Elements of Vogue (vol. 2)

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noche más oscura? ¿Cuántos pensaron que podrían escapar volviéndose invisibles? Pero ¿no sabías, Harriet, que de la esclavitud nunca se escapa mientras el amo controle tu mente? ¿Y acaso no ves ahora —¡oh, sé que lo ves!— el escalofriante paralelismo entre los medios empleados en tu tiempo para nuestro cautiverio y los métodos de nuestra esclavización actual? ¿No ves las cadenas, mi Harriet, dulce Moisés, las cadenas, no tanto de acero y ley, sino más insidiosas: las invisibles cadenas, enlazadas en el transcurso de los siglos, de silencio y de vergüenza? En esta última crisis, nuestro nuevo amo es el virus; su capataz, el silencio; y su azote, la vergüenza. ¿Cuán profundamente te marcó, querido Gene? Oh, sé que entonaste la canción de la libertad de Harriet, pero cuando ella te llevó al río, ¿por qué no lo cruzaste? ¿Qué invisibles cadenas ataban tus pies y tu mente? ¿Fueron las mismas que las mías? ¿Fue el estigma de este virus tan poderoso en tu mente, como lo fue en la mía, para que también tú buscaras refugio en el fingimiento, en la negación? ¿Acaso te desentendiste, como hice yo, del sigilo con que, uno a uno, tus amigos y camaradas y amantes nos fueron arrebatados? ¿También tú pensaste que el silencio y la invisibilidad eran velo suficiente? Pura ilusión, hijo mío, me recordó la mirada de Harriet. El amo conoce bien los bosques. Acecha mejor en la oscuridad. Codicia el silencio. Tiende las trampas más mortíferas entre las sombras más seductoras. Parece que tendrás que vadear el río, me dijeron los ojos de Harriet, si quieres alcanzar la otra orilla. ¿Estabas mirando, Chris, cuando me adentré en las profundidades? Yo, que jamás había aprendido a nadar y tenía la certeza de que me ahogaría. Gélidas, turbias aguas barrieron mis pies, alcanzando a borbotones mis tobillos, las Marlon T. Riggs

caderas, la cintura, el pecho, el cuello después. Turbias, furiosas aguas me azotaron y me laceraron, arrastraron brutalmente decenios de estratificada, de sedimentada vergüenza, arrastraron la negación, el miedo y el estigma, aguas que rajaron y astillaron el candado y la cadena del amo. Desperté esta mañana y mi mente seguía en libertad. Desperté esta mañana y mi mente seguía en libertad. Desperté esta mañana y mi mente seguía en libertad. ¡Alelu, alelu, aleluya!9 Y, entonces, desde algún sitio cercano oí otra voz que se unía al estribillo. ¡Ven y camina, camina! ¡Ven y camina, camina! ¡Ven y camina, camina!10 Me volví a mirar y allí estaba el hermano Baldwin, el viejo Jimmy11 de ojos saltones con la mayor de las sonrisas, y me apretó el hombro y me giró levemente, señalando hacia otra figura cercana, y casi quedé boquiabierto: allí estaba Martin12 caminando junto a Sojourner13 que sostenía la mano de Ella Baker14 que caminaba junto a Langston15 que sostenía la mano de Joe Beam,16 y delante de ellos y detrás de ellos, incontables, incontables rostros radiantes, cantarines. Grité en el hospital, con todas mis fuerzas, y nadie me mandó callar: No permitiré que nadie me pegue la vuelta ¡me pegue la vuelta! ¡me pegue la vuelta! ¡No permitiré que nadie me pegue la vuelta! Voy a seguir caminando A seguir hablando ¡En mi marcha hacia la Tierra de la Libertad!17


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