inundados le impedían leer. Su hermana la socorrió con un pañuelo y ella pudo continuar). Después de muchos inconvenientes que tuvieron a nuestra nave a punto de zozobrar, estoy de nuevo a salvo por la gracia de Dios y vuestras oraciones. Aquí en tierra firme, mirando el atardecer, recuerdo vuestros ojos de un doloroso azul. Fueron ellos mi fanal en las sombras aciagas, donde vuestro amor y el divino Hacedor, no me dejaron sucumbir en las tenebrosas noches, cuando los mares habrían sus fauces. Vuestro recuerdo fue el faro que me llevó a feliz puerto. Érais la estrella de los piélagos, la guía que tiende mi razón sobre mi corazón enloquecido. Recordado amor: en un tiempo, que espero sea breve para estos apuros del corazón, recorreremos de nuevo el malecón en las tardes soñando un mismo mundo. Cuando miréis el mar recordad que en las olas llagará el dueño de vuestros días. Mandadme muchas esperanzas que en forma de arrullo mecerán mi sueño. Espero encontraros tan bella como vuestro recuerdo. Tuyo,
Capitán Dionisio de Ochoa.
Volvieron a renacer las esperanzas de doña Leonor, y se le oía cantar mirando al mar donde algún día, con la venia del Altísimo, lo vería aparecer encumbrado en el mástil para avistarla cuando arribara a la ciudad amurallada, e indagaba sobre el mar, los piratas y España a los capitanes que iban a casa de don Alonso, para terminar preguntando por don Dionisio. Fue por esta vía, el veinte de marzo del año de Nuestro Señor de mil y seiscientos noventa, faltando un mes para cumplirse el primer aniversario de la partida de don Dionisio, que se enteró doña Leonor, por intermedio 47