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ño de sus territorios y sus ejércitos: Camilo apodado el visionario, hombre que aunque austero, presumía de llevar entre los dedos de su mano izquierda un anillo interminable y Arturo, más conocido como el energético, valiente guerrero de cientos de batallas, siempre entre papeles y pluma ligera. Ambos poderosos, y a su vez, celosos de sus competencias. Arturo, como otros muchos, solía embriagarse con sus propias palabras y discursos. Era habitual verlo entregado a la soberbia y vanidad para acabar siempre el día preguntarle a su espejo: “Espejito, espejito mágico, ¿quién es entre los siete caballeros de este reino es el más poderoso?” “Energético y brillante caballero Arturo, estás lleno de poder, es cierto, pero el joven Camilo, el visionario, es diez veces más deseado que tú por Federico y jamás podrás cambiar eso”.

Recorrieron todo tipo de regiones, ciudades y pueblos, buscando talento, visiones o ideas, para llevar a cabo destacados proyectos que redujeran el hambre y crearan empleo Arturo, celoso, ordenó a sus legendarias tropas batalla frente a Federico y, para asegurarse la victoria, le exigió a Blancanieves que le hiciera llegar la mayor cantidad de monedas de oro en el reparto del tesoro que había encontrado. Gritó, amenazó y utilizó todos los medios a su alcance para ser el caballero más poderoso y glorioso.

Blancanieves se negó y allí comenzó una de las más largas y agónicas batallas de la historia de Fortunaland. Arturo, que desde entonces recibe también el sobrenombre del vanidoso, usó hasta tres disfraces para tratar de engañar y manipular a Blancanieves, y de esta forma quedarse con el deseado botín, buscando siempre en el reparto, que la partida más grande fuese la suya. Adelantándose y creyendo tener el preciado oro de Blancanieves, le preguntó una vez más a su espejo quién era el más poderoso de todos los caballeros, y una vez más, el espejo le decepciona con su respuesta: “Tú, mi señor, eres energético y brillante escritor, es cierto; pero Camilo es diez veces más influyente que tú”. Con el paso de los años la guerra terminó, y todos los caballeros recibieron oro y proyectos que redujeron el hambre y el desempleo de las afortunadas islas. Federico, como castigo por los actos de Arturo, mandó confeccionar un par de zapatos de hierro y plomo, obligándolo a ponérselos al rojo vivo y a bailar energéticamente para el resto de sus días. Desgraciadamente, algunos lo compararon con el cuento de la lechera, otros con el de los tres cerditos, pero la realidad es que la enfermedad del insularismum, siguió en la sangre roja -que no azul- de los caballeros de las siete mesas. Migajas inciertas o ciertas, todas migajas que hicieron más pequeño el esplendor de aquellas lejanas tierras. Qué suerte que los cuentos nos sirvan para aprender, qué pena que pasen los años y los tengamos que volver a leer. Estamos volando y sonreímos. Feliz vuelo, feliz enero.

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