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Playas. La Graciosa. Las Conchas

Contemplar el llamado archipiélago Chinijo desde el mirador de El Río, en Haría (Lanzarote), esa enésima prueba del genio natural de César Manrique, reconcilia a uno con la creación (si se es creyente) o la naturaleza más auténtica. Ante nosotros, La Graciosa, Montaña Clara, Alegranza (a lo lejos) y los roques del Este y del Oeste condensan tanta belleza, tanta paz geológica en medio de la inmensidad atlántica, tantos atractivos al alcance de la mano, que nos invaden unas infinitas ganas de saltar y llegar cuanto antes, incluso flotando por esa inmóvil franja de océano a la que se llama, con razón, El Río. Y, sin embargo, desde aquí no se atisba una de las joyas más marcadoras no solo ya de este conjunto de islas de ensueño, ni siquiera de La Graciosa o Lanzarote, sino de todo el Archipiélago: la playa de Las Conchas, que se esconde en la parte no visible de la Isla.

blanquecina arena, movida por el viento, empieza a mezclarse cada vez más con la baja vegetación, las rocas volcánicas y los numerosos restos de conchas (por coherencia nominal) o pequeños vertebrados. Los caminos se bifurcan, aunque la vía principal sigue claramente marcada hasta el pie de una montaña que destaca por la silueta del caminito que lleva a su cima. No obstante, lo espectacular está debajo. Una inmensa playa, sobre todo a lo ancho, con altibajos espectaculares de arena por efecto del viento y la corriente, con un océano de intenso azul, pero también con tonos claros o sutiles cerca o en la orilla. Un sol que no suele faltar a la cita y la majestuosa presencia de la isla de Montaña Clara justo en frente justifican de sobra la excursión.

Lo que extasía de este rincón es el todo: la sensación de que el tiempo no ha pasado, de que la ausencia de cemento y bloques nos achica como humanos y nos acerca a la maravillosa y auténtica naturaleza -

Una vez arribados al puertito de Caleta de Sebo, llegar a esta delicia es muy fácil. Se puede hacer a pie por la pista principal y más corta, aunque también se puede ir por el pequeño poblado de Pedro Barba (recorriendo la parte norte de la Isla, primero bajando y luego subiendo: una excursión más larga). Muchas personas prefieren la visita a pie y, si bien depende del ritmo, se suelen tardar unos tres cuartos de hora por el camino más corto. Otras muchas optan por alquilar bicis (unos 10 o 15 minutos) y también los hay que recurren a los 4x4 presentes en las Islas (unos cinco minutos), si bien conducidos por trabajadores de las empresas que ofertan este servicio.

La caliente arena parece más propia de otro planeta. La roca volcánica que circunda la cala se ve salpicada por vegetación de secano. La montaña anexa propicia un espectacular acantilado poco pronunciado a la derecha. Si el mar está bueno, y aunque siempre hay que cuidar al máximo la prevención por las corrientes, los baños son más que placenteros, aunque, en realidad, lo que extasía de este rincón es el todo: la sensación de que el tiempo no ha pasado, de que la ausencia de cemento y bloques nos achica como humanos y nos acerca a la maravillosa y auténtica naturaleza, a la creación sin más aditivos religiosos. Simplemente, al existencialismo bien entendido.

El sendero muestra algunas pequeñas explotaciones agrarias (unas abandonadas y otras no) y, a la mitad del trayecto, permite también coger hacia Bajo del Corral, hacia el suroeste, pero nuestro destino se ubica hacia el noroeste y comienza a divisarse poco a poco. La fina y

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