Prólogo
Hay que repetirlo: leer es siempre un descubrimiento, y la escritura no es más que una consecuencia de ese proceso. Lectura y escritura son, por lo tanto, las etapas de un ciclo que no acaba, que se provocan mutuamente y que son, tal vez, la única descripción posible del infinito. Quien ha leído el mundo (no solo desde los libros, sino también desde la experiencia, desde el arte de sobrevivir al dolor de los años) puede escribirlo con propiedad y provocar que sea leído por otros, que sea rescatado más allá de la memoria de quien lo creó al recordarlo. Esta reflexión parte de un lugar común: la lectura nos permite entrar a mundos inexplorados. Existen lectores (entre los que me incluyo) que decidieron hacerse devotos de autores cuyas obras desnudan, desde la ficción pura, con pinceladas muy sutiles de mate-