VAN Y VIENEN

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avier vivía en un lindo barrio que tenía una plaza, una canchita y una feria. Todos los sábados desde muy temprano se armaba la enorme feria con muchos negocios. Los vendedores llegaban temprano remolcando con sus camionetas unos carros brillantes: sus puestos de feriantes. Javier se levantó temprano un sábado y le preguntó alegre a la mamá: — Ma ¿Me comprás zapatillas? ¿Vamos a la feria y me comprás? ¡Daleeee! — No Javi, no tengo plata, tenés que esperar hasta el mes que viene–dijo su mamá y suspiró. Javier vive a la vuelta de la feria, con sus papás y su perro Botón, así que pidió permiso: — Ma... ¿Y me dejás ir a un ratito a la feria con Botón? — Bueno, pero vas y venís rapidito, eh. — ¡Genial! —contestó Javier, le dio un beso a la mamá y salió con el perro a la calle. Botón saltaba y saltaba, Javier lo levantó a upa y la lengua del cachorro le mojó toda la cara. — ¡Botón, no me chupes la oreja! –caminaron un poco y enseguida el perro comenzó a sacudirse incómodo. Y apenas Javier lo puso en el piso, el cachorro se fue curioso detrás de una larguísima fila de hormigas negras.



l llegar a la esquina Javier vio un mundo de colores y de ruidos. Se acercó a un negocio nuevo que tenía la mercadería acomodada como para salir desfilando entre la gente. Había zapatillas de todos los modelos. Buscó y buscó y encontró lo que quería: — ¡Necesito esas! — dijo cuando vio unas zapatillas verdes flamantes. Miró sus pies... ¡le habían crecido tanto! Ahora solo le entraban en unas ojotas viejas (pero las ojotas no sirven cuando se quiere correr, porque se salen, y Javier siempre tenía ganas de pasear o de correr). Se puso a pensar: — Mamá dice que tengo que esperar hasta el mes que viene... pero si hoy es diez... ¿Cuántos días faltan?¿Cómo hago la cuenta? — resopló. Como ya era la hora de almorzar, los feriantes comenzaron a desarmar los negocios. A Javier le pareció que entre esa gente había algún mago porque cerraron los carros como si fueran bichos bolita. ¿Pero dónde estaba Botón? No lo vio por ningún lado, lo llamó y lo llamó hasta que vio al perrito muy distraído persiguiendo a una fila de hormigas negras, otra vez. — ¿Qué te pasa hoy con las hormigas, Botón? —mientras volvían a la casa, el cachorro iba oliendo el piso muy intrigado.



asó una semana y Javier fue a la feria de nuevo. Vio mucha gente donde se vendían zapatillas, hacían fila para probarse las mismas que a él le gustaron. — ¿Qué hacen? ¡Se prueban un solo pié, cómo en el cuento de Cenicienta!—dijo con asombro. Las personas se ponían una sola zapatilla y se quejaban: — No me entran —dijo una señora flaquita. — Se me salen —se quejó un nene de pie chiquito. — Para mí son muy ajustadas —dijo una abuela. Nadie las compró y Javier se puso contento, podrían ser suyas. Por eso apenas volvió de la feria, le dijo a la mamá: — ¡Ma! ¡Ya encontré las zapas que me gustan! ¿Me las vas a comprar?¡Daaale! — Otro día vemos —dijo ella y suspiró. — ¡Otro día mami! Siempre me decís “otro día” ¿Pero cuándo, eh?– Al chico se le fue el buen humor. Mientras tanto en la feria, el vendedor se cansó de estar agachado, probando a la gente esas zapatillas y se preguntó: — ¿Cómo es posible que a nadie le queden bien? Mejor las guardo en su caja —pero yendo y viniendo apurado, le dio una patada a la caja, y así la mandó a un rincón muy oscuro, en el fondo del carro.



l sábado siguiente cuando Javier quiso ir a la feria la mamá le dijo que no. Que no había plata y que no había plata y que no había plata y que se necesitaban muchas cosas más y... que había que esperar. — ¡Ufa!—dijo resignado, pero pensó en sus amigos y preguntó– ¿puedo ir a jugar a la pelota con los chicos? — No, porque estás en ojotas y así no podés. — ¡Pero hoy es el Campeonato!—se quejó Javier—.Te prometo que solamente voy a mirar el partido — (pero eso lo dijo en voz baja... no estaba seguro de cumplir esa promesa). — Bueno, vas y venís –contestó la mamá. Él le dio un beso y se fue con los chicos a la canchita, que estaba en frente. La mamá podía verlo desde la ventana de la cocina. — ¡Qué lindo, cómo se entretienen!—dijo cuando vio a su hijo que estaba sentado en un costado mirando el partido, y muy tranquila se puso a pensar en el papá de Javier. — Vamos a ver... ¿a qué hora llegará del trabajo? Si sale a las seis y si no pierde el tren... —buscó papel y lápiz pero en lugar de sumar y restar escribió una frasecita de amor y la pegó en la heladera, para después.



n rato más tarde la mamá corrió la cortina de la ventana para ver a su hijo, y lo vio... — ¡Pero este chico está corriendo en patas!— gritó. ¡Y qué mala suerte tuvo Javier! Porque justo cuando la mamá lo estaba viendo se pinchó con algo. Así que volvió a su casa saltando en un pie. Y como sabía que no cumplió su promesa (porque no se quedó quieto y mirando), dijo sin darle importancia: — Maaa me pinché muy poquito...! — ¡Vení acá! —dijo ella muy seria, y no dijo nada más. Javier quería explicarle que fue muy difícil quedarse congelado como un helado-palito, pero también se quedó callado. La mamá lo llevó al baño, le lavó el pie y lo curó. Entonces Javier dijo mimoso: — Ma, quiero ir a la canchita otra vez, total ¡ya me curaste! — No, ahora te quedás en casa porque no hiciste caso. — dijo la mamá enojada. Pero Javier estaba más enojado que ella, tanto que pensó en irse de la casa...( ¡Y se fue!... se fue a sentar solo en la vereda). — Mamá no me deja ir a jugar... ¡es malísima! —Javier lloró un poco y dijo algunas malas palabras bien fuerte. Estaba seguro de que su papá sí que entendía lo importante que era un Campeonato de fútbol.



esde la puerta de su casa Javier miraba el partidazo que se estaba perdiendo. Y protestaba: — ¡Qué bronca! ¡Mamá no me deja jugar al fútbol! ¡Y todo porque no tengo zapatillas! Se sentía el chico más solo del mundo. Pero no estaba tan solo como creía, porque no vivía en el medio de un desierto. Y Botón se dio cuenta. Iba de un lado a otro, algo lo inquietaba. Olía el piso como un detective. ¿Y qué encontró? ¡Hormigas! Eran cientos que iban y venían en filas ordenadas. Las hormigas son muy curiosas, se meten en todos lados y se enteran de muchas cosas. Ignoraron al perro y escucharon a Javier cuando decía: “...y todo porque no tengo zapatillas”. Y fue suficiente. Las hormigas se pusieron a conversar entre ellas en su idioma de insecto que tiene muchos ruidos raros y fueron pasando un mensaje de una a otra en un largo camino que Javier no vio. El estaba tristón, mirando el piso sin entender nada: ni el enojo de su mamá, ni lo que decían las hormigas, ni el ladrido de su perro. Seguía sentado, haciendo un pozo en la tierra con un palito.



uando las hormigas llegaron al hormiguero hicieron una reunión. ¿Qué podían hacer para ayudar a Javier? — Cuando se duerma ¿le cantamos algo en el oído? — ¿Para qué? Lo único que quiere son zapatillas. — Para que se le pase el enojo... — Pero si no quiere dormir, ¡quiere zapatillas para jugar a la pelota! — ¡Oigan! ¡Yo vi unas en un carro de la feria, tiradas en un rincón! —dijo una exploradora. Decidido. Fueron hasta ese carro y lo revisaron entre todas, de punta a punta. El vendedor no lo podía creer, en menos de un minuto... ¡tenía una invasión! El hombre dijo en voz alta: — ¿De dónde salieron estas? ¡Necesito aerosol exterminador! — ¡¿Dijo “exterminador”?! ¡Corramos! —gritaron las hormigas. El señor desparramó pisotones pero tropezó con la caja, que salió volando del carro. Las hormigas se la llevaron enseguida. — ¡Uy! ¡Cómo pesa esto!—se quejó una. — ¿Y si vamos navegando por la zanja?—dijo otra. — ¡Así será más fácil! ¡Hay que buscar un barquito, un barquito!— A los pocos minutos las más grandes trajeron una palangana de plástico. Listo, metieron ahí las zapatillas y unas ramitas para usar como remos. — ¡Todas juntas! ¡A remar!—. La embarcación se fue flotando y flotando calle abajo.



¡ ué valientes las hormigas marineras! Pero viajar por la zanja no fue fácil, porque Botón se escapó. El perro corría y de allá para acá, un poco torpe, como todos los cachorros cuando se escapan. Las hormigas tuvieron miedo porque Botón se estaba acercando mucho. — ¡Cuidado con el perrito que nos puede volcar!— pero el problema no era solamente el perro, sino un viejo gato, el más molesto del barrio. El gato apareció de repente, sin perder tiempo se hizo el interesante y le sacó la lengua a Botón. ¡Ah! ¡Eso sí que no! El perro no lo aguantó, se animó y le saltó encima. Y entre ladridos y maullidos, comenzaron a rodar muy cerquita del agua de la zanja. ¡Pero el gato no quería mojarse ni un pelo! Así que se metió dentro de la palangana. Las hormigas gritaron: — ¡Bajate gato que nos vamos a hundir! — ¡Quieto bicho! ¡Cucha gato! —el gato no se fue, se quedó manteniendo el equilibrio con la cola. Por eso las hormigas se la mordieron mientras la más fuerte le dio un remazo en la cabeza. El gato pegó un maullido estirado y saltó, Botón lo siguió. — ¡Por fin se fue ese gato!-dijeron las hormigas— ¡De nuevo, todas juntas... a remar!— Las hormigas remaron y remaron hasta la casa de Javier. Y muchas más llegaron y ayudaron a desembarcar. El chico estaba ahí, moqueando, haciendo pozos en la tierra con el palito.



avier vio algo raro, había muchas hormigas negras, demasiadas, y parecía que... ¿unas zapatillas caminaban solas? ¡No! ¿Las hormigas transportaban zapatillas? ¡Sí! Se acercaron a Javier, le dejaron su carga, dijeron ¡misión cumplida! y se fueron a otra parte. Javier sin dudar se puso las zapatillas verdes y fue contentísimo a mostrarle a la mamá. — ¡Mamiii, mirá las zapas que tengo! ¡Las que yo quería! — Son muy lindas, ¿de dónde las sacaste? — ¡Aparecieron al lado mío, mami! ¡Me parece que las hormiguitas me las trajeron!—dijo feliz. La mamá pensó que era imposible, pero como su hijo lo decía tan convencido... Veloz como un rayo Javier le dio otro beso y se fue a la canchita. Más tarde volvió a la casa, cansado y feliz, y cuando llegó el papá, empezó a seguirlo de acá para allá para contarle el día más raro de su vida. — Javi te parecés a Botón dando vueltas. ¿Qué te pasa? — Papi, pasó algo increíble: las hormigas me trajeron estas zapas. ¡Mirá! — Mmm... ¡no puede ser!—dijo el papá. — ¡Sí papi! ¡Son mágicas, además hice un montón de goles! — Mmm... ¿Zapatillas que te traen las hormigas y que te dan suerte? ¡Tenés mucha imaginación, cómo mamá!— dijo con una sonrisa, y despegó la frasecita de amor que estaba en la heladera. Pero Javier estaba seguro: era cosa de magia.



avier usó esas zapatillas verdes mucho tiempo. Le encantaban y además nunca le iban chicas: si él crecía, parecía que ellas también crecían. Pero con el paso del tiempo las zapatillas estaban horribles. — ¡Son tan viejas y sucias que dan asco! ¡Tiralas! –decía su mamá. —Las lavo bien y quedan súper — contestaba Javier (y las lavaba, a veces...). —Usá las nuevas, las azules —le ordenaba el papá. —Pero las viejas me dan suerte —insistía Javier. Un día se miró en el espejo y descubrió que le había crecido todo el cuerpo ¡hasta la nariz! Y ese día era especial, porque iría caminando a la escuela con la chica que le gustaba. Se fue a vestir con su mejor ropa y de pronto... — ¡No lo puedo creer! ¡Me aprietan!— Javier se desesperó, no le entraban sus zapas preferidas. — ¿Cómo me hacen esto justo hoy que necesito mucha suerte?—Javier se dio cuenta que le hablaba a las zapatillas y se rió. Buscó las nuevas y a las viejas las dejó en un rincón. Entonces se miró en el espejo, para ver si le había quedado el pelo parado del lado de acá y liso del lado de allá, y de reojo creyó ver algo... ¿Qué buscaba Botón en el rincón? ¿Había hormigas en su pieza? ¡Imposible! Como se hacía tarde buscó su mochila y salió a la calle. Y no alcanzó a ver la espectacular expedición de hormigas negras que se metió en su cuarto.



on el corazón retumbando Javier caminó hasta la esquina, donde estaba su amiga. Cuando la vio le dijo: — Vení, pasemos por la canchita antes de ir a la escuela — al llegar, buscó una buena piedra y la acomodó en el área. — ¿Ves? ¡Este golazo es para vos! — no necesitaba suerte, simplemente tomó carrera y pegó una patada inolvidable. — ¡Gooooool!—gritó Javier orgulloso y con cara de ganador y ella lo aplaudió. Después se dieron la mano y juntos caminaron hasta la escuela. ¿Quiénes más estaban ahí mirando el golazo? ¡Hormigas! Muchas, muchas, muchas, caminaban en filas ordenadas. Llevaban una carga pesadísima. Pero cuando las hormigas vieron a los chicos, pararon su caminata para mirarlos. — ¡No lo puedo creer! ¡Ese es Javier! — ¡Cómo creció! — ¿Y esa es la novia? — ¡Tiene novia! ¡Tiene novia! -cantaban las hormigas. — ¡No se distraigan, por favor! -dijo una. — ¡Sigamos antes de que aparezca un perro! -dijo otra. — ¡O un gato! Rápidamente una fila larga, larga, muy larga, se puso en marcha. Y ¿cosa de magia? Desde que las hormigas tocaron las zapatillas, estas estaban como nuevas otra vez, verdes y radiantes, esperando entrar en los pies de alguien. (Por todos lados pasan hormigas exploradoras. La gente cree que van y vienen buscando hojas verdes o papel de caramelo azucarado. Pero no. Parece que su trabajo es mucho, pero muuuuuuucho más misterioso).




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