concurso literario

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Qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwerty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasd fghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzx cvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq RELATOS PREMIADOS EN LA DÉCIMO SEXTA EDICIÓN DEL CONCURSO DE RELATO CORTO wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui “INFANTA CRISTINA” opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfg CIUDAD DE BENIEL 2010 hjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc vbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui

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NUESTROS GANADORES

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1º PREMIO

-Otra vez el despertador. El sonido de todas las mañanas, daba igual que fuese Pignoise, Extremoduro o el típico y escandaloso “ring ring” porque siempre sonaba igual de desagradable y le provocaba la misma sensación de querer quemar a aquel que inventó el horario de 8 a 2 de los institutos. Tras aplazarlo “5 minutos más” seis veces, Julián consideró la idea de levantarse, más que nada porque estaba a punto de subir su madre a sacarle de la cama con sus prisas de “hijo, que hoy no llegas” y eso ya lo había oído ayer, anteayer, ante-anteayer... La vida en su casa siempre parecía una rutina. Aborrecía la idea de pasar más horas de las necesarias allí, pese a que la casa estaba sola durante toda la jornada. Julián no tenía hermanos y sus padres pasaban los días en el trabajo. Digamos que solo convivían por la noche y su vida familiar había degenerado lo bastante desde unos meses atrás como para evitar todo contacto no necesario con sus padres. No sabía por qué nunca se había dado cuenta de lo odioso que era tener padres hasta ahora; le habían hecho falta 15 años de su vida para cerciorarse de que ellos no le entendían. Mientras se duchaba intentó elegir la cara que iba a poner para bajar a desayunar. No estaba dispuesto a que su padre se riese de él otra vez. La noche anterior se había pasado tres pueblos cuando llego media hora tarde, dejándole en evidencia delante de sus amigos Raúl, Pablo y… bueno, lo más importante, delante de Sara. Pero, ¿qué se creía? Desde luego era especialista en montarle numeritos… Cogió su chupa de cuero y la mochila medio vacía y bajó a por una tostada antes de salir. Lo mismo de siempre: mamá le decía que cogiese otro jersey, que iba a hacer frío; y ese que decía ser su padre, le recordó descaradamente que esa tarde debía estar a las 5 en punto en casa para acompañarle a la huerta a trabajar, como castigo, por su comportamiento de la noche anterior. Con cara de enfadado, Julián asintió y viendo que Pablo le aguardaba con la moto en la puerta, se apresuró a salir.

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Al llegar al instituto, buscaron a Raúl y los demás, que estaban donde siempre: detrás del BMW de la profesora de Historia. Raúl llevaba un cigarro en la boca. Últimamente le había dado por fumar, concretamente desde que su grupo se había fusionado con Rubén y cia, los típicos gamberros populares del instituto que se meten con todo el mundo, pero a los que todos quieren imitar. En realidad a Julián no le importaba. No le caían excesivamente bien, pero prefería ser uno más de los del grupo que la diana inocente de Rubén. Intentaba no ser él quien se riese de los gorditos que pretendían ligar con Sara, y dejarle esas tareas a Rubén mientras él charlaba con Pablo, aunque era consciente que no defenderlos tampoco le dejaba en buen lugar. En fin, no le preocupaba demasiado, solo quería pasar. Esa mañana no pensaban entrar a clase. Raúl le había dicho que se iban al río a fumar unos cigarrillos, pero él ya tenía suficiente con un día en la huerta con su padre, como para alargar esa tortura toda la semana. Decidió entrar a Biología.

Nada más sonar el timbre, ya estaba sentado junto a la ventana, en una de las mesas de detrás. Estaba solo y tampoco era cuestión de llamar demasiado la atención. Sin embargo doña Claudia, la profesora de Biología, no opinaba lo mismo: “Julián, primera fila”. En fin ¿por qué todos se comportaban como si fuesen su padre? Cogió su mochila y cambio de sitio, junto a Sandra, una chica que había ido a su clase desde los tres años, pero a la que, si no era estrictamente necesario, no le hablaría. La profesora empezó la clase. Hoy iba a hablar de los grupos sanguíneos ¿Acaso creía que todos iban a ser médicos? Intento disiparse por la ventana, pero doña Claudia estaba un poquito irritante esa mañana “Al final de la clase, voy a corregir tu libreta Julián, y si no está palabra por palabra lo que he ido diciendo, bajaremos juntos a hablar con don Severiano”. Las amenazas con bajar de visita al despacho del director, no eran especialmente divertidas, pero ante todo, eran soportables. Lo que no lo era tanto era la huerta, que por segunda vez hoy, le impedía pasar un día tranquilo y le hizo abrir la libreta. Conforme pasaron los minutos, la profesora fue explicando que si tu padre tiene grupo sanguíneo A0, y tu madre 00, tú solo puedes ser A o 0. Lo mismo ocurría con el grupo B y otras combinaciones. En realidad, no era tan aburrido. Incluso encontró divertido el hecho de combinar a personas, para ver cómo salían sus hijos. Tuvieron que hacer unos ejercicios, y como la nariz de doña Claudia estaba a menos de diez centímetros de su libreta no le quedó otra que aplicarse. Parecía que Sandra estaba intentando crear fuego en la punta de su lápiz más que acabando sus ejercicios, pero era lo segundo, y en cinco minutos la profesora

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considero oportuna la idea de que le ayudase. Pese a lo tormentoso que fue el inicio, no resultó tan horrible. La chica era simpática y se comportó bastante bien… Julián no entendía por qué Sandra, que fácilmente podía tener una gran cantidad de amigos, en lugar de salir al patio, prefería el auto-suicidio social en la biblioteca, aunque bueno, al fin y al cabo era cosa suya. Al acabar la clase, doña Claudia mandó un ejercicio por parejas sobre el árbol familiar y los grupos sanguíneos, según ella trabajo de investigación, y al que por supuesto le asignó ir con Sandra. Quedaron esa tarde a las tres en su casa.

Al terminar de comer, recogió todos los platos que su madre había dejado sobre la mesa y preparó el material para el trabajo de Biología. A la hora exacta llegó Sandra. Imposible sorprenderse, ante tanta responsabilidad no iba fallar a la puntualidad, por supuesto.

La familia de Sandra era pequeña, además ella prácticamente traía acabada su parte del trabajo. ¿Cuándo lo había hecho?, ¿mientras comía? Era rara hasta para eso. Invirtieron el resto del tiempo en hacer la parte de la familia de Julián. Él había buscado unos análisis de sus padres, que indicaban los grupos sanguíneos de ambos y los había dejado allí. Sandra los estaba leyendo y de repente, quedó en silencio mirándolo fijamente. Julián, queriendo evitar ese bochorno, comenzó a escribir sobre la cartulina. Dibujó el símbolo de la mujer y debajo escribió B0, el grupo de su madre. Seguidamente escribió el símbolo masculino y preguntó a Sandra qué grupo ponía en los análisis que era su padre. Ella dijo 00. Julián lo escribió. A continuación miró su medalla, que llevaba desde el nacimiento y escribió su nombre y su grupo A. Por unos segundos quedó petrificado. Intentó comprenderlo. Miró a Sandra. Ella seguía anonadada. “Sandra, ¿cómo es posible?” Ella dijo cuatro duras palabras: “Julián, no es posible”.

Al cabo de dos horas Sandra se había ido, y Julián escuchó el sonido del coche de su padre. Eran las cinco. Subió al vehículo y permaneció callado durante quince minutos hasta llegar a la huerta. Ya no estaba cabreado, lo de la noche anterior parecía una tontería, comparado con el problema que tenía ahora.

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Mientras cogía los limones de los árboles y los colocaba sobre las cajas, se fijó en el aspecto de su padre. Nunca lo había pensado. Él tenía los ojos verdes y los de su padre eran prácticamente negros, similares a los de su madre. Además, el color del cabello apenas se asemejaba y nunca nadie le había hecho el típico comentario de” tienes los ojos de tu madre y la nariz de tu padre”. Tampoco él nunca se lo había planteado. Cada vez la idea nublaba más su mente y no pensaba en otra cosa. Su padre se le acercó: “Verás Julián, siento lo de anoche, pero como comprenderás no puedo permitirte que entres y salgas de casa a tu parecer. Debes cumplir unos horarios. Además, desde hace unos meses tu comportamiento ha dejado mucho que desear. Desde que vas por ahí con ese tal Rubén ya no haces tus tareas y […]. Julián dejó de escuchar, ¿Cómo era posible que no se pareciesen absolutamente en nada? Al fin y al cabo era su padre. Era consciente de que podía estar en un error, pero otras cosas empezaron a tener sentido. Su madre no había podido tener hijos desde…. Bueno, desde que él recordaba desde nunca, por eso no había tenido hermanos. Además había recuerdos antiguos, de niño, que solamente tenía porque sus padres se los habían repetido a menudo. Y para más parecer, no habían fotos suyas hasta los cinco años. Según su madre los álbumes debían estar por ahí, perdidos con la mudanza del otro piso, y esa había parecido una explicación razonable, eso sí, hasta ahora. Esperó a llegar a casa para hablar con sus padres. Al bajar de la ducha, apagó la tele y se dispuso frente a su madre. Creyó que lo correcto era decirlo todo rápidamente para que lo desmintiesen y se echasen unas risas. Pero ante su sorpresa, ella rompió a llorar. Miró a su padre. Se había levantado del sillón y empezó a decir tacos sin sentido. Tardó unos segundos en reaccionar y subió corriendo al cuarto. No pasaron más de treinta minutos cuando ambos subieron ambos dispuestos a charlar. Su madre, o bueno, esa mujer que hasta ahora había sido su madre, ya no lloraba, pero sus ojos tenían una extraña hinchazón. La miró. Papá empezó a hablar. La explicación era tan simple, como rellenar una solicitud de adopción, que esta sea concedida, y niño entregado. Lo que no era tan simple era aceptarlo. Pasaron varios días sin apenas dirigirse la palabra. Julián dejo de juntarse con Rubén y Raúl y de repente se sentía más cómodo en el auto-suicidio de la biblioteca. Sandra se había convertido en un diario secreto. Ambos habían cogido en una semana más confianza de la que nunca había tenido con ese chico que fumaba junto al río. Se lo agradecía. Al cabo de dos semanas sin hablar del tema, los padres de Julián aparecieron a la hora de comer con unas fotos. Eran de su madre biológica. Ambos le agradecían haberlo asimilado todo con tanta calma, debía ser eso lo que aparentaba. Ahora ya no solo resultaba que era

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adoptado, sino que existía una madre biológica viva. Esa información ya le superó y ese día fue él quien rompió a llorar. Pasaron dos meses hasta que Julián se sintió tan fuerte como para preguntar si podía conocerla y su padre, sin réplica alguna, esa misma tarde le llevó al centro de toxicómanos de su ciudad. Julián ya estaba al tanto de esa información, y se sentía lo suficientemente fuerte como para poder con todo eso. Pero lo que vio aquella tarde fue quizá un poco fuerte. Era una mujer, apenas irreconocible, que intentaba hablar con un lenguaje incoherente, que temblaba conforme hablaba con una excesiva calma y tranquilidad. Unos ojos enrojecidos, que acompañaban una tos tan fuerte, que rompería montañas. Para su sorpresa, sus padres hablaban con ella, y ellas les conocía, hoy él era el desconocido. Su madre había llevado una bandeja con bombones y aquella señora, maleducada y desagradecida, los arrojó al suelo sin pensar en el esfuerzo que hacían todos esa tarde. Julián escuchó aquel día un lenguaje, que Rubén solo podría soñar con manejar, tan triste y desgarrado que deseó no volverlo a oír jamás. Al volver a casa, y pensar, pensar y pensar… se dio cuenta, de que todas las diferencias que había encontrado la tarde de la huerta entre él y su padre, no parecían ahora tan importantes. Durante los siguientes meses, progresivamente fue visitando a la mujer del centro de toxicómanos, todos los martes, día de visita, acompañado siempre de su padre. Habían conseguido que ella le identificase como hijo, pero el cambio físico de aquella mujer desde el día en que la conoció hasta hoy era apenas insignificante. Esa señora, ya no tenía vida. … Tres años después, sonó el despertador. Era Robbie Williams quien le despertaba aquella mañana. Julián empezaba hoy la universidad. Sonriéndole a la vida, apagó el reloj y espero a que la que era y había sido siempre su madre dijese con cariño: “Hijo, que hoy no llegas”.

Laura Hernández Costa. 4ºA. IES “Gil de Junterón” Beniel. Curso 2010/11

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3º PREMIO

Ya son las seis, en apenas media hora debo estar a diez kilómetros de aquí, haciendo algo totalmente diferente a lo que hago ahora. Apuro cada segundo frente a mi libro de Biología hasta que la aguja de mi reloj de pared marca que son y cinco. Me levanto de la silla, cojo mi guitarra y la guardo en su funda, me la cuelgo al hombro, salgo de mi habitación, me dirijo casi corriendo al comedor y me doy cuenta de que mi padre ya me espera con el coche arrancado. Bajo las escaleras de mi casa atropelladamente, entro en el coche y, aún recuperando el aliento, me pongo el cinturón de seguridad. Me miro en el espejo y, como de costumbre, me hago una coleta para disimular mi pelo despeinado. Comienzo a pensar en mi vida. Recuerdo cuando era pequeña y me pasaba las tardes jugando en el jardín de casa o cuando esperaba ilusionada que me enviaran deberes para tener algo que hacer. Recuerdo las tardes de viernes en la plaza con mis amigos, las bolsas de pipas, las golosinas; recuerdo los días de semana, a los maestros de la escuela, el no saber cómo ocupar el tiempo, el querer experimentar cosas nuevas, el tener tiempo para hacerlo y la situación de “querer y no poder” que me acosa ahora. Llego a la misma conclusión de siempre y decido dejar de reflexionar. Le doy volumen a la radio. Suenan “Los Beatles”, todo un clásico. Canto la canción mientras inconscientemente estoy pensando de nuevo: “Cuando vuelva tengo que acabar la redacción de Inglés y los deberes de Matemáticas; me dejaré para mañana el trabajo de Historia, pero lo haré antes de irme a clases de Francés; después acabaré los deberes que me envíen y las fotos para el vídeo de Plástica; para el viernes no me puedo dejar nada porque tengo que ir al curso de formación para mediadores; entre el sábado y el domingo haré los deberes de Lengua, estudiaré Química y Tecnología y… me freno a mi misma- ¿cuándo voy a salir?- gran pregunta- Quizás no tenga tiempo, mejor lo dejo para la semana que viene y me organizo un poco mejor.”

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Vuelvo a la realidad, aquello mismo fue lo que dije la semana pasada, y también la anterior. Llevo ya cuatro semanas inmersa en mis obligaciones, sin salir, sin distraerme, sin mantener una conversación que vaya más allá de un hola y adiós. Quizás deba empezar a preocuparme, pero realmente no tengo tiempo. Clases de guitarra, de francés, de matemáticas, los respectivos deberes diarios, trabajos, exámenes, proyectos en los que participo, charlas, cursos, reuniones… No sé cómo será el horario de mis compañeros, pero yo no puedo decir, al igual que ellos, “ayer me aburrí muchísimo y me fui a dar una vuelta por el pueblo”. De nuevo trato de dejar la mente en blanco- “Ya que no tengo tiempo para “desestresarme”, al menos voy a intentar no agobiarme recordando la gran cantidad de cosas que he de hacer”- Miro de frente al horizonte, ya es de noche. Miro el reloj- “llego tarde”. Los impactos de luz de las farolas me ciegan, pero sigo mirando el segundero de mi reloj, escuchando cada tic-tac, controlando cada movimiento de aquella fina aguja. Subo la cabeza y fijo la mirada en un punto perdido, recibiendo constantes ráfagas luminosas que no son agradecidas por mi pupila. Siento cada una de las curvas de aquella carretera. Parpadeo. Vuelvo a mirar el reloj y repito con voz tenue: “No llegaré a tiempo”. Sesenta, setenta, ochenta…. La aguja roja del velocímetro del coche se mueve con rapidez, dándome seguridad. Tengo que llegar a tiempo, debería haber salido antes, debería… Noventa, cien. Me doy cuenta de que aún puedo llegar, respiro tranquila. Sonrío y disfruto de la velocidad, miro a mi padre. Parpadea, abre los ojos, me mira, la luz de un coche lo ciega, parpadea, llegamos a otra curva, pierde el control, frena, cierra los ojos…

Tiempo… ¿Y de qué me sirve ahora?

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Por nuestra condición de humanos tratamos de aprender y mejorar continuamente para disfrutar más de la vida, pero no nos damos cuenta de que lo único realmente necesario es vivir.

María Rodríguez Alcázar 4ºA_ESO IES “Gil de Junterón”. Beniel. Curso 2010/11

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ACCESIT.

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4 de mayo de 1649 Lugar Desconocido

Querida persona que lea la carta: Me llamo Jean Baptiste Colbert y necesito ayuda de inmediato. Para que lo entiendas, te contaré la historia entera…

Corría una mañana de abril de 1639. Como de costumbre, me levanté de la cama a las cinco y media, me puse mi ropa y bajé al taller que había bajo mi casa. Como propietario del taller y de todo lo que había en él, revisé que no lo hubieran saqueado durante la noche. Cuando vi que todo estaba bien, subí a mi casa a desayunar. Luego bajé otra vez, abrí el taller y esperé a que llegaran mis oficiales y aprendices de herrería. Pasó una hora de la acordada y todavía no venían. Esperé otra hora más y, como no venían, fui al ayuntamiento a denunciarlo. Allí me dijeron que un señor feudal se los había llevado y, como yo no tenía a nadie más, pregunté si había alguna forma de recuperarlos. Aquel hombre de ojos negros me miró y me dijo: - No podrá recuperarlos, pero si hace lo que le digo otros nuevos podrá conseguir. - Dígame lo que tengo que hacer y lo haré – le dije entusiasmado. - ¿Ha tripulado usted un barco alguna vez? - Yo me crié en un barco. - Bien, porque su tarea será llevar desde Florida hasta la isla de las Bermudas un cargamento de siervos y regresar con el dinero que le den. - ¿Tendré tripulación? - Claro. - Pues entonces, acepto. - El barco saldrá del puerto mañana a primera hora.

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- Vale, allí estaré. Al día siguiente, a primera hora fui al puerto y salí con mi tripulación y un cargamento de unos cincuenta siervos a mar abierto. El viaje era de dos semanas en barco. La primera fue bien, pero la segunda cada vez iba a peor. Cada vez había más olas y todas las noches había tormenta. El día doce de abril estaba muy tranquilo y eso me pareció muy raro, pero no le presté importancia. A las seis horas, seis minutos y seis segundos de la mañana el barco empezó a dar vueltas en círculos y no paraba a pesar de mis esfuerzos. Seguimos dando vueltas hasta que al final nos hundimos. Todos saltamos por la borda pero el mar nos tragaba. Vi como venía hacia mí un trozo de madera del barco, me dio y me dejó inconsciente. Cuando recuperé el conocimiento estaba encima del tejado de una pirámide maya dentro de una especie de cúpula triangular en la que por fuera estaba el mar. Bajé con cuidado y vi como unos enanos mayas se comían a uno de mis tripulantes, así que subí hasta arriba y bajé por el otro lado. Cogí maderas y me hice una pequeña cabaña en lo alto de la pirámide. Me alimento de insectos y animales que encuentro y bebo agua que cae de lo alto de la cúpula. He escrito esta carta con hojas y barro. Necesito ayuda cuanto antes. Gracias.

Jean Colbert

Manuel Tovar Martínez. 2ºESO-A IES “Gil de Junterón”. Beniel. Curso 2010/11

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¡HASTA EL AÑO PRÓXIMO!

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