Teosofismo historia de una pseudoreligión

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René Guénon, El Teosofismo, Historia de una seudoreligión

CAPÍTULO VII EL PODER DE SUGESTIÓN DE Mme BLAVATSKY A pesar de todo cuanto se puede decir contra Mme Blavatsky, no obstante no se puede negar que tenía una cierta habilidad, e incluso algún valer intelectual, muy relativo, sin duda, pero que parece faltar totalmente en sus sucesores. Con éstos, en efecto, el lado doctrinal del teosofismo ha tendido a pasar cada vez más al segundo plano, para hacer sitio a declamaciones sentimentales de la más deplorable banalidad. Lo que no se podría contestar tampoco a la fundadora de la Sociedad Teosófica, es un extraño poder de sugestión, de fascinación en cierto modo, que ejercía sobre su entorno y que a veces se complacía en subrayar en los términos más descorteses para sus discípulos: «Vea cuan necios son, decía a propósito de Judge, que ayunaba y veía apariciones, y de qué manera los conduzco por la nariz»(1)(1*). Ya hemos visto como, más tarde, juzgaba a Olcott, cuya estupidez, sin embargo, no debía de ser tan «incurable» como la de algunos otros, pero que a veces se comportaba torpemente en las funciones presidenciales que ella le había confiado para poder escudarse detrás de él, y que temblaba ante todos aquellos que, como Franz Hartmann, sabían demasiado acerca de los bajos fondos de la Sociedad. En el curso de sus confidencias con Solovioff, Mme Blavatsky dice también: «¿Qué se debe hacer cuando, para gobernar a los hombres, es necesario engañarlos; cuando, para persuadirlos a dejarse conducir adonde una quiere, una debe prometerles y mostrarles juguetes?… Suponga que mis libros y el Theosophist hubieran sido mil veces más interesantes y más serios, ¿cree usted que hubiera tenido el menor éxito en alguna parte, si detrás de todo eso no hubieran estado los “fenómenos”?… ¿Sabe usted que, casi invariablemente, cuanto más simple y más (1)

Carta fechada en Nueva York, el 15 de junio de 1877. Al final de un artículo aparecido en el "Lotus" de febrero de 1889 (ver a este respecto la p. 89), F.-K. Gaboriau se dirige a Olcott en los siguientes términos: "Créame, estimado Sr., no me fuerce a recordarle la escena familiar ocurrida el 2 y el 8 de octubre de 1888, en Londres, entre Vd., Mme. Blavatsky y yo. Ese día, Vd. bajó la cabeza ante la violencia mordaz de esa amazona que doma tanto a los hombres como a los animales. Parece Vd. olvidar que los Adeptos le han situado a las puertas de la barraca para tocar el tambor y hacer dos o tres cabriolas; no se equivoque y no se pase Vd. de la raya". (1*)

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