La escuela de mis abuelos

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LA ESCUELA DE MIS ABUELOS

Pedro Jesús Rodríguez Lucas


La escuela de mi abuela Josefa Santos Verdú Nací en 1936 y fui a la escuela de Doña Luisa, una maestra que vivía en el Camino de Murcia. Era una escuela mixta, a la que íbamos niños y niñas, y muy rudimentaria: una mesa y una silla para la profesora, colocadas en una tarima, y otras muy largas, en horizontal, para los alumnos. En la clase había un crucifijo, una foto de Franco, un mapa político de España y una hilera de perchas para colocar los abrigos de los niños o los babis cuando acababa la clase. También había una pizarra y tizas para escribir en ella. Algunos alumnos se sentaban en las bancas más lejanas con intención de hablar, pero en ese caso la profesora tenía una caña muy larga que usaba para golpear a los alumnos habladores en la cabeza. Teníamos un solo libro para todas las asignaturas, un catecismo, un cuaderno de dos rayas y un lápiz para escribir en él. El borrador y el sacapuntas de cuchilla eran nuestras herramientas y sólo muy pocos alumnos tenían lápices de colores (todo un lujo). El mayor tesoro era el borrador, que al principio de curso estaba todo blanco e impoluto, pero que luego se volvía negro y deforme, por el uso y los bocados que les dábamos. Era muy importante que el lápiz no se cayera al suelo, porque se rompía la mina (o eso decían) y quedaba inservible, y se apuraba hasta que medía un centímetro o menos, de forma que las yemas de los dedos rozaban el cuaderno cuando escribías. Las niñas teníamos también que hacer costura y bordado y llevábamos un trapito para aprender a dar puntadas.


Antes de empezar la clase, teníamos que formar una fila y poner nuestra mano derecha en el hombro de la compañera de delante para entrar en orden. Cuando estábamos dentro cantábamos una oración y luego empezábamos las clases. A la profesora siempre se la llamaba de usted y era muy respetada. Había clases por la mañana y por la tarde (de nueve a doce y de tres a cinco), y en el recreo de la mañana nos tomábamos el bocadillo de pan y chocolate, almendracao o embutido. Había niños que no podían llevar el bocadillo por falta de recursos económicos y almorzaban a base de los “bocaícos” que les daban otros niños más afortunados que sí tenían qué comer. Era muy importante, cuando le dabas a alguno de estos niños, sujetar fuerte el bocadillo y poner los dedos gordos justo en el sitio donde querías que mordiera, porque si no el bocado podía ser de tal tamaño que te quedaras sin nada, con la consiguiente pelea. En el patio, las niñas jugábamos a la comba, a la goma, al corro de la patata, al cuartete, a los cromos, al cochecito leré… Había un patio en el que crecía un jinjolero muy grande y sus ramas daban a las ventanas de la clase y entonces la sirvienta que tenía la profesora recogía algunos jínjoles para luego vendérnoslos a las niñas en cartuchos de papel y sacarse algo más de dinero.

Grupo de alumnos y alumnas de la escuela de Dª Luisa


Las únicas excursiones que hacíamos eran por los alrededores: a la Atalaya o al río a dar un paseo, y nos encantaba salir un rato de la rutina del colegio. Teníamos que portarnos muy bien, ir muy ordenados por el camino y hacerles caso a los profesores, y si no lo hacíamos, nos castigaban. Cuando llegábamos a nuestro destino nos dejaban jugar al pillao, al pañuelo, al corro y cosas por el estilo. Luego fui al colegio de La Divina Pastora y puedo contar que había una monja catalana que tenía favoritismos entre las alumnas que tenían más dinero y le llevaban regalos. Como éramos muy sumisas, nunca tuvimos el valor de decírselo a la madre superiora. El premio para las alumnas sobresalientes era una banda y medallas de honor que se entregaban junto con las notas. El mes de Mayo era especial; me acuerdo que íbamos a cantar a la virgen María: “Venid y vamos todos, con flores a María, con flores a María, que madre nuestra es” y teníamos que llevarle flores. Si alguna niña no tenía dinero para comprar las flores, me acuerdo que se sentía muy mal, como si hiciera algo malo o fuera pecado. También recuerdo que había unas becas para gente más necesitada, pero esas niñas se tenían que quedar el sábado por la tarde a limpiar las clases. Como no había fregonas, esparcían serrín húmedo por el suelo y luego lo tenían que barrer.

Aula en los años 50


La escuela de mi abuelo Rafael Rodríguez Pérez Nací en 1927 y estudié parvulitos en el colegio Madre del Divino Pastor de Cieza, un colegio de monjas. Después fui a Cartagena. Mis hermanas iban a Las Ramblas como medio-pensionistas, es decir se quedaban en el colegio a comer y merendar y había un autobús escolar que las llevaba y recogía. Yo no iba a ese colegio porque era solo para chicas, iba a uno de monjas.

Grupo de alumnos del Colegio Madre del Divino Pastor

Mi profesora se llamaba sor Josefina y me quería mucho. Al maestro se le respetaba mucho y las clases se basaban en la autoridad, la disciplina y el respeto a los alumnos. Cuando los niños se portaban mal, el profesor imponía castigos como colocar a un alumno en un rincón, de cara a la pared, con los brazos en cruz sosteniendo libros en las palmas de las manos o con las orejas de burro, dar palmetazos, coscorrones, algún bofetón y collejas. También era costumbre que a los alumnos que se portaran mal les hicieran copiar cien, quinientas o mil veces -según la benevolencia del profesor- frases como “No hablaré en clase” o “No contestaré a mi maestro”.


Grupo de alumnos de la Escuela de Don Anselmo

Cieza, 1952


El peor castigo era que te llevaran al despacho del director o que amenazaran con llamar a tus padres, porque entonces sí que te habías metido en serios problemas. Los padres generalmente se ponían del lado de los profesores y cuando llegabas a casa no era extraño que te cayera una “somanta palos”. Me acuerdo también de que, a los alumnos que eran zurdos, el profesor les ataba la mano izquierda detrás de la espalda y les obligaba a escribir con la mano derecha, lo cual siempre daba como resultado una caligrafía que parecía escritura de jeroglíficos y las consabidas regañinas y collejas del profesor. Un día especial era cuando iba el fotógrafo a retratarnos para tener un recuerdo del colegio. Tenías que ir muy bien peinado y te sentaban en un pupitre con un libro entre las manos y un mapamundi de fondo. Era todo un acontecimiento y luego siempre era muy divertido ver las caras con las que habíamos salido. Cuando empezó la guerra tuvimos que salir de Cartagena porque allí había muchos conflictos bélicos y nos trasladamos de nuevo a Cieza. Entonces, empecé a ir con Don Anselmo, que era un cura que tenía un escuela privada donde está ahora el edificio de Correos. Entre algunas de las travesuras que gastábamos estaba colocar chinchetas, pegamento o chicles en la silla o en el escritorio del maestro. Una vez pusimos las patas delanteras de la mesa del profesor en el borde de la tarima y cuando el maestro se apoyó, se cayó todo con un estruendo enorme. Estuvimos castigados sin recreo durante más de un mes; eso nos fastidió mucho, porque el recreo era nuestro rato más divertido en el colegio. Los chicos solíamos jugar allí a la peonza, a las canicas, a churro-mediamanga-mangotero, a las trolas, a la taberna moderna, al agua-remo, al pillao, a salvao, etc. Por supuesto que no teníamos canasta de baloncesto, ni porterías ni ninguna otra instalación deportiva para jugar, así que nos las teníamos que idear nosotros mismos. Cuando llegaba el buen tiempo a veces hacíamos novillos para irnos al río y robar albaricoques verdes, pero si te pillaban tus padres se armaba bien gorda. Posteriormente estudié bachiller en el colegio de Isabel la Católica que estaba en la calle Angostos. Cuando acabé séptimo me fui a estudiar a Madrid con mi hermano Pedro, que ya había acabado la carrera.


La Enciclopedia Álvarez fue uno de los más conocidos libros de texto en las escuelas españolas durante dos décadas, convirtiéndose en un pilar básico para la educación de los niños y niñas españoles que pasaron por las aulas durante la posguerra. En ella no solo se trataba la Historia de España, sino también otras materias como: Historia Sagrada, Evangelios, Lengua Española, Aritmética, Geometría, Geografía, Ciencias de la Naturaleza, Formación Político-Social (para niños y niñas), Lecciones Conmemorativas y Formación Familiar y Social.

La escuela de mis abuelos es fruto del proyecto Historia de las gentes de Cieza, que se desarrolla desde hace tres cursos en el IES Los Albares de Cieza. http://historiadelasgentesdecieza.blogspot.com.es/


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