Etapas del pensamiento socialista

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Al ejercer tal profesión «se ve obligado», como dice M. Dommanget (Babeuf et la conjuration des égaux, París, 1969, p. 6), a entrar en contacto con la aristocracia provinciana altanera y ladrona. Debe despojar los viejos títulos feudales. Advierte su carácter arcaico y su valor opresivo. Descubre «los vergonzosos misterios de los usurpadores de la casta noble” y aprende a despreciar la propiedad. Compadece a los campesinos puestos bajo la férula del señor ávido o del abad rapaz y no se olvida de ayudarlos cuando tiene ocasión». Ya su padre parecía haber tenido experiencias análogas en su relación con la nobleza militar y cortesana, puesto que, en su lecho de moribundo, le había hecho jurar que seguiría el ejemplo del antiguo tribuno de la plebe, Cayo Graco. Así, pues, como el anticlericalismo de Voltaire se había originado, en gran medida, en su condición de alumno de jesuitas, el antífeudalismo de Babeuf encuentra sus principales raíces en su profesión de agrimensor y experto en derecho feudal. Inteligencia clara y lógica, al experimentar la radical injusticia de la propiedad privada de la tierra y de la sujeción de los trabajadores, no puede menos de buscar una explicación general para estos hechos y una teoría de la desigualdad social. Es posible que su latín le bastara para ponerse en contacto con Séneca, cuyas ideas sobre la esencial igualdad de todos los hombres y cuya condenación de la esclavitud resumían lo más avanzado de la filosofía social griega. En todo caso, es cierto que ya en una Memoria sobre la reducción de los caminos, enviada a la Academia de Arras, cita el Discours sur l’inegalité des conditions de Rousseau y se muestra de acuerdo con él. Sabemos que había leído en época temprana el Emilio, el cual fue una especie de guía general para la educación de sus hijos. Otra fuente directa de su filosofía igualitaria fue la obra de Malby, leída y meditada ya en los años mozos, anteriores a la gran revolución. Desde 1785 a 1788 mantiene correspondencia con Dubois de Fosseux, secretario de la Academia de Arras, a propósito de diversos problemas éticos, jurídicos y sociales. Por esta correspondencia, publicada primero por V. Advielle en 1884 y luego por Marcel Reinhard en 1960, nos enteramos del interés que despertó en Babeuf, en 1768, el proyecto de un libro que debía aparecer en Orleans, del cual había recibido un prospecto titulado L’avantcoureur du changement du monde entier par l’aisance, la bonne éducation et la prosperité générale de tous les hommes ou prospectus d’un mémoire patriotique sur les causes de la grande misère 12

Angel J. Cappelletti

qui existe partout et sur les moyens de l’extirper radicalement. Babeuf había leído con ferviente interés este escrito y, como dice Claude Mazauric (François Noël Babeuf: Il tribuno del popolo. Roma, 1969, páginas 1617), «se complacía en el gran sueño comunitario e igualitario, inspirado por Morelly». Desde entonces no pudo concebir nada más grande y se adhirió plenamente a esta utopía comunista y moralizante, a cuyo autor sólo le reprocha el haber descuidado los medios de realización (Ibid., p. 17). Sin embargo, lejos de ser un nostálgico de la vida natural, uno de aquellos rousseaunianos románticos que vertían lágrimas sobre la tumba de Jean-Jacques o se contentaban con evocar idilios selváticos al estilo de Pablo y Virginia, Babeuf es, ante todo, un hombre de acción, en quien el comunismo moralizante, de raíz cínico-estoica, que se difunde en Francia y en Europa hacia finales del siglo, se convierte en instrumento ideológico para interpretar la realidad social de su época y para tratar de cambiarla. Por eso mismo tal comunismo adquiere en él un carácter diferente y se transforma en una doctrina basada en los hechos históricos y socioeconómicos. Es el comunismo que corresponde a un perito en derecho feudal, que comprende la radical injusticia sobre la que dicho derecho se funda. En mayo de 1787 propone, a petición de su corresponsal Dubois de Fosseux, el siguiente tema para un concurso convocado por la Academia de Arras: «Con la suma total de los conocimientos ahora adquiridos ¿cuál sería el estado de un pueblo cuyas instituciones sociales fueran tales que reinara entre todos sus miembros sin distinción la más perfecta igualdad; que el suelo que habitaran no fuera de nadie, sino que perteneciera a todos; que, en fin, todo fuera común, hasta los productos de todas las clases de industrias? ¿Tales instituciones serían autorizadas por la ley natural? ¿Sería posible que esta sociedad subsistiese y aun que los medios para lograr una repartición absolutamente igualitaria fueran practicables?» El tema demuestra, como bien advierte Dommanget, «preocupaciones positivas indudables». Y «por otra parte, cuando Babeuf habla de la usurpación de los ricos, de la explotación de los recursos naturales, de un nuevo catastro, sus ideas se fundan sobre sólidos conocimientos jurídicos y económicos que los otros comunistas no tienen» (op. cit., p. 7). En 1789 los sucesos revolucionarios lo atraen a París, donde permanece desde el 17 de julio al 5 de octubre. No se conforma, por supuesto, con el papel de mero testigo: escribe contra Mirabeau, vigila la marcha de las deliberaciones en la Asamblea nacional lamenta la sangre que la Revolución derrama, pero: por encima de todo, da la alarma contra Etapas del pensamiento socialista

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