Hermandad de San Roque 2009

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SAN ROQUE EN TOBARRA: DEVOCIÓN, IGLESIA, BARRIO Y FIESTAS

Guillermo A. Paterna Alfaro

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as Fiestas de San Roque, voy a Misa a San Roque, la procesión de San Roque, el día de San Roque, el perro de San Roque, vive en la calle San Roque, el entierro es en San Roque, el cura de San Roque… son expresiones muy frecuentes en nuestro quehacer cotidiano; podemos afirmar que nombramos a San Roque casi a diario. Y lo hacemos indistintamente para designar al santo de nuestra devoción, al templo que le da cobijo y al que él presta su nombre, así como al barrio donde se extiende su feligresía. San Roque, pues, forma parte de nuestro pueblo y de nuestra vida. Quizás de tan cercano y familiar le tengamos un poco relegado y descuidado. Aventurémonos a conocer quién fue este santo y por qué su gran influencia en tantísimos lugares. San Roque es uno de los santos más populares y de mayor devoción en todo el mundo. Aunque, también, su nacimiento, vida, y muerte están envueltas en no pocos misterios, inexactitudes y mitos. No hay ninguna hagiografía lo suficientemente precisa como para que nos dé exacto conocimiento de cómo transcurrieron los años del personaje que nos ocupa. Algunas fuentes consultadas afirman que el texto biográfico más fidedigno es el “Acta Brevoria” que data de 1483. Lo único que parece claro es su lugar de nacimiento: Montpellier (Francia). En cuanto a la fecha, hay discrepencias. Se dice que fue alrededor de 1300, pero se ofrece una horquilla que va de 1345 a 1350. Igual ocurre con la de su muerte, que se fija entre 1376 y 1379. Aunque también se encuentran otros

textos que fijan la vida de este santo entre 1295 y 1327. En esas fechas de la Edad Media se designaba con la palabra peste cualquier forma de epidemia que asolara las indefensas poblaciones. Así, se dice que Montpellier fue sitiada por la peste en 1348 y en 1361. Parece ser que Roque, en vez de huir de posibles contagios, se dedicó a socorrer a los enfermos, acabando él mismo infectado. Buscó refugio en el bosque, y fue allí --esto ya tiene más trazas de leyenda— donde recibía cada día la visita de un perro que le llevaba un panecillo, salvándolo de una muerte casi segura. Otras versiones aseguran que fue el mismo perro el que le lamía las heridas en una pierna, logrando así su curación. No falta quien completa el pasaje, añadiendo que el dueño del perro acabó descubriendo las hazañas del animal y trasladó al enfermo a su casa para completar su sanación. Otras fuentes ven a Roque como un peregrino en dirección a Roma. Ataviado con el sayo típico, sombrero de ala ancha, bordón y una calabaza por cantimplora; un abrigo hasta la cadera, conchas para sacar agua de los ríos y unas alforjas terciadas. Es probable que fuera durante este viaje cuando Roque se encontró frente a la peste y se pusiera al servicio de los enfermos italianos. Se dice que llegó a curar a un alto prelado --un cardenal-- quien a su vez le había concertado un encuentro con el Papa Urbano V1. Cuentan que el Sumo Pontífice se conmovió por el carisma de Roque, del que declaró: “Me parece que vienes del Paraíso”.

(1) Urbano V es el único Papa posible a quien San Roque pudo visitar en Roma, ya que desde Clemente V (1305-1314) la Silla de Pedro se trasladó a Avignon. Urbano V, que curiosamente había estudiado en Montpellier, estableció de nuevo la Santa Sede en Roma, pero por poco tiempo (1367-1370) ya que él mismo tuvo que regresar a la sede francesa de Avignon, donde moriría a los dos meses de su vuelta.

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