ENRIQUILLO- Manuel de Jesus Galvan

Page 262

262 en las grandes ocasiones, fue a casa del teniente Gobernador, que tan pronto como alcanzó a verlo, le dijo en alta voz y en son de reproche. —¡Hola, buena pieza! ¿Ya estáis por aquí? Pensábamos que os habíais alzado. —Ya veréis por este documento que os equivocáis, señor—contestó Enrique; y le entregó la provisión que le diera Zuazo. Badillo la leyó con atención y volvió a mirar detenidamente a Enriquillo, midiéndole con vista airada de pies a cabeza. Meditó breve rato, y por último dijo al cacique: —Cada vez extraño más vuestro atrevimiento, Enriquillo. ¿Habéis visto a vuestro señor? —No conozco la ley que dé ese titulo para conmigo a nadie. ¿Habláis acaso del señor Andrés de Valenzuela? —contestó Enrique. —Altanerillo me andáis, cacique. De Valenzuela hablo, —repuso Badillo-, que os ha reclamado ante mi autoridad como prófugo. —Ya veis que se engañaba —volvió a decir Enriquillo. —Sea; mas no por eso dejaréis de ir desde aquí a su presencia. ¡Con Dios! —acabó desabridamente Badillo. Y al punto ordenó a dos de sus alguaciles que fueran custodiando a Enriquillo, hasta ponerlo a la disposición de su amo el señor Valenzuela. Así lo hicieron los esbirros, o hablando con más propiedad, el mismo cacique fue muy de su agrado a cumplir el mandato de la autoridad. Valenzuela lo recibió con sañudo talante, y dando a su voz todo el volumen y el énfasis de que era susceptible, dijo a Enriquillo: —Deseo saber, señor bergante, dónde habéis estado en todo este tiempo. —Fui a Santo Domingo a quejarme de vos y del señor Badillo —contestó Enrique sin vacilación ni jactancia, como quien presenta la excusa más natural del mundo. —¿Y qué obtuvisteis, señor letrado? —preguntó Valenzuela burlándose. —Una simple carta de favor —dijo el cacique—, de la cual no ha hecho caso el señor Badillo, quien manda ponerme a vuestra disposición. —¿Es por soberbia, o por humildad, que así me respondéis? —volvió a preguntar Valenzuela, no acertando a definir la naturaleza de las contestaciones de Enriquillo. —Haced de milo que os plazca, señor. Sólo sé decir la verdad. —Iréis a la cárcel, Enriquillo, para corregir vuestro atrevimiento. —Si no es más que eso, vamos de aquí —dijo el cacique a sus guardianes. —Es algo más que eso —agregó Valenzuela despidiéndole; ponedle en el cepo, y que pase en él la noche. Con esto, alguaciles y prisionero se retiraron a cumplir la orden del insolente hidalgo. Enriquillo manifestó, no ya mera tranquilidad, sino una satisfacción extraordinaria ; y en tanto que caminaba con paso igual y seguro en medio de los ministriles, repetía, como hablando consigo mismo: —¡Ya lo veis, Don Francisco, basta! ¡He cumplido con vos más allá de lo que hubierais exigido, basta Don Francisco, basta! Los esbirros escuchaban con extrañeza este monólogo, y el uno dijo a su colega, llevándose un dedo a la sien con aire de lástima: —¡Está loco!


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.