Bruma

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SANTIAGO PORTER / BS. AS.

BRUMA Santiago Porter / Bs. As.


Bruma

Por Alejo Ponce de León Es natural, para una joven República que está dejando atrás sus días de pubertad, la necesidad de formalizar su presencia, su aspecto y su temperamento a través de la racionalización del paisaje. Cada edificio público, así como las usinas y los kilómetros de ruta, no son más que eventos palpables dentro de un esquema de poder. A través de estos elementos se puede efectuar una medición sintomática del alcance de cada proyecto político en el desarrollo de la historia. Si la fotografía de Santiago Porter fuese política (en un sentido ideal), sería porque en ella no hay lugar para la improvisación: cada encuadre sirve a un plan que puede o no permanecer oculto, pero que, por sobre todas las cosas, se encuentra siempre perfectamente definido. Desde el año 2007 su rigurosa labor se vio concentrada en darle forma a esta serie de obras: un índice visual de las construcciones que pueblan los distintos vecindarios de la burocracia nacional a la vez que un muestrario de las secuelas, violentamente explícitas, que tanto el paso del tiempo como ciertas medidas de la administración pública dejaron sobre la materia. El fotógrafo, que durante la oscilante década del ‘90 se encontró siempre en la línea de fuego como reportero gráfico, está entrenado para enfrentar sin temor a los sujetos de sus trabajos. Del mismo modo, obliga al espectador a mantener un diálogo prolongado con los diversos personajes estructurales de la serie. Es inevitable confrontarlos, sostenerles la mirada para ir reconociendo poco a poco sus facciones, el revestimiento de decoloración, musgo y rasguños que la historia les propinó. Con maestría técnica, Porter logra exponerlos en su totalidad detallada y decadente, en lo que termina siendo, a pesar de la rectitud implacable de las fotos, un acto notable de desobediencia. De a poco, encontraron su lugar dentro de la serie otros paisajes, más alejados y apenas más frágiles que las grandes sedes de cemento y mármol. Aunque los objetivos varíen, todos las piezas guardan entre sí una coherencia absoluta, a tal punto que puede llegar a percibirse una suerte de paleta única: una paleta estatal que va desde el gris hético del

concreto, al rojo de las pericias y de ahí al dorado hermético de unos portones indefinidamente cerrados. Son tonalidades que, durante la progresión de la serie, la visión del fotógrafo pudo identificar y aislar aún en sus excursiones a la pampa virgen. Entonces, esta tierra es incurable; no hay paraje que no se haya visto afectado. Aunque las construcciones proyectadas por el hombre hayan desaparecido, hay una densidad estancada que sofoca cualquier brote de optimismo. Lo siniestro está blindado por el clima. La pieza central de la exposición, Evita, en su trágica quietud, va destino a contribuir de manera ilustre en el proceso constante que es la construcción del mito. Un estrato sobresaliente entre todas las otras capas de acciones y sucesos que día a día determinan la carga trascendental de un lugar específico, de un edificio o, en este caso, de una figura. Es una obra clave para sopesar la magnitud del delirio y encierra una significación estética y política cuyo verdadero alcance todavía está por verse. El juego de la Historia es un juego de tensiones: corrupción y progreso; tránsito y permanencia; perpetuidad y olvido. El trabajo de Porter está ahí para mediar entre esas energías, devolviendo imágenes cerradas y perfectas que en su carencia de maquillajes podrían juzgarse ciertamente imparciales. Estos retratos constituyen un relato material del poder: un recorrido por la realidad histórica del país a través de la luz, de las perforaciones, de las grietas y los huecos. En un sentido más mundano, la fotografía de Porter aparece también cuando el Estado no es más que un huevo diseñado para contener sus propias herejías. Incluso está ahí cuando la autoridad es simplemente una sensación, una conjura apenas perceptible que, desde sus centros de operación, planifica y ejecuta. Sobre todo ejecuta.


Santiago Porter nació en Buenos Aires en 1971. Su obra, exhibida en muestras individuales y colectivas en la Argentina y en el exterior, forma parte de numerosas colecciones, tanto públicas como privadas. En 2002 recibió la beca Guggenheim y fue también becado por la Fundación Antorchas de Buenos Aires. En 2007 fue becado para participar del programa Intercampos III en la Fundación Telefónica de Buenos Aires y obtuvo el Primer Premio de fotografía de la Sociedad Central de Arquitectos de Buenos Aires. En 2008 obtuvo el premio Petrobras-Buenos Aires Photo. En 2010 le fue otorgada la Beca Nacional del Fondo Nacional de las Artes y en 2011 fue seleccionado para participar del Programa de Artistas de la Universidad Di Tella. Es autor del libro Piezas, publicado en 2003 y La Ausencia, publicado en 2007. Vive y trabaja en Buenos Aires.

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http://santiagoporter.com/


Consulta y envíos de trabajos: bexbariloche@gmail.com - http://www.bexmagazine.com BARILOCHE / PATAGONIA / ARGENTINA Abriendo espacios a la fotografía latinoamericana


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