Cuadernos Semanasanteros (2/2) - José María Hurtado Ríos

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el suelo sobre una de las pieles. Son conscientes de su imperfección, de su percutir incompleto, de su parcial tamborear. Reclamo el bombo para mi pueblo. Que él ponga dureza, imponga ritmo, acapare orgullo, enardezca esquinas. En mi próxima reencarnación tamborilera tocaré el bombo. El bombo es un amor nuevo, lejos de todos los amores de adolescencia. El bombo es un amor sereno, como los amores de la madurez. Me enamora –hoy- el bombo. Me enamoró la primera vez que lo oí en Híjar como parte del tamborear. Naturalmente, el bombo también fue Mochica en la Banda de Música, con Don Pedro Gil Lerín, diciéndole con la mano(los músicos hablan con la mano), -

“Va, Joaquín, diga Boum, Boum, Boum, para que todos estén atentos”.

Y Joaquín Mochica, venga a decir, Boum, Boum, Boum, que era como una especie de diana para músicos dormidos detrás de la procesión. Pero no es ese el bombo del que estoy hablando. Aquel se tocaba en vertical. Este en horizontal al suelo. El bombo tamborilero es como un tambor macho que impone sus cojones. El bombo cuadrillero es todo un capitán que manda sin réplica. El bombo es todo un tío, sí señor. En Tobarra no tocamos el bombo porque los hijaranos no lo tocaban en 1266, cuando nos enseñaron. Ellos lo adaptaron –parece- hace un par de siglos y me gustaría que Tobarra lo adaptase para los dos próximos milenios. Aquí, el tiempo… Cuando el tambor es tenor, el bombo es bajo. Cuando el tambor es un verso octosílabo, el bombo lo es tetradecasilabo. Si el tambor es fonema, el bombo es aria. Si el tambor es ecuación y línea, el bombo es polisarcia. O así.

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