La escuela de mis abuelos

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La escuela de mi abuela Josefa Santos Verdú Nací en 1936 y fui a la escuela de Doña Luisa, una maestra que vivía en el Camino de Murcia. Era una escuela mixta, a la que íbamos niños y niñas, y muy rudimentaria: una mesa y una silla para la profesora, colocadas en una tarima, y otras muy largas, en horizontal, para los alumnos. En la clase había un crucifijo, una foto de Franco, un mapa político de España y una hilera de perchas para colocar los abrigos de los niños o los babis cuando acababa la clase. También había una pizarra y tizas para escribir en ella. Algunos alumnos se sentaban en las bancas más lejanas con intención de hablar, pero en ese caso la profesora tenía una caña muy larga que usaba para golpear a los alumnos habladores en la cabeza. Teníamos un solo libro para todas las asignaturas, un catecismo, un cuaderno de dos rayas y un lápiz para escribir en él. El borrador y el sacapuntas de cuchilla eran nuestras herramientas y sólo muy pocos alumnos tenían lápices de colores (todo un lujo). El mayor tesoro era el borrador, que al principio de curso estaba todo blanco e impoluto, pero que luego se volvía negro y deforme, por el uso y los bocados que les dábamos. Era muy importante que el lápiz no se cayera al suelo, porque se rompía la mina (o eso decían) y quedaba inservible, y se apuraba hasta que medía un centímetro o menos, de forma que las yemas de los dedos rozaban el cuaderno cuando escribías. Las niñas teníamos también que hacer costura y bordado y llevábamos un trapito para aprender a dar puntadas.


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