de migrar y la consecuente de emigrar. Eran otros tiempos, es cierto. En el mundo no había explosión demográfica, ni “capitalismo salvaje”, ni migraciones masivas ni lo que hoy conocemos como son mexicano (apenas brotaba el germen de los llamados

En todo el mundo, la música es migrante y es lo que es el día de hoy por su natural propensión a emigrar

“sones de la tierra”). Tampoco existía en el panorama político la sombra ominosa del Tío Sam con apellido Trump ni la amenaza vergonzante para la humanidad de la construcción de un muro entre dos países vecinos y unidos, quiérase o no, por múltiples lazos históricos y culturales. En el contexto actual, migrar y emigrar adquieren connotaciones discriminatorias, de franco rechazo. Y esto se aplica no sólo a los compatriotas que están en Estados Unidos o quieren ir allá, sino también a los centroamericanos que se ven obligados a quedarse en México, a los africanos que sueñan con llegar a Europa, incluso a los albaneses, que quieren ser europeos de a de veras. Sin duda, migrar y emigrar ya no son unos actos bien vistos ni tampoco uno volitivo, como en el caso de Haendel y de las personas con recursos económicos que hoy deciden cambiar de lugar de residencia sin ningún problema, como ocurre, por ejemplo, con la gente adinerada que ha migrado a la Ciudad de México de distintos puntos del país por escapar de la violencia que impera en sus lugares de origen o incluso de países latinoamericanos que, salvando trabas burocráticas, arriba a Estados Unidos o a México o a cualquier otro país. No, cuando estos términos “huelen mal” es cuando los que migran o emigran son pobres, es decir, cuando son parte de “los condenados de la tierra”. Aquí cabe citar al poeta griego Constantino Cavafis, quien en su poema “La ciudad” enuncia: “Dijiste, ‘Me iré a otra tierra, me iré a otro mar. /Encontraré otra ciudad, mejor que ésta. /Todos mis esfuerzos son una condena del destino; /y mi corazón está –como un cadáver– enterrado. /Cómo podría permanecer mi mente en esta tierra baldía. /A donde vuelvo los ojos, donde quiera que mire /veo las ruinas negras de

mi vida aquí, /donde pasé tantos años destruyendo y malgastando’”. No encontrarás nuevas tierras, no encontrarás otros mares. /La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. /Y envejecerás en los mismos barrios; /y te volverás gris en las mismas casas. /Siempre llegarás a esta ciudad. No esperes otra. /No hay un barco para ti, ni hay camino…”. También es ahora que los temas que nos ocupan, “Migración y son”, se imbrican. En todo el mundo, la música es migrante y es lo que es el día de hoy por su natural propensión a emigrar. En México, muchos músicos tradicionales se han visto en la necesidad de migrar, incluso de emigrar. Pocos, por gusto, como Haendel, por decisión propia de ampliar sus horizontes culturales, no por necesidad. Por músicos tradicionales englobo, en este caso, sin afán de polemizar, a los que interpretan alguna variante del son mexicano, no tienen estudios formales y deciden sobrevivir o sostenerse por medio de la ejecución de su instrumento, de la interpretación de su “música materna” y otras similares en su comunidad o fuera de ésta. Dije necesidad porque ésta es lo que los ha movido a buscar otra opción de sobrevivencia distinta de la agricultura o alguna otra que realizan en sus pueblos o comunidades (artesano, albañil, empleado municipal, etcétera). Como lo señala en Los trovadores huastecos en Tamaulipas, de Juan Jesús Aguilar León, Carmen Gaspar Hernández, huapanguero de Xilitla, San Luis Potosí, que migró a Tampico: “No sé qué más podría interesarles de esas cosas, que a uno le van sucediendo, pero quiero decir que deseo seguir trabajando en la música y siempre en el huapango porque es bonito comer de lo que uno vive”. De hecho, ese libro imprescindible, cuya prime-

Arriba de estas líneas, Tobías Hernández Dorado; en la foto de la derecha, don Gilberto Ortega Tempach y Leo de Swann. Fotos de Gregorio Martínez Moctezuma.


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Desde un mundo raro CUENTO :: POR VÍCTOR HUGO LOZADA ILLESCAS A Roberto Mora y su creciente familia

Camperos de Valles en Verso y Redoble 2017 .

ra edición es del año 2000, sin proponérselo, es un vademécum de numerosos casos en que los músicos huastecos se ven obligados a abandonar sus lugares de origen para buscar mejores expectativas de vida, como también ocurrió con el maestro Tomás Gómez Valdelamar, oriundo del rancho El Molino, en Pánuco, Veracruz, integrante de una familia de músicos por generaciones, quien tocó con huapangueros legendarios, como Los Cantores del Pánuco (Ceferino Delgado, Inés Delgado, Everardo Ramírez El Águila Negra), y formó parte del Conjunto Típico Tamaulipeco, donde tuvo como compañeros a los hermanos Calderón (Bernabé, Rigoberto y Reynaldo). El maestro Tomás, desde los 20 años de edad, se quedó a vivir en Ciudad Victoria, donde ha formado a varias generaciones de huapangueros, ha desarrollado una carrera ejemplar viviendo de la música huasteca (y ranchera, pues muchos años ha sido integrante de un mariachi) y ha dejado constancia de su amor por la Huasteca mediante la escritura de varios libros y grabaciones. Continuando la tradición musical de la familia Gómez y evidenciando la natural propensión a migrar del músico y la música, el hijo del maestro Tomás, Omar Hermilo Gómez González, hoy es violinista de la Orquesta Sinfónica de Michoacán, egresado del Conservatorio de las Rosas. En el mismo libro citado hay otro caso notorio: el de Basilio Martínez Aguilar, violinista nacido en el rancho Tonatico, del municipio de Tampamolón Corona, San Luis Potosí, quien se quedó a vivir en Tampico, en los míticos tiempos del auge del petróleo –y del huapango– en el puerto tamaulipeco y del no menos mítico Bar Comercio, cónclave de huapangueros. Asimismo, tuvo oportunidad de alternar con leyendas del son huasteco, como don Heliodoro Copado, Carlos Villeda Castillo –El Zurdo Castillo–, Salvador y Efrén Arteaga Pérez, Paulino Segura, Martín Godoy, Felipe Turrubiates y Agustín Espinoza El Chile. Basilio menciona una frase que es una metáfora de migrar en busca del pan nuestro de cada día: “Anduve musicando toda la Huasteca, sobre todo en rancherías…”. Basilio, “musicando”, se quedó en el puerto tamaulipeco siendo parte del trío Caimanes de Tampico. Ahí mismo hay un caso muy interesante de migración personal y musical, el de don José Méndez Rocha, nacido en Rioverde, San Luis Potosí, en 1923, quien le dice a Aguilar León la razón de abandonar su tierra natal: “…nos venimos (sic) de allá porque son tierras muy pobres y nada hay al margen para hacerse uno vivir…”. Proveniente de la tradición del huapango arribeño, lamentaba que en Soto la Marina, Tamaulipas, no gustaba el huapango arribeño, y sí tocaba el huapango (huasteco) por compromiso, porque es músico. Tam-

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n la soleada tarde del Sábado de Gloria las calles de la ciudad se disfrutaban vacías. Yo me escondía del calor en una cantina, donde tampoco había movimientos relevantes. Repartía mi aten-ción entre las páginas de un libro con miradas a la pantalla que ofrecía cualquier juego de béisbol. Después de una hojeada noté, a dos mesas de distancia, la desesperante presencia de esa mujer. Pensé que estaba acompañada o que aguardaba una cita, pero un comentario al mesero todo lo cambió: “no traigo dinero”. Con mi vocación por ayudar me acerqué y la invité a comer. Ella sonrió. Pidió agua y yo una bebida sin refresco. Mientras sujetaba el vaso con ansiedad, noté que la intensidad de su piel morena entonaba con el café de sus ojos y su vestido. Era de garbo elegante. Pregunté por su nombre y dijo, sin aire premeditado, algo así: “No recuerdo mi nombre, sólo sé que llegué de un mundo raro y no sé de dolor, no entiendo de amor y nunca he llorado”. Más que anacrónica, su respuesta me pareció ridícula; pero hay mujeres que inhiben mi propensión al debate. Como ella quería escuchar canciones de Pardavé, Badú, Emilio Tuero y Agustín Lara,

bién señala el cambio de gusto o desplazamiento de una música por otra: el huapango siendo desplazado por la música norteña. Sin embargo, en Soto la Marina, advierte Aguilar León, era “el juglar del pueblo” por su manejo del violín y de la versería propia del son arribeño. En los años en que vivía en Tampico, el violinista Joel Monroy también deja testimonio de la simbiosis que se da entre migración y son, pues menciona que abandonó su natal Xilitla para irse a Tampico con el fin de dedicarse a la música, donde hizo importante carrera –hasta el día de hoy, que vive en Ciudad Valles– al lado de huapangueros de renombre, como Heliodoro Copado, Marcos Hernández, Martín Godoy, Juan Balleza y Felipe Turrubiates, entre otros. Joel Martínez Monroy, su ver-

atravesamos toda la ciudad. Recordé que cerca del Río Consulado había un café con una sinfonola de los años cuarentas, ajustada a sus extravagantes preferencias. Ella miraba las calles y los edificios como si lo hiciera por primera vez. Mi oficio de arquitecto no la dejó sola en su contemplación y, para no parecer insensible, le hablé de amor y de ilusiones. Cuando llegamos al viejo café ya nos habíamos besado. Viví esa tarde exaltado por su perfume. Como el local tenía clientes mayores pudimos bailar muchos boleros, incluso algunos tan malos, tan sentimentalmente chantajistas, que los bailé con desgano. Cayó la noche y yo estaba empalagado con los dramas de boleros. Decidí cambiar de música. Vi un álbum de José Alfredo y deposité las monedas. Los mariachis sonaron. De repente, al voltear hacia mi mesa ya no la vi. Esperé un poco pero no apareció. Sentado, unas canciones más adelante, me percaté de la servilleta con espléndida caligrafía donde anunciaba su partida: “Te conté que llegué de un mundo raro. Y es cierto, en pocos instantes he visto cosas tristes y maravillosas; cambia el paisaje. Pero la gente es la misma; mira, nos gobiernan los mismos. Pasar de un mundo a otro alternativo no es garantía de ver cosas ejemplares. Llegar o ir a un mundo raro no significa, por sí mismo, que sea muy interesante.”

“…nos venimos (sic) de allá porque son tierras muy pobres y nada hay al margen para hacerse uno vivir…”

dadero nombre, es un violinista virtuoso que ha formado parte del trío Camperos de Valles. Por cierto, hablando de este trío legendario, el más conocido y admirado en el ámbito de la música tradicional huasteca, y presente en este Encuentro, aunque avecindado en Ciudad Valles, San Luis Potosí, de donde es su jaranero y trovador, Goyo Solano Medrano, cabe mencionar que don Heliodoro Copado, su afamado violinista, y Marcos Hernández, el brillante falsete huasteco, son un par de migrantes, pues ambos son oriundos del municipio de Landa de Matamoros, Querétaro. Cuando los acompañan otros violinistas, también tienen la seña de migrantes, ya sea Camilo Ramírez o Joan Sebastian Rivera y Efraín Olvera, de Tamaulipas e Hidalgo, respectivamente.


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Siguiendo con el caso de violinistas famosos, quiero mencionar a Daniel Terán, un célebre desconocido que es como un “músico de culto” y quien tuvo la fortuna de ser grabado en San Antonio, Texas, por el maestro potosino Jorge Martínez Zapata en la década de 1960, cuando Terán, al parecer entonces integrante del Conjunto Medellín, de Lino Chávez, le explicaba cuestiones del son huasteco, que el maestro pensaba desarrollar en su proyecto de música integral. Terán, músico huasteco nacido en Axtla de Terrazas, San Luis Potosí, y ejecutante de música jarocha, y el propio Jorge Martínez Zapata, jazzista y entusiasta de nuestra música tradicional, son ejemplos de migrantes musicales que llevaron, parafraseando el poema citado de Cavafis, su música a otros lugares y se enriquecieron con el contacto de otras. Escuchar lo que el maestro Martínez Zapata denominaba “Los caprichos de Terán” es una de las experiencias más insólitas y maravillosas que pueden acontecerle a un amante de la música. Ese desconocido violinista huasteco, se consigna en el libro de Aguilar León, murió en Alvarado, Veracruz, en 1975, pero su vida sigue envuelta en el misterio y el anonimato. Aún tengo presente cuando el maestro Martínez Zapata me contó en su casa de la capital potosina sus sistemáticos y disciplinados viajes semanales a la Ciudad de México para aprender música con destacados maestros, como Alfonso de Elías y Rodolfo Halffter; este último, por cierto, un connotado músico emigrante español nacionalizado mexicano. La grabación a que aludo es una joya musical y apareció originalmente en casete, del cual el maestro potosino me hizo una copia en disco compacto. No está de más señalar que es un violín solo interpretando sones huastecos de una manera extraordinaria, en la que se advierte el amor y la nostalgia que el músico sentía por su terruño, síntomas irrefutables que revelan al migrado y emigrado, como lo era Daniel Terán en ese momento epifánico, alejado de su Huasteca y de su país; en ambos casos, seguramente, más por necesidad que por gusto. Voy a mencionar un ejemplo de migración y son que me parece ejemplar en varios sentidos, es el de doña Rosa Quirino, mariachera nayarita, que tocaba violín primero y usaba pistola y daga, y a quien le gustaba tocar, como señala su hija Refugio, “salía a lo lejos, toda la costa. Mi mamá todo el tiempo arrió ese destino…”. Se puede imaginar la recia personalidad y conocimiento musical de la señora Rosa a partir de los testimonios recogidos en El mariachi. Símbolo musical de México, de Jesús Jáuregui, de 2007. Otro caso donde migración y son van de la mano se da en la persona de un músico talentoso de Querétaro, don Secundino Rivera Camacho, quien hace varios años me contó que había emigrado algunos años a Estados Unidos, país en que se la pasó trabajando de jornalero y de músico, pero no se hallaba y mejor regresó a Querétaro, donde retomó su destino, pues don Secundino es un gran poeta del son arribeño y excelente músico huasteco. Y ya que hablamos de músicos que rebasan los lindes de una expresión del son mexicano, esto me hace recordar a don Fortunato Ramírez Camacho, Premio Nacional de Ciencias y Artes 2005, quien era un magnífico exponente del son arribeño y del huasteco, en el que destacó y gozó de cierta fama con su trío Fortunato y sus Cometas. Además, don Fortunato, un excelente hablista, me refi-

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Serafín Ibarra y Los Carácuaros en Verso y Redoble 2017.

(En) Michoacán sabemos que la migración es un asunto fundamental en todos los órdenes de la vida en el estado

Tomas Gómez Valdelamar.

rió que desde pequeño había sido “pata de perro”, pues había migrado de su pueblo natal, en Pinal de Amoles, a otro en Jalpan de Serra, Querétaro. Cabe destacar que más grande se fue a Ciudad Valles y Xilitla, San Luis Potosí, donde fue su maestro Pedro Rosa, de quien un busto en Xilitla consigna que fue el compositor de “El querreque”. Por si fuera poco, don Fortunato se enorgullecía de poseer un violín Stradivarius, que había conseguido en sus andanzas por San Luis Potosí, y de broma me dijo alguna vez, entre risas, que “por eso toco chingón”. Antes de retirarme de la Huasteca en estas letras, quiero mencionar un par de casos que me parecen indicativos de esta natural imbricación entre migración y son. El primero es el de un arriero cuyo nombre no recuerdo, pero del que me contó don Mardonio Rivera Medina en 2006 en Amatlán, Veracruz, y que él conoció en Álamo cuando era niño. Se trataba de un hombre ciego que recorría parte de la huasteca veracruzana con sus burros y sus mercancías, pero también con su guitarra y sus versos, en los que llevaba y traía los sucesos que le contaban o de los que se enteraba en su paso por las poblaciones de su ruta. ¿Cómo hacía aquel hombre para atravesar ríos y cañadas de esa feraz región? No lo sé, pero sí sé que le gustaba migrar y el son. El segundo es el de un trovador huasteco de origen europeo, Leo de Swann, quien nació en Chile de padre holandés y por azares de la vida se asentó en la huasteca veracruzana, de la que es un amante fervoroso y a la que le ha dedi-

cado numerosos versos, que vi una ocasión en que me mostró un par de cuadernos llenos de ellos y los que a veces cantaba acompañado del trío Ozuluama (Efrén Segura, Rafael Piñeiro y Zósimo Núñez). Emigrante convencido, Leo de Swann es hoy un verdadero huasteco de corazón. También, retomando el son arribeño, puedo mencionar el caso de Tobías Hernández Dorado, trovador de Victoria, en la Sierra Gorda de Guanajuato, nacido en 1964, y quien ya se aproxima a tres décadas de haber “agarrado el destino”. Tobías migró siendo adolescente a la Ciudad de México, donde ingresó a la preparatoria, pero no la concluyó y se quedó a trabajar en varios oficios, entre ellos el de albañil. Sin embargo, la vida en la ciudad no lo satisfacía y decidió regresar a Victoria, pues traía adentro “el gusanito” de la música arribeña y dedicarse a ésta y volverse, como dice en una décima, “huapanguero por convicción”. Para concluir con el son arribeño, no es ocioso señalar que el caso de Tobías tiene similitudes con el de Guillermo Velázquez, quien también migró de la Sierra Gorda guanajuatense y abandonó los estudios para entrar a la tradición musical de Xichú y de alguna manera renovarla y proyectarla en la escena nacional e internacional. En la obra y la trayectoria musical de Guillermo Velázquez y Los Leones de la Sierra de Xichú se advierte la influencia de la migración, tanto así que bien podría dar para un tema de tesis o varios, pues también es frecuente su participación artística en ciudades con fuerte presencia de emigrantes guanajuatenses en Estados Unidos, así como la de éstos en la realización del Festival del Huapango Arribeño y de la Cultura de la Sierra Gorda que se realiza desde hace más de 30 años en Xichú, Guanajuato. Acercándonos a Michoacán, sabemos que la migración es un asunto fundamental en todos los órdenes de la vida en el estado. Respecto de la música, quiero mencionar algunos casos no exentos de alguna semejanza. Don Ricardo Gutiérrez Villa, el afamado violinista, me refirió en 2007


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DIARIO SIN CABEZA parte de sus andanzas en su juventud por, literalmente, casi todo el estado y más allá de éste. Don Leandro Corona Bedolla también era afecto a rememorar sus aventuras y las largas rutas de los arrieros que transportaban mercancías de la costa a tierra adentro, pero también llevaban su música. No abundo en ellos ni en sus migraciones personales y musicales porque Alejandro Martínez de la Rosa lo ha hecho más y mejor en dos de sus trabajos, La fiesta del baile de tabla en Churumuco y Huacana. Homenaje al violinista don Leandro Corona Bedolla, de 2008, y en las historias de vida incluidas en Ases de Tierra Caliente, de 2012. Pero sí mencionaré a dos músicos que también se la pasaron (y, confío, pasa todavía uno de ellos) de la ceca a la meca: don Pedro Landa Castillo (fallecido en 2015) y José de Jesús Álvarez Molina también conocido como El Costal; ambos excelentes músicos, poseedores de un patrimonio cultural que a muy pocos parece importarles y ejemplo palpable de la simbiosis migración y son. Un caso extraordinario y aparte es el de don Serafín Ibarra, quien, por aquí presente en Verso y Redoble, también nos podría dar vivas evidencias de la relación de migración y son y de su estilo de interpretar el violín. Para finalizar, quiero mencionar a personajes, para mí entrañables, de la Tierra Caliente de Guerrero, como Cástulo Benítez de la Paz, un migrante y tesauro musical, quien era una prueba parlante de que la música (el son) y la migración van de la mano. Otro es Santiago Leandro Chávez, Shago, quien me narró alguna vez sus experiencias de migrante en la Ciudad de México, en la Plaza Garibaldi, como mariachi, donde alternó con Javier Solís y Lola Beltrán, para después volver a sus orígenes, a su pueblo, a su música, a Ajuchitlán, a su tierra. Ni qué decir de los llamados patriarcas de la música calentana guerrerense, Juan Bartolo Tavira e Isaías Salmerón Pastenes, cuya vida y obra polémicas están recorridas por el fantasma de la migración. Por último, una mención a don Ángel Tavira, migrante dentro de la Tierra Caliente de Guerrero, cuya obra de investigación sobre el son de su tierra aún está por conocerse públicamente, y otra a don J. Natividad Leandro Chávez El Palillo, quien fue migrante musical en la Ciudad de México en una casa de citas y, por sus hijos avecindados, en Estados Unidos, y cuando anda por allá, y a pesar de que encuentra compañeros para tocar, no se halla y no puede permanecer lejos de Guerrero por mucho tiempo. Quizás necesite el calor de su tierra para sentirse feliz o la brisa del Balsas para evocar su vida, su música, y sentirse satisfecho. No lo sé, pero, seguramente por las idas y venidas de Cástulo en tierras calentanas, su hermano Shago tocó varias ocasiones con don Juan Reynoso Portillo y por la misma razón, es decir, la natural migración de la música, El Palillo era el violinista calentano preferido de don Juan, según lo refirió su hijo Hugo en Pátzcuaro en mayo de 2016, con lo que nomás remarco el carácter simbiótico de son y migración en México. Y por las mismas razones, creo, el migrante y emigrante Haendel fue el compositor favorito de Mozart y Beethoven. Por eso, sin duda, y porque sabían de lo que hablaban y de la universalidad de la música. Ponencia presentada en el Quinto Encuentro de Música Tradicional Verso y Redoble el 31 de marzo de 2017 en el Centro Cultural de la UNAM-Morelia.

Memorias de Narciso ERNESTO HERNÁNDEZ DOBLAS

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i primer encuentro erótico con alguien de mi propio sexo fue a los 8 años. Por lo menos si hago caso a la memoria y su archivo de recuerdos, lo cual es como confiar en un borracho que asegura con certeza absoluta el sitio en donde dejó las llaves del auto que no tiene. Tampoco es cuestión de quitarle todo crédito a mis evocaciones, lo cual es como no prestar oídos a esa música que de pronto aparece en nuestro cerebro, de la cual no podemos dar cuenta del nombre u origen y sin embargo sabemos que su lugar en la realidad es innegable. Fue en los baños de la escuela primaria en que cursaba el tercer grado, y el acto fue mitad por voluntad propia y mitad forzado por un niño tres años mayor. Sin embargo, el placer opacó la violencia ejercida por aquel cuyo nombre no recuerdo. El encuentro fue rápido, sin mayores consecuencias que una felación de prisa. Luego de esa primera ocasión se fueron dando encuentros parecidos, aunque con diferentes formas, a lo largo de mi paso por la primaria y los dos años que duré en la secundaria para salir corriendo de ahí sin volver la vista atrás como mujer de Lot que sobrevivió a la piedra. En mi caso, Sodoma y Gomorra no me destruyeron sino me dejaron en la piel mariposas de suave incendio, delicado incendio, tierno incienso mitad de fuego oscuro y mitad de sol ingenuo. Por aquello años también tuve mis primeros escarceos eróticos con niñas, especialmente primas o vecinas. No tengo presente en mis memorias de piel y sangre, diferencias sustanciales entre niñas y niños; de manera gemela me proporcionaron delicias sus labios, sus pieles, nuestras respiraciones acompasadas, nuestros puentes de electricidad, nuestras mutuas salivas tejiendo secretos. ¿Qué es la identidad sexual? Lo mismo que cualquier otra: ficción elaborada por la cultura con el fin de un pretendido ordenamiento de la vida y sus mil y un raíces del aire (dixit Sergio Monreal). Más real que la identidad es el deseo, aunque entre éste y la realidad se hayan formado diques, laberintos y cárceles, otra vez, con fines supuestamente más altos que los que ordena el simple y puro instinto tan despreciado como manipulado. La moral no rechaza el deseo: lo usa. Los poderes hacen lo mismo. Nuestros deseos más intensos y reales tienen hoy códigos de barras, y mientras sean desplegados en algún supermercado y en él hallen acomodo, están bien, son vistos con buenos ojos. Ojos de pesos o de cualquier otro valor que tenga relación con la mercancía. Las identidades sirven para ver en qué pasillo van a colocar los productos que nos han preparado. La identidad es una etiqueta para que, como suele suceder en el sistema de mercado, seamos nosotros mismos vendibles, consumibles y por supuesto, desechables en el momento preciso. La sexualidad, el erotismo y el amor (palabras…) son espacios de misterio mucho más extraños que lo que cualquier etiqueta o teoría de moda busque hacer parecer. Inventamos nombres para sentir que lo nombrado y

Nunca me pregunté por mi identidad sexual. No sé lo que soy o lo que puedo ser y no, en ese sentido. No me interesa en verdad la cosa son aves atrapadas en nuestra palma. Inventamos teorías para imaginar que lo que imaginamos tiene carta de garantía. Inventamos el cuento de la identidad para tener fe en que somos alguien, que no somos otra cosa, que tenemos frente al espejo el dominio de la imagen que imaginamos mirar pero que en realidad nos mira con conmiseración e ironía. A los seres humanos nos han enseñado que necesitamos creer en algo para no despertar a medianoche espantados de vacío y tinieblas, y lo hemos creído como se cree en que un dios bueno y cruel a un tiempo cuida de todos y lo tiene todo en orden, como si los dioses tuvieran interés en cuidar de las brevísimas fracciones de polvo que somos en comparación con la inmensidad de lo que existe. Vanidad de vanidades. Nunca me pregunté por mi identidad sexual. No sé lo que soy o lo que puedo ser y no, en ese sentido. No me interesa en verdad. Solamente sé que mi piel y mi sangre laten y que erectan la vida, afirmándola a través de mi cuerpo, cuando una piel, un beso, un aroma, una conversación, un encuentro sin etiqueta, eleva la temperatura del animal sagrado que soy, que somos.


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Juan Rulfo, creador de imágenes ARTÍCULO :: En el aniversario de su nacimiento el 16 de mayo, Jorge Zepeda, un académico e investigador de la obra del autor de El llano en llamas y Pedro Páramo, reflexiona en este artículo para BBC Mundo sobre la vida de Rulfo. POR JORGE ZEPEDA

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l momento decisivo en la vida del escritor Juan Rulfo fue su temprano encuentro con los libros en la biblioteca del sacerdote católico Ireneo Monroy, depositada en la casa de la abuela materna de Rulfo en San Gabriel. Retrató este pueblo en una de sus fotos más tempranas, tomada desde las alturas vecinas hacia finales de la década de los treinta. En los libros, Rulfo encontró la posibilidad de trascender el encierro a que obligaba la inestabilidad de esos años en que ocurrió la revuelta cristera. En la fotografía, halló una manera de lidiar con la realidad, que le resultaba inasible desde el punto de vista de la escritura. Solía asociar ésta exclusivamente con la imaginación y con la táctica de insistir hasta que surgiera el personaje, al cual dejaría en libertad para desarrollarse. Sólo daría cuenta de sus hechos, los relevantes para contar una historia. De ahí el carácter fragmentario de su narrativa, presente de manera principal en la novela Pedro Páramo, pero también visible en cuentos como “El llano en llamas” y “El hombre”, para tomar sólo un par de modelos de su libro publicado en 1953. Para llegar a esa síntesis Rulfo estaba dotado de una autocrítica feroz, que lo llevaba a escribir de manera incansable durante las noches. Destruía casi en la misma proporción en la que escribía. Según testimonio de su hermana Eva, al asear la habitación de Rulfo en casa de su abuela paterna en Guadalajara encontraba hojas desechadas con textos que serían el fermento de su mundo narrativo. La amistad con el escritor Efrén Hernández templó ese perfeccionismo y lo llevó por la ruta que lo conduciría a su primera novela,

El escritor mexicano Juan Rulfo.

El hijo del desaliento, la cual descartó por estar llena de retórica. Sobrevivió a la evolución de su estilo un fragmento, conocido como “Un pedazo de noche”, publicado en 1959. Efrén Hernández promovió sus primeras publicaciones. Éstas comenzaron a finales de junio de 1945 con “La vida no es muy seria en sus cosas”. Esa primera etapa concluyó en 1951 con “¡Diles que no me maten!”. Am-

bos aparecieron en páginas de la revista América, de la cual Rulfo también formó parte como miembro del consejo de redacción. En Guadalajara, en ese mismo 1945, Rulfo sorprendió a los animadores de la revista Pan al entregarles los cuentos “Nos han dado la tierra” y, meses después, “Macario”. La respuesta al libro El llano en llamas y otros cuentos, que contenía siete de los ocho que Rulfo publicó en su momento en América ¯#además de ocho nuevos¯# fue decisiva para refrendar su afiliación al Centro Mexicano de Escritores en un inmediato segundo periodo como becario en 1953-1954. Fue aceptado para escribir una novela cuyo germen comentaba en 1947 en carta a su entonces novia, Clara Aparicio. Los cuentos fueron, desde ese enfoque, ejercicios narrativos para adquirir las habilidades necesarias con vistas a concretar una obra que inicialmente se titulaba Una estrella junto a la luna, después Los desiertos de la tierra, a continuación Los murmullos y que sólo al llegar a la imprenta recibió el nombre del protagonista, Pedro Páramo. En ella, Rulfo muestra cómo toda una cadena de hechos aparentemente inconexos en realidad tiene su origen en un episodio remoto que conduce a la destrucción de esa comunidad llamada Comala. La aparición de El gallo de oro en 1980 confirmó que Rulfo buscaba nuevos temas tras la publicación de Pedro Páramo en 1955. Su exigencia característica y la intención de no repetirse hacen de esa novela breve una muestra del rumbo que podría haber tomado la narrativa de Rulfo si libros como la novela La cordillera y algunos otros se hubiesen materializado. Juan Pablo Rulfo recuerda que hacia 1985 su padre parecía haber


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encontrado el tono que deseaba imprimir a su escritura. Su deceso el 7 de enero de 1986 truncó dichas oportunidades. La muerte de Rulfo fue un hecho particularmente doloroso para la sociedad mexicana de mediados de los ochenta. Al homenaje de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes se sumaron no sólo los previsibles integrantes del medio cultural mexicano, sino también el común de la gente. Esa misma gente que, ante la devastación causada por el terremoto del 19 de septiembre de 1985 en la capital de México, había salido a la calle a prestar apoyo y ayuda a sus conciudadanos, aquellos a quienes el régimen priista entonces encarnado en la figura del presidente Miguel de la Madrid Hurtado dejó a su propia suerte. Si Rulfo estuviera entre nosotros en este 2017, año de su centenario, vería confirmarse su hipótesis con respecto al círculo vicioso en que suele estancarse la historia de México. En una entrevista que respondió por escrito al periodista argentino Máximo Simpson, Rulfo exponía que la sangrienta conquista española, punto de origen de la sociedad mexicana, obligaba a ésta a reproducir la violencia de manera periódica. La crónica de la actualidad, por sí misma, bastaría para arrojar un reflejo que actualizara los ambientes, las situaciones, las temáticas de El llano en llamas. Y los dominios

Las lluvias A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS

C Fotografía de © Juan Rulfo.

atomizados del crimen organizado en las distintas regiones del país traen a la mente el ejercicio del poder a la manera de los señores feudales. Nada más objetivo que la lectura de Pedro Páramo para comprender la deriva actual de México. Escritores como José María Arguedas, Jorge Luis Borges, Tahar ben Jelloun, Kenzaburo Oé, Susan Sontag, Mario Vargas Llosa, Urs Widmer y Gao Xingjian, entre otros, han expresado su admiración por Rulfo sin escatimar elogios. El director de cine Werner Herzog considera, por ejemplo, que “Juan Rulfo tiene una visión única, los personajes que narra son poderosos. Hay que leerlo para saber cómo desarrollar personajes, lo leo antes de calentar motores para escribir.” Jorge Zepeda es doctor en Literatura Hispánica por el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México y licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Autor de La recepción inicial de Pedro Páramo (1955-1963). El tema principal de sus indagaciones es, desde 1998, la respuesta crítica a la obra de Juan Rulfo.

on las lluvias la vida prospera, el campo se pone verde y los riachuelos rumoran la bonanza del temporal. Es tiempo de limpieza, aire provocativo, fertilidad y generosidad. Es momento de abonar la milpa y recolectar los frutos espontáneos. Y a medio día, a la vera de la senda, rumbo al rancho, la humedad que se levanta calurosa de la tierra trae consigo el aroma promiscuo de la floresta salvaje, en la que la dulzura del anís silvestre mezclado con la clorofila penetrante del zacate, enervan el ambiente e invitan al letargo exuberante. Las verdolagas silvestres se extienden a sus anchas y, más allá, en lo recóndito, los hongos rebosan entre sombras; entre mantillo, musgo y cadáveres humedecidos de los antiguos gigantes de madera. El caballo que monto va con la rienda suelta. Me pega en gana que ande donde quiera, que se moje las patas y las pezuñas, que su tonelaje ufano se hunda, de a poco, en el remanso y que se detenga para rumear la hierba y extraerle aun más aromas. Un poco más tarde, los nubarrones traman desde el cielo una renovada insurrección, una violenta infusión, un nuevo amasijo, un lodazal de savias entrañas. En la lontananza, esos nimbos se embelesan con su manifestación celestial, se amontonan, moldean alegorías, se revuelcan, se emancipan, se acercan afanosamente; rugen y truenan. Por fin se abalanzan. Y la gravedad mojada es. Los meteoros se lloran en placer desbordado, el cielo se pone humilde y mejor se rinde para no andar siempre por las nubes, para hacer de la tierra un paraíso.

Una gota cae y se extiende en el humus. La tierra se siente tocada y se arrebata en exuberancias líquidas; primero, se tensa; luego, se afloja, se deja querer y también se ofrece, se hincha, se moja, se humedece por completo y se hace suave, permeable, hábil y lujuriante. Todos los ingredientes de la tierra: minerales, materia orgánica y microorganismo se regodean para animar el renacimiento en bulbos y semillas; para que se abran camino entre piedras y oscuridad, para que apunten al sol, para que canten sus alabanzas. Tomad y comed todos de ella. La lluvia es alimento de la tierra; la tierra, es deseo de la lluvia. Los aguaceros son la fiesta de la reconciliación. Y así comienza a prosperar la milpa y se asoman las mazorcas, trepan las enredaderas de frijol, y rastrean las lianas de las calabacitas. Se forma un bosque mestizo de alimentos maridados con el entorno. Y en el ambiente brotan quelites, quintoniles, epazote, romeritos, pápalo, berros, cenizo, cilantro, alache y nopales tiernos. Y en los árboles juegan con el rocío: las guanábanas, los mangos, los zapotes, las chirimoyas, los capulines y los nísperos. Y en el agua, los peces, dicen su nombre santo.

LA NOTA, LA RECETA, EL SECRETO Según el reporte meteorológico nacional, en mayo llegan las aguas a México. Y aunque en los periódicos, la radio y el internet se insista en el que el cambio climático ha gestado un desastre irremediable en el que las aguas pintan como maldición. En verdad os digo, que con uno sólo de ustedes que preste su atención y tenga fe en el milagro de la lluvia, con ello bastará para sanar su tierra.


8 | LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN

SÁBADO 20 DE MAYO DE 2017

¿Tendrá razón? CARTAS APÓCRIFAS :: POR ESTEBAN MARTÍNEZ

E

stábamos en una reunión de amigos, cuando la conversación nos llevó al terreno preocupante de la pérdida de poder, de soberanía del Estado en este neoliberalismo en que vivimos. Algu-no hizo la inquietante pregunta de que quién nos defendería de la dictadura del mercado y del creciente poderío de las corporaciones transnacionales en esta globalidad vertebrada y regentada por las mismas. Discutimos sin llegar a ninguna conclusión que no fuera a de la inquietud, la de la alarma. Ahí fue cuando Juan Contreras nos salió con lo que a continuación informo. “No hay por qué llorar al Estado-nación, el cual, como dijo Anatole France, lejos está de ser solamente un señor lastimoso y malhumorado detrás de una ventanilla; como dijo también el mismo France, hay que verlo como al cuerpo humano, en el que todas las acciones que realiza no son nobles. Veamos por qué. “Según dicen algunos de los que se precian de saber del tema, el Estado es la expresión jurídico-política de un grupo o clase dominante; otros, más optimistas, piensan que es el instrumento de integración y de resolución de los problemas colectivos. La primera teoría contiene y encierra la existencia en la sociedad de grupos sociales en conflicto… ustedes, mis estimados me dirán: en esta globalidad neoliberal en que nos movemos y nos mueven, ¿es o no de clases?... nada más pregunto. La segunda teoría tiene por real que los grupos sociales no son necesariamente irreconciliables y puede existir un instrumento (el Estado) capaz de integrarlos, de armonizar sus intereses y servir, al menos teóricamente, por igual a todos los ciudadanos… ¿lo creen ustedes?... ¿todos quedamos

conformes con sus decisiones y ordenamientos, o los aceptamos porque los impone y no hay de otra?... ¿qué me dicen? En lo personal veo al estado como una cobija, que tapa y abriga a unos y deja a la intemperie a otros muchos… ¿se figuran lo que va a pasar si a esa cobija la hacen más chica? Y lo veo como una cobija, porque soy de la opinión de los que piensan que la soberanía del Estado siempre se ha inclinado en favor de los que tienen mayor propiedad privada de los que sea: tierras, fábricas, dinero y últimamente medios de comunicación. Esa tendencia se acentuó desde los inicios mismos de la Revolución francesa, que materialmente descabezó, en Luis XVI, a la doctrina del poder divino, al concedido por la gracia de Dios. “Analizando la cuestión de la soberanía, tenemos que, al menos teóricamente, en una democracia la soberanía pertenece y es ejercida por el pueblo… y esta teoría, sostenida por J.J. Rousseau, lleva consigo al sufragio universal, a la práctica de “un hombre, un voto”. Temerosa y con el fin de evitar que ese sufragio universal diera por resultado gobiernos populares, la ascendiente burguesía del siglo XIX, más ilustrada y mejor organizada que las masas, primero rechazó y combatió el sufragio universal, luego elaboró, defendió y terminó por imponer el término de soberanía nacional, considerando al concepto de nación como un ente real, integrante tanto de los que tenían más, que eran los menos, como a los que tenían poco o casi nadad, que eran los más… y por último se dedicó a elaborar, defender y terminó por imponer diversos tipos de sufragios restrictivos… como

por ejemplo el llamado sufragio censitario, por el que únicamente votaban quienes pagaban un tanto de contribución, o el sufragio capacitario, por el que únicamente tenía derecho a votar aquel que poseyera determinado grado de educación… así como otras formas de sufragios desiguales, como fue la de los votos suplementarios para los ricos. El sufragio universal, el de la consigna de “un hombre, un voto”, aquel que no se encuentra limitado por ninguna condición de fortuna de capacidad, por fin se fue implantando en Europa y otras naciones del mundo a fines del siglo XIX, después de prolongadas luchas de las clases populares… eso sí, privando a la mujer de su derecho a votar… derecho que le fue reconocido en fechas posteriores, cuando la burguesía o propietarios de lo que sea, pero en grande: tierras, industrias, mercados, dinero, medios de comunicación, etcétera, y los políticos, fueron afinando la maquinaria electoral con el clientelismo, los grupos de presión, cabildeos y componendas, pues “de la misma manera que a riqueza es poder, todo poder atrae infaliblemente hacia sí a la riqueza por uno u otro medio”, como dije el político y escritor inglés Edmundo Burke, por lo que digo que no hay que llorar por la pérdida de soberanía del Estado… pues siempre ha sido cobija de los poderosas y de los ricos principalmente”. A las palabras de Juan Contreras les salieron tantos partidarios como antagonistas. Usted, estimado lector de la presente: ¿cree que tiene la razón o no nuestro amigo? Sin más por el momento, su seguro servidor. JUAN DUDAKIS


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