Breve Reseña de la vida del Beato Conrado de Parzham

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juventud santa El Bto. Conrado, que acaba de subir al honor de los altares, noveno hijo de los esposos Bartolomé y Ger­ trudis Birndorfer, nació el 22 de diciembre de 1818 en un rico caserío de Parzham, pueblecito situado en uno de los valles más pintorescos de Baviera. El mismo día de haber nacido tuvo la gracia de recibir el Santo bautismo en el que le pusieron el nombre de Juan. Lejos del pueblo y no teniendo más compañía que la de sus hermanos y hermanas, los padres se esme­ raron en educarlo ellos mismos con sus palabras y ejemplos en el Santo temor de Dios. Pronto se die­ ron cuenta de que Juan, aun desde niño, se diferen­ ciaba de los demás hermanos por su mayor docilidad y devoción en los ejercicios de piedad. Cuando llegó a la edad escolar lo enviaron a la es­ cuela de Meng, donde’también estaba la Parroquia, y siempre prefería ir solo para poder rezar en el camino y no se reunía con sus compañeros sino para apaci­ guarlos cuando se peleaban. Habiendo perdido a su madre a la edad de cator­ ce años y poco después a su padre, permaneció con sus hermanos en el caserío, dedicado a los trabajos del campo. Su vida era siempre la misma: la oración y el trabajo. —3—


Los días de fiesta los santificaba del modo más edificante. No diciéndose en su parroquia más que una sola misa y ésta muy tarde, marchaba a otro pueblo bastarte lejano para poder oir otra antes que lá de su Parroquia. Con frecuencia emprendía devo­ tas excursiones a los santuarios más célebres de su Diócesis de Panavia. Salía a las dos de la mañana, andando a pie lo menos seis horas y en ayunas, para poder recibir en el Santuario la Santa Comunión. Asistía después a los sagrados oficios y a la tarde se volvía a casa sin haber tomado alimento alguno. Si admitía a otras personas para que le acompañaran en estas peregrinaciones, era con la condición de que, durante el camino, se había de ir o rezando o hablan­ do de cosas espirituales. A tan profundo espíritu de piedad sabía unir el ejer­ cicio del amor al prójimo. Bueno, amable, cariñoso con los muchos criados que había en la casa, hacía abundantes limosnas a cuantos pobres se la pedían. Y no contento con ésto se inscribió en numerosas Congregaciones, cuyas obligaciones observaba con toda escrupulosidad. Habiendo asistido en cierta oca­ sión a unas misiones, que se dieron en uno de los pueblos del contorno, hizo el propósito de evitar en lo venidero toda conversación y palabra inútil; pro­ pósito que cumplió fielmente hasta la muerte. Capuchino al servicio de los pobres A la edad de 31 años, habiendo renunciado al rico -4-


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patrimonio de sus tierras, pidió ser admitido como Hermano Lego en la Orden Capuchina. Pasado el tiempo de probación vistió el hábito re­ ligioso el 17 de Setiembre de 1851 con el nombre de Fray Conrado, y hecha al año siguiente la profesión simple, fué destinado'a Altotting, como portero del Convento de Sta. Ana, el más importante de la Pro­ vincia, no solo por ser residencia de una numerosa Comunidad, si que también por las numerosas pere­ grinaciones (más de 300.000 peregrinos al año) que allí acuden a venerar en su antiquísimo Santuario la milagrosa imagen de la Virgen. Una de las obligaciones más fatigosas del portero era el cuidado de los pobres, que todos los días en gran número iban a llamar a la puerta del Convento. Unos eran fijos, a saber, los pobres de la ciudad, es­ pecialmente niños, que según la costumbre del país, iban a buscar el pan para su familia: otros eran am­ bulantes, pobres de todas las creencias, de distinta educación, obreros sin trabajo, ociosos de oficio, y con frecuencia pobres importunos y siempre descon­ tentos. Por fin había los pobres devotos, los cuales muy numerosos, acudían en grupos a pedirle reco­ mendaciones y ayuda en cosas las más disparatadas. Fray Conrado recibía a todos con bondad y dulzura, a todos daba generosamente y a todos satisfacía con puntualidad y solicitud: y era admirable cómo jamás le llegó a faltar el pan y cómo él solo podía atender a tantos y tan diferentes asuntos. —6—


Nadie salió jamás de aquella portería sin haber re­ cibido de Fray Conrado la limosna o el servicio pe­ dido y nadie se marchó sin sentirse mejor en su alma. Su porte siempre modesto y devoto, aun en los apu—7—


tos más grandes;-^ mirada siempre tranquila y se­

rena en el pesado y fatigoso oficio; la calma im­ perturbable ante los insultos de los insolentes y las in­ jurias de los atrevidos, eran una predicación elocuen­ tísima, que hacia todos los días a una gran multitud de gentes. Era de pocas palabras, pero su mirada lle­ gaba al corazón. Muchos de los pobres transeúntes, cuya alma estaba más necesitada que su cuerpo, con­ movidos por la mirada del santo portero, pasaban a confesarse a la Iglesia, después de haber recibido la limosna. La fuente de su virtud Cuanto más silencioso era con el mundo que le ro­ deaba, tanto más elocuente era con el cielo. La pre­ sencia de Dios era la ocupación constante de su al­ ma, y la oración, la ocupación incesante de sus labios. Empezaba el día levantándose a las 3 y media de la mañana, yendo enseguida a postrarse a los pies del Santo Tabernáculo y el último saludo de la no­ che era también para Jesús Sacramentado. Todas las mañanas recibía la sagrada Comunión a las 4 y me­ dia y si, durante el día, su pesado oficio de portero le dejaba libre unos minutos, se refugiaba en un cuartito que tenía junto a la portería y debajo de la esca­ lera, llamado por esta razón, la celda de San Alejo, y por una ventanita que daba a la Iglesia, miraba al Sagrario y allí encontraba la fuerza que necesitaba para vencer los obstáculos que se oponían a su san­ tidad. —8—


La meditación de la Pasión de Jesucristo fué otra de las fuentes de su virtud. A una de sus hermanas le escribió estas palabras: «Mi libro es el Crucifijo; en él aprendo la paciencia, la humildad y cómo debo portarme en todas las ocasiones.» Por eso todos los -9 —


días, después de la comida, hacía el Vía Crucis, en la hora que le dejaban libre: a la noche, cuando, el último de todos, se retiraba a descansar; meditaba de nuevo ante un Crucifijo, los dolores de Jesucristo. También tuvo el Bto. Conrado un amor tiemísimo a la SSma. Virgen. Mientras atendía a la portería, recitaba continuamente el santo Rosario, con una co­ rona que llevaba siempre en la mano, aun cuando se hallaba ocupado en repartir las limosnas. Todos los días, muy de mañana, se dirigía al San­ tuario de la Virgen para ayudar allí la santa Misa, y lo hacia con tal devoción, que cuantos lo veían que­ daban conmovidos. Fiel hasta la muerte Ejemplo admirable de constancia en la piedad, en el trabajo y en la virtud, Fray Conrado perseve¡ó hasta el fin de sus días en la piadosa y austera vida que había empezado en la casa paterna y en el seno de su familia. Como todos los elegidos no se vió libre de pruebas y luchas. Mucho sufrió su alma a causa de los juicios temerarios, de las burlas y desprecios, r.o solo cuan­ do se encontraba en el mundo, si que también duran­ te los primeros años de su vida religiosa. Tampoco le faltaron sufrimientos físicos, pero todo lo aceptó con humildad y paciencia heroicas, como venido de la mano de Dios. A la rigurosa observancia de sus deberes añadía otras mortificaciones. Nunca comió carne durante — 10 —


Los dos milagros que figuraron en el acto de la Beatificación.


los diez primeros años de religioso, ni bebió vino ni cerveza y cuando por obediencia se vió obligado a hacerlo, fué excesivamente parco. Uno de sus ma­ yores sacrificios debió ser la privación voluntaria del sueño que necesitaba. Sus largos rezos le dejaban poco tiempo de reposo, tanto más cuanto después de los maitines de media noche, ya no volvía de ordi­ nario-a la celda. Pesado ya por la edad y con la salud muy res­ quebrajada, nunca pidió a los Superiores le exone­ rasen del fatigoso oficio que ejercía desde hacía cua­ renta años. No deseaba otra cosa sino morir en la brecha, al servicio del prójimo. El 18 de Abril de 1894, miércoles, Fr. Conrado, apoyado en el bastón, se preparó a ayudar en el Santuario la misa acos­ tumbrada de las 5, no sin gran dificultad, después de de lo cual volvió al Convento dispuesto a empren­ der sus ocupaciones. Todavía aquella mañana reci­ bió con su bondad acostumbrada algunas peregrina­ ciones que llegaron; pero a la tarde, sintiendo que le faltaban las fuerzas, marchó a la celda del P. Su­ perior y le dijo: «Padre Guardián, esto ya no mar­ cha.» Era que el Siervo de Dios había llegado al fin de su jornada. Fray Conrado se retiró alegre a una celda de la enfermería, que le señaló el Superior, y se acostó. Recibió enseguida los Santos Sacramen­ tos y el sábado a la tarde, 21 de abril, mientras to­ caban el «Angelus» entregó su alma al Señor. — 12 -


La opinión de santo en que las gentes tenían a Fray Conrado, creció y se divulgó de una manera portentosa después de muerto, sobre todo, cuando bien pronto se dieron cuenta de que el humilde por­ tero Capuchino de Altótting era un poderoso inter­ cesor para alcanzar gracias y favores celestiales. Así es que, reunidas las pruebas jurídicas acerca de la vida del siervo de Dios, se puso de manifiesto que había ejercitado las virtudes de un modo heróico y era por lo tanto digno de que se pusiera como modelo al pueblo cristiano. Y finalmente, reconocidos como prodigios sobrenaturales, dos curaciones obra­ das por invocación al siervo de Dios, el Sumo Pontífi­ ce Pío XI, el 15 de Junio de 1930, inscribía a Fray Conrado de Parzham en el número de los Beatos.

TRIDUO En honor del Beato Conrado de Parzham Día l.°—¡Oh, querido y amable Beato Conrado, que con la continua y vigilante custodia de los sentidos llegaste a la cima de la perfección evangélica; y sobre todo con tu profundo silen­ cio mereciste la dulce intimidad de Dios! Obtenednos la gracia de saber dominar nuestros Sentidos y particularmente la lengua, a fin de que aprendamos a hablar con D:os y sintamos gusto de las cosas celestiales, que nos estimule al fiel cumplimiento de todas nuestras obligaciones. (Padre nuestro, Ave María y Gloría )

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Día 2.°—¡Oh» querido y amable Beato Conrado, que en la es­ cuela del seráfico Padre San Francisco, aprendiste la ciencia del divino amor, el cual te encendió el ardiente celo por la gloria de Dios y el triunfo de la Religión, e hizo que, viendo a Dios en sus criaturas, a todas las amáseis, obrando prodigios de caridad en favor de los prójimos! Obtenednos del Señor la gracia de amarlo también nosotros con todas las fuerzas de nuestra alma, y de consagrar todas nuestras energías al servicio de Dios y del prójimo. (Padre nuestro, Aoe María y Gloria.) Día 3.°—¡O, querido y amable Beato Conrado, cuya alma es­ tuvo llena, desde la infancia, de la más tierna piedad, que hizo de tí un hombre de oración continua, un adorador ferviente del SSnio. Sacramento y un hijo devotísimo de la excelsa Madre de Dios! Obtenednos, también a nosotros de Jesús, el don de Pie­ dad, a fin de que podamos cumplir fielmente todos nuestros de­ beres hacia El. Y de este modo, después de haberlo confesado y adorado durante la vida, merezcamos recibirlo como viático en nuestra agonía y confortados por María SSma. podamos ir al cielo a bendecirle y darle gracias contigo por toda la eterni­ dad. Amen. (Padre nuestro, Aoe María y Gloría.)

Oración final para todos los días Ruega por nosotros, bienaventurado Conrado. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo. Oración*—Atended, Señor, a las súplicas que os hacemos en en la solemnidad de vuestro confesor Conrado, para que los que no confiamos en nuestros merecimientos, seamos ayudados con los ruegos de aquél que supo complaceros. Por Jesucristo, Nues­ tro Señor. Asi sea.




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