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EL ÁRBOL DE SANTIDAD DE LAS AGUSTINAS DESCALZAS

Javier Burrieza Sánchez Universidad de Valladolid

En el marco prolongado del 425 º aniversario de la fundación de las agustinas descalzas, sucedida desde el convento del Santo Sepulcro de Alcoy en 1597, resulta menester recordar cómo han sido presentadas a la sociedad, en su evolución histórica y de las mentalidades, las monjas que han sido reconocidas dentro de la orden y por la Iglesia como venerables y beatas. En esta primera parte nos vamos a detener en las primeras aunque los argumentos que esgrimiremos en la segunda parte –con las beatas Josefa de Santa Inés o Inés de Benigánim y la mártir Josefa de la Purificación Masiá – nos van a servir para fijar lo expuesto en estos primeros apartados. De esta manera, Dorotea de la Cruz, Mariana de San Simeón, María de Jesús Gallart, Juana de la Encarnación, Inés de la Santa Cruz, Margarita del Espíritu Santo y Vicenta del Corazón de Jesús , a través de sus trayectorias, permitirán retratar el escenario de vida espiritual y cotidiana a través de la fundación de los nueve conventos que llegó a disponer la orden en el tiempo inicial que se extiende entre 1597 a 1663, entre Alcoy y Jávea, casi todos ellos en un ámbito territorial cercano y respondiendo a las coordenadas de la Iglesia postridentina que continuaba reformando carismas religiosos ya existentes. Era la fascinación por la observancia, la recolección, la descalcez, dependiendo de los distintos ámbitos de origen. Aquí no vamos a hablar de agustinas ermitañas, ni de agustinas recoletas, ni siquiera de canonesas agustinas o canonesas regulares de San Agustín.

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Tras el concepto de descalzas, sumado al de las monjas que siguen la Regla de San Agustín, encontramos el deseo de recuperación de una vida claustral de observancia, con un anhelo de mayor disciplina, contemplación, oración y penitencia. Procesos fundacionales donde no estaban exentas las controversias, las rivalidades desde otros que se veían amenazados en sus presencias dentro de una sociedad sacralizada. No resultaba incompatible. Y todo ello, dentro del enorme papel de prestigio con el que contaba el clero regular, los anhelos de imitación que despertaban, incluso dentro de la vida femenina, de las mujeres y sus espiritualidades que estamos estudiando con intensidad los historiadores. Estas órdenes religiosas se convertían en familias en las cuales se ponía mucho énfasis en subrayar los hijos e hijas de cada una de ellas, los que habían destacado por su observancia en la vida claustral, aquellas que habían muerto en “olor de santidad”, fragancia física y “loor de santidad”, fama y prestigio entre sus contemporáneos. La comunicación y difusión de sus Vidas se realizaba de manera individualizada o bien dentro de las crónicas de estas religiones, auténtico escaparate de competencia de virtudes y santidad.