La autoridad de la Palabra en la Iglesia, por Dionisio Byler

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LA AUTORIDAD DE LA PALABRA EN LA IGLESIA

7. LA BIBLIA ES HISTORIA No se puede comprender la Biblia fuera de la historia. Imaginémonos que nunca habíamos leído el libro sagrado de los cristianos y alguien nos da un ejemplar. ¿Qué pensaríamos que íbamos a encontrar entre sus pastas? Bueno… por ejemplo, una exposición clara de la doctrina de la trinidad, de la naturaleza de Dios (omnipotente, omnisciente y omnietcétera), un tratado claro de enseñanza moral y formación de carácter cristiano, la doctrina de la salvación (explicando claramente qué tiene que ver conmigo el hecho de que aquel hombre haya muerto en la cruz hace veinte siglos), una explicación clara y lógica de lo que sucede cuando nos morimos, y otras cosas por el estilo. ¿Verdad? ¡Cuál es nuestra sorpresa al enterarnos que en lugar de explicarnos el cristianismo, lo que hace la Biblia es narrar más de mil años de historia! Todas aquellas cuestiones importantes quedan en el aire, para que generaciones interminables de teólogos las discutan acaloradamente, escribiendo bibliotecas enteras de tomos eruditos mientras la iglesia se divide y subdivide por cuestiones de «sana doctrina». Mientras tanto la Biblia se limita a narrar historia. La Biblia también nos ofrece cartas, cantos, leyes, discursos proféticos y los refranes de sabios hebreos; pero al fin de cuentas todo esto sigue siendo el registro histórico de una nación (Israel) y de un movimiento religioso (la iglesia primitiva). Y esto nunca constituye un compendio doctrinal capaz de acabar de una vez por todas con las discusiones teológicas de los cristianos. La manera bíblica de hacer teología es narrar los encuentros históricos de Dios y los hombres. Aunque hemos sido creados a la imagen y semejanza de Dios, Dios sigue siendo infinitamente «otro». «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos» (Is. 55.8). Podríamos tomar un ejemplo de la geometría. Una línea tiene una sola dimensión (fig. A). Un plano comparte esa dimensión, pero tiene además otra; al largo se le añade el ancho (fig. B).


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