Los puentes de Madison

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Robert James Waller

Los puentes de Madison County

Robert. —Familia Johnson... Hola, Marge... Sí, muy bien. ¿El jueves por la noche? —Francesca calculó: Robert dijo que se quedaría una semana, llegó ayer, hoy es martes. No le costó tomar la decisión de mentir. Francesca estaba junto a la puerta del porche con el teléfono en la mano izquierda. Él estaba muy cerca, de espaldas a ella. Francesca extendió la mano derecha y la apoyó en su hombro, un gesto habitual de algunas mujeres con los hombres que quieren. En sólo veinticuatro horas, había llegado a querer a Robert Kincaid. —Ay, Marge, voy a estar ocupada. Debo ir de compras a Des Moines. Quiero aprovechar para hacer un montón de cosas que vengo postergando, ahora que Richard y los chicos no están. Su mano se apoyaba tranquilamente en Robert. Sentía el músculo que iba desde el cuello hasta el hombro, detrás de la clavícula. Miraba sus cabellos grises con raya en medio, que caían sobre el cuello de la camisa. Marge seguía parloteando. —Sí, Richard llamó hace un rato... No, el premio se da el miércoles, mañana. Richard dijo que estarían de regreso el viernes a última hora. Quieren ver algo el jueves. Es un viaje largo, sobre todo en el camión del ganado... No, el entrenamiento de fútbol sólo comienza dentro de una semana. Sí, sí, una semana. Al menos eso dijo Michael. Francesca sentía el calor del cuerpo de Robert debajo de la camisa. El calor se trasmitía a su mano, ascendía por el brazo y, desde ahí, se irradiaba por todo su cuerpo, sin esfuerzo, en realidad sin control por parte de ella. Robert estaba inmóvil; no quería hacer ningún ruido que despertara la curiosidad de Marge. Francesca lo comprendía. —Ah, sí, un hombre que pedía indicaciones. —Como suponía, Floyd Clark había ido a su casa e inmediatamente le había contado a su esposa lo de la camioneta verde que había visto al pasar por la casa de los Johnson. —¿Un fotógrafo? Por Dios, no lo sé. No presté mucha atención. Es posible. —Cada vez era más fácil mentir—. Buscaba Roseman Bridge... ¿En serio? ¿Estuvo tomando fotos de los viejos puentes? Bueno, parece inofensivo. ¿Un hippie? —Francesca se rió y vio que Kincaid sacudía la cabeza—. Bueno, no sé muy bien cómo es un hippie. Este hombre era muy educado. Sólo estuvo uno o dos minutos, y se fue... No sé si hay hippies en Italia, Marge. Hace ocho años que no voy por allá. Además, como te he dicho, no sé si reconocería a un hippie en caso de encontrarme con uno. Marge habló del amor libre y las comunas y las drogas; acababa de leer algo sobre eso. —Marge, estaba a punto de meterme en la bañera cuando has llamado, será mejor que vaya antes de que se enfríe el agua... Bien, te llamaré. Adiós. No deseaba retirar la mano del hombro el Robert, pero no tenía ninguna buena excusa para dejada ahí. De manera que fue hasta el fregadero y encendió la radio. Más música country. Movió el dial hasta que se oyó una orquesta y lo dejó ahí. —Mandarina —dijo Robert. 45


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