Pensadores por el mundo

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Llegamos a la estación de Praga ya muy de noche, algo que intento evitar siempre en mis viajes, ya que llegando de noche, o por lo menos ese es mi caso, la percepción de la ciudad o lugar al que llego me resulta más deprimente y sórdida de lo que realmente suele ser. Sin embargo en el caso de Praga, y ya en el taxi que nos llevó desde la estación de ferrocarril hasta el hotel, la sensación que tuvimos fue la de una ciudad con mucho encanto y con vida. La temperatura no era tan baja como en Viena, pero muchos de los lugares por los que transitábamos mantenían una capa de nieve, especialmente los tejados y las aceras, que aunque no era muy abundante nos indicaba que las nevadas eran habituales y casi diarias en esta época del año, y que las temperaturas difícilmente superarían los cero grados centígrados. En suma que seguiríamos en unas condiciones muy similares a las que habíamos experimentado en la capital del antiguo Imperio Austro-Húngaro. Llegamos al hotel con la intención de cenar algo y acostarnos temprano para madrugar y aprovechar al máximo las horas de sol. Nuestra percepción, a diferencia de Viena, es que Praga era una ciudad en el que la vida y lo interesante estaba más en el exterior, es decir en calles y paseos, y no tanto en el interior de los edificios como en Viena. A la mañana siguiente, salimos con la primera luz, ya que sólo unos tímidos rayos de sol se asomaban tenuemente entre las espesas nubes y se colgaban tratando de abrazar las torres de los edificios más altos y emblemáticos de la ciudad, y en especial las del Castillo de Praga que era nuestro primer destino. Nuestro hotel se encontraba situado en la orilla norte del río Moldava, que cruza la ciudad, frente al famoso Castillo de Praga. El río Moldava, al contrario que el Danubio en la ciudad de Viena, transita por el centro de Praga y a las márgenes del mismo se encuentran la mayoría de los edificios emblemáticos y de bella construcción. En Viena siendo importante el Danubio, no forma parte de lo que podíamos denominar el casco histórico de la misma. El Moldava sorprende por lo caudaloso y por sus rápidos, a pesar de la anchura de su cauce. En los extremos se encuentran algunos barcos que, varados, están habilitados como restaurantes, bares y cafeterías, al igual que en otras ciudades. En este día la mayoría de ellos estaban rodeados por hielo, ya que los laterales del Moldava suele aparecer por las mañanas helados a pesar del caudal y la velocidad con la que transita el agua por su cauce. Lo primero, que nos encontramos en nuestro paseo matutino, es el puente de Carlos, si alguien se puede enamorar de algún lugar o rincón en el mundo, nuestro flechazo con el puente de Carlos fue instantáneo. Nada más iniciar el paseo por el mismo, la atmósfera que se respira con las personas paseando desde un lado a otro es francamente agradable, a

Jorge Cagigas Villalba | 85


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