El idiota dostoyevsky

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—Yo le diré lo que es el príncipe para mí: el primer hombre cuya sincera adhesión me ha inspirado confianza. He creído en él desde el primer instante y sigo creyendo. Gania, pálido y con los labios crispados, tomó la palabra. —Sólo me queda agradecer a Nastasia Filipovna la extrema delicadeza de que ha dado pruebas respecto a mí. Sin duda lo que ha resuelto es lo más conveniente… —Y añadió, con voz temblorosa—: Pero el príncipe… su intervención en este asunto… —Echa a rodar un negocio de setenta y cinco mil rublos, ¿no? —interrumpió bruscamente Nastasia Filipovna—. ¡Eso es lo que quiere usted decir! No lo niegue: sus palabras no significan otra cosa. Atanasio Ivanovich: tengo algo más que agregar. Y es que se guarde sus setenta y cinco mil rublos. Sepa que le devuelvo su libertad gratuitamente. ¡Ya era hora! ¡También tiene usted derecho a respirar al fin! ¡Nueve años y tres meses! Mañana iniciaré una vida nueva. Pero hoy es el día de mi cumpleaños y esta es la primera vez que soy dueña de mí misma desde que existo. General: tome sus perlas y déselas a su esposa. Se han acabado estas veladas, señores. Desde mañana dejo este piso. Y después de hablar así se levantó, como para marcharse. —¡Nastasia Filipovna, Nastasia Filipovna! —se oyó exclamar por doquier. Reinaba una agitación febril general. Todos los visitantes, abandonando sus asientos, rodeaban a la joven escuchando con inquietud sus palabras impetuosas, febriles, delirantes. Ninguno comprendía nada de lo que ocurría y el desconcierto era absoluto. En medio de la confusión resonó, un campanillazo tan violento como el que horas antes había sembrado la extrañeza en casa de Gania. —¡A… já! ¡El desenlace! ¡Por fin! —dijo Nastasia Filipovna—. Son las once y media. Siéntense, señores. ¡El desenlace! Y, mientras hablaba, se sentó a su vez. Una extraña sonrisa tembló en sus labios. Miraba hacia la puerta con silenciosa ansiedad. —Rogochin y sus cien mil rublos —murmuró Ptitzin para sí.


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El idiota dostoyevsky by brague wawa - Issuu