Panorama de la caricatura en Antioquia en el siglo XX
trabajo más personal ocurría “tras bambalinas”, “entre bastidores”, como rezan esos dos deliciosos lugares comunes.
Moreno Clavijo veía en Escobar Toro un estupendo acuarelista. García Mejía lo valoraba como un magnífico plumillista. Los dos coincidieron en que era “uno de los más extraordinarios dibujantes colombianos de todos los tiempos”. Vigor, seguridad en el trazo figurativo sin rigidez, pues buscaba, más que la reproducción fiel y académica de los seres y las cosas del mundo, una imagen de ellos que resaltara su individualidad, que los exaltara como expresión de vida desde valores pictóricos de plasticidad, color y composición. El poeta que había en él tendía a plasmar arquetipos ideales del pueblo raso, de situaciones y lugares, ubicados claramente en un ámbito antioqueño, a señalar la belleza y humanidad que puede encontrarse aún en imágenes de pobreza, un poco en la línea del gran dibujante e ilustrador norteamericano Norman Rockwell. Libros como Ají pique, Guayaquil -una ciudad dentro de otra, revistas como Micro (donde alternó con Hernán Merino, Arturo Puerta y Rubén Henao) y El Impresor, e innumerables cubiertas de libros y avisos publicitarios en Editorial Bedout, Carvajal y Cía, y otras empresas de publicidad se beneficiaron de su talento. Si esa circunstancia vital de su vida y obra relegó el cultivo más constante del óleo y la acuarela, por lo menos en su difusión pública, se entiende que otra faceta suya, la de caricaturista, no haya sido siquiera mencionada en los artículos que hemos citado.
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