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nuestra historia cos y el barro cuando llovía, algunos hablaban de una tejería más grande que la del tío José, para poder trabajar más gente, en fin algo nos podía traer y así nos acordaríamos de su visita, ¿no? A mí todo aquello me parecía mucho y se me ocurrió decir a aquel grupo de vecinos que por lo menos nos trajera unas botas de agua, de aquellas altas de goma, para cuando fuéramos a regar los campos, pues a mí eso de mojarme las piernas hasta las rodillas y andar entre el barro, no me gustaba nada. Todos los presentes se echaron a reír y de un empujón me apartaron del grupo de los mayores, diciéndome: —Anda quítate de ahí «chaval», que tú no sabes nada de esto… ¡unas botas!… En esos días el pueblo entero estaba en un ajetreo constante, un hecho como aquel no podía causar otro efecto, la expectación era grande, el tiempo escaso y había que hacer algo y prepararse para el gran acontecimiento. Pronto se formó en el Ayuntamiento un grupo para organizar el recibimiento, se propuso qué hacer y se pensó cómo hacerlo, y poco a poco fueron cuajando las diferentes ideas. Se pidieron las mejores macetas y las más floridas del pueblo y las mujeres acudieron con sus más hermosos ejemplares, orgullosa de cederlas para adornar con ellas la carretera que cruza el pueblo. Se proyectó un arco en forma de casa, con dos ventanas enrejadas a los lados y una gran puerta enmarcando la carretera y que se haría a la entrada del pueblo, bajando de Teruel. De este me acuerdo bien pues estuve acompañando a mi padre cuando pintó los letreros de bienvenida, de parte de los ediles y que decía así: «A gobernantes honrados puertas abiertas» y a la parte izquierda uno más grande que ponía «Franco». También se pensó en un gran arco triunfal, que se podía poner en el badén de la Plaza Nueva a la altura del bar Flor, lugar donde sería la recepción del ilustre visitante y de sus acompañantes. Las ideas se iban sucediendo y poco a poco se convertían en realidad. Se fue hermoseando el recorrido, con banderas, guirnaldas y las más hermosas plantas que trajeron las vecinas, los albañiles formaron el arco de la entrada del pueblo, después se pintó y se rotuló y la parte alta del pueblo tomó un aspecto diferente. Lo que más costó fue el arco de la plaza Nueva, tenía que ser monumental, original y no muy caro, pues los tiempos no estaban para el derroche. Pronto se empezó a trabajar en él, pues el tiempo apremiaba y se quería tener todo el recorrido bien preparado para el inminente acontecimiento. Para los críos del pueblo, aquello fue algo inédito, algo que nos tenía completamente interesados, no salíamos de la plaza Nueva y sus aledaños, nos encantaba el trajín de los obreros, transportando con sus carros los largos maderos, que fueron clavando en el suelo, a un lado y otro de la carretera, después los fueron sujetando entre sí, con otros maderos horizontales, clavados y atados a los verticales. Aquello nos parecía el entramado para los toros que montaban para las fiestas de septiembre, pero mucho más alto y vertical encima de la carretera. Durante el montaje, cortaron el paso de los vehículos, por

aquella parte de la plaza y los que allí llegaban tenían que desviarse por el lateral de la plaza, hacia la parte de la cochera de los autobuses. Poco a poco se estaba formando un gran armazón de maderos, tablas, cuerdas y cañizos que iban conformando el aspecto del arco monumental. Allí acudían voluntarios para trabajar y curiosos para «dirigir» y entre todos, unos con sus voces y otros con su esfuerzo, se fue modelando el arco, principal motivo de ornamentación, para agasajar al ilustre visitante. Con el armado interior de madera terminado, ya se apreciaba la forma de una gran puerta de un castillo, con dos torres almenadas, una a cada lado, que abrazaban la carretera, dejado entre ellas un gran paso, por donde discurriría la esperada comitiva. Bueno, la verdad, en principio, aquello a mí no me gustó, tanto jaleo para hacer un tablao alto y raro, no lo entendía, menos mal que aquel esqueleto de madera, nos servía a los zagales para trepar por su tejido de postes y vigas y pasarlo en grande y también para poner fuera de sí al alguacil, el tío Julio, que no daba abasto de mandar bajar a unos y a otros, encaramados en el armazón, amenazándonos con su blanca y robusta gayata de latonero. Así de animado estaba el ambiente en el pueblo y faltaban breves días para la anunciada visita del renombrado general. Una tarde, al salir de la cercana escuela, vimos con asombro el enjambre de carros y arrieros alrededor del entramado de la plaza, cargados a tope de frescas y verdes ramas de chopo, montones de frondosas hojas cubrían los carros, parados alrededor del gran armazón. Todos nos acercamos con curiosidad, ante aquella insólita aglomeración de hombres, carros, mulas y ramas de chopo. Ante el jolgorio de la chiquillería, empezaron a descargar las ramas de los carros a un lado y al otro del entablado y nosotros intentamos coger alguna rama lozana de chopo, pero entre el tío Julio y los arrieros nos lo impidieron, nos fue imposible hacernos con un trozo de aquel verde trofeo, de momento. Algunos hombres jóvenes, treparon a lo alto de las almenas del arco y lanzaron unas cuerdas, en los extremos de las cuales, otros mozos desde los montones verdes, les ataban las oscuras ramas, traídas de las choperas criadas a las orillas del río Guadalopillo, cortadas de las zonas más pobladas, como la azud del barranco de las Palomas y las del puente de la Vega. Los que estaban en lo alto del andamiaje, empezaron a entretejer las ramas sobre el armazón de cañizos y poco apoco la estructura fue cogiendo forma y verdor, cubierta por el manto vegetal. Otros desde la plaza, con las largas escaleras de coger las olivas, les ayudaban a cubrir la estructura a los de la parte alta y algunos grupos desde el suelo, se atareaban por las partes más bajas. Así se fue cubriendo de verdor toda la superficie de aquel insólito rompecabezas. Satisfechos de todo lo que habíamos presenciado y como la tarde ya se oscurecía y los arte-

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julio 2013

Arco triunfal en la plaza Nueva.

sanos del manto vegetal ya daban por finalizada la jornada, en un momento de poca atención, logramos unos cuantos rapaces, coger algunas preciosas ramas de lucido chopo, del montón más cercano y salimos corriendo hacia el pequeño callejón de la tía Poluda, que nos acercó a la plaza de los Arcos. No sé si los operarios que montaban el tejido del chopo nos vieron, pero si fue así, no les importó mucho y nos dejaron marchar con nuestro botín. Ya en la plaza del Ayuntamiento, observamos nuestros trofeos y comparamos, entre nosotros las formas y volúmenes de nuestros ramos, yo había cogido uno de los más grandes. Algunos compañeros lo ponían de pie en el suelo, simulando un chopo plantado en la misma plaza, yo no lo pude poner de esa manera y lo llevaba a rastras entre los arcos de ese lugar. Bajábamos contentos por la calle Mayor, con nuestros ramos, camino de nuestras casas y unos amigos de la zona de la posada Montaña, que no habían podido coger su trofeo, me pidieron que les diera un trozo del mío, nos costó lo nuestro cortarlo, pero ellos se fueron contentos con su grupo y su ramaje y a mí me aliviaron el peso del mío, que llevé a rastras hasta la puerta de mi casa, en el número 15 de la misma calle, donde vivíamos con mi abuelo Joaquín. Como pude, lo entré en el amplio patio y allí lo dejé, colocado con mimo en un rincón, para que no molestase al pasar. Subí las escaleras hasta la primera planta, llamando con buena voz a mi madre, mas no respondía nadie, no estaba en casa. Mas en ese momento, oí el ruido de la puerta de la calle y al momento las palabras de mi madre, en un tono malhumorado, diciendo: —Pero… ¿quién ha puesto aquí esta rama de chopo? Dios mío no sé qué me había parecido, que susto, ¿Quién la ha traído? En ese momento llegué al primer tramo de las escaleras, que había bajado a saltos y poniéndome delante de mi madre, le dije: —Mamá, la he traído yo, es un trozo del castillo que hacen para Franco en el badén de la plaza. —¡Qué!, me respondió sorprendida, un castillo de chopo, pues anda, si que será fuerte y duradero! Mira que un castillo de chopo… —Que sí, le respondí tratando de convencerla, que es muy grande y muy bonito, tienes que ir a verlo, es más majo que el que ha pintado el papá a la entrada del pueblo.


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