Los puentes de Madison

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Robert James Waller

Los puentes de Madison County

bajo volumen. —Soy bastante bueno para picar verduras —ofreció él. —Bueno, ahí está la tabla de madera; debajo, en el cajón, hay un cuchillo. Voy a hacer un guiso, de manera que tienes que cortarlas en cubos. Él estaba a medio metro de ella, mirando hacia abajo, cortando las zanahorias y los nabos, el apio y las cebollas. Francesca pelaba patatas en el fregadero, consciente de estar muy cerca de un hombre extraño. Nunca se le había ocurrido que pelar patatas podía provocar esas pequeñas sensaciones extrañas. —¿Tocas la guitarra? He visto el estuche en tu camión. —Un poquito. Me hace compañía, no es más que eso. Mi esposa fue una cantante folk de la primera época, mucho antes de que esa música se hiciera popular, y me enseñó algo. Francesca se había puesto un poco rígida al oír la palabra «esposa», no sabía bien por qué. Tenía derecho a estar casado, pero de alguna manera eso no encajaba con él. Ella no quería que estuviese casado. —Mi esposa no soportaba mis viajes, ni que yo pasara meses fuera. No la critico. Me dejó hace nueve años. No tuvimos hijos, así que no fue complicado. Se llevó una guitarra y me dejó otra a mí. —¿La has vuelto a ver? —No, nunca. —Eso fue todo lo que dijo. Francesca no insistió. Pero se sintió mejor, egoístamente, y otra vez se preguntó por qué le importaba el asunto, ya fuese de una u otra manera. —He estado dos veces en Italia —dijo Robert—. ¿Dónde naciste tú? —En Nápoles. —No he ido nunca a Nápoles. Estuve una vez en el norte, fotografiando el río Po. Y, otra vez, para otro trabajo, en Sicilia. Francesca pelaba patatas pensando en Italia y sintiendo la presencia de Robert Kincaid. Las nubes se habían acumulado en el oeste dividiendo el sol en rayos que se extendían en varias direcciones. Robert miró por la ventana que estaba encima del fregadero y dijo: —La luz de Dios. A las fábricas de calendarios les encanta. Y a las revistas religiosas. —Tu trabajo parece interesante —dijo Francesca. Sentía la necesidad de mantener la conversación en un terreno neutro. —Lo es. Me gusta muchísimo. Me gusta el camino y me gusta hacer fotos. Ella advirtió que decía «hacer» fotos. —¿Tú «haces» fotos, no las tomas? —Así es. Al menos así es como me gusta pensado. Ésa es la diferencia entre los que sacan instantáneas los domingos y los fotógrafos profesionales. Cuando haya terminado con el puente que vimos hoy, no tendrá el aspecto que tú piensas. Lo habré convertido en algo mío, por la elección de la lente, o el ángulo de la cámara, o la composición general, o probable mente por la combinación de todo eso. Yo no me limito a tomar las cosas como se presentan; trato de 26


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