LOS INICIOS

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miedo, el que contestó en su lugar. En verdad se temía que existiera realmente aquella voz. Su miedo fue también responsable de que intentara diluirse en el respaldo de su sofá con el propósito de camuflarse. El arrugado dibujo del tapiz, tatuado en su piel por camaradería del tiempo, le otorgó cierta ventaja. —¡Maldito televisor! —gritó—. Precisamente tú, al que siempre consideré un aliado, la razón del existir de mi sofá, con un traicionero resplandor me delatas. —Salpicó claridad a su realidad el incendio de una selva al ser bombardeada para salvar a la chica. —La experiencia sensible de lo espiritual. —Sintió que ahogaba el miedo, ignorando el objeto que era su cuerpo, aquella fría y subjetiva voz. Su atención tomó las riendas de la situación. —Todo lo que siente, física y moralmente, es sensible. —Por pedir amparo, a su atención se sumó la prudencia—. Tú eres sensible porque sientes física y moralmente. —Los cimientos de su prudente atención se tambalearon—. Si tú, sensible, sientes lo moral, ¿será porque la moral existe? —Sí. —Prudencia no pudo sostener las riendas de su espantada razón. —Si lo moral existe, ¿existirá algo más que física palpable? —Sí —contestó interesadamente—. De ese modo —pensó—, si la voz existe sólo como moral y carece de cuerpo físico, físicamente no podrá dañarme. —Si yo puedo existir sin físico, cabe la posibilidad de que también pueda existir sin moral. —Un monje tibetano, un día, consiguió alcanzar en estado de meditación un grado mental plano semejante—. Escuchó, cual noticia radiada, sería por su actual enfado con el televisor, que le aportaban como dato. —Y tú —sintió a la satírica decir—, ¿tienes moral? —No —contestó desnudo y desarmado ante el espejo de la verdad. —¡Yo tampoco! —escuchó, cual tronido que precede a una demolición, como se derrumbaban sus fundamentos. Mientras tanto, en un inalcanzable avión, el inexpresivo héroe autor de la incursión que inflamó la selva, inmovilizaba a la chica con abrazo protector de un peligro inexistente. El insensible individuo, intuyendo que el incendio que indujo, incontenible e irremediablemente, invadiría la indefensa jungla para dejarla inerte, disponiendo de infalibles inalámbricos, en inconcebible e inadmisible inmovilidad, fue incapaz de informar del incidente a los bomberos.

—¡¿Infeliz?! Olvida, céntrate en la naturaleza, en los vegetales, en la vida… animal. —Centrado estoy —dijo sentado a la derecha del que regía su vida, el mando a distancia del televisor—, en el televisor. —Y en el televisor, precisamente, veía cómo injustamente un inaprensivo dejaba inanimado e incandescente un impresionante lugar. —La visión que el mundo propone la interpretáis como una ruptura entre el hombre y su medio. El veros soberanos y autónomos os desarraiga del entorno en que habitáis, y en vez de viva naturaleza, que parece creada para los hombres, pues ellos se han apropiado de ella y la han destruido, sólo os rodea humo, polución y flores muertas.


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