FISURAS DE LO REAL

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para dejarlo pegado en el electrodoméstico, luego de una observación minuciosa de todos sus detalles. Un imán sobre el costado del termotanque le sugería la posibilidad de almorzar pizzas de todos los gustos. Ignacio recordó que estaba en ayunas, y la rutina de almorzar cada día a igual hora ya se hacía sentir. "Sí, qué tal, para hacerte un pedido... Yrigoyen 2042 primero A...“y el silencio invadió su oído. ¿Me escuchás?-... sí, sí, disculpe don, primero a, me dijo, quédese tranquilo don, yo mismo se lo alcanzo.Veinte minutos después un hombre lo miraba firmemente a los ojos, olvidando entregarle la caja que llevaba en sus manos. ¿Se siente bien señor? El hombre bajó su mirada hacia su garganta y su pecho, y al adelantarse para entregar la pizza, sin disimulo, giró su atención hacia la cocina, y repentinamente pretendió marcharse. ¡Hombre! ¿Qué pasa? ¿No me cobra? -Ah sí, discúlpeme Ignacio, son cincuenta.Pensó en no darle propina pero, si conocía su nombre, hubiera sido poco amable. Buscó unas monedas en su bolso mientras intentaba recordar a ese hombre de alguna otra ocasión. Quizá dijo su nombre en la charla telefónica, pero de por sí el silencio del sujeto ya lo había inquietado. ¿Lo habría confundido con el inquilino anterior? Aunque no creía que se llamara igual que él. Tenga, y gracias.

Mientras las preguntas surgían enérgicamente, el tipo mantenía la calma sin detener su marcha presurosa. Si se negaba a responder o quisiera escapar, lo pondría contra la pared tomándolo furiosamente de la ropa, lo insultaría, le gritaría, lo golpearía si fuera necesario. Al llegar a un puesto de diarios Ignacio se detuvo, no esperaba aquellas respuestas que lo sumieron en la inquietud, y fueron un eco perforándole los oídos. El hombre caminó con el mismo ritmo hasta la esquina donde dobló y desapareció. "Todos lo sabemos", ¿quiénes eran todos? "Yo no los taché", evidentemente conocía los hechos que lo perturbaban. Volvió sobre sus pasos, compró el diario para recuperar un poco la cordura. Sonaba el teléfono, sostuvo el periódico bajo su brazo y se apuró a meter la llave en la cerradura. Ingresó justo a tiempo para atender.

FISURAS DE LO REAL

Un minuto después la caja con la pizza caía torpemente sobre la mesada luego de golpear de punta contra la pared. Ignacio corrió por las escaleras del edificio y saltó a la calle buscando al hombre que parecía apurar el paso, aunque sin desesperarse. ¡¿Por qué hiciste eso?! ¡¿Quién sos?! ¡¡¿Cómo sabés mi nombre?!! -… Todos lo sabemos... y yo no lo hice... yo no los taché-. La salsa de tomate cubría del segundo al quinto palito del papel.

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